First Sentence

"El 26 de agosto de 1533, en la plenitud del estío, Ana Bolena, reina consorte de Inglaterra, se despidió de sus amigos y parientes y, acompañada de algunas de sus sirvientas, se encerró en una lujosa habitación del Palacio de Placentia de Greenwich conocida con el nombre de la «Cámara de las Vírgenes». Frisaba la reina entonces el noveno mes de su primer embarazo y, como las reglas que se habían establecido durante el reinado de Enrique VII exigían la total reclusión de quienes estaban a punto de dar a luz, se había dirigido ésta hasta allí para aguardar, alejada del entorno de la Corte, el nacimiento del niño que, según afirmaban médicos, astrólogos y hechiceros, iba a convertirse en el heredero de todos los territorios de Inglaterra. Era el palacio en el que se alojaba uno de los más lujosos de Europa. Lo había mandado construir Humphrie de Gloucester en tiempos de Enrique VI, a cuatro millas de Londres, y lo había bautizado, pues pensaba destinarlo al recreo, con el feliz nombre de «Placentia». Habíanlo embellecido años después Enrique VII y Enrique VIII con tan buenas trazas que en poco tiempo se había convertido en uno de los más apetecidos lugares de diversión de toda Inglaterra. A sus faldas discurrían, plácidas, las aguas del Támesis, que tantas veces, en compañía de su séquito de músicos y cortesanos, a la vista de un pueblo fascinado por las fantásticas vestes de las damas y los recargados trajes de brocado y oro de los caballeros, surcaron los reyes a bordo de sus floridas falúas. En las paredes de sus grandes salones, repletos de ricas alfombras, muebles de maderas preciosas y primorosos adornos, colgaban infinidad de ricos tapices de vivos colores junto a doseles, atributos reales y retratos de los más excelsos personajes de las grandes familias del reino. Entre sus muros se celebraban fiestas ostentosas, donde los nobles demostraban su presteza en las artes de la danza, que acompañaban muchas veces de mascaradas, saraos, representaciones de loas y variados juegos. Sucedíanse igualmente allí pantagruélicos banquetes, que daban buena cuenta del paroxismo consumista del privilegiado sector nobiliario, en los que monarcas e invitados degustaban los más variados y deliciosos manjares de su tiempo, abundantemente regados de vino español y francés.A"