Khakaber Karandashvili visitó al espigado líder de Al-Qaeda a mediados de abril. Mientras negociaban, desde la mandíbula de Khakaber, ondas delatoras del implante rastreador GPS, rebotaron en tres de los veinticuatro satélites de GLONASS y triangularon las coordenadas indicando el barrio de Abbotabad, en las afueras de Islamabad. La información fue reenviada inmediatamente al ISI pakistaní y a la CIA.
Está muy oscuro cuando el susurrar de las aspas del helicóptero furtivo sobrepasa el zumbido del aire acondicionado, perturbando el sueño del yihadista nacido en Riad. Su mano sudorosa se extiende en la oscuridad, buscando el arma que ya está en posesión de la mujer que dispara hacia el tumulto que se asoma a la puerta de la gran habitación. El segundo impacto ilumina el entorno, golpea al árabe en el pecho, y el tercero le hace estallar el cráneo como una fruta encarnada antes de caer.
El autor especula, con rigor científico y sostenido en profundos conocimientos históricos y técnicos, sobre uno de los acontecimientos más importantes de los últimos años. Al mismo tiempo, reflexiona en torno al obstinado fanatismo que promueve la destrucción y el asesinato en el nombre de dios y bendecidos por las escrituras, terminando por compartir con las palabras del filósofo alemán que escribiera en 1844: «Die Religion... Sie ist das Opium des Volkes»