Sociolingüística y textología aplicadas a la traducción

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November 3, 2011 | History

Sociolingüística y textología aplicadas a la traducción

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Este libro aborda los problemas de la traductología a la luz de los nuevos enfoques lingüísticos, filológicos, textológicos, simióticos, paisológicos e imagológicos del siglo XX y XXI. El libro está destinado a todos aquellos interesados en los problemas de los textos, de la literatura, del lenguaje en general, sea éste hablado o escrito. Se recomienda especialmente a los especialistas en lingüística y textología aplicadas, así como a traductólogos e interpretólogos.

[...] Sociedad es un conjunto o grupo de elementos vivos que tienen objetivos, fines, finalidades, conductas, comportamientos y culturas semejantes. Las sociedades animales reciben los nombres de los animales que las componen: sociedad de hormigas, sociedad de mariposas, sociedad de primates, sociedad humana, sociedad de ballenas, etc. Las ciencias que tradicionalmente han estudiado las sociedades y sus comportamientos son la Etología y la Sociobiología. En la medida en que se produce el desarrollo científico y técnico, van apareciendo nuevos enfoques para el estudio de las sociedades. Así, por ejemplo, hoy son muchas las ciencias que desde ópticas y enfoques diferentes estudian nuevos tipos de sociedades como la sociedad virtual, es decir grupos humanos que interactúan en el ciberespacio. Las sociedades humanas también se refieren a grupos jurídicos, económicos, mercantiles, delincuenciales, narcotraficantes, terroristas, criminales, científicos, técnicos, académicos, deportistas, políticos, sindicalistas, religiosos, sociolingüísticos, protocolares, y a grupos con ciertos perfiles que pueden ser “perfiles evidentes” o “perfiles crípticos”, como algunas religiones, logias, grupos de santeros, grupos con perfiles de perversión, grupos con perfiles, gustos o preferencias sexuales, grupos clandestinos, y hasta inclusive me refiero aquí al aspecto corporal, a la genética, a la herencia, a las particularidades que atañen a la salud física y mental de los grupos humanos, etc.

La sociedad humana, lo que generalmente también se considera como un hábitat, es una reunión permanente de personas, pueblos o naciones, que conviven y se relacionan bajo leyes comunes; es la agrupación de individuos con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, todos o algunos de los fines de la vida o el conjunto de personas que viven según unas determinadas formas de comportamiento. La sociedad humana posee sus divisiones en clases, en grupos, en estratos, en niveles, en categorías, etc. Dicho con otras palabras, la comunidad social es el conjunto de individuos que tienen en común determinada cultura (Sartori, 2002), y que, por diversos motivos, se sienten vinculados entre sí por una organización sociocultural dada y se reconocen como no partícipes en las culturas de otros conjuntos de individuos. Como tales, se definen como miembros de esa comunidad determinada. Entonces, podríamos decir, por ejemplo, que la comunidad social mexicana, que la sociedad mexicana, es la suma de los hábitos de comportamiento, del patrimonio de ideas y valores –con las normas y actitudes relacionadas y/o derivadas de ellos, buenos o malos estos valores, y condicionados por lo que en México se llama “usos y costumbres” y “tradiciones”– y de las organizaciones sociales, etc., elaborados por un grupo de más de cien millones de personas –mestizos e indígenas, residentes dentro del país y radicados en el extranjero– que se reconocen participantes de esos hábitos, normas, actitudes, protocolos y organizaciones y sienten, por lo tanto, como distintos a los propios los hábitos, las normas, las actitudes, los protocolos y las organizaciones de otras culturas; en consecuencia, sienten como distintos a los miembros de las comunidades sociales portadoras de esas otras culturas. Los grupos sociales, las clases sociales, las divisiones sociales, están inmediatamente relacionados con la llamada división idiomática o fronteras lingüísticas y, también, con las fronteras gestuales. Generalmente la división en clases se manifiesta al exterior como una diferencia de posición económica. Hay en la sociedad una capa de hombres que tiene que trabajar duramente todo el día para ganarse el sustento de la vida y hay otra capa que dispone de un cierto "tiempo suficiente", es decir, que sólo tiene que dedicar parte de su tiempo a ganarse aquel sustento, y, además, puede elegir la medida y la índole de su trabajo. La pertenencia a una de estas clases está determinada en primer término por el nacimiento. Proceder de la una o de la otra clase da una esperanza de permanecer también en ella. Desde luego, sólo una esperanza, pues entre las clases tiene lugar un trasiego continuo. Unos suben, otros bajan. Las razones están, en primer lugar, en las cualidades personales. Altas dotes intelectuales, gran habilidad, energía, constancia, aplicación..., pueden allanar el camino hacia la clase alta; y, con frecuencia, necedad y pereza..., etc., llevan a la larga a descender a la clase o capa inferior. Hay instituciones sociales que dificultan o estorban un tal intercambio, pero las medidas de esta índole pueden esquivarse. Y es que junto a las cualidades personales hay que anotar el factor "fortuna", "favor", "azar", que son fuerzas ulteriores que contribuyen a romper las fronteras, los límites, entre las clases.

Los motivos principales en base a los cuales las comunidades se reconocen como tales –y distintas de otras comunidades– pueden ser étnicos, políticos o relativos a un aspecto de la cultura –como la lengua, el dialecto, la religión y las sectas, la educación, la economía, la técnica, el folclor, la música, el baile, la gastronomía, los protocolos, las etiquetas, los gestos, las muecas, los hábitos, los gustos, las tradiciones, los mitos, los mitoides, los mitotes, etc. (Ruano, 2003a)–, a un aspecto relacionado con la actividad laboral, con el trabajo, con las actividades delincuenciales, con las actividades relacionadas con la corrupción y la delincuencia, con la variedad de mercados de productos ilícitos o mercado ilícito o piratería, con el mercado de las drogas y el narcotráfico, etc. El distinto grado de participación y usufructo de los recursos instrumentales de una sociedad y la distinta actitud frente a aspectos de la cultura de una comunidad diferencian, dentro de las comunidades sociales, a las clases sociales. Una clase social, como sabemos, es el conjunto de individuos que tienen características esenciales comunes e intereses particulares, diferentes o en contradicción, con los de otras clases. Las características que distinguen a las clases pueden ser de diversos géneros, pero en las sociedades modernas –en general– es el patrimonio el principal determinante de clase –lo que implica discriminantes tales como el ingreso, la educación, la instrucción escolar, la movilidad, el acceso al poder político, etc.–. Clases sociales y grupos sociales se interceptan recíprocamente: dentro de un grupo puede haber varias clases, así como que dentro de una clase puede haber varios grupos. El concepto de grupo social es un concepto no orientado, pues implica diferenciaciones dentro de una comunidad, pero no una "escala"; el de clase social, en cambio, es un concepto orientado, que implica diferenciaciones, y también, una jerarquía dentro de la comunidad. El grupo social se determina en base a criterios de homogeneidad y de cohesión de los miembros. El principal factor determinante de un grupo es, quizás, la copresencia de los individuos en un mismo territorio, más o menos delimitado; es decir, un factor geográfico. El factor geográfico, sin embargo, no es pertinente a la definición de las clases sociales. Un mecánico de la región de Querétaro, en México, o de Santiago de Cuba o de Barranquilla o de Buenos Aires, etc., y un tornero de Miami, en EE. UU., pertenecen a dos grupos distintos, pero a la misma clase, por lo menos en teoría –sabemos perfectamente hasta dónde han llegado en nuestros días de nueva globalización los distintivos y diferenciadores de clase–; el presidente municipal y el barrendero de un pueblo de Querétaro pertenecen al mismo grupo, pero a clases distintas. En la política y la gobernación vemos cómo dos personas pueden pertenecer a la misma clase, en este caso la “clase político-gubernamental”, tener el mismo cargo o puesto y supuestamente desempeñar “funciones casi semejantes”, pero pertenecer a diferentes grupos, y de ahí las inmensas diferencias, las abismales diferencias, tanto al nivel grupal como al nivel internacional. Veamos un clásico ejemplo en este sentido: dos mujeres latinas, de grupos diferentes, desempeñando dos cargos político-gubernamentales muy semejantes, en teoría los mismos cargos, es decir ubicadas dentro de la misma clase, la clase político-gubernamental, en el mismo continente: América, en el mismo subcontinente: América del Norte; pero... [...]

A la hora de investigar, de analizar, a los grupos humanos hay que tener mucho cuidado con los criterios de evaluación que consideramos, que tomamos en cuenta, en especial en los tiempos modernos, caracterizados por una gran movilidad étnica, una gran movilidad grupal, y encuentros interculturales:

Las investigaciones interculturales, para que verdaderamente reporten datos verídicos, prácticos y de interés comunitario, tienen que realizarse con mucho cuidado, tratando de evitar ciertas influencias socioculturales negativas por parte del investigador o estudioso:

[...] si quieres evaluar bien a la gente debes partir de cero, sin nociones preconcebidas del resultado final. Imagina que eres una tubería atascada de depósitos de prejuicios acumulados durante años. Tienes que limpiar esos depósitos para que fluya bien la información.

Todos somos conscientes de algún modo de nuestros propios prejuicios. Aunque no nos guste reconocerlo, a menudo juzgamos a la gente por su raza, sexo, edad, origen, nivel económico o aspecto. Hay cientos de características que pueden tener una influencia decisiva en la forma de pensar y de comportarse. Pero ningún rasgo existe de forma aislada, ni precede a otros en una situación particular. Es un error juzgar a una persona basándose en el concepto que puedas tener sobre la gente con una característica determinada. Estos estereotipos pueden arruinar tus esfuerzos para predecir su comportamiento incluso antes de que lo intentes.

El primer paso para desterrar tus prejuicios es aprender a reconocerlos. Si te das cuenta que estás juzgando a alguien a la ligera basándote en una idea preconcebida, podrás detenerte. Identifica tu prejuicio y recuerda que no puedes evaluar a una persona sin tener pruebas suficientes. Debes considerar una gran cantidad de información sobre la gente antes de descubrir los patrones que te permiten comprenderla. Oblígate a buscar más detalles.

[...] Menos evidente que los estereotipos es la tendencia de elegir el camino más fácil para llegar a una conclusión. Esta tendencia es tan habitual que los anunciantes la emplean de forma continua para vendernos sus productos. El anuncio que presenta un coche como «el vehículo más vendido del mercado» nos atrae porque pensamos que si «todo el mundo» está comprando ese coche debe ser el mejor. Llegar a esta conclusión es más fácil que mirar detenidamente varias guías de consumo e informarse bien antes de tomar una decisión. De hecho, es posible que sea el peor vehículo del mercado, y que se venda tan bien porque es el que más se anuncia. Este mecanismo mental también puede interferir en nuestra capacidad para leer a la gente. Tendemos a suponer que una persona que utiliza palabras grandilocuentes es inteligente y honrada, o que una persona que lleva gafas de sol en lugares cerrados tiene algo que ocultar. Pero si no vamos más allá podemos equivocarnos (Dimitrius y Mazzarella, 1999: 39-41).

Las influencias negativas más comunes en los investigadores que tratan las relaciones interculturales (McEntee, 1998) son las siguientes [...]

Un ejemplo de esto es lo que sucede con las migraciones y su impacto en los países de destino, en los grupos de destino. Cuando individuos de diferentes comunidades y culturas se ven obligados a vivir en un determinado espacio, ocurre lo mismo que sucede con los demás animales, existen solamente tres posibilidades de convivencia de grupos disímiles en contacto: 1. Un grupo comienza a asimilar a otro, una cultura a otra, un individuo a otro, y en ese caso el asimilado empieza a camuflarse, a mimetizarse en “el otro”; 2. Uno de los dos elementos en contacto observa que la interacción no será buena, que será desventajosa, y entonces se produce la huida, la retirada, o 3. Los dos elementos continúan en contacto, pero uno se autodestruye, a largo o corto plazo, o comienza la desaparición de los “signos de pertenencia de la especie, del grupo o de la cultura materna”, como ha sucedido con más de 100 grupos étnicos o sociolingüísticos en México desde la llegada de los conquistadores europeos.

En América, solamente al nivel de México y Estados Unidos, es un verdadero problema el encuentro entre personas “semejantes” –pueden parecerse a simple vista, y especialmente a los ojos de los no conocedores, no a los ojos de la patrulla fronteriza y los aduaneros, por ejemplo en cuanto a su fisonomía o su vestuario–, pero en realidad “diferentes” –nacionalidades diferentes, lenguas maternas diferentes, dialectos diferentes, culturas diferentes, estratos socioeconómicos diferentes–. México de por sí es un país muy complejo cultural, étnica, económica, política y lingüísticamente hablando (Bonfil, 1987, 1993a, 1993b, 1993c; Alduncin, 1989; Cordera y Tello, 1998). En cuanto al fuerte vecino del Norte, recordemos que Estados Unidos es un país en donde su crecimiento demográfico está condicionado enormemente por las migraciones, de todo el mundo, de todos los continentes, de todo tipo y condición sociocultural y socioeconómica, de razas y etnias variadas; pero especialmente por las migraciones mexicanas –y aquí, “accidentalmente”, recordamos las palabras de Antaki...: “Roma ‘romanizó’ a muchos pueblos bárbaros...; y luego muchos pueblos bárbaros ‘barbarizaron’ a Roma.” ¡Así es!–. Cada día por las fronteras estadounidenses entran a este país 4000 migrantes; es decir, estamos hablando de que cada año aparecen en Estados Unidos aproximadamente 1,460.000 individuos que, de entrada, “no pertenecen” a la cultura norteamericana estadounidense, y que, por ende, no son vistos como tal y no son aceptados como parte del “grupo”. Todo esto, además, condicionado por los “actos comportamentales del grupo” tal o más cual, que forman precedentes de aceptación o rechazo. Los estados más afectados por las migraciones en Estados Unidos son: 1. California, con unos 326 000 migrantes al año, y le siguen 2. Texas, 3. Nueva York, 4. Florida e 5. Illinois. Este asunto de las migraciones ha alcanzado tales dimensiones que no solamente ha generado medidas y leyes terribles en los diferentes países de destino migratorio, sino, inclusive, “guías” y “manuales” que pueden ser de gran utilidad para los migrantes, especialmente si son ilegales, aparte del reflejo de tristes y felices historias migratorias en la literatura universal (Crosthwaite, 2002; Ramos, 2006). En este camino en búsqueda del “sueño americano” a algunos les va mal –a la inmensa minoría–; pero a la mayoría les va bien, muy bien y hasta paradisíacamente –a la inmensa mayoría–: ¿qué tendrá el “más allá” que los que lo conocen ya no regresan –al “más acá”–? Si no fuera así, ¿por qué entonces la mayoría “quema sus naves” y no regresa de manera definitiva, nunca más, a sus países de origen? ¿Qué les da Estados Unidos para que decidan quedarse allí, en la “tierra desconocida”, y qué les quita América Latina para que decidan no regresar a la “tierra natal”? En Estados Unidos “los blancos de verdad” pueden ver mal, “ver feo”, como de dice en México, a los indios, a los prietos, a los indígenas, a los mestizos; pero en América Latina es peor: aquí los mismos indios, los prietos, los indígenas, los mestizos, que llegan al poder no sólo ven feo y ningunean a su propia raza, sino que los tratan como verdaderos perros callejeros, y no ya como indios, como prietos, como indígenas, como mestizos... ¿Dudas al respecto? Entonces consulte las estadísticas internacionales y nacionales en torno a la vida de nosotros los latinoamericanos; sencillamente recuerde la historia de pobreza de América Latina, y lo que nos espera, a juzgar por lo que estamos viendo en el presente (Ruano, 2003a).

Muchos grupos, en apariencia, pueden parecer iguales o semejantes; pero la realidad es otra o puede ser otra. De tal manera, podríamos mencionar aquí la diferencia entre los grupos de maestros de América, África, Asia y Europa; la diferencia de los médicos en México, Suecia, Cuba, Estados Unidos y Senegal, etc.; la diferencia entre los escritores y periodistas de un hemisferio y de otro; la diferencia entre las amas de casa de Europa y América; la diferencia entre los educandos de Europa y América y el resto del mundo, o de Canadá y Estados Unidos, por un lado, y de la otra América, por otro lado, etc. Un ejemplo extremo para analizar hasta dónde pueden llegar las diferencias entre grupos aparentemente semejantes es la de los grupos indígenas de América. Es habitual que cuando hablemos de los grupos indígenas de América pensemos en la pobreza, e inclusive en la pobreza extrema. No es necesario cuestionarnos aquí el porqué: la realidad multisecular lo dice todo. Pero sucede que mientras que los grupos indígenas latinoamericanos, las tribus indígenas latinoamericanas, en su totalidad, siguen en un estado de extrema pobreza cabalgante, inclusive las tribus ubicadas en las zonas más ricas de América, como sucede con los pueblos, etnias y tribus indígenas de Chiapas, en México, o las del Amazonas, en Brasil o Venezuela, un grupo indígena o tribu indígena de Estados Unidos, la tribu Seminola, ubicada en Florida, se puede dar el exclusivo lujo de hacer negociaciones con la cadena de casinos y restaurantes Hard Rock Cafe para comprarlos en una cantidad que oscila aproximadamente los 965 millones de dólares. Diferencias de este tipo son las que hacen a este mundo más terrible y, por supuesto, explosivo.

Se habla de movilidad social cuando nos referimos a la posibilidad de pasar con facilidad de una clase social a otra o de un grupo a otro. Los miembros de una comunidad social se contactan entre sí mediante interacciones, en las cuales exhiben comportamientos, los más relevantes de los cuales son los comportamientos lingüísticos y los comportamientos corporales. A los miembros de una comunidad social le corresponden status y roles –también llamados papeles–, cuestión que se observa fácilmente en todo grupo organizado de mamíferos (Morris, 1993: 41-70). Por status se entiende la identificación con una determinada posición dentro de una comunidad cualquiera y al conjunto de bienes y atribuciones que la organización social confiere a esa posición dentro de ella. En el mundo moderno el status está relacionado directamente con los medios –radio, prensa, televisión, Internet, etc.–, dado que ellos confieren autoridad a personas, grupos, instituciones, eventos o cuestiones. Ésta es una de las funciones sociales de los medios. Los medios de comunicación masiva atribuyen status o elevan la posición social de los sujetos que reciben atención favorable en su cobertura (Tim O’ Sullivan y otros, 1995; Wright, 1975; W. Schramm y D. F. Roberts, 1971). Los medios de comunicación deciden, y mucho, en especial en los países subdesarrollados, culturalmente atrasados, tercermundistas y poco florecientes, el carácter positivo o el carácter negativo de una imagen. Pero también a través de los medios, afortunadamente, el status o posición social puede ser controlado, rebajado, limitado, al punto de que muchas personalidades reconocidas de los planos nacionales e internacionales han sido borradas de la vida pública, de la vida empresarial, de la vida política, de la vida social, o desmoralizadas y desprestigiadas debido a la difusión de sus actividades ilícitas y sus conductas reprochables, y al respecto los ejemplos sobran (Ruano, 2001; Ruano, 2003a; Ruano y Rendón, 2006). En el mundo entero, y en este caso concreto en América Latina, es común ver el presocial, rústico e incivilizado esfuerzo “evidente y comprobado” que hacen ciertas secretarías, ministerios, organizaciones, grupos religiosos y gobiernos para borrar, para destruir, para eliminar, a determinadas empresas, instituciones, organizaciones, medios de comunicación y de difusión informativo-noticiosa y personas en particular que desempeñan laboradas encaminadas al bien y al desarrollo social y cultural (Ruano, 2003a; Ruano, 2004; Ruano y Rendón, 2006). Por otro lado, rol o papel (Zurcher, 1983; Belbin, 1993) es el conjunto de comportamientos exhibidos y/o esperados de parte de los miembros de esa comunidad, en una determinada posición; es decir, los derechos, deberes, acciones y expectativas recíprocas, etc., derivados de determinada posición en el grupo social, la cual, naturalmente, es tal en cuanto interrelacionada con otras posiciones. Los roles son las:

Posiciones y modelos de conducta definidos socialmente que se caracterizan por ajustarse a un conjunto específico de reglas, pautas y expectaciones que sirven para orientar y regular la interacción, la conducta y las prácticas de los individuos en diferentes situaciones sociales. Con frecuencia pensamos en los roles en el sentido de papeles teatrales o dramáticos, es decir, de aquellas partes que desempeñan los actores y las actrices en una comedia o un drama. En el estudio de las relaciones sociales y culturales, los roles, por extensión de este concepto teatral, denotan todos aquellos “papeles” diferentes que los individuos (actores y actrices) pueden representar cuando entran en interacción (actuación) en los diferentes contextos (escenas y actos) de una sociedad determinada (el drama, la comedia o el teatro en su conjunto). Tanto sobre el escenario como fuera de él, se espera que los individuos que ocupan ciertas posiciones o desempeñan ciertos roles dentro de la sociedad “actúen” y se comporten de cierto modo predecible, de conformidad con ciertas reglas y normas que parecen existir independientemente de los individuos particulares en cuestión. Fuimos socializados en esa serie de expectaciones, a menudo dando por descontada la manera en que define y clasifican el mundo social en relaciones aparentemente interminables y obvias entre los hombres, las mujeres, los compañeros de trabajo, los hermanos, los políticos, los amigos, etc. El punto central para destacar aquí es que los roles siempre existen en relación con otros roles: el rol ocupacional de un médico, por ejemplo, implica (y se relaciona con) el rol del paciente, de la enfermera y del consultor, roles diferentes sobre los que hay diferentes expectaciones y que poseen diferentes grados de poder y status.

Como los actores, la gente desempeña muchos roles diferentes y cambiantes a lo largo de la vida y en cada momento desempeña una multiplicidad de roles y participa de diferentes relaciones de rol. Una estudiante, por ejemplo, puede ser también mujer, amiga, miembro de un sindicato, prima y a veces invitada, conductora de un automóvil, consumidora, etc. No todos estos roles pueden desempeñarse al mismo tiempo –a veces pueden contradecirse, lo cual conduce a un “conflicto de roles”– ni son todos equivalentes o idénticos. Los estudios antropológicos sobre los roles y los “sistemas de roles” en las diferentes culturas, por ejemplo, distinguen entre los roles que se adscriben socialmente a las personas en el momento de su nacimiento o por la edad o la posición de parentesco y los roles que se adquieren socialmente, el acceso a los cuales depende de las actuaciones, la competencia y la calificación individual.

Si bien el término se emplea normalmente en las discusiones y las descripciones de la interacción y la comunicación sociales, su valor analítico y su fuerza explicativa han sido seriamente cuestionados. Pues es un concepto que con sobrada frecuencia supone una visión ultrasimplificada, estática, consensual, ultradeterminante de las relaciones sociales, con lo cual descuida al individuo y a las estructuras de poder y desigualdad (Tim O’ Sullivan y otros, 1995; Worsley, 1977; . Bilton y otros, 1981).

Los roles y su relación con las conductas públicas, con las conductas laborales, con las conductas íntimas o familiares, con las relaciones sociales en general, es un tema bastante complejo, que es tratado desde diferentes ángulos por filólogos, lingüistas, imagólogos, sociólogos, etólogos, sicólogos, siquiatras, criminólogos, victimólogos... (Zurcher, 1983; Jackson, 1972; Banton, 1965; Biddle, 1979; Ellis y McClintock, 1993: 123-142; Freud, 1981; Ruano, 2003a; Belbin, 1993; Gordoa, 2003), y también por cualquier advenedizo con iniciativa empresarial, en especial salido de los países tercermundistas y poco florecientes en donde es constante la movilidad laboral, la usurpación científico-técnica y la confusión de perfiles de desempeño. En el tratamiento de la conducta humana o comportamiento humano –¿conductología?– tenemos que tomar en cuenta que todas las conductas humanas pueden ser conscientes e inconscientes, que hay conductas o comportamientos públicos y que también hay conductas o comportamientos íntimos, privados, que hay conductas o comportamientos que se producen de manera voluntaria y que hay conductas o comportamientos que se producen de manera involuntaria, de manera forzada, y que en la medida en que los panoramas sociales, los contextos, sean más disfuncionales o agresivos o tóxicos, así también las conductas o comportamientos de los miembros de esas sociedades serán más disfuncionales, agresivos, tóxicos y bipolares, y que las medidas de estas conductas estarán dadas por los tantos elementos tóxicos, por los tantos estresores negativos, que afecten en contexto al individuo, a los individuos. Recordemos que en el pasado y en la actualidad ha habido y hay grupos sociales, regiones y países que son verdaderos manicomios gigantescos si tomamos en cuenta las conductas alteradas y agresivas constantes, o por un tiempo muy prolongado, de sus individuos: ¿la Alemania nazi?, ¿la ex-Yugoslavia?, ¿la España franquista?, ¿Estados Unidos de Norteamericana?, ¿Haití?, ¿Afganistán?, ¿el Cáucaso?, ¿África?, ¿Oaxaca?, ¿Colombia?, ¿el México de los años 2006-2008?... Por otro lado, son tantos los papeles que puede desempeñar una misma persona:

El mundo es un escenario. Los hombres y mujeres simples actores. Tienen sus entradas y salidas. Y cada hombre en su época representa varios papeles. Mi drama yace enteramente en una cosa. En ser consciente de que cada uno de nosotros se considera a sí mismo una sola persona. Pero no es cierto. Cada uno de nosotros es muchas personas, según todas las posibilidades de ser que hay entre nosotros. Con algunas personas somos uno. Con otras, otro diferente. Y siempre estamos bajo la ilusión de ser siempre uno y la misma persona para todo el mundo. Creemos que somos siempre esa persona en cualquier cosa que estemos haciendo (Pirandello, 1992).

Cada pueblo civilizado debe tener sus programas, sus manuales, sus compendios, sus leyes, que expliquen las cosas buenas y las cosas malas de ese pueblo y de todos los pueblos que conviven con él, para evitar encuentros desagradables con “el otro”, con “los otros”. Pero si un pueblo, una comunidad, un país o una persona no sabe ni quién es, si es incapaz de “encontrarse consigo mismo”, de una manera sincera y honesta, entonces el problema es grande, muy grande. Si en tiempos de civilidad un pueblo, una comunidad, un país o una persona se identifica con la barbarie –es decir esa situación social en la que impera el analfabetismo, la falta de cultura, el atraso científico, el atraso tecnológico, la involución social, la rusticidad, la crueldad, el terrorismo, el genocidio, la anarquía, la anomia, la falta o desconocimiento de los más elementales protocolos de respeto a la comunidad o comunidades, las violaciones a los derechos humanos, incluyendo los derechos humanos más elementales, las violaciones sexuales y en especial la pederastia...–, entonces, por más que ese pueblo o esa comunidad o ese país o esa persona intente demostrar “civilidad” –y ya conocemos cómo funcionan los “lenguajes de las apariencias” (Ruano, 2003a) y las máscaras–, “es” bárbaro y transmitirá a través de su lenguaje verbal y de su lenguaje corporal barbarie, incivilidad. ¡Eso está más que claro! Y cualquiera que viva en la barbarie, justamente por las mismas características inherentes a la barbarie, desconoce la trascendencia del verdadero significado de “lealtad” y también de “traición” en situaciones de civilización. El que vive en la barbarie no es leal ni a nadie ni a nada..., el que vive en la barbarie es leal según las conveniencias, según los intereses, según los tiempos..., y su lealtad siempre será muy pasajera y condicional..., y traiciona a cualquiera o a cualquier cosa..., también según las conveniencias, según los intereses, según los tiempos. ¿Por qué? Muy sencillo, porque el que vive en la barbarie sólo conoce los “valores” de la barbarie, y ve a los “valores” de los grupos civilizados como algo anormal. Para el que vive en la barbarie “lo normal” es la barbarie, es decir “lo anormal” en un mundo civilizado. Es bastante frecuente ver que ciertos grupos e individuos en particular no ven como “bárbaros” los “hechos de barbarie”, y aquí estoy considerando desde un mandatario que no considera sus crímenes de guerra y sus invasiones como bárbaros hasta un grupo o comunidad que atenta contra otro grupo o comunidad, de la forma que sea, o un líder religioso, político o social que protege abierta y descaradamente a un violador de niños, a un pederasta. ¿Acaso éstos no son, todos, “hechos de barbarie”? ¿Acaso estos hechos, por diversos que sean, no son el resultado de la barbarie y la incivilidad? ¡Claro que sí! [...]

Si consideramos que, por ejemplo, en las relaciones afectivo-sexuales de los humanos en las sociedades tradicionales el 95% de las mujeres se casa, y que obviamente no todas las mujeres son físicamente bonitas –de la misma manera que sucede con los hombres–, entonces queda claro, o así parece, que bonitas y feas, físicamente hablando, consiguen maridos, consiguen esposos, es decir que “siempre hay un roto para un descocido”, o lo que es lo mismo, que siempre una fea conseguirá, sin tanto esfuerzo, a su feo. Pero esto no es tan sencillo, ésta no es la realidad de este asunto: siempre habrá competencias, porque competimos para tener, primeramente, una pareja, un matrimonio ideal, “de calidad”, que nos represente, que nos quiera, que nos respete, que nos acompañe a las reuniones sociales, etc., etc., etc., ¡y que funcione! –y de ser posible, ¡qué funcione a las mil maravillas!–; pero luego también competimos en las “relaciones extramatrimoniales” (algunas estadísticas establecen que más del 50% de los hombres y más del 35% de las mujeres han tenido algún tipo de relación extramarital), en “la canita al aire”, que son relaciones que se producen fuera del matrimonio por diferentes causas, de muy diversas maneras, generalmente al nivel heterosexual y, de manera extraordinaria al nivel homosexual, con matices sicológicos muy peculiares: “con las relaciones extramatrimoniales se busca lo que en casa no hay” –algo que con frecuencia nunca hubo desde el principio de la relación matrimonial–... El cornudo y la cornuda, el tarrú y la tarrúa, son como los glotones, que saben que con tanta comida se pueden indigestar –pensemos aquí en los inconvenientes de una relación extramatrimonial, que en algunos casos puede llegar a la sanción social, a la persecución y el hostigamiento, a la sanción jurídica, al asesinato, al crimen, al divorcio, a la humillación–, pero se atragantan... Si el objetivo principal de los humanos fuera nada más conseguir la “pareja bella ideal”, entonces ¿por qué, una vez obtenida esa pareja bella ideal, se producen las habituales relaciones extramatrimoniales?, ¿por qué mujeres que han logrado obtener los primeros lugares de la belleza internacional en certámenes como Miss Universo y Miss Mundo, o en el cine y la televisión, son engañadas y abandonadas por sus parejas masculinas, a veces por mujeres “feas” (?)?, ¿por qué reconocidos hombres hermosos del cine, de la televisión y de certámenes internacionales de belleza masculina son engañados y abandonados por sus parejas mujeres, a veces por hombres feos (?)? Lo que sucede es que el comportamiento humano, la conducta humana, la genética, y en especial la conducta sexual, son complejos e imprevisibles, ¡y dan unas sorpresas! En los grupos humanos occidentales, por motivos varios, pero en especial por cuestiones sociales, por cuestión de imagen, por el qué dirán, los feos no quieren feas, las feas tampoco quieren feos, aquél no quiere a aquélla, aquélla no quiere al otro, el de este color no quiera a la del otro color, la de este color no quiere al del otro color, la que tiene esta educación no quiere al que tiene aquella educación, el que tiene esta educación no quiere a la que tiene aquella educación, la que tiene este status no quiere al de aquel status, el de este status no quiere a aquélla de aquel status, la “familia” de éste no quiere a la “familia” de aquélla, la “familia” de aquélla no quiere a la “familia” de éste, etc... Y por si fuera poco todo esto, ¡ahora nadie quiere a los gordos! ¡Pero tampoco se quiere a los enclenques! ¿Es que acaso se ha pensado que en las relaciones de pareja y en las relaciones matrimoniales hay “pedidos a la carta”? Claro que no. Es posible que hoy, en los primeros momentos de las relaciones de la pareja, embullados, animados, contentos, ilusionados –y también “necesitados”, debido a que a muchas personas, en especial a las mujeres ya entradas en años (ya sea por el social qué dirán o por cuestiones biológicas, es decir el tiempo establecido para poder concebir, para poder embarazarse) les urge, desesperadamente, formar una pareja o tener un hijo. Aquí “el tiempo” no perdona– no aparezcan “ciertos rasgos de personalidad y conducta” en la pareja, o que no se quiera o no se pueda ver esos rasgos. El no ver a tiempo “ciertos rasgos” en la pareja no son más que bombas de tiempo. ¡De que explotan, explotan! Sólo falta tiempo.

Por todo lo antes mencionado es que tenemos que disfrazarnos –ponernos disfraces–, que enmascararnos –ponernos máscaras– (Fast, 1999; Goffman, 1981), que enfacharnos –ponernos fachas–, que encaretarnos –ponernos caretas– con “aquello que nos falta” –o quitarnos “aquello que nos sobra”– para ser potencialmente atractivos y aceptables para un grupo u otro, para una cultura u otra, para una raza u otra, para una persona u otra, para una empresa u otra, como también hacen otros animales... A veces también tenemos que ponernos disfraces, máscaras y caretas para que no reconozcan nuestra verdadera personalidad, para que no nos conozcan, para pasar inadvertidos o para dar una idea diferente de lo que en realidad somos y de lo que en realidad queremos o a lo que en realidad aspiramos, para evitar que se muestren nuestras verdaderas intenciones. Y de los que estamos plenamente seguros es de que, como dijo Mark Twain, “Todo hombre tiene una cara oscura que a nadie enseña”, hasta que se la descubren... Nos disfrazamos o encaretamos con trajes, con maquillajes, con apariencias físicas, con protocolos, con etiquetas o marcas, con gestos, con muecas, con ciertas reglas de demostración y con nombres y apellidos. Así, por ejemplo, cuando nuestro nombre o nuestro apellido no nos gustan, no nos convienen o no nos sirven para determinados fines, los cambiamos por otros, por seudónimos (Ruiz, 1985), algo que es muy común en el mundo artístico, en el mundo literario, en el mundo radiofónico, en el mundo cinematográfico, en el mundo televisivo. Recordemos, a modo de ejemplo, que en América Latina, de la misma manera que en muchos otros lugares del mundo, los miembros de la pareja deben “caer bien” a las respectivas familias. Los esposos no solamente se casan “entre ellos”, sino también con las respectivas familias. Lo que obviamente tiene sus ventajas, principalmente en situaciones de necesidad económica, problemas de salud y ayuda en la atención a los niños, en donde generalmente son los abuelos los que dan el paso al frente; pero también sus enormes desventajas: conflictos familiares, desacuerdos familiares. No por casualidad existe el dicho popular: ¡de la familia y el sol, mientras más lejos mejor!

Los gobiernos, los estados, los ministerios, las asociaciones, las empresas, las instituciones, las religiones, las escuelas, las instituciones educativas..., también se enmascaran, con lenguajes verbales y con lenguajes no verbales, con signos y símbolos, es decir con lo que dicen, con lo que profesan, con lo que hacen, con lo que portan, con lo que muestran, con cosas tangibles y con cosas intangibles, buscando aparentar lo que no son, y evitar así rechazos, represiones, represalias, sanciones y hostigamientos (Ruano, 2001; Ruano y Rendón, 2006; Ruano y Rendón, 2007). ¿Qué hace, por ejemplo, una tienda, un mercado, un negocio, cuando maquila, cuando compra, cuando importa, mercancía de otros países, producidas por extranjeros, y le pone la marca de su país, de su línea, etc.? ¡Enmascararse! ¿Qué hace una persona cuando regala un producto de una tienda común, de un mercado común, de un tianguis, de un timbiriche, y lo envuelve o pone en una caja o bolsa de producto de marca? ¡Está enmascarando, está encaretando ese producto! ¡Cuidado con actos de este tipo! En ese mismo momento usted estará enmascarando la mercancía, estará enmascarando el producto; pero, sin duda alguna, usted se estará poniendo la marca inconfundible del naco, del cheo, del rústico, del mentiroso, del dismorfóbico. ¡Aguas!, es decir ¡cuidado!

Decíamos que los humanos, en especial los humanos de las áreas modernas, civilizadas, llenas de protocolos y etiquetas, teníamos que disfrazarnos, que enmascararnos, constantemente, para lograr a través de las apariencias el equilibrio social y espiritual deseado, anhelado, y necesitado. ¡Y qué bueno que esto es así!; lo contrario sería un gran problema, porque los choques sociales, los enfrentamientos sociales, las rupturas sociales serían muchas y constantes: “Esta actitud de total desprecio de los elementos corrientes de enmascaramiento como los vestidos, el abandono del cuidado y la apariencia personal, [el uso de protocolos y etiquetas, a veces vetustos y un poco “estirados” o “abitongados”, anacrónicos] es a menudo una de las más evidentes señales de que se acerca una conducta psicótica” (Fast, 1999: 62). ¡Por eso unos tenemos que disfrazarnos de una cosa y otros de otra! Pero no olvidemos que una cosa es “el disfraz”, “la máscara”, “la careta”, y otra cosa es la realidad... ¡Cuidado, la máscara puede caer en cualquier momento y aparecer el verdadero rostro, la verdadera conducta! Casi siempre esa máscara desaparece cuando hay festejos o reuniones en las que se come y se bebe, en los festejos que duran bastante tiempo. Cuando las personas comen y beben todo aparece, ése es un momento importantísimo en el que afloran las verdaderas identidades, en todos los sentidos. Y siempre comemos y bebemos: en la vida pública, en el trabajo y en la familia o intimidad.

El uso de las máscaras para ocultar el verdadero rostro data de cientos de miles de años:

La ocultación del rostro con una máscara, generalmente con forma monstruosa, constituía un recurso mediante el cual las culturas primitivas ahuyentaban mágicamente a los enemigos y se apropiaban así de las fuerzas de los animales o personas a que hacían alusión. No debemos pensar que este significado es sólo simbólico. Aún hoy en día algunos pueblos del Índico (con desarrollos culturales semejantes a los del Paleolítico y que habitan territorios aislados de la influencia de las grandes civilizaciones de su entorno) basan su fuerza militar en este tipo de estratagemas.

Pero con el desarrollo de las grandes sociedades, el sentido de las máscaras quedó ya relegado a aspectos meramente simbólicos. En Oriente, por ejemplo, se emplearon frecuentemente con fines funerarios, pretendiendo mantener el rostro del difunto tras la muerte para que en la reencarnación siguiese ese modelo.

En la cultura grecorromana fueron un recurso constante en las presentaciones teatrales, ya fueran cómicas o dramáticas. Pese a ello, no debemos interpretarlas como algo frívolo o meramente decorativo, sino que con ellas se pretendió capturar realidades y sensibilidades metafísicas.

El uso actual de las máscaras, sobre todo en los carnavales, viene a simbolizar una pérdida de la propia identidad para pasar a convertirse, durante unos momentos, en otra persona o ser, escapando así de la monotonía en un ambiente de fiesta y alegría, y participando también en la pervivencia de antiguos ritos de inversión de las relaciones sociales (Serrano y Pascual, 2003: 207-208).

En nuestros días, al nivel social, ya sea en el ámbito público o en el ámbito laboral o en el ámbito íntimo, el uso de las máscaras tiene ventajas; pero también desventajas. Con las máscaras –y concretamente con las máscaras que exigen los grupos sociales en particular, según los tiempos, las migraciones, las razas, los imagotipos, las modas, la vida pública, la vida laboral y la vida familiar, etc.– podemos dar la impresión deseada, podemos “dar el gatazo”, podemos pasar por ser “el otro”, “un otro cualquiera”, “un otro deseado y necesario”, a veces “un otro” imprescindible y vital, como sucede en situaciones de guerras, de persecuciones y de conflictos, cuestión de “apariencias”:

CÉSAR. –Todo el mundo aquí vive de apariencias, de gestos. Yo he dicho que soy el otro César Rubio... ¿a quién perjudica eso? Mira a los que llevan águila de general sin haber peleado en una batalla; a los que se dicen amigos del pueblo y lo roban; a los demagogos que agitan a los obreros y los llaman camaradas sin haber trabajado en su vida con sus manos; a los profesores que no saben enseñar, a los estudiantes que no estudian. Mira a Navarro, el precandidato... yo sé que no es más que un bandido, y de eso sí tengo pruebas, y lo tienen por un héroe, un gran hombre nacional. Y ellos sí hacen daño y viven de su mentira. Yo soy mejor que muchos de ellos. ¿Por qué no...?

CÉSAR. –[...] Pero ¿quién eres tú? ¿Quién es cada uno en México? Dondequiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres. ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas.

NAVARRO. –Ninguno ha robado, como tú, personalidad de otro.

CÉSAR. –¿No? Todos usan ideas que no son suyas; todos son como las botellas que se usan en el teatro: con etiqueta de coñac, y rellenas de limonada; otros son rábanos o guayabas: un color por fuera y otro por dentro. Es una cosa del país. Está en toda la historia, que tú no conoces [...]

MIGUEL. –¿No te das cuenta de que quiero la verdad para vivir; de que tengo hambre y sed de verdad, de que no puedo respirar ya en esta atmósfera de mentira?

MIGUEL. – [...] Si yo tuviera un hijo le daría la verdad como leche, como aire (Usigli, 2002).

Pero también las máscaras tienen sus efectos social y sicológico contraproducentes; con la máscara se deja de ser “el yo”, “un yo”, para ser “el otro”, “un otro”. ¿Acaso un individuo y una sociedad que viven utilizando máscaras constantemente pueden desarrollarse, pueden crecer, pueden evolucionar, de manera sana? Claro que no. En estos casos sólo puede haber individuos de ficción, sociedades de ficción, regidas y controladas por la ficción, por la artificialidad, por la irrealidad, por las ilusiones, por el engaño, por la mentira, por la banalidad, por la envidia, por el rencor, por el odio... ¡Y por eso morimos de desengaño!

Las máscaras son múltiples y las personas tienen que enmascararse a veces de manera obligatoria. El enmascaramiento permite “disimular” y “simular”: [...] disimular es hacer creer que no se tiene eso que sí se posee, o fingir que no se es lo que en realidad sí forma parte sustancial del sujeto; y [...] simular es dar a entender que se tiene eso de lo que se carece .... Entonces ¿quién, por el motivo que sea, no ha disimulado o simulado alguna vez en su vida? Entonces, por ende, ¿quién no se ha enmascarado alguna vez en su vida? El problema no es haberlo hecho “una vez en la vida”. El problema radica en cuando tenemos que vivir disimulando o simulando “toda la vida” y la trascendencia de esa “disimulación” y “simulación”. ¡Terrible problema éste! En muchos lugares, el enmascaramiento forma parte de los hábitos sociales cotidianos, de los protocolos cotidianos, de las organizaciones familiares, y ciertas violaciones a estos enmascaramientos tienen castigos severos, inclusive la muerte (Freud, 1981). De tal manera: ¡Los feos tenemos que disfrazarnos de lindos...! ¡Los viejos, de jóvenes! ¡Y los de unos colores, de otros colores! ¡Los brutos, de inteligentes! ¡Y los lindos tenemos que disfrazarnos, además, de inteligentes...! ¡Y los lindos e inteligentes tenemos que disfrazarnos de potentes sexuales y cachondos, de “mataores”...! ¡Y los maleducados o rústicos tenemos que disfrazarnos de educados y finos...! ¡Y los “chistositos” o “sangrones” o “plomitos”, de acomedidos, comedidos o correctos! ¡El desagradable, de agradable! ¡Y los nacos o cheos tenemos que disfrazarnos de fresas y bitongos! ¡Y los pobres, de ricos! ¡Y los sucios y mugrosos tenemos que disfrazarnos de limpios y aseados! ¡Y los cuatreros, gandayas y ladrones tenemos que disfrazarnos de honestos! ¡Y los inmorales tenemos que disfrazarnos de morales! ¡Y los gatos, lambiscones, guatacas o tracatanes, de serviciales y correctos trabajadores, de trabajadores con perfecto desempeño! ¡Y los ateos, de creyentes; y los creyentes, de ateos; y los creyentes de unas religiones, en creyentes de otras religiones! ¡Y los curas pederastas y abusadores sexuales se disfrazan de “santos e inmaculados padres”!..., según los tiempos, los contextos, las situaciones, etc. Todo esto, claro está, aparece condicionado por las exigencias de los grupos imperantes, de la sociedad en el poder, y de quien, consciente o inconscientemente, crea en el “disfraz”, en la “disimulación”, en la “simulación”. ¿Y los masoquistas, los sádicos y los pederastas, de qué se disfrazan? ¡Mire nada más a su alrededor, recuerde los acontecimientos actuales, difundidos ampliamente por la radio, la televisión, Internet, los periódicos, las revistas...! ¿Ya vio? ¡Así es...! Entonces usted ya sabe perfectamente cuál es el disfraz de estos “simbólicos personajes”. Queda claro que las mejores (?) mascaradas, a nivel internacional y concretamente en América, se producen en las esferas de la política y la religión, por separado, y en la interrelación política-religión, o, lo que es lo mismo, interrelación estado-iglesia (Antaki, 1997: 125-134), incluyendo aquí, por supuesto, la reconocida y tradicional “relación a discreción” y “relación abierta” ejército-iglesia-religión (Goldhagen , 2003; Carrasco, 2007; Vera, 2007) y dictadura-iglesia-religión (Huxley, 1945): "Los políticos totalitarios exigen obediencia y conformidad en todas las esferas de la vida, incluso, por supuesto, la religiosa. Su propósito es utilizar la religión como instrumento de consolidación social, como una contribución a la mayor eficiencia militar del país. Por este motivo, la única clase de religión que fomentan es estrictamente antropocéntrica, excluyente y nacionalista."

Las máscaras han sido y siguen siendo muy empleadas en las migraciones. Los individuos que migran, generalmente tienen que emplear máscaras para reajustarse a las nuevas condiciones de vida: máscaras físicas, máscaras sociales, máscaras protocolares, máscaras religiosas, máscaras sexuales... Se puede ser “uno mismo” pero aparentando “ser otro”:

Para la recluta de estos hombres de España [se refiere a los hombres que se reclutaban en España para la Conquista en América, para poblar América] se había acudido a todo tipo de ardid propagandístico. Se sabe que cuando Rodrigo de Bastidas [sevillano, corrupto, muerto en Santiago de Cuba en 1527] regresó a España, los reyes dispusieron que por las villas y ciudades que transitase en su camino rumbo a la corte mostrara el oro y las riquezas traídas de la Indias. Se conoce también de los grandes incentivos que brindaron los reyes en la primera etapa conquistadora/colonizadora, que incluyó tierras, soldadas especiales, la quinta parte y después la tercera parte del oro que encontrasen. Inclusive se permitió que los homicidas pasasen a América a cumplir penas de destierro y en 1511 se abrió la puerta a hijos de quemados [es decir de negros de España; no es lo mismo ser un “negro de África” que ser un “negro de España”], con la única restricción de que no desempeñasen en las Indias oficios públicos. Estas pragmáticas atrajeron hacia la empresa conquistadora hombres de las más diversas escalas sociales, pero todos con la misma ansia de triunfo y una disposición a hacer lo posible, o imposible, para lograrlo [...]

Quienes sí se quedan [se refiere a los conquistadores que venían de Europa a América] son los pocos que por su edad, condiciones físicas u otras razones personalísimas deciden permanecer en la villa: a ellos se une gente marginal y dispersa, marinos desertores, condenados que huyen de España, Canarias u otros lugares de las propias Indias, judíos que ponen mar por medio a la persecución religiosa y, en fin, todos aquellos que decidieron ser ellos mismos, aparentando ser otros. Así, en sus inicios la sociedad blanca habanera y, en cierta forma, la de las otras villas, fue una sociedad residual: la sociedad de los que se quedaron ....

En las negociaciones las máscaras desempeñan un papel fundamental:

Máscara o espontaneidad

Para los clásicos, el negociador debe llevar una máscara. Nada de emociones, nada de expresiones, nada que muestre la turbación o la incertidumbre interior. Siguiendo esta forma de pensar, el general Charles de Gaulle afirmaba al recordar sus alocuciones televisivas: «La sobriedad de la actitud acentúa el relieve del discurso». Cada palabra se enriquece entonces con el contraste que logra con respecto a la naturalidad de la expresión, mientras que la acción del «control de sí mismo» actúa en sentido inverso: la sobriedad del gesto supone casi naturalmente una moderación del lenguaje y una economía de palabras, de metáforas, etc.

Los modernos, por su parte, prefieren la espontaneidad. Desgraciadamente, no resulta fácil quedarse impasible, sobre todo si el acompañante se esfuerza por hacerle salir de sus casillas. Por otra parte, y esta es la objeción más seria, la «máscara» limita en gran manera el poder de comunicación del cuerpo, incluso las propias facultades intelectuales, puesto que exige una atención constante dirigida hacia uno mismo. ¿Cómo mantener la máscara en el rostro en un consejo de administración, en el que se afrontan diversos proyectos divergentes, en medio de exclamaciones, elevaciones de tono, de propuestas contradictorias? La evolución de las relaciones humanas, que se hacen cada vez más directas y funcionales, ha llevado a los negociadores a la adopción de un comportamiento más espontáneo, más natural, en donde los gestos y las actitudes toman sin esfuerzo el relevo de las palabras y viceversa. Es evidente que expresa uno con mayor elegancia y convicción aquello que piensa; desligados de cualquier prejuicio, de todo cálculo, podemos dedicarnos por entero a la labor de la persuasión. Toda la fuerza empleada en dominar las propias reacciones puede ser puesta al servicio de la expresión, al igual que un actor que conozca perfectamente su libreto (Bourdoiseau y otros, 1982).

Las instituciones, organizaciones, empresas, transnacionales, bancos, negocios, gobiernos, estados, ministerios, universidades, escuelas, etc., también se disfrazan, se enmascaran, se enfachan, al emplear países, ciudades, zonas, colonias o repartos, locales, estructuras arquitectónicas, amueblados, ambientaciones, decoraciones, sonidos, nombres, colores, signos, banderas, escudos, imágenes, ideales, programas, lemas, títulos, etc., atrayentes, llamativos, interesantes, gratos, de caché, de élite, históricos, modernos, supuestamente actualizados, sagrados, estimulantes, etc., con el objetivo de dar una buena impresión y así lograr sus metas, buenas o malas. De esta manera, por ejemplo, muchas organizaciones se enmascaran con “organismos de fachada” o pseudoorganismos, para desviar la atención, para no llamar la atención, para vivir en la clandestinidad, sin controles, en las sombras (Delgado, 2005). También podemos enmascararnos con los “prestanombres”, y así adquirir, generalmente mediante negocios turbios y vías ilícitas, es decir ilegalmente, cuantiosos bienes y ganancias, que con frecuencia pertenecen a la comunidad, al erario público, al estado, etc. Esta actividad de “prestanombres” es tan frecuente en América Latina, y la practican tan abierta y descaradamente en las altas esferas sociales y gubernamentales, que ya es parte de nuestra vida diaria y “normal”, ¡y aquí no ha pasado nada!; bueno..., hasta ahora... (Ruano, 2004).

Ahora nos queda más claro el porqué de la existencia de los variados tipos de papeles o roles (Belbin, 1993):

  1. Papel o rol asignado.
  2. Papel o rol elegido.
  3. Papel o rol referencial.
  4. Papel o rol conflictivo.
  5. Papel o rol casual.
  6. Papel o rol protagónico.
  7. Papel o rol secundario o subordinado.
  8. Papel o rol asumido.
  9. Papel o rol de acción.
  10. Papel o rol social.
  11. Papel o rol mental.
  12. Papel o rol real.
  13. Papel o rol imaginario...

Veamos algunos de los criterios de Belbin en torno a los papeles o roles [...]

Status y rol son interdependientes; la estructura del grupo social y de la comunidad depende también de los status y los roles que proponen en ella. Por ejemplo, el grupo social "familia", "padre" e "hijo", son posiciones que implican una serie de comportamientos recíprocos culturalmente determinados y que definen e identifican esa posición determinada: son status a los cuales corresponden determinados roles. En las sociedades modernas, "civilizadas", el status del "padre" consistirá, por ejemplo, en ser responsable de la educación del "hijo", de la “instrucción” del hijo, en "darle su apellido", etc.; el status del "hijo" consistirá en llevar el apellido del padre, reconocerlo como tal, etc. Roles recíprocos son, en cambio, las actitudes de guía, consejo, protección, afecto, comprensión, etc., del padre con respecto al hijo; y de respeto, confianza, afecto, búsqueda de guía y de protección, etc., del hijo con respecto al padre. Si, por ejemplo, un individuo determinado es un "mal" hijo –prepotente, independiente, mal educado, irrespetuoso, corrupto, etc.– en la familia ese individuo tendrá el status de hijo, pero no desempeñará tal rol. Si, por el contrario, ese individuo fuera educado, cariñoso, respetuoso con un anciano cualquiera, aunque no sea su familiar, entonces desempeñará el papel de hijo, sin tener dicho status. Tanto status como conductas o comportamiento y papeles o roles están estrechamente relacionados con los medios masivos de comunicación o medios de comunicación masiva, según los tiempos, las modas, los géneros, los gustos sociales, etc. Desde el libro hasta Internet, pasando por la radio, la televisión y el cine, marcan las aspiraciones y las expectativas de las personas, y así marcan también los papeles reales o imaginarios que se desempeñan comunicativamente, tanto en el aspecto verbal como en el aspecto no verbal, en los tan variados contextos, esferas, capas y estratos de la vida humana.

Hoy son muchos los investigadores que analizan el status en el mundo empresarial:

En el mundo de los negocios, en el que no se emplean galones ni otros símbolos evidentes, esta misma capacidad de emitir cierto sentido de superioridad es lo que distingue a los jefes ejecutivos. ¿Cómo lo hacen? ¿Qué triquiñuelas y artilugios emplean para dominar a los subordinados, y qué triquiñuelas inventan para la lucha dentro de su propio rango?

[...] Hay un continuo desplazamiento y una lucha constante con relación al status en el mundo de los negocios, y por lo tanto los símbolos del status se vuelven parte necesaria de los desplazamientos o danzas. El ejecutivo con su portafolios es el más evidente, y todos conocemos la broma del hombre que sólo lleva su almuerzo en el portafolios, pero se empeña en llevarlo porque es tan importante para la imagen de sí mismo que debe crear.

[...] Las grandes empresas crean una serie de símbolos permanentes de status. Una gran firma de productos medicinales de Filadelfia ganó suficiente dinero con la venta de tranquilizantes como para construir un nuevo edificio en que se instalaría su creciente plana directiva. El edificio hubiera podido planearse con el número de oficinas y salas de trabajo que se deseara, pero deliberadamente la compañía incorporó a sus oficinas un símbolo de status. Las oficinas de las esquinas, en el piso más alto, fueron reservadas al personal de más categoría. Las oficinas de esquina del piso inferior fueron reservadas para la categoría inmediatamente inferior del personal. Ejecutivos de menor categoría, pero todavía de cierta importancia tuvieron oficinas sin ventanas. Más abajo todavía, se instalaron los hombres en cubículos subdivididos. Estos tenían paredes de vidrio despulido y no tenían puertas, y otros de rango aún inferior tenían cubículos de vidrio transparente. Los de último rango, tenían mesas en una sala abierta.

El rango era determinado por una ecuación cuyos elementos eran el tiempo de servicio, el salario y el grado [...] Dentro de este sistema había lugar para muchos otros elementos que demostraran grado o status. Cortinas, alfombras, mesas de madera en lugar de mesas de metal, muebles, divanes, sillones, y, por supuesto, secretarias, todo jerarquizado.

Un importante elemento de este arreglo era el contraste entre los cubículos de vidrio despulido y los de vidrio transparente. Al permitirse que el mundo le viera, el hombre del cubículo de vidrio transparente quedaba automáticamente reducido en su importancia o rango. Su territorio se hallaba mucho más abierto a la invasión visual. Era mucho más vulnerable (Fast, 1999: 43-45).

Las interacciones, los comportamientos y los roles determinan situaciones sociales; o dicho de otra manera, contactos entre varios individuos, en determinadas circunstancias, lugares y momentos. Conjuntos de situaciones sociales dotadas de características comunes, es decir de comportamientos verbo-corporales comunes o semejantes, constituyen esferas sociales (Ruano, 1986; Ruano, 2003a; Ruano, 2003b). Habrá así, entonces, por ejemplo, una esfera pública –es decir, un conjunto de situaciones caracterizadas por cierto tipo de interacciones, roles y comportamientos de tipo "público", con conductas valoradas como buenas y con conductas valoradas como malas, entre los mismos miembros de una esfera pública particular y entre miembros de esferas públicas diferentes–, una esfera laboral o especializada y una esfera privada. Habrá también una esfera política, una religiosa, una escolar, una profesional o de trabajo, una esfera científica, una esfera técnica, una ganadera, una agrícola, médica, etc.

En las interacciones adscribibles a las diferentes esferas, los grupos y los miembros entran en comunicación entre sí mediante redes de comunicación; esto es, conjuntos de canales y de instrumentos comunicativos, organizados de determinada manera, de la manera que ha establecido el grupo, por consenso. Los comportamientos exhibidos en las interacciones provocan –en los participantes en la interacción y en general en el grupo– reacciones, las que se orientan en base a normas explícitas y/o implícitas; conscientes y/o inconscientes que, subrayo aquí, tienen que ser analizadas cuidadosamente en áreas complejamente pluriculturales, pluriétnicas, como es el caso de México, Rusia, Israel, España, Brasil, China, Estados Unidos, etc. Si las reacciones son positivas, tenemos un consenso social; si las reacciones son negativas, tenemos una sanción social. Lo positivo o negativo en las normas de conducta de los individuos se establece a partir del comportamiento de los individuos en intimidad y del comportamiento de los individuos en sociedad. Analizar la intimidad de los individuos es considerar, automáticamente, la presencia de códigos verbales y corporales –mímicos y gestuales– especiales, diferentes; "es presenciar el renacimiento de un abundante contacto corporal entre adultos, en sustitución de las perdidas intimidades de la infancia. Estudiar el comportamiento de los hombres en sociedad es, en contraste, observar las restricciones de un contacto cauteloso e inhibido, mientras las opuestas exigencias de apego y de reserva, de dependencia y de independencia, luchan en el interior de nuestro cerebro” (Morris 1994: 97). A veces parece que en algunas sociedades ya el hombre no goza de libertad para abrazarse cuando le invade la alegría, o para llorar en los brazos de otro cuando le aflige el dolor. Son tantas las cosas que están formalizadas en las sociedades modernas: protocolos, etiquetas, cortesía...

Para el individuo común es difícil imaginar que algo tan normal como el apretón de manos se empleó en las salutaciones corrientes por primera vez sólo a partir del siglo XIX, con la revolución industrial y la tremenda expansión de la clase media, que introdujo una cuña cada vez más grande entre la aristocracia y la clase media y los campesinos. Estos nuevos burgueses, con sus comercios y sus negocios, celebraban continuos "tratos" y "convenios", sellándolos con el inevitable apretón de manos. Así fue como el apretón de manos contractual invadió la esfera social. En términos de intimidad corporal, no hay dudas de que los tiempos han cambiado. Es verdad que tanto el presidente le tiende la mano al campesino como los campesinos se la tienden entre sí. Ahí está la “igualdad” (?), por lo menos “en apariencias”, aunque sea de manera hipócrita, pero ¿quién debe tenderla primero?, ¿cuándo es que hay que hacerlo? ¡Ése es el problema! (Morris, 1994: 125-126). Para eso están, "en teoría", los libros de urbanidad y buenas maneras y los “protocolos de las mascaradas sociales y las mentiras verbo-corporales” (Ruano, 2003a; Ruano, 2003b; Ruano, 2004; Ruano y Rendón, 1997; Ruano y Rendón, 2001; Ruano y Rendón, 2006).

En las condiciones modernas de la vida, “se supone” que los hombres, que los seres humanos –por lo menos los civilizados y mundializados–, buscan ser comprendidos racionalmente, intelectualmente y también, por supuesto, emocionalmente. A veces un sólo contacto íntimo corporal es más beneficioso que todas las bellas palabras del diccionario. Generalmente es más reconfortante el fuerte y “sincero” abrazo de la madre, el padre, el marido, la esposa, el hijo, el amigo, el compañero de trabajo, que el diálogo especializado que se tiene con un sicólogo o un siquiatra. Es realmente asombrosa la posibilidad que tienen las sensaciones físicas de transmitir sentimientos emocionales.

La diferencia importante para la cultura en la situación de las clases no es la diferente posesión de bienes y con ello el distinto nivel de vida, sino la condición previa para adquirir cultura. Evidentemente, la capacidad para cultivarse depende del talento y las correspondientes cualidades de carácter, como aplicación, constancia y autodisciplina; pero éstos nada pueden hacer si falta el tiempo. Y, por el contrario, cuando se dispone de tiempo suficiente, aun con mediano talento, puede adquirirse una sólida cultura sin esfuerzo especial y sólo con una regular aplicación. No obstante, y es necesario plantearlo aquí, hay casos grupales e individuales que pueden desconcertar negativamente a cualquiera: ¡inconcebible! Pero bueno, así es la vida.

La posesión o no de una auténtica cultura –que no ha de confundirse, desde luego, con el haber frecuentado una institución de educación superior ni nada por el estilo– es, pues, sencillamente decisiva para la función cultural y la vida social de los seres humanos. Ante todo, es decisiva para la forma del lenguaje verbal y corporal. Todo lo que una cultura auténtica inyecta en la personalidad encuentra su expresión en el lenguaje. En cada variante dialectal, especialmente al nivel geográfico pero también al nivel social, la pronunciación del hombre culto está cuidadosamente articulada –según los parámetros fonéticos y fonológicos del área geolectal y sociolectal y evitando por todos los medios la “afectación”, es decir la falta de sencillez y naturalidad, y la extravagancia presuntuosa–. La pronunciación debe cuidarse primero porque así el discurso suena mejor, es más aceptado, y, segundo, porque con una buena pronunciación los sentimientos, que son tantos y tan variados y tan traicioneros, en buena medida pueden estar controlados de manera que no puedan pasar a través del lenguaje si no se desea –algo muy difícil de controlar, pero que se puede lograr–. La pronunciación, la dicción, el tono, el acento, etc. –es decir “la forma de hablar”–, están relacionados directamente con la imagen de las personas, la imagen de los grupos, la imagen de los pueblos, la imagen de las empresas, la imagen de las instituciones... En la persona culta, el tono del discurso es moderado y bien graduado según las particularidades dialectales de los grupos, se evitan extremos en altura e intensidad que puedan ser considerados como no pertinentes dentro del grupo de usuarios de esa variante dialectal, se lee de manera adecuada, cuidando las pausas que deben hacerse según la presencia y función de los signos ortográficos, que son los componentes “no verbales” de las palabras, es decir de lo verbal. En el caso de la lengua española, en cualquiera de sus dialectos, es necesario que las personas cultas tomen en cuenta, tanto a la hora de escribir como a la hora de leer, las pausas, las cadencias, las entonaciones...:

Puntuar correctamente sería algo así como ajustar lo más posible lo escrito a lo pensado, cerrar distancias entre autor y lector, eliminar ambigüedades involuntarias.

Nadie puntúa igual, como nadie tiene las mismas huellas dactilares; pero sí queda claro que existen muchas reglas que podemos tomar en cuenta para la escritura habitual, común, diaria, que no es lo mismo que la escritura artística, periodística, científica, etc.

Los signos de puntuación que se emplean en lengua española son los siguientes:

  1. Tilde o acento ortográfico ´

  2. Diéresis o crema ¨

  3. Punto .

  4. Coma ,

  5. Punto y coma ;

  6. Dos puntos :

  7. Puntos suspensivos ...

  8. Principio de interrogación ¿

  9. Fin de interrogación ?

  10. Principio de admiración ¡

  11. Fin de admiración !

  12. Fin de interrogación entre paréntesis (?)

  13. Fin de admiración entre paréntesis (!)

  14. Paréntesis ( )

  15. Corchetes [ ]

  16. Comillas:

A. Comillas normales o dobles “ “

B. Medias comillas o comillas sencillas ‘ ‘

C. Comillas angulares, bajas, francesas o sargentos « »

  1. Guión:

A. Guión o guión corto ­

B. Guión largo, raya o menos –

  1. Llamadas:

A. Asterisco *

B. Número dentro de paréntesis (7)

C. Número en voladita, número en forma de exponente
bibliografía7

  1. Mayúsculas.

De nuevo citamos las palabras de Fernández de Lizardi para ilustrar, de manera general, los problemas de la escritura en lengua española:

Y si esto era por lo tocante a leer, por lo que respecta a escribir ¿qué tal sería? Tantito peor, y no podía ser de otra suerte; porque sobre cimientos falsos no se levantan jamás fábricas firmes.

Es verdad que tenía su tintura en aquella parte de la escritura que se llamaba Caligrafía [arte de escribir con letra correctamente formada], porque sabía lo que eran trazos, finales, perfiles, distancias, proporciones, etcétera; en una palabra pintaba muy bonitas letras; pero en esto de Ortografía no había nada. El adornaba sus escritos con puntos, comas, interrogaciones y demás señales de éstas, mas sin orden, método ni instrucción; con esto salían algunas cosas suyas tan ridículas que mejor le hubiera sido no haberlas puesto ni una coma. El que se mete a hacer lo que no entiende acertará una vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad; pero las más ocasiones echará a perder todo lo que haga, como le sucedía a mi maestro en este particular; que donde había de poner dos puntos, ponía coma; en donde ésta tenía lugar, la omitía, y donde debía poner dos puntos, solía poner punto final. Razón clara para conocer desde luego que erraba cuanto escribía; y no hubiera sido lo peor que sólo hubieran resultado disparates ridículos de su maldita puntuación, pero algunas veces salían unas blasfemias escandalosas.

Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y le puso al pie una redondilla [estrofa de cuatro versos octosílabos] que desde luego debía decir así:

Pues del Padre Celestial
fue María la hija querida,
¿no había de ser concebida
sin pecado original?

Pero el infeliz hombre erró de medio a medio la colocación de los caracteres ortográficos, según que lo tenía de costumbre, y escribió un desatino endemoniado y digno de una mordaza si lo hubiera hecho con la más leve advertencia, porque puso:

¿Pues del Padre Celestial
fue María la hija querida?
No, había de ser concebida
sin pecado original.

Ya ven ustedes qué expuesto está a escribir mil desatinos el que carece de instrucción en la ortografía, y cuán necesario es que en este punto no os descuidéis con vuestros hijos.

Es una lástima la poca aplicación que se nota sobre este ramo en nuestro reino. No se ven sino mil groseros barbarismos todos los días escritos públicamente en velerías, chocolaterías, estanquillos, papeles de las esquinas y aun en el cartel del Coliseo. Es corriente ver una mayúscula entremetida en la mitad de un nombre o verbo, unas letras por otras, etcétera. Como, verbigracia: chocolaTería famosa; Rial estanquiyo de puros y sigarros; El Barbero de Cebilla; La Horgullosa; El Sebero Dictador y otras impropiedades de este tamaño, que no sólo manifiestan de a legua la ignorancia de los escribientes, sino lo abandonado de la política de la capital en esta parte.

¿Qué juicio tan mezquino no formará un extranjero de nuestra ilustración cuando vea semejantes despilfarros escritos y consentidos públicamente no ya en un pueblo, sino nada menos que en México, en la capital de las Indias Septentrionales, y a la vista y paciencia de tanta respetable autoridad y de un número de sabios tan acreditados en todas facultades? ¿Qué ha de decir ni que concepto ha de formar sino de que el común del pueblo (y eso si piensa con equidad) es de lo más vulgar e ignorante, y que está enteramente desatendido el cuidado de su ilustración por aquellos a quines está confiada?

Sería de desear que no se permitieran escribir estos públicos barbarismos que contribuyen no poco a desacreditarnos.

Pues aún no es eso todo lo malo que hay en el particular, porque es una lástima ver que este defecto de ortografía se extiende a muchas personas de fina educación, de talentos no vulgares, y que tal vez han pasado su juventud en los colegios y universidades; de manera que es muy raro oír un bello discurso a un orador, y notar en este mismo discurso escrito por su mano setenta mil defectos ortográficos. Y a mi me parece que esta falta se debe atribuir a los maestros de primeras letras, que o miran este punto tan principal de la escritura como mera curiosidad o como requisito no necesario, y por eso se descuidan de enseñarlo a sus discípulos, o enteramente lo ignoran, como mi maestro, y así no lo pueden enseñar. Ya hoy se va remediando este abuso mediante la aplicación de nuestros profesores; aunque no son tantos cuantos se han menester en una ciudad como México (Fernández de Lizardi, 1985) (Ruano, 2002).

En el individuo instruido el vocabulario es rico y dispone, desde luego, de abundancia de palabras para designar conceptos abstractos y nominar, “con las palabras adecuadas” las realidades, las características y rasgos, los objetos, los procesos, los estados, los fenómenos que le rodean y le afectan en el mundo de la civilidad. Por eso se debe evitar “ciertas frases hechas” y expresiones que se suponen no tienen cabida en el mundo civilizado, salvo para denotar estados sociolingüísticos desajustados y situaciones de incompetencia cultural, como sucede con mucha frecuencia en el discurso político-gubernamental-administrativo:

Así, a golpe de injusticia hemos logrado forjar las expresiones cotidianas que nos dan patria: “Ya cerramos”; “Le falta un sello, dos copias al carbón y la firma de su abuelita materna”; “Porque es la hora de la comida”; “P’al chesco”; “Uuy no, joven”; “¿De a cómo nos arreglamos?”; “Ahí lo dejo a su criterio”; “En la delegación va a salir más caro”; “La última y nos vamos”; “Mañana te pago”; “Por lo menos el aeropuerto de la ciudad de México es mejor que el de otros países”; “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”; “Ahí se va...”; “Un político pobre es un pobre político”.

Estas frases nos desnudan, nos exponen, nos enorgullecen, nos revelan. Son parte de la gloriosa herencia histórica que dicen que tenemos; ¿quiénes?, pues los autores de la “historia oficial”, redactada al calor de unos pulques por un grupo de intelectuales famosos. Ellos pensaron, en la década de los treinta, que México tenía que verse a sí mismo de otra manera y salía más barato cambiar la historia que cambiar al país. Entonces lo hicieron y crearon esos libros de altísima calidad, papel bond, imágenes inolvidables y fantasías maravillosas [...]

Con frecuencia se dice que el PRI creó al México posrevolucionario y su forma de hablar y de actuar ....

De la misma manera que podemos conocer la condición belicosa o pacífica de un pueblo a través de la “arquitectura de sus edificios”, como sucede, por ejemplo con los pueblos que tienen construcciones fortificadas, recintos amurallados, castros, etc., así también, a través de la “arquitectura del lenguaje” o la “arquitectura de las palabras”, a través de la arquitectura del lenguaje verbo-corporal, conocemos el pensar, el sentir, la ideología, la cultura y el actuar de las personas y de los pueblos.

Por esto, se nota que en los individuos instruidos, que en los pueblos instruidos, para cada contenido se halla al alcance la palabra propia, la palabra indicada, y también la actitud, la conducta, el lenguaje corporal indicado, los gestos indicados, los protocolos indicados y adecuados.

La conjugación verbal adecuada es otro rasgo que diferencia a las personas instruidas idiomáticamente o lingüísticamente “de verdad” de las personas no instruidas o instruidas “en apariencia”: “También pueden presentarse anomalías en la acentuación a la hora de pronunciar y escribir los verbos comerciar, conferenciar, diferenciar, distanciar, espaciar, escanciar, financiar, referenciar, y saciar. Así, por ejemplo, se pronuncia y se escribe diferencia y no diferencía, referencia y no referencía, etc.” (Ruano, 2000).

En los grupos sociales, o en el individuo en particular, en donde es evidente la pluriculturalidad, a causa del conocimiento de culturas y lenguas extranjeras el lenguaje se inclina al empleo de voces y significados extranjeros y de préstamos o adopciones, de la misma manera que tanto el lenguaje corporal como los protocolos pueden adoptar ciertas variantes o matices, pero siempre destacando que todo esto ocurre hasta donde el buen gusto no lo estorbe. Pero los préstamos responden a la necesidad de matizar con exactitud. Por ejemplo, para la valoración de la lengua culta, de la norma culta, de muchas áreas lingüísticas se pregunta a la persona entrevistada si ha viajado al extranjero y si conoce otras lenguas. También el lenguaje corporal de las personas instruidas o cultivadas tiene, o debe tener, características especiales.

Frente a esto, la lengua de la clase baja, la lengua popular, es mucho más simple, pero también más viva, gráfica, expresiva, llena de frases hechas... Aquí la articulación puede aparecer confusa, ya por mayores vehemencias, ya por comodidad, y en la entonación a veces se prefieren los extremos, sin tener en cuenta la armonía, y se ponen al servicio de la expresión gritos estridentes y sordos fragores. El vocabulario de la clase baja, pobre y uniforme en general, cargado de doble sentido y variantes semánticas tabuizadas, es rico en expresiones fuertes y formas corporales “muy expresivas” o “pintorescas”. En el lenguaje no ilustrado la designación de los contenidos es inexacta, se deja la comprensión al contexto. Voces de sonido análogo, no sólo desde luego extranjerismos o nombres abstractos, se confunden descuidadamente. La construcción es sencilla, pero también uniforme. Frases complicadas no solamente no se emplean, sino que tampoco se entienden. Las diferencias entre las altas esferas y las esferas bajas –socioculturalmente y socioeconómicamente– en el modo de hablar son considerables. Y sucede, a veces, que la comprensión se logra en vista de que el hombre culto se acomoda en cierta medida a la lengua o variante discursiva verbo-corporal de la capa inferior, construye sus frases más sencillas, evita en lo posible extranjerismos y voces abstractas, renuncia, en suma, a una mayor variedad en la expresión y los estilos discursivos verbales y no verbales. Inclusive en las formas dialectales marcadas se nota la diferencia en el hablar de los cultos y los no cultos –Suiza, Alemania, Italia, España, Estados Unidos, México, Cuba, Venezuela, Bolivia, Chile, Argentina, Rusia, Bulgaria, Brasil, Haití...–. Esta diferencia, como hemos visto, es un resultado de la distinta posición social de las dos clases. Pero, a su vez, viene a ser un signo distintivo de la pertenencia a una de ellas. En todas partes desea el individuo que asciende de la clase inferior a la superior adaptarse idiomáticamente a las particularidades de ese nuevo grupo –aunque en América Latina, en promedio y al parecer, esto no se cumple o se cumple muy mal, en especial en el ámbito de la política, de la gobernación y de la administración pública; pero también en el ámbito educativo (Ruano, 2002; Ruano, 2003a)–. El Inglaterra, por ejemplo, donde se ha observado un foso mucho más profundo que en Alemania en cuanto a la dicotomía culto/inculto en el territorio lingüístico, la pronunciación "tosca", considerando concretamente las variantes sociolingüísticas de prestigio, imposibilita socialmente, cosa que generalmente no ocurría en los países ex-socialistas o en Cuba o en México o en Bolivia o en Venezuela o en Chile o en Argentina..., donde podemos encontrar un alto funcionario a nivel de estado con grandes problemas lingüísticos en su misma lengua materna y en su mismo dilecto geográfico o social, un individuo del cual se dice literalmente que "no sabe hablar" (Ruano, 2003a). Otro ejemplo, un tanto particular e interesante, es el de la isla de Java, ubicada en el archipiélago Malayo –130.398 km2, que se encuentra en Indonesia (228.437.870 habitantes y más de 300 lenguas y dialectos, aparte de otros idiomas como el inglés, neerlandés, sudanés, árabe, chino), y que tiene unos 107.581.306 habitantes–. En la historia lingüística de Java se han registrado varias formas idiomáticas diferentes del javanés, que se diferencian por clases sociales. Está, en primer término, el ngoko, lengua del pueblo bajo, la verdadera lengua materna del hombre javanés, que se aprende desde la infancia. Esta variante también la emplea la persona que ocupa un elevado nivel cuando se dirige a sus inferiores. De aquí que sea, por otro lado, la lengua empleada para las leyes y las ordenanzas. Por lo demás, la capa superior tiene su forma idiomática propia, el kromo, cuyo léxico está formado en parte por palabras del ngoko, variadas algo en su forma, más también de palabras totalmente diferentes. Para las formas gramaticales se emplean otras sílabas que en ngoko. Ahora bien, esta forma idiomática no es solamente hablada en el trato de la capa superior entre sí, sino que también tienen que usarla los que pertenecen a las capas inferiores cuando se dirigen a la superior. Además, es la lengua que se usa en las correspondencias y en la literatura. Pero, a su vez, la burguesía media habla una forma idiomática que está mezclada de elementos del kromo y el ngoko, que se llama madyo. Hay, además, formas que usan sólo los príncipes entre sí y otras que deben emplear los súbditos frente a un príncipe.

Cuestiones muy interesantes respecto del análisis de la correlación sociedad y lenguajes, sociedad y lenguas, son las de la situación lingüística en la ex-Unión Soviética, la del Cáucaso, la de las variantes lingüísticas en África y la de la comunidad lingüística hispánica de América Latina y Estados Unidos. Otros problemas a analizar para la correlación sociedad/lenguaje serían los de los lenguajes naturales, los lenguajes especializados, los lenguajes científicos y técnicos, las jergas, los dialectos, los sociolectos, las lenguas pidgin y criollas, situación de lenguas en contacto y lenguas en conflicto, el uso de la las canciones y la función de los aedas, rapsodas y juglares en la comunicación social, etc. [...]

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Sociolingüística y textología aplicadas a la traducción
México, Ediciones ЯR y Universidad Iberoamericana

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