Caminería. Carlos Osorio.
Ediciones de la Revista POESIA, 1998
Roberto Martínez Bachrich

Estoy seguro de que a Carlos Osorio lo tienen sin cuidado las reseñas o notas en torno a sus libros. El está ocupado, viviendo. Y Caminería da fe de ello. La materia del poema se cocina, limpia y exacta, desde la materia de la vida. La lucha íntima del día a día que es el vivir. Nada en este libro es ajeno a ese propósito: mostrar la vida desde una mirada que puede apartarse de sí un poco, y así verse en su precisa y nimia grandeza. Mirar, pues, la autopista de los días; pero no desde la pista misma, sino desde más allá, desde la Caminería.

La angustia que se cierne sobre el espíritu del ser al pensar (observándose) en la vida perdida, luego el milagro de encontrarla en donde no se sospechaba. La conciencia de que cada paso es una deuda con la muerte y de que, quizá, no es nada el ser, sino –¿y eso basta?– el eco de otro ser. La firme creencia en la apuesta por la paz: hay que jugarlo todo, no hay otra manera de alcanzarla. La necesidad de adaptarse a la propia naturaleza, mirarse en el hijo, verse en el padre: reconocerse en ese trozo máximo de la vida que es la familia. La certeza de que el trabajo trae sus frutos, de que no todo es vano, de que más allá de la rica simpleza del sol, la luna, el canto de un pájaro o una enfermedad, está el provecho único y último de la vida; y de que si se ha vivido, si se accede a la propia aceptación de lo que somos y nos rodea, si es posible la calma, la serenidad, la sencilla dicha de que haya sido vida la vida, entonces el sueño (diario o eterno) será bienvenido y bendecido.

Lengua íntima, la de Osorio. Sin grandes hallazgos formales ni intentonas obtusas de colarse en vanguardias y tendencias escandalosas que busquen a toda costa la atención lectora. Versos silenciosos. Sin bulla. Y esto, hoy, es algo que cualquier lector agradece.

Cierra la edición una muestra vieja de la callada labor de Osorio: textos de sus dos libros anteriores: Saravá (1988) y Albricias (1992). El afán por ponerle el ojo a la vida propia, a la vida misma, no es, entonces, ninguna novedad en el trabajo de este autor. Don y oficio, sabia mirada y persistencia; su obra es la mejor prueba.