SIN CERROJOS

Gabriela Turner Saad

Revista Etcétera, Nº 277, 21 de mayo de 1988

Cuando una puerta no posee cerradura y puede girar en un mismo eje con la intención de quien entre en sus divisiones rote cada 60 grados hacia un sitio, edificado sin olvido de la tradición literaria por la forma: soneto, sonetillo, verso blanco; entonces tiene acceso a La puerta giratoria, de Jorge Valdés Díaz-Vélez, Premio de poesía Aguascalientes 1998.

Para ello no hay que pensar en un círculo como estructura sino en ángulos cuyo centro traza un arco por el cual ingresa el lector a "El jardín sumergido" donde el miramiento apunta hacia la luz del mediodía y existe un punzón para cortar los bordes de las horas y convertir en "un crepúsculo ajado" el tiempo, los nombres, el agua, finalmente aquello que en la boca sedienta de palabras queda abismado por la contemplación y por el sometimiento de las formas.

Segunda curvatura, "Fundación de la llama" donde lo líquido de la esencia se torna en fuego transformador, así puede leerse la agonía como incendio y tizne, el pasado y la memoria con la voz urgida por pronunciarse en el sueño, en la noche, en el DF, en el exilio, hasta en una fábula. Zona donde la inmortalidad y el amor son detallados para descubrir las cicatrices de todo ciclo y reconocer que no hay algo perdurable.

Tercera curva, "El espejo cobrizo". Todavía cae la luz y por más escritura que haya incluso en el lienzo, en una fotografía familiar, "detrás de una palabra", cualquier motivo ya sea la tarde o los pasillos, el cuadro o el aire, cada uno es acosado por el instante fugitivo, brevísimo espacio donde la premura muestra que no existe el regreso ni a la infancia ni a la vida ni a la noche. Porque "la noche de tu cuerpo resguarda en sí la noche", de esta manera la luz es fraguada en cualquier objeto.

Cuarto recoveco, "Las cantigas de Almagro (Gnossiennes)". Cancionero que desde agosto empieza para entonar a la brisa y a la barca donde la lumbre es pétalo y flor, espalda cubierta y piel que emerge de la luz y de la mar como contraste para ser deseada. Encuentro con el cabello y los ojos y los senos después de una tarde sobre el muelle, para hacerse cuerpo el horizonte y carne la humedad de ella.

Quinta comisura, "Galería". Aquí no hay que besar a nadie, sólo escuchar la apariencia de las cosas para saberse solo. Lo pasajero continúa como visión del ayer y del ahora. Lo inasible y lo inefable. El silencio logra estremecerse por "la rozadura de palabras". Un contigo que denuncia las ausencias. "Tan sólo / por estos momentos recuérdate / sin luto y sin melancolía / entre todo lo que has perdido".

Canto sexto, "Axtiaule". En diez papiros la luna es símbolo y presagio, paso de la oscuridad, medición del tiempo. Territorio para la voz testigo de una tribu que vive cerca de la noche. Búsqueda de la estirpe donde la sangre taciturna talla en el rostro la máscara que cubre de plegarias la propia historia.
Rota la puerta 360 grados. A cada ángulo le pertenece una directriz, pero en el eje radica una constante: la importancia de la fugacidad de cuanto se mira y toca, de la luz que crea el relieve de cada una de las oscuridades que rodean y dominan al poeta. Necesidad de contar y de hacerse voz, lejana al dolor.

Acercamiento a veces a las imágenes, sin cerrojos

.

Gabriela Turner Saad es poetisa egresada de la Facultad de Filosofía de la UNAM.

Jorge Valdés Díaz-Vélez, La puerta giratoria, Premio de poesía Aguascalientes 1998, México, Joaquín Mortiz, 1998, 98 pp.