An edition of Jardines sumergidos (2003)

Jardines sumergidos

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June 2, 2010 | History
An edition of Jardines sumergidos (2003)

Jardines sumergidos

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PALABRAS A FLOTE

Francisco Hernández

Milenio, 2 de mayo de 2003

La poesía, mediante las palabras que convoca, suele irse con mayor frecuencia a las profundidades, que salir a la superficie para después ganar altura.

Y cuando hablo de las profundidades no me refiero a lo profundo, sino a los versos de siempre con la mediocridad de siempre: aquella que no emociona, que no sacude, que le da la espalda a los sentidos sin arriesgar nada, en ningún terreno.

No es el caso de Jardines sumergidos, el quinto libro de poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez, editado por Colibrí y la Secretaría de Cultura de Puebla.

DOS

Esta obra se fundamenta en el rigor y en la exigencia. El poema “Después de un largo viaje”, por ejemplo, se construye a partir de endecasílabos asonantes. Empieza con un quinteto seguido por tres cuartetos. Y su asunto tiene que ver principalmente con la soledad que se reconcentra en los climas desconocidos o bajo la regadera de un cuarto de hotel también desconocido, donde el poeta, sin duda, será atacado por ese insomnio que le es tan familiar. Aquí se consolida la lejanía de ese alguien que nos resulta indispensable y el lenguaje se transforma en el último asidero y en la concepción más pura del oxígeno.

TRES

El soneto llamado “Nox” es notable también. Redondo, musical, paisajístico, nos presenta al escritor como lo que es o como lo que debiera ser: el testigo, el observador, el cronista que nos hace abrir los ojos para ver el color de las nubes, el polen y las estrellas que transporta el viento y un concepto en el que nunca había reparado: el mar en continua rotación como lo que es: un planeta de agua salada. Estos son los últimos versos del poema:

Anochece. Parte del día

sin dolor aparente ni alegría.

Cuántas veces he oído este paisaje

mudar a voluntad frente al oleaje

del alba o del ocaso. Ya está oscuro

el mundo. Están la noche y el futuro.

CUATRO

En cuanto a la malicia y el sentido del humor, una prueba clarísima es “Las flores del Mall”. Por el texto transitan muchachas endiosadas, de esas que algún día envejecerán, pero que por el momento se sienten inmortales, deseadas, intocables y que con justificada razón nos menosprecian.

Son o encarnan el mal, sin saber que alguna vez existió un poeta francés llamado Charles Baudelaire y sienten que su verdadero lugar en el mundo está en esos enormes centros comerciales similares a la catedral de Notre Dame, donde la divinidad indiscutible es el consumo.

Reproduzco las primeras líneas:

Las jóvenes diosas, nocturnas

apariciones (ropa oscura,

plata quemando sus ombligos)

en la cadencia de la pista,

comenzarán a despintarse

con la premura de los años,

los problemas, quizá los hijos

que no tienen aún.

CINCO

Si los jardines se sumergen, es porque están repletos de poesía o de nostalgia por esas ciudades que no volveremos a ver. Por eso en este libro se mencionan los aviones, las temperaturas o los diferentes rostros de Madrid, La Habana, Buenos Aires, Pompeya, Venecia o el Averno. Si los jardines se sumergen, es porque están repletos de raíces donde los sueños a menudo, florean.

Por eso ahí está Jorge Luis Borges con su sombra, Kavafis con sus navegaciones espumosas, Cernuda con sus claros ventanales o Jaime Gil de Biedma con sus palpitaciones estelares.

SEIS

Termino con el texto titulado “Materia del relámpago”, donde el amor, con su maquillaje, su ropa interior y sus perfumes, nos llama la atención por un instante, recordándonos, quizá, lo más estimulante de la vida:

Calculaste al detalle cada paso,

sutil, desde hace siglos. Finalmente

tu esposo está de viaje y tus pequeñas

se fueron a dormir con sus abuelos.

Así que ahora estás sola y con euforia,

te has vuelto a maquillar y te has vestido

de negro riguroso y perfumado

tu mínima porción de lencería.

Estás temblando, te dices, pero nada

te hará volver atrás. Miras tu imagen

alzada en los tacones, desafiante.

Tú y la noche son jóvenes y hermosas

Como una tempestad que se aproxima.

.

EL CRECIMIENTO DE LA TARDE

Hugo Gutiérrez Vega

La Jornada Semanal, 15 de junio de 2003

Bajo la piel de las cosas más cotidianas se agitan los emblemas del mundo y de la vida. El poema los hace palpables y, en un acto de pura milagrería, los regresa a su misterio y el poeta se agazapa para cazar otro momento revelador. Por eso, lo que entrega son fragmentos de una biografía (Ungaretti dixit), trasuntos “de los hornos donde el sol se incuba” (lo dice nuestro Rubén nacional) y la maravilla de un cuerpo desnudo en la ceremonia de secar y de peinar su cabello en el interminable espacio del baño (Jorge Valdés Díaz-Vélez nos lo cuenta). De esta manera, la poesía cumple sus ritos y sirve a lo humano. De esta manera, la poesía hace palpables los momentos de magia pura que laten en el fondo de los momentos sencillos, los ademanes conocidos, las emocionantes ceremonias de cada despertar, de cada atardecida o de cada noche cerrada en la cual la única luz que salva y redime es la del amor, la de la entrega a otra alma, a otro cuerpo.

En Jardines sumergidos Jorge Valdés Díaz-Vélez aparece en plena madurez formal y su acercamiento al soneto muestra antiguas virtudes y la novedosa manera de unir los versos para integrar una sola corriente lírica: “Nada impide/ su vuelo hacia el crepúsculo”, “desiertas huellas/ del mar en rotación, el crecimiento/ de la tarde...” “Cuántas veces he oído este paisaje/ mudar a voluntad frente al oleaje/ del alba o del ocaso...” nos dice en “Nox”, poema que hace patente el finísimo oído de Jorge y en el cual se logra domeñar un impulso lírico de estirpe neorromántica con el freno sutil de la forma precisa y ajustada a las exigencias del tema. Conserva la frescura de Voz temporal, pero tiene la novedosa madurez del poemario con el que ganó el Premio Nacional de Aguascalientes, La puerta giratoria.

Sigue siendo fiel a sus voces tutelares (hablar de influencias es una ociosidad crítica): Saint-John Perse, López Velarde, Drummond de Andrade, Seferis, Ungaretti, Kavafis, Alfonso Reyes, Dante, el Cantar de los Cantares, Villaurrutia, Borges, Pessoa, Gil de Biedma y dos músicos, Bach y Satie, que tanto ayudan a fortalecer la música interna del poema y el sentido del ritmo: “Escuchamos el arco de hojarascas de Bach contra el vacío. El espacio sonoro en la piel de una presencia dibujándose leve, certera como el verbo de alguna frase dicha al azar...”, mientras que, escuchando las notas de Satie, regresa a otro tiempo y a otro libro y las presencias se acercan para recrear el pasado: “Escucho entre las notas el crepúsculo/ y en sus pausas el viento y la hondonada/similar al paisaje que encendió/ el aroma cautivo de aquel libro...”

Aquí están todos los sentidos despiertos, sirviendo al espíritu, dando sentido a la materia, a “los alimentos terrenales”: el tacto, el olfato, el oído, el gusto, la vista y, debajo, en la geografía oculta, las presencias que pasan como sombras de novela de Henry James o como las manos impalpables de las hermosas ocultas de las rimas becquerianas. Sólo un espíritu refinado y fuerte a la vez es capaz de percibir esas figuras entre la niebla y de convocarlas a través de la palabra y de la música del poema.
El viaje es la otra presencia y otro motivo fundamental en la poesía de Jorge que, como todos sabemos, es otro de los muchos y variopintos escritores diplomáticos de nuestro país (no un escritor convertido por decreto en diplomático sino un diplomático de carrera que es escritor y que, con modestia y honradez, dice como Machado, “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago”. No estoy diciendo que una de esas categorías sea superior a la otra. Me limito a describir sus distintas características) y que, por lo mismo, ha hecho del desarraigo una forma de vida, ésa que va dejando pedazos de alma por todos lados y que nos faculta para ser de muchas partes del mundo llevando nuestra ciudad sobre los hombros, al igual que Kavafis, y como un aroma persistente en la piel del alma: “Otro ya en mi lugar lleva el idioma./ Otro toma el avión en que me alejo,/ y otro más la ciudad donde alguien cierra/ un portón de metal que se desploma.”

El viaje exterior y las estancias en lugares que acaban por despertar nuestro amor y que hacemos nuestros con toda la cauda de seres, paisajes y climas de la geografía y del espíritu, son la substancia de algunos poemas de este libro hecho de evocaciones, de profundas nostalgias: “Llueve fuego en Madrid y en Buenos Aires/ han salido a la calle las bufandas./ La Habana, está sumida entre ciclones./ En México hay buen sol y es tan radiante/ que hoy podemos creer que los volcanes/ son auténticos dioses...”
Otra constante del poemario es el amor y sus transformaciones, los climas por donde pasa y a los que da sentido, sus momentos distintos bajo la piel de su rostro inalterable. Se trata de hablar de las estaciones del amor y de su permanencia en medio del ciclón; se trata, en suma, como lo hacen Catulo y Ovidio, de celebrarlo y de hacer ofrendas a ese niño todopoderoso:

“Donde dice la noche debe leerse el día,/ donde aparezca sombra deben estar tus manos;/ en donde diga brisa, ciudad que me abandona;/ donde dice relámpago, memoria o travesía;/ donde se nombra el fuego puede escucharse música...”
De esta manera, la palabra poética adquiere su natural polivalencia y, por lo mismo, tiene tantos rostros como el autor quiera darle y tantas combinaciones de notas y de silencios como lo exijan las músicas internas y externas del poema.

Por último, quiero decir que hay en este poemario un vago aroma impresionista, una tenue coloración de aurora marina hecha con trazos de un pincel levísimo y unas notas difuminadas de preludio de Debussy o de pavana de Ravel. Jorge busca esos momentos indecisos de la luz y del ánimo para expresar su duda y para comunicar una desesperanza unida a un amor desbordante por el mundo, la vida y sus emblemas. Desbordante, sí pero contenido por la brida de la forma y la elegancia del espíritu: “Llegábamos del sur. También llegaban/ al mantel de la noche las heridas,/ las ásperas palabras. Era inútil/ convocar las imágenes dispersas,/ el aroma del té, del eucalipto/ donde hablaba la bruma con sus hojas...”

Hay una queja amable contra el tiempo en estas palabras que tiemblan y hablan como las frondas de los eucaliptos que han permanecido fieles a su raíz a pesar de las sequías, las lluvias excesivas o la depredación de los humanos que son, sin duda, uno de los más dañinos grupos zoológicos. Pero Jorge declara inocente al tiempo y no se atreve a hacerlo suyo. Viaja hacia el pasado y teme “a los nuevos rencores ya servidos”. Encuentra más digno al pretérito imperfecto y, sin embargo, se asombra ante la tenacidad de las últimas estrellas fieles a su noche.

Predominan en el poemario las naturalezas vivas: Cydno, Ishmar, la erótica canción de febrero, los murmullos del olivar y, sobre todo, el mare nostrum de la tradición latina. A él me atengo para terminar estas divagaciones: “Es uno mismo el que acaricia mis ojos/ en su cuerpo de sal y el que devora el curso/ de la tarde o el ronco estertor de los ahogados...” Es nuestro mar “color de vino”, nuestro mar oteado por Palinuro, el mar grecolatino que sigue y sigue, cambia en Portugal y se viene hasta las Américas para seguir siendo nuestro.

.

JARDINES SUMERGIDOS: JORGE VALDES DIAZ-VELEZ

Ricardo Muñoz Munguía

Revista Siempre!

21 de septiembre de 2003

La poesía, seguramente por su brevedad, es el género con el que existe la ventaja de recorrer por diferentes latitudes, y esto es algo que ha sabido aprovechar el autor de Jardines sumergidos. Para Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955) la poesía borra linderos entre la realidad y el sueño, propone una Convivencia dentro de una atmósfera en la que los personajes van y vienen o regresan de donde fueron. Se expone un juego de espejos con el tiempo, los escenarios son tenues o con algunos roces en los versos, en lo que marca más atención el autor es en entregar un puñado de acciones de la mano plagada de metáforas qUe en su mayoría se dan o se escuchan con ritmo.

El también autor de Voz temporal, Aguas territoriales, Cuerpo cierto y con el que ganara el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en su edición de 1998. La puerta giratoria, hace un registro con sus distintos encuentros con la literatura, la mujer, la obsesión, la muerte. Jorge Valdés inserta en parte de su trabajo algunas épocas del año con sus vientos o lluvias para. desde ahí, señalar la fuga de sus palabras. Valdés conoce bien por donde va, llena el vaso sin desparramar el agua. "De nuevo abrió sus fauces calientes el Averno./ Vienen las pesadillas y el terror a morir/ si el sueño al invadido se vuelve flama negra,/ si al dormir se lo llevan a él, al lujurioso/ lagar de los demonios."

Una posible influencia literaria de pronto puede encontrarse entre algo que lo vemos muy nuestro, un camino paralelo con el estilo propio. En las primeras páginas del libro se perciben unas líneas borgianas, que son estupendas: "Otro ya en mi lugar lleva el idioma.// Otro toma el avión en que me alejo, y otro más la ciudad donde alguien cierra un portón de metal que se desploma".

Jorge Valdés Díaz-Vélez. Jardines sumergidos. Secretaría de Cultura de Puebla/Editorial Colibrí, México, 2003; 129pp.

Publish Date
Publisher
Editorial Colibrí
Pages
136

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Cover of: Jardines sumergidos
Jardines sumergidos
México, 2003, Editorial Colibrí
- 1ª

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Edition Notes

Published in
2003
Series
As de oros
Genre
poetry

The Physical Object

Pagination
136
Number of pages
136

ID Numbers

Open Library
OL23159233M
ISBN 10
968506251X

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Poetry

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