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September 23, 2020 | History
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Poesía

Publish Date
Publisher
Quálea editorial
Pages
102

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Cover of: Otras horas
Otras horas
2010, Quálea editorial

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Book Details


Table of Contents

Jorge Valdés Díaz-Vélez
Otras horas
Juan Carlos Abril
La Estafeta del Viento
24/01/2012
Dos libros publicados en menos de seis meses dan cuenta de la calidad de la obra de este poeta mexicano, ganador además del I Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado
En menos de seis meses se han publicado en España dos poemarios del poeta y diplomático Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, México, 1955), uno en Quálea, en Cantabria, y otro en Vandalia, en Sevilla. No es ninguna casualidad, sino el refrendo de una trayectoria que lleva ya años en una línea muy concreta y que, con talento y tesón, va dando a la imprenta los libros tal y como vienen las circunstancias, y nos referimos a que Mapa mudo consiguió un premio prestigioso y a raíz del premio se ha podido publicar.
Curiosamente para quien siga las publicaciones de Valdés Díaz-Vélez le llamará la atención los títulos de ambos poemarios, Otras horas y Mapa mudo. Al margen de la sólida factura de las dos entregas, su arquitectura perfecta -no sólo en cuanto a la concepción global de los libros sino también respecto a los propios poemas- y los paralelismos formales, estructurales, que se pueden comprobar con una rápida mirada (por ejemplo, los dos poseen cuatro partes y un poema inicial que funciona como puerta o «Umbral» introductorio), uno hace referencia al tiempo y otro al espacio, y ninguno de los dos se sitúa en un eje cronotópico simple o sencillo, sino que llevan una suerte de adjetivo o modificador que le da un matiz: en el caso de las horas, se nos dice que son «otras», y en el caso del mapa, se nos presenta como «mudo». Los dos libros hablan entre sí y se comunican por su íntimo idioma (en ambos hay una lucha con un ángel, dentro de un sueño o en la noche, como el Jacob bíblico, ya sea en «Caelestis», de Otras horas, ya en «Naturalezas vivas», de Mapa mudo), en sus afinidades, manteniendo una autonomía absoluta y erigiéndose en entregas independientes, pero, ya que provienen de la misma pluma, que se han publicado en un breve lapso y que presentan ciertas simetrías estructurales, y a veces complementarias, podríamos enmarcarlos en un mismo ciclo (otra similitud sería la de que una sección de Otras horas titulada «Insular», mientras que en Mapa mudo se titula «Archipiélago», como si hubiera una continuación o extensión), aunque explicaremos las diferencias que les separan, pues a la misma vez es lo que enriquece la escritura de Valdés Días-Vélez. La significación que encierran está muy en relación con cada libro, y podría establecerse también un diálogo entre ambos, completándose en cierto sentido, si bien -insistimos- cada uno de los poemarios es independiente y plantea unas coordenadas espaciotemporales propias. Veamos cada libro por separado y veamos también algunos de los temas que los atraviesan transversalmente.
Tras el «Umbral» inicial, un magnífico poema en el que se nos entregan las palabras para que las sintamos y apreciemos, anticipándonos lo que va a venir, Otras horasse abre con una sección lúdica titulada «Gymnopédies», aludiendo a los estudios y juegos musicales de Erik Satie. Bajo esta advocación musical las diez partes del mismo poema nos invitan a la meditación al resguardo de la lluvia. Surge así ese momento de reflexión y búsqueda interior, de verdad con uno mismo y enfrentarse cara a cara a las realidades hirientes que nos tocan. Hay algo de ensueño en todo eso, de ilusión que ayuda a fugarnos, donde nace la esperanza de estar vivos y de poder alcanzar la felicidad. O al menos eso se pretende. El fragmento VII es posiblemente el que más nos ha gustado:
Está la pieza yéndose, prosigue
su múltiple desplome en los peldaños
a las flamas del agua. Continúa
su derrame por túneles que crujen
igual que la madera al sumergirse
debajo de las rótulas enfermas.
Todo se precipita en dos orillas
idénticas al sueño, entre armonías
análogas al filo de su imperio.
El personaje se resguarda tras la ventana, mirando la lluvia, y ahí comienza su meditación: el enclave es explícito en varias ocasiones, una habitación, un cuarto... Es, por tanto, una composición de lugar que se pierde en otro tiempo. Ahí comienza a funcionar ese eje antes aludido, y ahí comenzamos a entrar en el libro, en su pluralidad. Hay que destacar que el verso fluido y clásico de Valdés Díaz-Vélez ayuda siempre, y que el lector se siente cerca, estableciendo una suerte de dialéctica entre las palabras y la simbología que encierran. Nada hermético, no se pretende nombrar nada extraño, ni extravagante, ni se alude a esencias individuales que sólo el poeta desvelar. La gramática empírica de esta poesía nos hace comprensible el mundo, y sobre todo nos ayuda a participar de él.
En la siguiente sección, «Mirador», entramos de lleno en lo que definiríamos como una poética de la contemplación, y que podría hacerse extensible a Mapa mudo. No hablamos en ningún caso de una contemplación platónica, sino de una introspección exterior/interior a través de la mirada, una interrogación constante del afuera que va respondiéndonos internamente: partiendo desde la base de un no-lugar, el que observa es un desarraigado que no encaja en ningún sitio, que ausculta el horizonte (que en Mapa mudo se convertirá en «Sol poniente»), que busca respuestas. En clave vital, sin duda, la sensación de no pertenencia preside la poesía de Valdés Díaz-Vélez, y de ahí se desgaja la tercera parte del poemario, «Insular», por la que deambula Ulises, vagando de un lado para otro sin que se sepa bien si es que no quiere volver a Ítaca, y por eso demora su regreso, puesto que le espera una vida muy aburrida al lado de Penélope, o porque en efecto, cuando regresa, ya nada es lo que era, ha pasado el tiempo y le abordan los años de la desilusión, los fantasmas de la edad y la impotencia. La toponimia aquí cobra especial relevancia, mostrándonos diferentes encuadres y planteándonos una poesía sin alharacas, cercana a la cotidianidad y a cierto coloquialismo, reflexiva y crítica. La última sección, «Contraluz», está compuesta por 22 tankas de perfección formal y contenida emoción. Con ellos, se pretende apresar un instante, un sentimiento destellante, la fugacidad que se va escapando ineludiblemente, y así concluye este recorrido por diferentes espacios y tiempos, cerrándose a sí mismo.
Por otra parte, de versos más largos y de tiradas versales más extensas en las composiciones, Mapa mudo se inicia con «Vathi» y un personaje «forastero» de sí mismo que llega a Ítaca. La relación, como vemos, entre un poemario y otro está bien imbricada, entendiéndose como parte integrante de una poética que trasciende a una sola entrega. Se retoma la noción de desarraigo, de no pertenencia, ahondando en ella. Y se profundiza también en algunos efectos formales, que antes no habíamos leído en Otras horas. Mapa mudo posee una razón narrativa distinta, mucho más intensa. No será casual, por tanto, que la primera parte se titule «Extranjería», y que las situaciones y lugares que se nos presenten estén de un modo u otro extrañados en los versos, puestos con la distancia brechtiana que nos los vuelve diferentes para poder comprenderlos luego mejor, con más ángulos y perspectivas. Así «Alhambra» (p. 29), o «Idus» (p. 33), aunque de esa sección destaca sobre todo este impresionante poema, que nos permitimos reproducir:
GENEALOGÍA
Se han marchado los hijos de la casa
igual que lo hice yo, y antes mi padre
y el padre de mi abuelo, el que perdura
en el polvo que impulsa nuestros huesos
hacia la incertidumbre y desde el miedo
a la desolación de las palabras:
naufragar, desamor, volver, vacío.
Se fueron ya. Tenían la sonrisa
envuelta en las bufandas y en los brazos
el olor de la casa que dejaban.
Nada será lo mismo con su ausencia
a la hora del pan frente a la música
o en la noche del fuego. Llega el alba
y con ella su sombra. La tristeza
sube la escalera de caracol
y acoda su mutismo en la baranda
para oír el primer canto del día
junto a mí, el que partió y no se ha ido.
(p. 21)
No-lugar, decíamos, pero también no-ser de un personaje que ve que sus claves no son estables, que no se identifica con nada y que afronta lo mudable, transitorio y simulado de la vida sin máscaras ni falsas promesas. La concentración de elementos y significados, nos permite encuadrar la obra de Valdés Díaz-Vélez en la poesía de estirpe grave, hundiéndola en esa tradición de temas serios, pero no siempre es así y existen muchos otros tipos de poemas que se articulan como contrapunto, o incluso dentro del mismo poema: «Bajo el grave rezongo de los truenos / brilla el último adiós de su aspereza». (p. 39)
En fin, con una variada toponimia, desplegada explícitamente, va desarrollándose ese mapa que posee ese hándicap pero que, sin duda alguna, nos habla, o está habilitado para hablar a través de la palabra escrita. Y dejamos que los lectores lo descubran. Porque los mapas, recordemos, son cartografías que hay que saber leer, y quien no conozca sus códigos no podrá desentrañar lo que allí se dice o explica. Algo de esto podría ser la idea principal, aunque sin querer hacernos partícipes de ningún secreto que no se pueda compartir ni querer descubrirnos la ruta de un tesoro al que sólo puedan llegar los iniciados, entendidos y algunas veces ni ellos mismos. La poesía de Jorge Valdés Díaz-Vélez es un tiempo afable y lleno de promesas, un territorio transitable y habitable, para participar y compartir inquietudes. Consciente de lo difícil que es llegar a expresarse, de lo imposible que puede resultar la escritura, Valdés Díaz-Vélez no alza la voz sino que indica un camino, una ruta, un tiempo distinto al que sólo podemos llegar a través de su poesía.

Edition Notes

Published in
Cantabria, España

Classifications

Library of Congress
PQ7298.32.A3893 O87 2010

ID Numbers

Open Library
OL25662672M
ISBN 10
9788493690984
LCCN
2011393623

Work Description

Jorge Valdés Díaz-Vélez: Mapa mudo
Rafael Fombellida.
Periódico de Poesía. Universidad Nacional Autónoma de México
No. 58 / Abril 2013

Ha sido publicado en España el nuevo libro del poeta mexicano Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955). Desde que la poesía de Jorge Valdés es conocida en nuestro país, cada aparición suya se ha constituido en un acontecimiento de gran valor. Su capacidad poética, alta, honda, solvente y clara, lo ha elevado a un merecido nivel de reconocimiento en este país tan reacio a apreciar, en poesía, la autenticidad.

A lo largo del siglo veinte no ha faltado noticia, en España, de la poesía mexicana. Noticia quizá no del todo puntual, pero sí exacta en cuanto a que siempre los nombres publicados aquí eran de poetas verdaderos e imprescindibles. A algunos, como Jaime Torres Bodet, su residencia temporal en España les puso enseguida al alcance de las editoriales de nuestro país. Pero en general, el grupo reunido en torno a la revista “Contemporáneos” tuvo una inserción tardía en nuestras editoriales. José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer o Salvador Novo, por citar a algunos, se insertaron en forma parcial y desigual en nuestro panorama, siendo todavía hoy el día en que se rescatan estos poetas cuya obra está permanentemente viva. En ocasiones, editoriales mexicanas afincadas en España han sido la vía de ingreso de estos poetas hacia nuestro público, como pueda ser en el caso de Fondo de Cultura Económica.

Hasta el conocimiento de la obra poética y ensayística de Octavio Paz, no nos hemos puesto al día en España en cuanto a poesía de México. Carlos Barral, creador de aquella marca cultural que se llamó el “boom latinoamericano”, descubrió para nuestro lectores la obra de Paz y por esa vía entraron coetáneos suyos como Ali Chumacero o, algo más joven que ambos, Jaime Sabines. El trasvase intelectual entre México y España debido a las vicisitudes del exilio, puso al alcance de los lectores españoles a autores mexicanos, algunos de origen español, como Tomás Segovia, Joaquín Buxó Montesinos o, en catalán, Ramón Xirau. En esta transmisión poética en los años setenta y ochenta tuvieron capital importancia los monográficos que a la poesía de México y sus autores dedicó en Cantabria la revista Peña Labra.

A día de hoy la entrada de poetas mexicanos en el mercado español está más viva que nunca, pues los autores se publican en pleno proceso de madurez y, en no pocos casos, alguna de sus primeras ediciones se publica en España, como pueda ocurrir con algún título de Arturo Dávila, Jorge Ortega o el propio Jorge Valdés Díaz-Vélez. El reciente premio Cervantes otorgado al poeta mexicano José Emilio Pacheco ha supuesto un espaldarazo que ha abierto el interés de los lectores españoles, un interés, si cabe, aún mayor, hacia la poesía mexicana. La editorial valenciana Pre-Textos ya venía editando, con anterioridad al Cervantes, la obra de Pacheco junto a la de otros poetas de ese país como Vicente Quirarte, mientras que Hiperión lo hacía con Jorge Valdés (“Los Alebrijes”) y otras editoriales presentaban la obra de Marco Antonio Campos o Rogelio Guedea.

Si la poesía mexicana actual empieza a gozar de buena fortuna entre los lectores españoles no es debido a ningún inexplicable azar, sino a una acuciante demanda. De todos es sabido que en México se ha venido escribiendo, a lo largo del siglo veinte, una de las escrituras poéticas más poderosas de la lengua española. Es sabido que los poetas de México han dialogado, de tú a tú, con nuestros clásicos y con unas tradiciones que son suyas y nuestras. Dejando aparte el alimento autóctono, lo mismo de importante en sus vías creativas, San Juan de la Cruz, y Sor Juana Inés de la Cruz pertenecen tanto a la poesía de México como a la española. Pero hoy día, ¿ qué puede buscar el lector español en la poesía mexicana que quizá no encuentre en la propia? Lo digo pronto: claridad, orden, diálogo, transparencia. Mientas en España la poesía se escora hacia lo coyuntural, hundiéndose en el caos, dejándose arrastrar por la confusión ambiente, creando poemas que más bien parecieran vidrieras rotas, la poesía de México aporta serenidad, empaque, mesura, cosmopolitismo sin exhibición, reflexión, armonía y carácter imperecedero.

La poesía de Jorge Valdés es por tanto una poesía necesaria, tanto en México como en España y el espacio lingüístico del español. Él, que tan bien conoce la poesía de nuestro país, pues no en vano cifra en García Lorca su iniciación lectora, y que tan fructíferamente ha asumido las corrientes poéticas de ambos lados de esa invisible frontera, los “Contemporáneos” de México (Owen, Villaurrutia, Gorostiza) y la española “Generación del 50” (Gil de Biedma, Ángel González); Borges o Paz, pero también la corriente de la “nueva sentimentalidad” que emergió en la poesía de España de los años ochenta, practica una poética de temas eternos, de grandes temas universales, a la vez que explota todas las variantes de la métrica, pues para él la poesía “es el laboratorio del idioma”. El poema es decir o canción, comunicación reflexiva en la silva libre imparisílaba, y concentración efectiva en los cien metros lisos de un soneto denominado así, olímpicamente, por el poeta italiano Francesco D´Alessandro. La poesía de Jorge es flash sensitivo y visual en la tannka, y sentido y música en la isometría.

Las variables métricas doman la desatada pasión del canto con una maestría que es un don, porque con ella se nace, y permiten ajustar el discurso y amaestrar su cauce potenciando las tonalidades musicales, rítmicas y cromáticas del poema, desde el registro meditativo a la más sintética de las abstracciones. Dominio del “tempo” del poema se llama a esta capacidad, y es una condición cualitativa que no todo creador posee.

Es Jorge Valdés Díaz-Vélez diplomático por profesión, viajero por vocación, y hombre sensitivo por naturaleza. De ahí que su poesía nos haga comprender que la vida es un viaje, que sus escenarios son múltiples, y que tanto del periplo como de su paisaje el poeta debe dejar constancia, salvando para la intimidad los instantes destinados a perderse, de su pulso sensual, de su acción reflexiva, de su discurso moral y del surgimiento de intuiciones y símbolos. Jorge Valdés es un poeta capaz, sin miedo alguno al reto de la estrofa cerrada, maestro de la forma que no se escuda nunca en la referencia al caos para encubrir la impericia de quien no domina su escritura, profundo, meditativo y discursivo que puede también ser, cuando él lo desea, abstracto y sintético. Un poeta que no tiene sólo el poder de exprimir el polimorfismo significante, sino también el de extraer de la polivalencia del lenguaje significados inéditos y visiones genuinas. Un poeta para el cual la libertad es la sabiduría compositiva, desdeñada por tanto autor duro de oído. Un poeta de acento musical en el cual nunca son vanas las referencias a Satie, Bach o Saint-Saëns, pues como las piezas de Satie (Gymnopedies se titula la parte primera de “Otras horas”), el verso se decanta gota a gota, nota a nota, y las imágenes se desenvuelven en radiante armonía abrazando, envolviendo al lector. Un poeta de sentidos atentos, refinado, gustoso, amante del placer y donador de placer, del placer de una escritura intensa, terrenal y espiritual a un tiempo.

De cara al lector, y a riesgo de resultar insistente, es justicia considerar la poesía de Jorge Valdés de poesía “transitable”. En un tiempo en que la criptografía, el collage y el puzzle parecen adueñarse eventualmente de los espacios poéticos españoles, el poeta de Coahuila exhibe una propuesta lírica que dialoga permanentemente con la tradición y con los clásicos de nuestra lengua, logrando un perfecto engarce entre sentido y forma, entre sonido y sustancia, que le ha llevado a ocupar un lugar preeminente en la ya de por sí alta poesía de su país natal, una de las más ricas del idioma. La competencia poética de Jorge Valdés se revela en la prodigalidad y originalidad de sus metáforas, en su grado de adecuación a un universo visual y verbal plenamente contemporáneo, y en su capacidad para renovar referentes simbólicos. Propone pues Valdés un discurso mediante el cual el lector conserva la opción de transitar a través de su experiencia escritora obviando el desengaño de la impermeabilidad, pero expuesto siempre a ser alcanzado por lo inesperado, lo infrecuente, la sorpresa plástica o la profundidad de sentido.

Se adentra Jorge Valdés en los senderos de la experiencia totalizando un conjunto poético en el cual su maestría compositiva potencia la intensidad de un discurso articulado en base a poemas que operan a modo bien de conversación reflexiva y culta, con ávida exploración introspectiva y fluidez rítmica, bien a modo de sketches visuales o sensoriales en los cuales la condensación de la tannka abre y libera un núcleo fulgente de sensualidad e inédita emoción.

Un viajero en el verso es Jorge Valdés Díaz-Vélez. Pero un viajero que siempre se realiza desde un lugar estable: aquel lugar en donde está la escritura.

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