«La primavera ha venido, / nadie sabe cómo ha sido», escribe Antonio Machado. Con la pintura contemporánea sucede algo semejante. Podemos dar, a posteriori, todas las explicaciones, podemos agrupar como escuelas, como movimientos conscientes y hasta científicos las actividades heterogéneas de grupos de individuos; y, al hablar del impresionismo, del modernismo, del cubismo, del fauvismo, nadie nos impide creer que se trata de «partidos» o de «congregaciones» de la pintura, con sus reglas previas al ingreso de los miembros. En la realidad no ocurre nada de eso; cada artista va trabajando, a tientas, sobre todo si se trata de un auténtico creador, y es incapaz de formular claramente sus teorías (salvo raras excepciones, como Signac, Delaunay o Klee); incluso cuando las formula, su obra queda aparte. Igualmente ilusorio es pretender dar una fecha del comienzo del arte moderno. No hubo «inauguración» de la Pintura Contemporánea, con discursos y bandas de música. Por tanto, cada cual puede situarla donde mejor le parezca; hay quien habla de Delacroix o Turner como los primeros pintores modernos; hay quien prefiere comenzar por Coya; hay quien, yendo más atrás aún, piensa en Ver-meer, en Rembrandt o en Velázquez.