An edition of Charlas con Adolfo 1958 (2014)

Charlas con Adolfo 1958

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May 26, 2015 | History
An edition of Charlas con Adolfo 1958 (2014)

Charlas con Adolfo 1958

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FREE A shocking story. A man who rediscovers the history of several family members in Patagonia Argentina and in the way, the best kept secret in all of human history. A gripping plot that allows us to know, first hand, the alternative of the meeting, many years after his supposed "suicide" in a bunker in Berlin, the undisputed leader of Nazi Germany.
Read these pages leads us to understand the events that were experienced culminated shortly after World War II and, incidentally, to ourselves the truth and falsehood of all that has been said on the subject. A fantastic adventure where love, mystery and passion come together to be the author of the plot against a scientific discovery that, even today, could change the fate of all mankind

Publish Date
Publisher
Demian2
Language
Spanish
Pages
150

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Edition Availability
Cover of: Charlas con Adolfo 1958
Charlas con Adolfo 1958
2014 FREE READING, Demian2
E Book in Spanish

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Book Details


Published in

Mar del Plata, Argentina

Table of Contents

READ FREE : ( blog author: http://narracionesenlinea.blogspot.com.ar/
Primera Parte
Reconocimientos
Palabras Previas
Introducción
El Diario de mi padre Enero 1958
Después del descubrimiento del Diario y las cartas
Alejandro
Faro de la Isla Leones Código ARG HS: Arg-071
El largo viaje de los Lobos Grises al lejano sur
La Goleta y un Submarino,1945 Bahía de Samborombón Argentina
Investigaciones en las aguas Argentinas. En la búsqueda de los U-Boats
1945 - Cuatro meses después de finalizada de la Segunda Guerra
La Vida en la Isla
La Casa-Faro
El llamado a un U-Boat. El Fin de la Inocencia
Carta desde la Isla Leones, 5 de mayo de 1960
Carta desde la Isla Leones, 10 de junio de 1960
Carta desde la Isla Leones, 14 de Julio de 1960
Carta desde la Isla Leones, 17 de Agosto 1960
El Escape de la Isla Leones
El conocimiento del desembarco del Submarino Alemán
El U530 El Acta de Rendición y la gran recepción en Argentina
Alejandro y su deambular por la Patagonia
Las Cartas
La vuelta a Buenos Aires
Judith
Olga
Ana
El Final de Alejandro
Segunda Parte
El Diario de mi padre. Las Charlas con Adolfo
15 de Enero 1958
18 de Enero 1958
Frida
19 de Enero 1958
20 de Enero 1958
21 de Enero de 1958
22 de Enero de 1958
23 de Enero de 1958
24 de Enero de 1958
25 de Enero de 1958
26 de Enero de 1958
27 de Enero de 1958
28 de Enero de 1958
1 de Febrero de 1958
2 de Febrero de 1958
3 de Febrero de 1958
6 de Febrero de 1958
7 de Febrero de 1958
8 de Febrero de 1958
9 de Febrero de 1958
11 de Febrero de 1958
12 de Febrero de 1958
13 de Febrero de 1958
14 de Febrero de 1958
15 de Febrero de 1958
20 de Febrero de 1958
21 de Febrero de 1958
3 de marzo de 1958
4 de marzo de 1958
8 de Marzo de 1958
9 de Marzo de 1958
10 de Marzo de 1958
11 de Marzo de 1958
12 de Marzo de 1958
Nota del autor
La decisión final
Dichos
Referencias
U-Boats o Lobos Grises
Submarinos Alemanes “Perdidos”
Isla Leones
Faro de la Isla Leones
Parque interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral
Museo Perón
Obra:
Charlas con Adolfo 1958
Reconocimientos
Al inestimable apoyo de mi familia, mis hijos Alexis, Maximiliano, Soledad y mi mujer Sari quienes me soportaron en el largo camino por llegar a la verdad.
A mi amigo Álvaro López Mellían investigador y periodista, quien me motivó a armar y comprender cada pieza del drama y a entender que mientras no olvidemos tendremos alguna posibilidad de cambiar desde el pasado éste presente oscuro y temible.
A mi padre, al que poco conocí, el que dejó escritas sus impresiones y su doble vida en la entrevista más extraordinaria de todos los tiempos.
A mi querido hermano Alejandro al que descubrí a través de sus cartas y en cuyo recuerdo he intentado modestamente armar cada pieza de esta historia. Lo que me ha permitido entenderla y entenderme. Ha sido en un largo viaje. Comenzó casi por casualidad y ha llevado a algunos de sus protagonistas por la inmensa Patagonia en busca de respuestas que les diesen un sentido a sus vidas. Finalmente deberé tomar la decisión más importante, de la que dependerá o no la vida de millones de seres.
A mi hermana Ana a la que sólo conozco a través de mi hermano, pero que la quiero como si siempre hubiésemos estado juntos. Con ella se cierra el último capítulo de esta historia. La tragedia de las vidas que se vieron involucradas.
Sé del poder que se encuentra en su sangre, en sus genes. Capacidad única y maravillosa que la convierte en un ser humano excepcional.
A todos los enemigos de la humanidad, en todos los tiempos, conquistadores, reyes, déspotas y ahora presidentes (salvo honrosas excepciones) porque gracias a su extrerna dedicación para someter de mil manera a los pueblos, me han permitido al fin comprender su verdadera y cruel entidad.
A la naturaleza que en su extraordinaria ingeniería me ha dotado (como a todos) de un maravilloso y único cerebro, que me permite distinguir entre la multitud a los falsos profetas.
Palabras previas
Muchos años después de la muerte de mi padre llegué a la casa de su hermano por pura casualidad. Esa tarde estuve a punto de no hacer la visita, pero el destino me esperaba. Luego de un café mi tío me pide un favor. Necesitaba retirar un par de objetos de la boardilla. Él ya no podía subir. Una vez en ella encontré lo pedido. Me dirigía hacia la salida cuando tropecé con un viejo baúl que se volcó. Cayó una carpeta, en ella estaba un Diario manuscrito y una serie de cartas. Bajé con ellas. Al ver la letra de mi padre pedí permiso a su hermano para estudiarlas. Él no tenía idea de su existencia. Ya en casa abro el viejo libro amarillento con su letra clara y varias cartas de mi hermano, muerto años atrás. Pasé parte de la noche leyendo con incredulidad todo aquello. Papá relataba hechos extraordinarios y lo más sugestivo: la certeza de la existencia en Argentina del hombre más odiado del planeta.
Varias de las mismas fueron enviadas desde la Isla Leones, que contara con un Faro (hoy fuera de Servicio). Mi hermano cumplió allí, durante tres años, su Servicio Militar. Perteneció así a la Dotación de la Marina en aquel lugar perdido. Fue confinado en castigo en aquel pedazo de roca, supuestamente por una desobediencia.
Una segunda tanda de cartas fue despachada a lo largo de la Patagonia. Él logró escapar de aquella isla en una carrera para salvar su vida. Huyó al comprobar la visita de extraños personajes, a esos remotos lugares.
Permaneció en la clandestinidad largo tiempo sin que la familia supiese su paradero.
Nadie conocía una vida paralela y fantástica de mi padre. Mucho menos los hechos que se relataban como verídicos.
Si bien el Diario y las cartas aparentemente carecían de conexión, surgía claramente un patrón. La aseveración que políticos argentinos habrían ocultado y brindado apoyo a la elite del poder alemán de la Segunda Guerra. El posible acceso a tecnología sin precedentes, traídas a la Argentina en ése tiempo. Y finalmente la información más valiosa de la historia del hombre. Un grial único y maravillosamente cercano, capaz de cambiar la vida de millones de seres. Pero había más, mencionaba casi al final del Diario un hecho singular: allá lejos en el sur Argentino, a una escasa milla y media de la costa y a menos de 70 metros de profundidad, descansaría el último U-Boat, una maravillosa máquina creada por lo mejor de la ciencia alemana. La nave que junto a otras once, habría llegado a la Argentina desde la lejana Alemania. Según el escrito tuvieron apoyos logísticos para cumplir con una larguísima navegación. Lo extraño es que las fechas lejos de coincidir con el fin de la Segunda Guerra, los ubican desde el final de la misma y pasados los años 1960. Algo totalmente inverosímil.
Cuando mi padre (al final de su Diario) transcribe las coordenadas exactas del submarino hundido, dice textualmente “Algo se oculta en el vientre del U-Boat allá en la lejana Santa Cruz. Y espera a ser liberado de las frías aguas del sur argentino. Si es que aún perdura. La información allí contenida nos brindaría el acceso a conocimientos no imaginados aún.”
Momentos antes de morir mi hermano menciona en una carta a Ana, nuestra hermana, poniendo su vida en mis manos. Ella posee características únicas y extraordinarias, que más adelante mencionaré.
Cuando el viaje acabe y todas las piezas del rompecabezas encajen, encontraremos que otra vez nos han engañado, contándonos una historia falsa. Los gobiernos siempre utilizándonos para sus propios fines.
El poder de mi hermana ha llegado finalmente a mí. Como si fuese una jugada del destino, deberé elegir entre darlo a conocer o callar. Arriesgarlo todo y entregarle a la humanidad una salida extraordinaria a muchos de sus padecimientos o despertar en el ser humano lo peor de su condición. Quizás al terminar este libro, que me servirá como una gran catarsis, tendré el temple y la voluntad para decidir.
Esta historia llevó a seres inocentes, como a mi hermano Alejandro, a sufrir una larga persecución, sencillamente por haberse encontrado en el lugar y tiempo equivocado.
Aquellos papeles podrían haberse quedado allí sin que nadie los encontrara. Si tan solo esa tarde hubiese hecho otra cosa no me encontraría en la actual situación.
A veces es preferible la ingenuidad o la simplona indiferencia. Ciertas personas cuentan con una curiosidad exacerbada, que las lleva a investigaciones que sería mejor desconocer. Yo tuve la necesidad de subirme a mi auto para buscar un vino de determinada bodega. Otra persona salió unos minutos después de su casa y cruzó la esquina sin mirar. Frené de golpe fuera de la línea de la bocacalle. El inspector de tránsito que estaba en el bar de enfrente salió justo en ese momento. Me levantó una multa. Discutimos. Mientras el peatón gritaba que había querido pisarlo. Me olvidé del vino y regresé malhumorado a casa, pero a dos cuadras vive mi tío y decidí pasar a saludarlo. Yo no lo sabía pero ese día él debía concurrir al médico, en el mismo horario en que golpeé a su puerta. Una llamada lo hizo perder tiempo y postergó la visita. Finalmente yo estuve en casa con el Diario y las cartas. Tantos hechos concatenados, tantas casualidades son tal vez la causa de este libro. Como sea todo ha cambiado y ahora mi vida transcurre entre el trabajo diario y esta amenazadora realidad.
Introducción
El callejón de tierra se pierde en la soledad de la llanura. A lo lejos un destartalado camión cruza el puente, levantando el polvo del camino. Estoy frente a esta tumba incierta, en el cementerio de Saldungaray, cerca de Sierra de la Ventana, Provincia de Buenos Aires.
El mármol deletrea acaso un nombre más, Otto Luwing. Quizás allí abajo haya otro hombre que intentó cambiar el mundo.
En un pequeño pueblo, acaso otro villorrio, a kilómetros de allí, se tejió la última trama de la vida de ése hombre. Historia que tocó a personas de esta Argentina. Seres que sufrieron parte del horror y encontraron quizás el posible camino entre la verdad y la mentira. Descubrieron, a costa de sus propias vidas, la trama secreta del poder.
El Diario de mi padre
Enero 1958
Mi nombre es Mario Enrique Diograzia. A veces con suerte, transito esta vida. Otras con mínimas posibilidades para mantener a mi familia, compuesta por mi mujer y mis dos hijos pequeños.
Recorro pueblos y caminos vendiendo productos de ferretería. Mi familia permanece en Mar del Plata, alquilando una antigua propiedad.
He decidido llevar este Diario. Tal vez me sirva para no sentir la soledad que me acicatea noche a noche.
Con mi vieja camioneta llegué a este pueblo de la Provincia de Buenos Aires. En el cruce, donde un viejo cartel deletrea su nombre, detuve la marcha. Adelante el camino invitaba a seguir. Un fuerte viento golpeó de lleno la camioneta y miré el anuncio oxidado. Algo me llamaba a recorrer los pocos kilómetros hasta la entrada. Salí de la ruta y lo busqué.
No hace falta describir el pueblo, apenas un conjunto de casas propias de la llanura. Un almacén de ramos generales, un par de bares, algunos negocios y el Hotel.
En la puesta de sol y luego de tomar un coñac intenté dar una vuelta a la plaza y presentarme en el almacén para llevar al día siguiente los muestrarios de herramientas. Entonces lo vi, sentado en un banco, apoyaba su encorvada espalda en el paredón descascarado del almacén. Solo cruzamos nuestras miradas. Lo saludé
Dijo algo pero no lo entendí. Luego conversé largamente con el dueño del negocio y quedamos en vernos al día siguiente.
En esa primera charla mi vida toma un giro inesperado: me ofreció trabajo ¡un empleo efectivo luego de tanto tiempo de recorrer caminos!
Después de cenar y llamar a mi mujer ya pensaba en la propuesta de don Atilio Bevilaqua, el dueño del almacén de ramos generales.
Estar en casa o no es lo mismo, mi mujer se ha acostumbrado a mis largas ausencias. Podré viajar los fines de semana a visitarlos.
La idea de un pueblo triste, lejos de acongojarme, me produjo un sentimiento de excitación que no pude comprender.
Uno de los bares prometía cierto movimiento en aquella inmensidad. Entré y todas las cabezas giraron hacia mí. Saludé a la concurrencia y ofrecí una vuelta para todos. Una buena impresión siempre es fundamental.
Al fondo, casi en la penumbra, una mesa me invitaba a ocuparla. Mientras me acercaba apareció la figura del viejo. Amablemente pero con autoridad me dijo: siéntese hombre. Así lo hice. En ese momento algo se disparó en mí. Una alarma. Esos ojos como abismos inmensos, me parecieron lugares siniestros observándome. Su acento duro y algo gutural, aunque en casi perfecto castellano, señala una procedencia europea. Es evidente que se encuentra muy enfermo.
Disparó la primera pregunta con dificultad -¿Un hombre proveniente de una gran ciudad viene a enclaustrarse en este pueblo olvidado, solo para rudos hombres de campo? Le contesté con otra pregunta -¿ya se supo? Miró a los campesinos desparramados en las mesas y luego hacia la puerta, como queriendo señalar lo ínfimo de la presencia humana en la inmensidad de la llanura pampeana. Volvió sus ojos oscuros hacia mí. -Claro cómo no saberlo, son tan pocos -le dije. Sus manos temblaban y noté una evidente dificultad para respirar. No obstante trató de ocultar esa debilidad.
-¿Qué hace usted acá? ¿Qué busca? Le dije llanamente la verdad -estoy mal de trabajo y mi mujer me quiere lejos, o quizás yo quiero estarlo. Esbocé una sonrisa, buscando en su cara una chispa de humor y aprobación. Solo una máscara impenetrable analizaba cada gesto mío. Quise irme, me levanté y dije estar cansado. Me tomó del brazo y dijo -¡Siéntese! No pude oponerme y quedé otra vez a su antojo. Allí supo en una catarata de palabras quien era, donde vivía mi familia, que trabajos había realizado, mis estudios y hasta mis preferencias políticas. Él solo escuchaba y cada tanto como un bisturí, cortaba el relato, hacía una pregunta y yo continuaba.
El mozo trajo una cena frugal. Él no comió.
Al día siguiente, una vez que aceptara el trabajo ofrecido, partí a Mar del Plata a buscar algunas pertenecías y a explicarle a mi mujer el nuevo camino que tomaban nuestras vidas.
No hubo quejas, ella quería estar sola y yo también.
Tuve que realizar una serie de trámites en Buenos Aires. En el centro de la ciudad comenzaron los hechos, aunque la palabra es quizás demasiada amplia. Caminé cinco cuadras por la Avenida 9 de julio, doblé por Avenida de Mayo hacia el Congreso Nacional, dos hombres me seguían. Me detuve y pararon. Seguí, continuaron persiguiéndome a unos cincuenta metros. Al dar vuelta por Callao hacia Corrientes los perdí.
Al finalizar las diligencias, entré en La Americana, pedí una pizza y una cerveza. Los dos hombres sentados a solo dos mesas hablaban entre ellos. Alcancé a oír algunas palabras pero no identifiqué el idioma. Pagué y me fui, no me siguieron, tal vez solo fue casualidad.
El tercer día, ya en Mar del Plata, con la camioneta cargada de ropa, algunas pertenencias y mis libros, partí hacia el pueblo.
Al anochecer descargaba todo en mi habitación del hotel. Bajé a cenar y otra vez estaba el viejo en la misma mesa. Me vio y dijo -Venga Mario siéntese.
Hasta ese momento mi nombre lo sabía solo mi nuevo patrón, hombre agradable y bonachón. Corroboró mis antecedentes y conocimientos y me contrató. Luego supe del accidente de su hijo, quien fuera su mano derecha en el negocio. Había quedado solo y con todo el trabajo. Requería de alguien dispuesto a secundarlo y a vivir en el pueblo lugar. Así entré al villorrio con facilidad y fui aceptado sin rodeos. Más tarde comprendí mi suerte. No era sencillo ser uno más en un pueblo con tradiciones que solían cerrar las puertas a los foráneos
Allí estaba cenando con el viejo que ahora me acompañaba con carne y vino. Noté que trataba de ocultar el temblor sus manos.
-¡Al fin lo tenemos entre nosotros! Va a estar bien, Don Atilio es un buen hombre, no lo defraude. -Jamás lo haría- le dije
-Cuénteme sobre usted- me exigió. Así le relaté mi vida, mis idas y venidas.
Un importante puesto de Administrador en Iguazú, Misiones. Una muy buena carrera administrativa. Al llegar el Peronismo mi mujer no soportó aquello. Siendo funcionario público todos debíamos obedecer al partido y sus prácticas. Fascismo puro. Ella me hizo renunciar a mi puesto. Así dejé ese buen trabajo. Regresamos a Buenos Aires y de allí a Mar del Plata. Conseguí una distribución de ferretería y aquí estoy
-¿Qué puesto ocupaba usted en ese lugar, en Iguazú?
- Sub Intendente, no era político sino de carrera administrativa.
-¿Su mujer se opuso a un gobierno que otorgaba derechos al pueblo?
-¿Derechos?, sí, algunos muy importantes. Claro que a cambio de embrutecer a las masas en lugar de educarlas. ¿Escuchó aquello de alpargatas si libros no, dicho por el peronismo?
-No, pero conozco muy bien al movimiento. ¡Mire a lo que llegamos ahora! ¿Qué opina del fascismo?
-¿Yo? En fin, lo ideal es la democracia, la elección libre de los representantes del pueblo. En ese momento una amplia sonrisa se apoderó de él y dijo mofándose
-¿Elección libre?, ¿Representantes del pueblo ¿Usted cree que la gente realmente elige en una democracia? Es un hombre leído y declara la barbaridad más grande. Mire Mario nosotros dos vamos a hablar un largo tiempo.
-Usted me agrada, casi veo en sus ojos mucho más que un simple campesino -le dije-.
-No soy un campesino. Trajo muchos libros, ¿Usted escribe?
-¿No hay acaso en este pueblo algo de privacidad? –le pregunté–.
-No, no la hay. Contésteme ¿Ud. escribe?
-Algo hago, pero nada importante, solo ensayos breves.
-Con eso basta. Ya hablaremos. Vaya a descansar es tarde.
-¿Cuál es su nombre? -le pregunté. Secamente dijo: Otto Luwing.
Se levantó sin decir palabra. Lentamente llegó a la puerta. Arrastraba una de sus piernas. La oscuridad intensa solo me dejó ver a tres borrosas figuras alejándose, una era el viejo.
Mientras pensaba en el extraño personaje, el canto de los grillos me trajo a la realidad. Un viento suave acariciaba los árboles. Las estrellas llenando el cielo me alcanzaron lejanos recuerdos de mi niñez. El gran caserón en Palermo. Mis padres llegados de Italia. Mis correrías por aquél barrio inmenso. Las aventuras en el arroyo Maldonado. Mi adolescencia. El recuerdo de mi padre que llego al país con algo de dinero y una sólida cultura. Mis hermanos y hermanas. Toda una época terminada. Nostalgia y también tristeza por la mala relación con mi mujer que pasa su vida trabajando sin descanso. Un sentimiento de culpa por escapar siempre. Por ser así, un solitario sin cariño, sin una palabra de aliento. Nunca una mano tibia al regreso al hogar. Escuchar siempre el reproche, la queja.
De pronto ante mi soledad, en esta llanura enorme abierta hacia el oeste y al sur, la luna apareció. Un hálito de tranquilidad y una breve paz inundó a mi inquieta alma. Entonces una música suave como de flautas muy tenues e indeciblemente dulces llegó a mí. Ese sonido de pura belleza recorrió la plaza. La melodía logró llenarme de gozo. En ese momento no logré saber que maravillosos dedos creaban tanta maravilla. Luego lo sabría y nunca más dejaría de soñar en mis momentos amargos con ella.
Después del descubrimiento del Diario y las cartas.
Luego del descubrimiento en el desván, pasaron varios días sin saber qué camino seguir. Si hacerlo público, investigar su autenticidad o simplemente guardar aquel largo relato de mi padre con cierto reconocimiento literario. Encontré peligroso dar inmediatamente a luz aquello. Se deban nombres, fechas, hechos de una naturaleza casi surrealista. Se acusaba a personas. ¿Y si fuese cierto? Lo que menos buscaba en ese momento era afectar de alguna forma mi posición social y trabajo.
Nunca imaginé el tremendo secreto que aquello encerraba. El riesgo en el que me pondría.
Mucho tiempo más tarde pude comprender la inmensa soledad de mi hermano. Luego de su escape permaneció varios años perdidos en la estepa patagónica, perseguido como una fiera. Finalmente regresó a Buenos Aires. Tiempo más tarde muere por un aparente ataque cerebro vascular. Aún recuerdo sus ojos en la camilla, minutos antes de morir.
En sus ropas encontré un papel arrugado con una sola palabra legible: Ana. Volví a tomarlo de la mano. Sus ojos se apagaron lentamente y finalmente murió. En aquel momento nada pude aclarar. Mi padre estaba muerto, mi hermano también y nadie en la familia había escuchado nada sobre un Diario escrito por papá.
Cuando preguntaba sobre el largo deambular de mi hermano, aparentemente prófugo, la familia se refería a ello como la aventura de un muchacho extraño. Nunca hicieron referencia a hechos fuera de lo normal.
Su entierro fue en un día de intensa lluvia, en el Cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires. Llevamos a pulso su ataúd bajo la cortina de agua. El cielo cerrado había hecho descender la oscuridad en pleno día. Mientras los rayos cada tanto iluminaban aquel peregrinar entre las tumbas.
Me estremeció el sepulcro anegado al recibir el cuerpo de aquel muchacho que tantas penurias pasara.
Detrás de unos árboles dos hombres miraban la escena. En aquel momento no les preste atención, pero luego tomarían una dimensión siniestra.
Un mes después de encontrar el Diario me contacté con un amigo, residente en Israel, Eric Samuel Tohen. Juntos cursamos la escuela media. Eric, con su Licenciatura en Historia consiguió una beca en Jerusalén. Nos escribíamos regularmente. Ante la supuesta aventura de mi padre no dudé en consultarlo. ¿Quién mejor que un israelí para dilucidar la veracidad del escrito? ¡Qué error! Nunca me arrepentiré lo suficiente. ¡Si solo hubiese imaginado lo que se desencadenaría!
Eric me contestó en solo dos días, muy interesado, para él se trataba de una simple cuestión literaria. Me pidió que le enviara una copia en forma inmediata, lo que no hice. Algo en el tono de su voz me alertó, aunque no en forma consciente.
En la mañana, antes de recibir su llamada y mirar hacia el parque, un pájaro negro se detuvo largo rato mirando hacia mí. Grandes y frías nubes cubrieron la ciudad. Mi ánimo ya se había perturbado. ¿Coincidencia? quizás. Minutos más tarde llamó Eric y supe que algo ocurría.
Dos días más tarde en una de las esquinas de mi casa, apareció el primer hombre. Otra vez, desde un automóvil, estacionado en la vereda de casa, me observaron largo rato. Comenzaron a llegar correos electrónicos ofreciéndome dinero por el Diario.
Llamé a Eric. No contestó nunca más. Me contacté con la Universidad donde supuestamente trabajaba, no lo conocían.
Con la ayuda de un amigo que trabaja en Air France (Eric se quedaría unos días en París y luego volaría a Jerusalén), descubrí que nadie llamado Eric Samuel Tohen había volado en esa aerolínea. Intenté en otras sin resultados. Fui a su departamento en la calle Suipacha al 2300 en la ciudad de Buenos Aires. El encargado del edificio, un tal Walter, de mala gana me dijo que no conocía a ningún Eric. ¡Yo estuve allí muchas veces!, nunca me había topado con el encargado. Le pedí me acompañara al quinto piso C. Se negó, me dijo que hacía dos años un matrimonio vive allí. Le ofrecí dinero y subimos por el mismo ascensor como tantas otras veces.
El quinto piso, estaba oscuro. Noté que el encargado no sabía dónde se encontraba la llave de la luz. La encendí y nos miramos. Toqué el timbre en la misma puerta del departamento de Eric. Reconocí el picaporte, las manchas en la pintura en la parte inferior de la puerta, costumbre de él de empujarla con el pie.
Cuando se abrió estaba preparado para todo menos para lo que ocurrió. Una mujer de un metro ochenta, corpulenta, de unos cuarenta años, me miraba sin un gesto. Su cabello, de un amarillo intenso brillante, contrastaba con su traje militar. Emitió algunas palabras en un idioma incomprensible. La ventana detrás de ella llenaba la estancia de luz. Nada estaba allí como yo lo había visto. Lo asombroso es que no se entraba a living, primero se abría un pasillo ¡colocaron una pared!
Me fui de allí sin pronunciar una palabra. Huí por las escaleras, pasos inconfundibles me perseguían. En el segundo piso se abrió una puerta, alguien miraba lo que ocurría. Llegué a la calle, corrí cuadras. En el obelisco detuve mi carrera. No me seguían. Abordé el subte hacia Constitución, recuperé mi automóvil y tomé la larga carretera a casa.
Mientras la noche se abría ante mi marcha, mi mente saltaba de un pensamiento a otro. Volvía a Eric, a su desaparición, a la calle Suipacha, a los hombres que me observaron. ¿Qué debería hacer ahora? Entonces una idea llegó de pronto a mi mente. Se abrió paso con fluidez. ¿Por qué papá no dio trascendencia al Diario? Quizás no tomó en serio cada palabra de aquel anciano con quien conviviera un tiempo. Tal vez para él solo fue un viejo cansado al final de su vida. Aun estando frente al hombre más odiado de la historia, tuvo compasión de aquel ser que ya no podría causar más mal al mundo. Cabía otra alternativa, que el Diario encerrara un secreto que de hacerse público incomodara a ciertas personas, o tal vez diese alguna pista sobre algo que se buscaba. Podría ser entonces un arma realmente peligrosa. Pero en mi manos y habiendo transcurrido tanto tiempo parecían solo un montón de hojas y los dichos de un anciano sin poder.
¿Qué razón llevaría a algunos a perseguir a mi hermano Alejandro durante años? ¿Por qué me seguirían ahora a mí? Lo que es mucho más significativo y preocupante es ¿qué secreto había descubierto mi padre?
Alejandro
Mi hermano, huérfano al nacer, fue dejado al cuidado de unas tías solteras. Su vida transcurrió en viejo caserón, en un pequeño cuarto, entre personas mayores.
Cuando papá se casó con mi madre ésta no llevó a Alejandro a la nueva familia. Mi padre nunca se ocupó de él, sencillamente se fue sin preocuparse jamás por su hijo.
Ahora, tantos años después recuerdo mi propia historia, me veo libre, en un mundo sin cibernética, con muchas menos comodidades pero definitivamente feliz. La inseguridad, los problemas sociales no existían. ¡Fui libre! Acaso la felicidad consista en carecer de problemas.
Aunque tengo apenas un puñado de recuerdos con mi padre, siempre estuvo lejos, ello no me afectó.
Pero Alejandro sufrió su soledad que lo convirtió en un ser desprotegido y desamparado.
Pocos datos tengo de su niñez. Mi padre se casó años más tarde con mi madre y luego llegué yo. Mi hermano Alejandro siguió en aquella enorme casa del barrio de Flores, en Buenos Aires. Su carácter débil y sin una madre lo condenó desde chico a la dependencia. Sin iniciativas y con un padre que nunca estaba a su lado.
Imagino su tristeza al ver a papá con una nueva familia. Yo era chico y lamento enormemente no haberme acercado a él. Ahora ya es tarde. Así comprendemos, cuando ya todo es inútil, que aquello que no hicimos, la palabra justa, quizás un simple gesto de cariño, volverá en el futuro para recriminarnos.
En edad de cumplir, por entonces con el servicio militar lo confinaron en una pequeña Reserva Militar, en la isla Leones, allá en el extremo de la Patagonia. Largos años pasó cautivo allí. Y señalo palabra exacta: cautivo. Si bien una vez al mes cruzaban el peligroso canal y pasaban algunos días en Camarones, Chubut, siempre estuvo muy bien custodiado.
En aquel tiempo 1958 - 1960 el pueblo contaba con no más de 30 o 40 casas y muy poca gente. Las conexiones con la capital del país eran lentas y se tardaban días en llegar. Nadie salía o llegaba sin ser visto.
Esa pequeña isla rocosa se encuentra a un kilómetro del continente. Pero desde la costa hasta Camarones se necesita, aún hoy, recorrer largos sesenta kilómetros de duro camino. Solo huellas en el ripio.
Para cruzar hasta la isla solo contaban entonces con un bote a remo. Para montar las altas olas predominantes se requería temple marinero y mucha suerte. Los brutales vientos ponían en peligro a la pequeña embarcación.
La soledad infinita del lugar y el silencio, solo interrumpido por el aullar del viento en las noches y el tambor de la marejada convirtieron a mi hermano un hombre taciturno. Una dotación de cuatro hombres vivían allí. Una vez al mes recibían correspondencia y víveres.
Faro de la Isla Leones Código ARG HS: Arg-071
Funcionamiento 1917 a 1968 (*)
(*) Nota: La historia que se narra sobre los sucesos del escritor en la Isla, fueron publicados, como una historia en su libro “Historias de la Nada” en el año 2013. Sin embargo y ante la supuesta evidencia de varios hechos, aquí se la describe ampliada y ajustada estrictamente a la realidad.
Acicateado por las dudas sobre la autenticidad del Diario y las cartas de mí hermano, organicé un viaje a Camarones, allá en el sur de la Provincia de Chubut.
Estaba resuelto hacer una serie de entrevistas a los pobladores y llegar al faro. Si mi hermano había dicho la verdad, alguien recordaría algo.
No esperaba encontrar nada en la Isla Leones, pero necesitaba tocar aquellas paredes. Caminar la isla y recorrer cada sendero que había pisado mi hermano.
Actualmente toda la bahía de Camarones, el Cabo Dos Bahías y más al sur es hoy el Primer Parque Nacional Costero. Por lo que seguramente contarían con Guarda Parques, para guiarnos.
Buscando en Internet encontré fotos y archivos de viajes. Así conocí el nombre y la dirección de la única persona autorizada a llevar gente hasta el lugar. Me contacté con él y se puso a mi disposición. Tuve la suerte (eso pensé) que el baqueano en cuestión viajaría a Mar del Plata a buscar una nueva embarcación, apta para aquellas difíciles aguas. Un día llegó a la ciudad y lo invité a cenar a casa. Hablamos largamente. Establecimos una fecha y los primeros días de febrero partimos con dos amigos.
El viaje resulto largo y tedioso. A la tarde del segundo día nos encontrábamos en la entrada al pueblo. Camarones dista 70 kilómetros de la ruta nacional 3, la cual llega al sur del continente.
La palabra es “lejos", el pueblo es casi el fin del mundo. Lo recorrimos y solo encontramos a dos personas caminando por esas calles anchas de ripio y cantos rodados.
Nos alojamos en el Camping Municipal, único lugar (salvo un par de pequeños hoteles). Nos asignaron una habitación con vista a la costa.
Cocinaríamos en un improvisado galpón abierto. Aunque el furioso viento nos obligaría a calentar breves refrigerios en la habitación.
¡Al fin estaba en el pueblo donde alguna vez mi hermano viviera sus aventuras!
Salimos a conocer el lugar. En la actualidad cuenta con no más de veinte manzanas. Posee un breve puerto, una playa “céntrica” de cantos rodados, un muelle y un par de barcos chicos. Una mínima estación de servicio, un almacén de ramos generales y un par de pequeños mercados. Eso es todo.
Los días infinitos, el ulular del viento y el mar furiosamente blanco, nos entristecieron.
Al final de la playa del puerto encontré un viejo galpón ¡La Casa Rabal! Lugar que tantas veces mi hermano mencionara en sus primeras cartas. Su dueño supo ser un buen hombre que ayudaba a los marineros del faro. Entré al atardecer. Pregunté por los descendientes. Todos habían muerto. Su actual dueño no me dio explicaciones. Solo mostró algunas viejas fotografías y un par de botellones recuperados de la isla. Nada más.
Al siguiente día fuimos a la casa del marino quien nos aseguró que nos llevaría pronto al faro, en cuanto el tiempo mejorara. Éste hombre y su hijo cuentan con una embarcación que utilizan para asistir a las naves que no pueden acercarse al muelle. Aprovechando la obligada estadía comenzamos la búsqueda de los residentes más antiguos.
Mi hermano en sus cartas mencionaba varios nombres, entre ellos a un tal Lucero (dueño de un bar en aquellas épocas). En uno de los mercados alguien lo nombra ¡esta con vida y lúcido! Minutos después golpeaba a su puerta. ¡La primera decepción! Una mujer joven nos dijo que no nos atendería. Buscamos sin éxito a otros. El viaje parecía condenado al fracaso.
Fui a comprar algunas provisiones al almacén de ramos generales Casa Rabal, allí se detuvo una camioneta y bajó un hombre mayor. Nos saludamos presentándonos. Fue imposible pasar desapercibido en aquel pueblo donde lo único que corre por las calles es el viento. Éste hombre, afable y simpático, lejos de rechazarnos, nos invitó a su casa. Resultó ser el señor Gerardo Roberts. Charlamos una larga hora. Sin duda es una persona culta. Incluso nos proporcionó algunos de sus escritos. No se acordaba de mi hermano. En esa época se encontraba en Buenos Aires.
Nos relata una aventura en la Isla Leones. Permanencia que casi le cuesta la vida, al intoxicarse comiendo mejillones.
Fue sincero al decirnos que no tenía conocimientos de los submarinos, ni de alemanes en aquellos parajes. ¿Por qué le hicimos esas preguntas? Es uno de los puntos fundamentales de la historia que más adelante veremos. Pero algo sugestivo ocurrió. Señalándonos una foto en la pared nos dice -Uno de esos dos jóvenes era papá ¿reconocen al otro? No pudimos. Nos explica que era Perón joven, íntimo amigo de su padre. El padre de éste vivía en una estancia, en la zona. Solía venir su hijo en las vacaciones. Allí nos enteramos que en el pueblo funciona un pequeño museo sobre el tan discutido líder.
Nos despedimos no sin especular sobre semejante personaje en esas soledades.
Al siguiente día el viento seguía soplando del sur. El mar blanco por el oleaje no presagiaba nada bueno. A pesar del día salimos en una breve excursión de pesca. Navegamos unos cinco kilómetros. Ya en el lugar dos personas pescaron. Otra se preparó para bucear, yo lo acompañé. Allí abajo, a unos 22 metros descansa un barco de 60 metros de eslora. Se fue al fondo en solo minutos, al ser embestido de través por otra embarcación.
La tripulación pudo ser rescatada. Nos avisaron que tuviésemos mucho cuidado. Las redes están en cubierta, cabos, cables y elementos peligrosos. Yo estaba un poco cansado, el mar peligroso y ya habían pasado las cuatro de la tarde. Tenía que bajar. Descender en ese mar, llegar al fondo. Debía ver si un submarino podría haberse escondido en esos fondos. Minutos después flotábamos sobre las cubiertas abarrotadas de objetos. Grandes meros y un enorme salmón nos miraban sin asustarse. Entraban y salía por las escotillas abiertas. Su negrura nos llamaba a entrar. Allí, lejos de toda seguridad, imaginaba lo que habría adentro. Solo un demente se habría aventurado a ingresar en el naufragio. Veinte minutos más tarde subíamos lentamente. Aquello fue peligroso en extremo.
El buceo fue una confirmación más de mis sospechas. Un submarino tendría unos metros más que aquel navío. Esos fondos podrían haber ocultado perfectamente a U-Boat (Ya veremos porque)
Camarones se encuentra en una gran bahía. En frente, la costa dista unos ocho kilómetros. Para poner pie en la Isla Leones hay que llegar al extremo sur de la bahía. Pasar por un estrecho canal entre otra pequeña isla y el continente. La navegación en total son cuarenta kilómetros. En ese paso se producen furiosos escarceos. La velocidad de la corriente suele ser muy peligrosa. Lo mismo ocurre al intentar desembarcar donde se encuentra el faro. Ante la imposibilidad de alcanzarlo fuimos a visitar al Intendente del nuevo Parque Nacional. Nos atendió con cortesía, previniéndonos del riesgo de la navegación hacia nuestro destino.
Abiertamente le mencione sobre la vida de mi hermano en esos lugares. Le comenté que en una de sus cartas cuenta que durante un mes se quedó aislado sin posibilidades de regresar al continente. En aquel momento compartió la aventura con otro marino. Debían sobrevivir solos. Si bien contaban con provisiones, se les agotaba la leña. Sin ella no podrían cocinar.
El bote había quedado en el continente. El camión de reabastecimiento descompuesto. El temporal no prometía detenerse. Así se quedaron sin leña y ello implicaba sobrevivir a fuerza de abrigo y licor. Contaban con una gran cantidad de latas de conserva pero no podrían prender el necesario fuego.
Cuenta Alejandro que un día salió a cazar, buscaba liebres y cómo último recurso carne de lobo marino. También podrían recolectar cholgas, vieras y pulpos, que obtenían en la costa.
En esa carta menciona al galpón de los ingleses. Hacia la orilla opuesta de la Isla se encuentra una vieja construcción. Lugar que lo llaman el galpón de los franceses. Allí a principios del siglo XX funcionó una planta que procesaba la grasa de los lobos y pingüinos. Mi hermano cuenta que se lleva la puerta para poder usarla como leña.
El Guarda Fauna me muestra una foto del lugar (sacada por él en uno de sus viajes a la isla en un control de la fauna) ¡Es verdad la puerta no está! Mi hermano la había usado para poder prender la cocina a leña que aún, después de tantos años, se encuentra allí.
Ocurriría otro significativo hecho, para el que no estábamos preparados. A solo unos cientos de metros vive el baqueano, quien debería llevarnos a la isla. Fuimos a visitarlo. Nos presentó a su mujer y su nuera. Brevemente le comentamos la historia de mi hermano y la llegada, a esos lugares, de extrañas presencias, mencionadas en sus cartas. Ella nos dice que vive en la Estancia San Jorge, a solo unos cuantos kilómetros del pueblo. Su abuelo, un alemán, había muerto poco tiempo atrás. La Estancia se ocupa de la cría de ovejas. Ante nuestra sorpresa nos dice que contaban con dos sótanos. Según su relato el establecimiento fue allanado pues las autoridades policiales. Suponían que allí habrían ocultado a nada menos que a Adolfo Hitler. Nuestra sorpresa fue mayúscula. No esperábamos semejante afirmación.
Nos dijo que visitáramos a su padre, quien nos contaría. ¡No podíamos creerlo! Pero ello no sucedió. La chica no volvió a aparecer en la casa de sus suegros. Al preguntarles a sus parientes simplemente dijeron que había viajado.
Nuestra estadía en el pueblo comenzó a hacerse sospechosa. Una mujer nos paró en la calle y nos preguntó qué estábamos buscando.
El siguiente día amaneció con muy poco viento. ¡Llegaba el momento de ir al faro! Volvimos a la casa del baqueano que ya tenía su embarcación en el agua. Todo listo, pero puso una excusa y otra vez la excursión se hacía imposible. Así pasaron 3 días más, de los cuales en 2 las condiciones fueron perfectas para la navegación de ida y vuelta. Nuevas escusas. Al fin comprendimos que no nos llevaría.
Tomamos una decisión. Iríamos a la isla por nuestros propios medios. Contábamos con tres kayaks. Si lográbamos llegar por los senderos y recorrer las huellas por más de sesenta kilómetros, estaríamos frente a la isla, más un cruce de un kilómetro. Eso sin contar con los dueños de los campos que abrirían fuego si nos viesen. Fuimos advertidos del riesgo. No diríamos nada. Simplemente nos despediríamos y al amanecer comenzaría la aventura.
Hay que llegar a la estación de servicio. Luego doblar hacia la izquierda (viniendo desde la costa) Allí comienza el camino, que se divide en dos. El de la derecha (en perfectas condiciones) es un paseo. Luego de recorrer 30 kilómetros se llega a un mirador, desde allí se divisa a lo lejos la Isla Leones. La huella de la derecha es la que lleva al faro. Es un camino difícil. Adrede los paisanos han dejado que se destruyera. Contábamos con un par de palas y tablas. En el caso que la arena atrapara nuestro vehículo tendríamos alguna oportunidad de liberarlo.
Pagamos la estadía y nos despedimos, avisando que nos iríamos muy temprano. No deseábamos que se enteraran de nuestras intenciones.
Al siguiente día iniciamos la travesía. Pocos kilómetros después, el primer cartel anunciaba “Camino Cerrado. Propiedad Privada” Pasamos la primer tranquera esperando algún balazo. Nada ocurrió. Faltaba poco para llegar cuando caímos en un pozo de arena. Nos llevó más de dos horas liberarnos. Los tablones nos sirvieron espléndidamente. Luego de horas de polvo y ripio ¡habíamos llegado!
Cubrimos el vehículo con una gran manta que lo camufló, escondiéndolo tras unos peñascos. Debíamos cruzar el canal.
El Guarda Fauna nos había advertido sobre el riesgo de las corrientes. La marea sube y baja a más de siete nudos. En el momento que pusimos los kayaks en el agua ésta terminaba de subir. Contábamos con unas horas antes que el canal se convirtiera en un infierno. ¡No imaginábamos lo que nos esperaba!
Yo iba adelante. Nos dirigíamos hacia la playa que se encuentra al sur. Único lugar para desembarcar desde la costa que mira al continente.
Remábamos presa de la emoción. Yo aún más. Quería pisar esas piedras perdidas. Entrar en las habitaciones. Subir la escalera, llegar a la torre. E ese momento imaginaba que tal vez encontraría alguna respuesta a mi búsqueda. Sin embargo una desagradable sorpresa nos aguardaba en esa soledad. La costa se acercaba.
Mi hermano contaba que una vez desembarcados les esperaba un arduo trabajo. Desde el mar hasta el faro, que se encuentra en lo alto de la isla, transportaban los víveres y elementos que necesitaban en una zorra. Los rieles aún están allí. En Internet pueden verse algunas fotos actuales.
Al fin pusimos el pie en la costa. Únicos seres humanos en decenas de kilómetros. Subimos las embarcaciones. Las dejamos dentro de uno de los galpones.
Mis amigos deseaban volver esa misma tarde. Yo insistí. Uno de ellos dijo sentirse agobiado. La vieja construcción les inspiraba un vago temor. Miraban hacia el mar en todas direcciones, como si esperasen que algo viniese hacia nosotros. Insistí en protegernos de los fuertes vientos pernoctando en una de las habitaciones. Nadie estuvo de acuerdo.
Armamos una tienda. Aseguramos las estacas; colocado piedras encima. Luego de una cena fría nos acostamos. Fue imposible mantener el fuego prendido por el viento. Apagamos el farol que nos brindaba algo de calor. Acurrucado en mí bolsa de dormir no podía conciliar el sueño.
Hacia las tres de la mañana se desataron los hechos. En ese momento escuchamos un grito, al menos eso parecía, pero no un sonido humano, fue algo mucho más desgarrador, como si todas las gargantas del cielo se abrieran y vociferaran con la fuerza de un huracán. ¡Y eso era! Una tromba marina colosal chupaba cataratas de agua hacia lo alto. Tocó la costa y oleadas de piedras volaron succionadas por una fuerza increíble. Yo grité ¡al faro! Fue nuestra única posibilidad. Mientras la tienda de campaña volaba hecha girones, uno de mis amigos tropezó y cayó. En el fragor de los truenos y el mar que se acercaba lo escuché maldecir. Lo levantamos, sangraba copiosamente.
Miré hacia atrás y comencé verdaderamente a asustarme, el mar nos perseguía, golpeaba contra cada obstáculo. La espuma se abría como un cuerpo destrozado, se rehacía y continuaba hacia nosotros. Las piedras, el sendero, todo fue materialmente deshecho.
Mi amigo lastimado gritó que nos detuviéramos para descansar unos segundos. En ese preciso momento la oscuridad nos envolvió casi instantáneamente. Una negrura pegajosamente viscosa. Otra vez un rugido que helaba la sangre estalló en nuestra mente, como si un martillo inconmensurable descargara toda su fuerza. La isla entera tembló, entonces el rayo llegó en un fulgor blanco y azul. El cansancio y dolor del herido desaparecieron ante el espectáculo. En el frenesí de la locura llegamos. La única entrada, protegida por una fuerte puerta, nos recibió en silencio. Antes de cerrarla y con el último rayo explotando a poco metros, horrorizado vi una enorme masa de agua que se abalanzaba hacia nosotros. Coloqué un tirante de madera, esperando que resistiera. Quedamos sumergidos en la oscuridad.
Encendimos una linterna, entonces en el paroxismo de la locura el mar llegó hasta nosotros.
¿Qué puedo decir? ¿Cómo expresar en palabras el sentimiento, nuestra pequeñez ante aquellas fuerzas descomunales? ¿Qué es el hombre en comparación con el océano terrible y furioso? El golpe de la ola nos tiró al piso. Toda la estructura de la construcción se sacudió ante la masa de agua. Crujía, gritaba, cada piedra imploraba. Al golpearse la linterna se apagó. Tuve la sensación de encontrarme a miles de metros de profundidad, sofocado por la noche eterna y por el peso brutal de la presión.
Uno de mis amigos gritó -¡subamos!, escapemos hacia lo alto, ¡La puerta va a romperse!
Corrimos, trepamos a ciegas por la escalera caracol. Volvimos a encender la linterna, esa luz minúscula pero efectiva evitó que pisáramos los escalones podridos.
En una subida interminable para nuestras fuerzas, nos sostuvimos fuertemente de los pasamanos, lastimándonos por el gastado metal. El mar otra vez castigaba sin piedad cada roca.
Llegamos a la parte más alta. Pocos vidrios estaban en su lugar. La luz no se había encendido en años, los espejos ya no estaban. El viento ingresaba en la torre empujándonos contra las paredes.
Fue Pedro que gritó presa del pánico, “¡Miren el mar, el mar!” Enmudecimos y no dijimos nada más. La isla ya no estaba, el agua la había cubierto completamente. Aquello sencillamente no era posible.
Los truenos brutales e incesantes, los rayos hiriéndonos los ojos nos mostraban el frenesí de las fuerzas desatadas. En cada fogonazo inmensas nubes bajaban desde lo alto, como si todo el cosmos se abatiera sobre esa isla perdida en los confines del mundo.
Nos acurrucamos y pasamos aquella noche espantosa en silencio. Esperando que en un golpe del mar, el faro se deshiciese, llevándonos para siempre a las negras profundidades.
Cuando empezó a amanecer otra vez la isla apareció ante nuestros ojos. Atónitos corrimos por nuestros kayaks ¡estaban donde lo dejáramos! No encontramos ninguna explicación.
En el momento de subir a mi embarcación, a lo lejos una sombra pareció deambular intranquila. Mi hermano me saludaba quizás desde algún lejano limbo.
En el regreso a Camarones pensaba en él, en su destino, en la razón por la cual siempre fue un ser indefenso y perseguido.
En silencio cruzamos el canal y nos alejamos de aquel lugar.
La soledad puede jugar extrañas sensaciones a nuestra mente. Los viejos fantasmas revolotearon entre nosotros. Allí quedaban los recueros que solo yo podía entender.
El viejo armatoste de hierro aún guarda indolente la cocina a leña donde tantas veces Alejandro hiciera de cocinero. Utensilios, ollas, resto de vajilla. Un par de borceguíes. Latas donde se guardaban los alimentos.
Cruzando el canal vi por última vez el lugar donde se tejieron aquellas historias. El faro definitivamente apagado duerme su último sueño, como un marino que espera su próximo fin.
Como dije en Camarones recorrí casi cada casa, pregunté por los marinos, por aquellos hombres curtidos por los vientos. Busqué a los viejos habitantes (mencionados en las primeras cartas que Alejandro). Nadie recordaba nada. Todos mencionaron que cuando llegaron al pueblo el faro ya no funcionaba. Sin embargo sé que no es verdad. Ha sido claro que no ha sido así. Primero quien nos prometió llevarnos a la isla no lo hizo adrede. No pudimos hablar con el señor Lucero, quien conoció a mi hermano. La estancia San Jorge, dicho por una de sus actuales residentes, habría sido investigada por la supuesta colaboración para ocultar al líder nazi, muerto supuestamente en Berlín, mucho tiempo antes. Las extrañas residencias de Perón en Camarones, quien luego tuviese todo el poder y amplios vínculos con la Alemania de la guerra. ¿Verdad? ¿Ficción? ¿Casualidades? Demasiadas.
Regresé con una profunda tristeza y preocupación que acrecentaron un malestar creciente. Allí, sin duda, ocurrieron, hechos y tragedias. El aislamiento, el desamparo. La isla rocosa, abandonada a las brutales inclemencias del tiempo, me llenó de una preocupación creciente.
La negación de los pobladores a hablar sobre el Destacamento Militar fue perturbadora.
Los largos inviernos que tan bien relatara mi hermano en sus cartas. El mar aullando sobre la espuma. Las heladas noches cubiertas por un inverosímil manto de estrellas, el lejano norte. Todo eso inflamó mi imaginación y me dejó muchas preguntas.
Ahora el Diario y las cartas, han tomado otro sentido.
Regresé de aquel viaje con mi estado de ánimo alterado.
Durante días estuve intranquilo. Mi subconsciente tardaba en revelarme un hecho. Intuía que allí había visto algo que no podía recordar. Miré una y otra vez las fotos que trajera, hasta que se hizo la luz, una leyenda sobre una de las paredes internas del faro: O-16 LOC AZZ92 19011. Mucho más tarde esas letras y números volverían a mi mente como una luz reveladora. Son una prueba contundente más que confirmarían las presencias de extraños personajes en las épocas de Alejandro y la causa de su escape.
Como dije volví a ver mi hermano muchos años después en su lecho de muerte.
Debe quedar claro que él no leyó nunca el Diario de nuestro padre. Mucho más tarde llevo a cabo ciertas investigaciones, en el sur. Ese hecho, me consta, ocurrió casi al fin de su vida y significó otro dolor para él, quizás el más grande. Así conoció a nuestra hermana. Ella aún conserva la llave a ese conocimiento supremo al que he aludido. Nuestro padre nos ocultó la existencia de Ana y a ella la nuestra.
El largo viaje de los Lobos Grises al lejano sur
La “Rendición de Alemania”
A las 8,30 horas del 5 de mayo de 1945 cesaron su resistencia en el teatro de operaciones europeo las Fuerzas Armadas alemanas. El Almirante Doenitz, que había conducido hasta el borde del éxito total la campaña submarina alemana y que por mandato de Hitler asumía la responsabilidad de la rendición, comunicó mediante mensaje especial (núm. 0953/4) a sus preciados submarinistas la dramática nueva: Alemania estaba vencida. Al capitular automáticamente entró en vigor la operación “Arco Iris”: el grueso de la flota germana se hundía a sí misma. Ello provocó la inmediata reacción del Alto Comando Aliado, que exigió a Doenitz pusiera fin a la destrucción de buques en cumplimiento de las cláusulas de rendición. El 6 de mayo, por Radio Flensburgo, recordó al personal naval “...la prohibición de hundir los barcos o dejarlos inservibles mediante la destrucción de toda o parte de sus maquinarias o instalaciones”.
Efectuada la capitulación de Reims el 8 de mayo, ese mismo día el Almirantazgo Británico radió un mensaje a los submarinos alemanes en alta mar, advirtiéndoles que, bajo el riesgo de quedar fuera de la ley, “...deberán subir a la superficie; izando una bandera o pendón negro, informando respecto a su posición en lenguaje claro a la estación inalámbrica más cercana y seguirán navegando en superficie hacia aquellos puertos que les sean indicados, con torpedos desarmados y el cañón en crujía”.
El 8 de mayo se registraron las últimas acciones bélicas de los submarinos germanos. Frente a las costas del noroeste europeo fueron hundidos el vapor inglés “Avondale Park” y también un carguero noruego.
El 9 de mayo, a 50 millas del Cabo Lizard, emergió izando un paño negro el “U-249”, en acatamiento a las instrucciones de rendición. En los siguientes días más de sesenta submarinos se entregaron en puertos de Escocia, Irlanda, Gibraltar y Noruega; cinco lo hicieron en aguas norteamericanas y uno en Canadá.
El 11 de mayo la agencia informativa “United Press” difundió una noticia que causó sensación en Chile y Latinoamérica: el jefe del Distrito Naval Norte de Chile “habría” anunciado que un submarino alemán navegaba frente a Iquique. La misma agencia informó más tarde de una “conversación entre la tripulación alemana que pedía permiso para rendir el submarino en el puerto de Tocopilla y el Jefe de la Base que accedía a lo solicitado”. No obstante ésta y otras minuciosas “informaciones” de la U.P. al respecto, no se tuvieron en día posteriores más noticias del presunto sumergible alemán.
El 20 de mayo el “U-963” emergió cerca de la costa portuguesa y después de abrir los grifos de inundación, su tripulación abandonó la nave en botes neumáticos. Con la presencia de este último submarino, todo parecía indicar que finalmente el Atlántico estaba libre de submarinos alemanes.
Para fines de mayo el Almirantazgo Británico tenía en su poder a las más altas autoridades navales del Reich, como así también a los proyectistas de la guerra submarina. A ello había que agregar los testimonios de los jefes de flotillas; la información de los astilleros; el diario de operaciones del comando de submarinos y toda la documentación secreta; en resumen, la Kriegsmarine no tenía ya secreto alguno que no estuviera en poder de los ingleses. Así, éstos estaban en condiciones de establecer la cantidad de submarinos alemanes en alta mar al final de la guerra.
Sobre la base de la información disponible, fue que en la noche del 28 al 29 de mayo de 1945 el almirantazgo comunicó a todos los países que “... los buques que naveguen en el Atlántico podrán hacerlo con las luces encendidas”. No obstante su laconismo, en nada disminuyó la tremenda fuerza del anuncio inglés: después de casi 6 años, el Atlántico podría ser navegado sin temor a los “lobos grises”. Cierto era que aún se desconocían el paradero de algunos pocos submarinos, pero resultaba posible que sus tripulaciones hubieran destruido las naves y desembarcado secretamente en Noruega u otro lugar para intentar el regreso al hogar; también resultaba posible que submarinos considerados “averiados” en realidad estuvieran hundidos.
Cuando el 3 de Junio otro submarino germano se presentó ante Leixoes, Portugal, el periodismo de las potencias vencedoras difundió la teoría de “Hitler huyendo en submarino hacia alguna remota base secreta” y el de la “colaboración con Japón”. Si bien la Inteligencia naval de los Estados Unidos e Inglaterra no era influida por tales noticias periodísticas, no dejó por cierto de llamarles la atención la presencia de un sumergible a casi un mes finalizada la Guerra y las declaraciones de los jefes navales prisioneros. Una vez hecho esto y para tranquilizar la opinión pública, el 13 de junio el Departamento de Marina de los Estados Unidos hizo conocer la siguiente declaración: “si bien se desconoce la suerte de 4 ó 6 submarinos alemanes en el Atlántico, se cree que han sido hundidos... por otra parte se tiene la seguridad de que (en caso de que hubiera alguno) no operan ya en el atlántico y no es de creer que alguno tenga el suficiente radio de acción para llegar a Japón”.
En tanto la marina norteamericana emitía tal declaración, dos submarinos germanos, con armamento completo, se deslizaban a máxima velocidad bajo las aguas del Atlántico Norte, eludiendo todo contacto con naves de superficies.
El 9 de julio una dramática noticia conmovía a América latina; el crucero brasileño “Bahía” había naufragado en las cercanías de las rocas de San Pedro y San Pablo. El siniestro había ocurrido el 4 de julio, pero recién se tomó conocimiento cinco días más tarde cuando el carguero ingles “Belfa” comunico haber recogido una balsa con 33 sobrevivientes del “Bahía”.
En un primer momento las autoridades de la Armada Brasileña consideraron que la tragedia pudo ocasionarla una mina a la deriva, dada la seguridad de las pólvoras modernas que hacía muy improbable la explosión de la santa bárbara del buque por combustión espontánea. Pero 24 horas después de conocido el hundimiento, una noticia sensacional vendría a agitar al Brasil: Un submarino se rendía en la Argentina.
Sin bien no se encuentra relacionado directamente con las aventuras de mi hermano y las no menos extrañas de nuestro padre, existe otro hecho revelador y finalmente conectado con toda la historia. Al sur de Santa Cruz reposa, a escasa profundidad, otro Lobo Gris, un submarino alemán Clase XXI. En su vientre supuestamente se encontrarían contenedores herméticos, aprueba de agua con lo mejor de la tecnología alemana de finales de la Segunda Guerra. Podrán decir que es obsoleta. Es posible que no sea así. Y aunque así sea, allí se accedería a una información más que valiosa Podría ser una de las causas por la cual Alejandro fue buscado durante años. Pero no fue la única. Incluso, cuando todo parecía haber terminado, seguían tras él. Algo que suponían él debería saber. Es cierto que las razones de su escape y de su largo peregrinar por las soledades patagónicas fue la de salvar en aquellos momentos su vida.
Con el tiempo algunos llegaron a conocer su historia y creyeron que él había tenido acceso al inmenso secreto. Información que podría cambiar en parte a la humanidad. La llave de la vida. La posibilidad de procrear seres humanos sin enfermedades, sanos, con una mente lista para brillar entre todos. Un sueño y un peligro en sí mismo.
Cuando de nuevo en la casa de sus tías se creyó a salvo lo buscaron nuevamente. El Grial no había sido hallado. El método para lograr la juventud perfecta e increíblemente prolongada, seguía perdido. Sin duda buscaban a Ana. Él no tenía idea de aquello. Si bien, mucho más tarde, la conoció no imaginó sus extraordinarias posibilidades.
Si buscaban a Ana, si de alguna manera habrían trascendido sus peculiaridades, no tendría sentido la búsqueda del U-Boat en el sur patagónico. Imagino que lo que pueda hallarse en su interior aún es apetecido.
Ana es un objetivo, el submarino es otro. Sin duda la búsqueda de mi hermana fue y es lo más importante para quienes estén detrás de todo esto.
Alejandro se vio obligado a colaborar con los oficiales de los submarinos alemanes, dos Lobos Grises, allá en la Isla Leones. Es fundamental que el lector tome nota de la siguiente afirmación, por eso la recalco: La Guerra había finalizado quince años atrás. Supuestamente aquellas embarcaciones habrían estado operativas varios años después del conflicto.
Su actividad con los alemanes duró poco tiempo durante su permanencia en Isla.
A veces los alemanes se quedaban algunos días, una forma de relajarse de los largos y solitarios días en el mar.
Un muchacho que hablaba un español aceptable se hizo amigo de mi hermano y recorrían juntos la isla. Este alemán tendría unos veintinueve años y era el operador de radio de uno de los U-Boats.
Él le contó sobre la flota de submarinos que al final de la guerra trajeron cantidades de personas, militares y civiles.
Cuando el conflicto finalizó muchos submarinos fueron abandonados y hundidos. De hecho de los 1100 submarinos fabricados por Alemania en pocos años, más de 100 fueron reportados perdidos. Tal vez varios en combate pero otros sencillamente se esfumaron. Aparentemente las costas argentinas les sirvieron de refugio incluso hasta mucho tiempo después de la guerra.
Años más tarde, la Marina Argentina emprendió una búsqueda amplia de los submarinos, en la costa norte de Río Negro.
El alemán fue más allá, le mostró una libreta con muchos nombres. Quienes habían llegado a la Argentina durante los últimos meses de la guerra. Le habló de una estancia en la Provincia de Buenos Aires, lindando con el mar. Fue el lugar donde se recibían a los “llegados”. Algunos permanecían un tiempo allí y luego eran derivados a otros destinos. Los de mayor rango eran transportados inmediatamente al norte o sur del país. A veces al oeste. Esta gran operación se cerró al finalizar la guerra.
Dos mujeres, una alemana y otra argentina compraron, prepararon y establecieron esa base de operaciones. La estancia funcionaba como tal y no despertaba sospechas. Claro que las autoridades argentinas dejaban hacer y no formulaban muchas preguntas.
Todos los trabajadores eran alemanes y el encargado de las comunicaciones (el establecimiento contaba con una disimulada y poderosa antena) fue nada menos que uno de los radiotelegrafistas del Graf Spee.
El muchacho alemán había realizado más de un viaje hasta aquella estancia. Alejandro memorizó y anotó alguno de aquellos nombres. Incluso en su pequeña libreta de tapas negras (que también encontré junto a sus cartas y al Diario de papá) habla de importante personajes. Pero eso no fue todo. Su “amigo” le narró, con lujo de detalles, como una flota de once submarinos cruzó el atlántico. Bajaron desde Recife Brasil hasta el norte de Uruguay. Llegando a las costas Argentinas. Dos de ellos se entregaron en Mar del Plata, el 10 de julio de 1945 el U 530 con 53 hombres, al mando de Otto Wermouth y el 17 de agosto el U 977 con 31 hombres, al mando de Oberleut Nant Heinz Zchaffer. Además estos son hechos públicos documentados y publicados una y otra vez por muchos medios gráficos. Cualquiera que coloque en un buscador de Internet la frase “rendición de submarinos alemanes en Mar del Plata, Argentina”, podrá verificarlo y ver las fotos. También la llegada de funcionarios norteamericanos que investigaron hasta el cansancio a cada tripulante preguntándoles si habían traído civiles y o militares. A coro todos respondieron que no. Ni civiles ni militares, claro ellos eran Boy Scouts.
Si bien para la Argentina esos tripulantes eran “prisioneros de guerra” la historia fue otra. A tal punto llegó el apoyo Argentino que en la Base Naval de Mar del Plata se realizó una gran fiesta de bienvenida.
Los militares argentinos lejos de tratarlos como enemigos posaron en infinidad de fotos al lado de los marinos. Claro que las autoridades norteamericanas recriminaron esos tratos. Posteriormente se llevaron las dos embarcaciones y a sus tripulantes.
Volvamos al amigo de Alejandro en la Isla Leones. Una noche en que ambos se emborracharon el alemán dijo que en 1945 uno de los Lobos Grises, especialmente preparado para el largo viaje, llegó a menos de 100 kilómetros de Punta Dúngenes. En el punto más austral del continente americano, el extremo este de la Argentina, antes de cruzar el Canal de Beagle y llegar a Tierra del Fuego. (Esta información pude corroborarla por otra fuente hace poco tiempo. Ya hablaré sobre ello) Empezaba entonces la primavera de 1945. En aquellas soledades y con ese mar el apoyo logístico que necesitaron para ese desembarco fue formidable. Según el alemán por lo menos un barco argentino participó en la operación y desembarcó a todo el personal, menos dos marinos que volaron la nave. Los cuales llegaron a tierra en un bote inflable. Los esperaban con varios camiones. Hoy los restos de la nave reposan en un fondo no muy profundo. Seguramente su acero aun resiste en aguas heladas y mares bravos, pero allí está sin duda.
En mi gusto por la práctica del buceo creí, junto a un gran amigo, que nosotros dos llegaríamos al naufragio y realizaríamos uno de los descubrimientos más importantes. Una forma de mostrar la amistad argentina-alemana.
El conocimiento del hundimiento nos llegó sin ninguna relación con el Diario o las cartas de Alejandro. Mi amigo estuvo casado varios años con una hermosa alemana, que lamentablemente falleció por causa de una larga enfermedad. Ese matrimonio cobijó la amistad de un ex oficial alemán y su hija. Relación que perduró por años. El marino, en confidencias, le contó sobre su llegada a la Argentina en un submarino. Que la operación se realizó en el sur argentino. El mismo submarino que el amigo alemán le contara a Alejandro.
En diversas reuniones mi amigo le preguntó las coordenadas donde habían hundido al Lobo Gris. El alemán sistemáticamente se negó a ello.
Prueba de su pertenencia a la tripulación es la medalla al mérito que mi amigo conserva, regalo de la hija del oficial. Puedo describirla como un círculo de olivos en cuya parte superior despliega sus alas el águila alemana. Cruzando la misma un U-Boat remata la insignia. Entre el águila y el submarino una esvástica une el símbolo.
El hombre se enfermó y estuvimos es ascuas, esperando lo peor. Si moría y no nos daba la posición todo estaría perdido. Finalmente en el 2010 fallece. Mi amigo llama a la hija para darle las condolencias. Telefónicamente ésta le dice “Anote unos datos que le dejó mi padre”. ¡Era la posición del U-Boat tanto tiempo buscada!
Nos encontramos ansiosos en casa. Extendimos la carta náutica de Santa Cruz, Argentina. Colocamos las regla paralelas y trazamos un círculo. Contábamos con la Latitud Sur y La Longitud Oeste, en grados y minutos. Esto significa un punto en la carta. Faltaban los segundos. Por lo tanto la búsqueda comprendería un cuadrado de 00 a 60 segundos para cada lado. Recordemos que un grado es el equivalente a 60 millas náuticas, una milla es un minuto, un minuto corresponde a 60 segundos y un segundo a 30,6 metros. Todo está en relación a la circunferencia terrestre.
La búsqueda equivaldría a rastrillar un área pequeña del fondo marino.
Contábamos con G.P.S, un radar de barrido lateral para revisar sistemáticamente el fondo y hasta un robot que nos prestarían para filmar toda la nave. Soñábamos con sumergirnos y tocar el viejo acero, pero fue imposible ya que la operación implicaba recorrer el fondo a más de 70 metros. ¡Está hundido en un muy buen pozo! Cualquier trabajo de ese tipo requeriría una embarcación y tiempo que no podríamos pagar. Así que desechamos de muy mala gana aquella aventura.
Es importante señalar que el amigo del que hablo es un conocido periodista argentino. Según sus dichos, y no tengo razones para no creerle, realizó varias notas en la Patagonia sobre el ingreso de alemanes en submarinos.
En época de la dictadura fue “visitado” por cierto personal militar. El mensaje fue claro, si seguía investigando su vida no valdría nada.
Ahora el viejo submarino parecía llamarme desde los oscuros abismos, anunciándome que me esperaba…
Las viejas cartas de mi hermano, el Diario de papá, todo regresaba como piezas de un enorme rompecabezas. ¿Podría creer que todo aquello en realidad habría ocurrido?
Tiempo después de encontrar el Diario conocí a una persona, un técnico que trabaja para la Base Naval de Mar del Plata. Me narra una historia que le contara a su vez una mujer mayor. Esos dichos afirman que esa señora había presenciado el desembarco de un submarino alemán, de todo su personal. Año 1945.Varios camiones esperando a los tripulante. Luego presenció la voladura de la nave. Es la misma posición que tenemos nosotros. Es decir reafirma los datos dados por el oficial alemán fallecido y concuerdan con lo mencionado por mi hermano.
La Goleta y un Submarino,
1945 Bahía de Samborombón Argentina
Dije que encontré el Diario tiempo después de la muerte de mi padre y de mi hermanastro Alejandro.
He pensado que si saliese a luz, entonces podrían detectarme y comenzarán nuevamente las persecuciones. Quizás ya no en forma física, pero pueden existir otras maneras, tal vez más sutiles y peligrosas. Han ocurrido algunos hechos que no dejan de preocuparme.
Ellos saben que el tiempo es su enemigo. Los testigos van muriendo. Ahora tienen mucho más que perder ya que si no logran obtener la información pronto, la perderán para siempre. De allí el riesgo que puedo correr. Soy el último que puede llegar a poseer la información más valiosa.
Mi interés por la náutica trajo a mis manos una historia extraña, que parecería solo eso. Pero ahora a la luz de los hechos, todo encaja y se torna oscura y sombría.
El relato que sigue fue publicado en varios medios en Internet. Su resultado fue la recepción de una carta desde Italia, urgiéndome a presentarle todas las pruebas que tuviese sobre la presunta llegada de altos oficiales nazis a la Argentina.
El acontecimiento encierra un hecho fundamental, una lata supuestamente con aceite, recogida sin ninguna razón aparente, en pleno mar argentino, traído a bordo de una goleta. Eso ocurrió el día anterior a la entrega en el puerto de Mar del Plata del submarino alemán U-977. El envase portaría no aceite, como le dijera el capitán a su tripulación, allí posiblemente se encontrarían capitales, quizás diamantes, para la financiación de actividades alemanas. La nave no podría rendirse con esa carga, que seguramente habría sido confiscada.
Respecto de la relación entre la goleta y el U-977, es sorprendente la historia que personalmente me contara el Ingeniero... (No puedomencionar su nombre) en una cena en el Club Náutico de Mar del Plata, en la noche del 12 de julio del 2008. En esa ocasión un grupo de navegantes deportivos (veleristas) compartíamos buenos momentos. Tales reuniones solían realizarse una vez al mes. Éste Ingeniero contaba entonces con 80 años de edad, a pesar de ello su porte y forma de expresión no se habían visto afectadas en lo más mínimo. Había fundado justamente la Escuela de Náutica en Mar del Plata hace muchos años. Le referí que estaba yo preparando un Sitio Web denominado El Portal de los Barcos y que me interesaría su opinión. Me dijo -¿Quiere una extraña historia? -¡Sí!, le dije, y comenzó:
Estamos en 1945, por aquel entonces con un amigo nos iniciábamos en la navegación a vela. Surgió un viaje desde Buenos Aires a Mar del Plata. Un velero haría el trayecto y nos invitaban. Así podríamos realizar un sueño, nuestro primer crucero oceánico.
En el puerto de San Fernando abordamos una hermosa goleta. Fue adquirida en Inglaterra y en ella llegó el extraño marinero (con el que no cambiamos ni una palabra). Su Capitán, un hombre de 50 años, resultó ser conocido del padre de mi amigo. Así logramos un pasaje de ida.
Antes de la 12 de la noche zarpamos con un buen viento de través.
Un viaje de esas características por mar y a vela puede demorar no menos de 53 horas, en el mejor de los casos. Si sopla sur se agregan muchas más horas. No hay forma de navegar contra el viento y nuestro destino estaba justamente en esa dirección.
En una navegación a vela es importante avanzar aprovechando el buen viento.
En el segundo día nos encontrábamos a mitad de la Bahía de Samborombón. En ese lugar se abre un gran espacio y la costa se aleja muchos kilómetros. Anochecía.
El marinero, un hombre de gruesos brazos y abundante cabellera negra, de no más de un metro sesenta de estatura, nos preparaba la comida y servía en silencio. Sus ojos extraños y oscuros me observaban de tal forma que trataba de apartar la mirada. Su típica camiseta a rayas, su cuerpo fornido, una cara marcada y arrugada por mil soles delataban a un ser que había estado más tiempo en el mar que en tierra.
A las 21 horas el Capitán nos llamó e impartió una orden inconcebible -Muchachos fondearemos aquí, nos esperarán. Michel y yo iremos a buscar unas cosas en el bote de apoyo. Inútil fue preguntarle por qué razón suspenderíamos la navegación, adonde irían cuando la costa estaba a kilómetros y de noche
-Ustedes se quedan y esperan. Fue la única respuesta que obtuvimos. Así sin saber que hacer permanecimos en absoluta oscuridad, con el temor que algún barco no llevara por delante. Sin luna no veíamos ni la proa del barco.
Las estrellas apenas se divisaban entre una tenue capa de nubes. Cada tanto el cielo sea abría y la Vía Láctea en pleno nos regalaba su luz.
El viento había cesado. Los catavientos, esos pequeños hilos que se colocan en las jarcias para señalar la dirección del que procede, pendían inmóviles. ¡Nunca sentí tan fuerte y profundo el silencio!, jamás tal desamparo.
El mar puede ser tolerante con el marino o brutal. Su humor depende solo de circunstancias que no podemos prever. La diferencia entre la paz de un mar tranquilo como un espejo y el infierno depende del humor de los elementos. Ahora ese sentimiento de temor y respeto se incrementaba en la oscuridad.
Un casi inaudible ronronear del agua contra el casco, parecía decirnos ¡aquí estoy! El mar en su bravura descansaba por ahora.
Nos ordenó apagar la luz de los dos palos. Solo una blanca en la popa, como un mínimo ojo, nos mostraban a solo unos pocos metros.
Cuatro horas más tarde escuchamos un sonido que iba creciendo, era el movimiento de los remos en el agua. Finalmente el Capitán y el extraño marinero subieron a bordo. Portaban una lata negra. Ante nuestro asombro le preguntamos que contenía. Con un dejo de furor contenido en su voz nos dijo -¡Aceite para el Motor!
Nos miramos con nuestro amigo. La respuesta era inaudita. La goleta no necesitaba navegar a motor, para eso están las velas. Nadie en su sano juicio abandonaría a una tripulación, en una peligrosa zona de navegación, a oscuras para buscar aceite. Cualquier Capitán revisa toda su embarcación antes de zarpar y el motor es una parte de ello.
Llegamos a Mar del Plata en nuestro tercer día de navegación, bien entrada la noche. En esa época el Puerto Náutico Deportivo no existía como ahora (hoy lo comparten cuatro Clubes Náuticos). La noche había avanzado. El volver hasta nuestras casas sería complicado. Decidimos quedarnos a bordo y bien temprano en la mañana dejaríamos la goleta.
Al amanecer bajamos del barco muy contentos con la aventura y todo lo aprendido. Si bien el Capitán no dejaba de ser un hombre peculiar, nos enseñó unos cuantos secretos de marinería.
Pasaron muchos años. En una cena como ésta se me acercó un hombre y luego de observarme un rato me dijo -Usted es el Ingeniero... Estuvo trabajando en puertos en tal y cual ciudad en el extranjero. Le pregunté cómo conocía una buena parte de mi vida y continuó -Usted y su amigo el Señor…, navegaron en una goleta desde Buenos Aires a Mar del Plata.
-¡Así es!, pero cómo?
-Corría el año 1945 ¿Lo recuerda? Cuando ustedes desembarcaron a su lado estaba amarrado un submarino
-¡Es cierto!
-Bien, ese submarino era el U 977, uno de los dos que se entregaron luego de terminar la guerra.
-¿Y nosotros que teníamos que ver?
-Sospechamos que podrían haber colaborado con esa nave, que estuvo navegando muy cerca de la goleta, o haber bajado personal.
-¡Nosotros no hicimos nada!
-No se altere, ya pasó tanto tiempo, después de todo solo eran deportistas. Un gusto Ingeniero buenas noches ¡cómo ha pasado el tiempo!
El Ingeniero había terminado su relato y su cena, se levantó, me miró, saludó y se dirigió hacia la puerta. Tomó el picaporte y se dio vuelta. Una sonrisa brilló por primera vez Dijo -¿Le gustó la historia? Antes de retirase por última vez me preguntó -¿Qué habría en la lata? Yo estaba anonadado, le dije que escribiría la narración. Me pidió que no lo nombrara.
La publique en la Web y fue al mundo. A los pocos días recibí un E-mail desde Italia. Una tal Sara Levy un poco ofuscada se presentaba y me exigía toda la documentación que podría yo tener sobre la supuesta llegada de jerarcas alemanes a la Argentina. Ésta mujer (conocida escritora israelí) me explicó que colaboraba con una rama de los servicios que buscan a los criminales nazis en el mundo. Junto a su carta recibí el link a dos libros en línea que hablaban sobre el tema. Hasta ese momento desconocía la frondosa existencia de literatura al respecto. Así conocí las diversas investigaciones que se llevaron a cabo en el país.
Investigaciones en las aguas Argentinas
En la búsqueda de los U-Boats
Permítanme hacer primero un comentario sobre los submarinos alemanes en las costas argentinas. He dicho que contamos con una buena cantidad de historias, avistamientos y hasta contactos con la oficialidad alemana que supuestamente venía en ellos. He recorrido el sur del país muchas veces en mis excursiones de buceo. Navegué sus costas, visité algunas estancias y poblaciones cercanas al mar. Hablé con sus residentes y busqué la prueba definitiva que determinase de una vez la presencia de esas naves.
En una de las estancias, en Chubut, el mayordomo (luego de mucho hablar y tomar mate) me llevó a uno de los galpones. Mi sorpresa fue mayúscula, aún funciona un generador eléctrico. Pude leer claramente la fábrica alemana. El paisano, muy confiado me dice ¿Ve Don? Es de uno de los submarinos que anduvo por acá. Y esas latas con esa cruz rara, eran de combustible. Perplejo alcé una de los bidones, la cruz “rara” era una esvástica. ¿Quién tomaría de un U-Boat un generador? ¿Cómo lo habían sacado?
Datos hay cientos, pruebas abundan, aunque no son definitivas.
Supongo que al igual que ocurre con las leyendas, no todo es cierto, es más, muchos son temas disparatados. Pero la verdad se oculta muy bien debajo de las inconsistencias contadas una y otra vez. En éste caso hay mucho más.
Bastante se ha escrito y realizado en la búsqueda de los submarinos alemanes en aguas argentinas. El lugar más “famoso” es la Caleta de los Loros, cerca de las Grutas en Río Negro. Alguien dijo haber visto desde el aire la sombra de un submarino. La marea lo cubría y lo hacía visible regularmente. Nunca apareció. Se hicieron intensas búsquedas. Incluso la Marina Argentina barrió la zona sin resultados.
Si existe un gran profesional del mundo submarino es sin duda Tony Brochado. Tuve la oportunidad de estar en su casa en San Antonio Oeste, en Río Negro. Recibí de primera mano la información sobre aquella frenética carrera por encontrar un sumergible alemán. Tony trabajó a pedido del Diario Ámbito Financiero en la expedición. Armaron un campamento a orillas del mar. Durante días barrieron los fondos sin éxito. Pero hay algo interesante y sugestivo que Tony me dijo, necesitaron una guardia armada de la Prefectura Naval Argentina. El campamento tuvo protección pues fueron amenazados. Esto es absolutamente verídico.
Le pregunte a Tony si aún cree que uno o más submarinos estén en algún lugar. Dijo
-¡Sí están! Solo es cuestión de tecnología, no le quepa duda.
¿Por qué no aparecieron cuando fueron buscados? Es sencillo. Me viene una terrible frase a la memoria “miente, miente algo quedará”. Se ha querido ocultar la verdad. Nadie quiere reconocer el apoyo brindado al perdedor de la Segunda Guerra ¿Y si hubiesen ganado? Tal vez nuestra historia hubiese sido otra.
Supongo que gran parte de la información sobre avistamientos de los Lobos Grises en Argentina es adrede falsa. Es sencillo ocultar la verdad con datos incomprobables, pero les aseguro algo los Lobos Grises, o lo que quede de ellos están allí abajo, en la profundidad Argentina.
Muchos son los intereses, a pesar de los años transcurridos, para que todo se pierda y se diluya en el tiempo. (Claro que sin de dejar de buscar lo que tanto les interesa). Finalmente le escribí a Sara Levy. No obstante algo es cierto: los oídos de algunos están siempre abiertos. ¿Por qué razón? Ya ha pasado tanto tiempo. ¿Qué importancia podría tener? Hay algo más, que ellos, los alemanes que llegaron a Argentina dejaron y que es fundamental encontrar. Es claro que es la información que desesperadamente han buscado sin éxito.
Un dato más para el lector: Recién en el 2020 Estados Unidos “desclasificaría” la información que poseen sobre estos temas. Pregunto ¿Por qué? ¿Qué ocultan si ya pasó tanto tiempo?
1945 - Cuatro meses después
de finalizada la Segunda Guerra
En tanto que dos de los U-Boats se rendían en Mar del Plata, otros Lobos Grises siguieron su curso al sur, entre ellos el U-Boat Clase XXI mencionado.
Recordemos que la guerra termina en 1945. Ya antes había comenzado la operación de transporte de Jerarcas y diverso personal Alemán a Sud América.
Es interesante hacer mención a un documento fundamental, del Ministerio de Marina de la Argentina, recientemente desclasificado,(llegó a mis manos por la gentileza de un amigo Ex Inteligencia de la Marina) enviado a su Excelencia el Señor Ministro de Relaciones y Culto Dr. César Ameghino, el 17 de mayo de 1, Bajo Letra SP 2 Número 49 PR (Para Personal Reservado) y dice textualmente: “Tengo el agrado de dirigirme a V.E. para comunicarle que a raíz de una información suministrada a este Departamento, según la cual, submarinos alemanes se encontrarían en caminos cuyas direcciones coinciden con los que ya vienen hacia nuestra costas, he puesto sobre aviso a las Escuadras de Mar y Ríos y a la Prefectura General Marítima, con el propósito que puedan adoptar las medidas pertinentes ante la posible eventualidad de que su intención sea entregarse o hundirse, en proximidades de nuestro territorio. Aprovecho la oportunidad para saludar al señor Ministro con las expresiones de mi más distinguida consideración”
De semejante documento surge claramente el perfecto conocimiento que las autoridades conocían perfectamente los movimientos de los submarinos alemanes. Además se aseguraba, en el más alto nivel político, que un grupo ya navegaba hacia Argentina y otro podría -aparte- entregar o hundirse.
La historia que se relata sobre la vida de Alejandro en el Faro y su posterior escape ocurre, como mencioné, desde el año 1959 al 1961. Luego huye y se pierde durante años, escapando por la Patagonia.
Dos años antes, en 1958, nuestro padre traba una fundamental relación amorosa con Frida, que traerá impensables consecuencias mucho tiempo después.
Muerto Alejandro transcurrió largo tiempo hasta el hallazgo del Diario en la casa de mi tío. Allí me enteré de la tragedia de mi hermano y de las andanzas de papá. Abrí la Caja de Pandora. Así nuevamente desperté el interés por la búsqueda del mayor secreto.
Los Lobos Grises navegaron las aguas argentinas durante años de terminada la Segunda Guerra. Operatividad que como dije decididamente requirió del apoyo de las autoridades locales.
Mi hermano cayó en la red que tan hábilmente tejiera el por entonces gobierno argentino con los últimos líderes nazis y por su puesto con el beneplácito de los norteamericanos. Ellos permitieron todo el movimiento de jerarcas alemanes en Argentina. Así fue más sencillo el control. Además necesitaron muchas veces de su consejo. Cada uno de los desarrollos tecnológicos para la guerra, aviones, submarinos y armas de todo tipo, que fueran tomadas por el ejército norteamericano, requería de información para su estudio y fabricación posterior. Era obvio que no podían hacer públicas tales relaciones. Además con el mundo dividido y el riesgo de la URSS el gobierno Norteamericano necesitaba de la “Inteligencia Alemana”. No olvidemos que tuvo que unirse medio mundo para vencerlos. Esto lo comprobaremos absolutamente del Diario de mi padre. Su amante alemana, al final de su relación, le contará todo con lujo de detalles.
Claro que algunos que no integraban el grupo de privilegiados, como Eichman fueron dejados a su suerte y a veces (solo a veces) capturados, aunque aquí también existen serias dudas.
Ciertos documentos recientes dicen que Eichman trabó una relación política con el gobierno argentino, con el absoluto conocimiento norteamericano. Los israelíes se decidieron, solos a su secuestro. Durante el juicio se temió que el imputado hiciera una declaración sobre profundos secretos militares. Eso no ocurrió. Si eso es cierto, se abrirían situaciones insospechadas. No obstante ello no es parte de la historia que nos interesa. Pero permítame el lector sospechar algo: lo buscaron a Eichman ¿por qué no a Mengele que atendía como médico en Buenos Aires, con su propio nombre, y tantos otros? Es una buena pregunta.
Al momento en que Alejandro debía cumplir con el servicio militar, nuestro padre amigo del Jefe de la Armada, consiguió colocar a mi hermano en el Comando en Jefe del Ejército. Así estaría cerca de su casa y podría volver casi todos los días.
Pero él fue castigado por largo tiempo al destacamento militar de la Isla Leones, en el lejano sur.
Una vez allí ya estaba perdido. Supongo que la llegada de los alemanes a la Isla no estaría planeada antes de su llegada. Sencillamente habrán recibido órdenes desde Buenos Aires y ese lugar fue, en esos tiempos, un punto más de contacto.
La Vida en la Isla
Si bien Alejandro había sido “condenado” a permanecer durante todo su Servicio Militar y más aún, en aquel lugar, no lo tomó tan mal. Ello podemos apreciarlo en las pocas cartas que le enviara cada tanto a sus tías. En esos duros marinos encontró camaradería y vivió una aventura única. Una experiencia límite para un chico porteño que jamás sospechó como cambiaría su existencia. Así dejó su vida de ciudad y comenzó a transformarse en hombre.
Sin embargo esos mismos militares lo hubiesen matado a fin de evitar que hablara sobre lo que ocurría allí. Hasta ese momento decisivo fueron sus camaradas. Él llegó a sentirse casi un igual.
Cada mes, a veces cada dos, también cuando se festejaba una fecha patria o la de un santo, los marinos del faro viajaban a Camarones, para salir del encierro.
Recorrían los largos 60 kilómetros, sin caminos, hasta el pueblo, donde alquilaban una casa, Allí se armaban mesas de juego. No faltaban las carreras de caballos y los bailes. Alejandro no se perdía nada. Jugaba a todo lo que podía. Imagino el cambio que se produjo en él.
Como he dicho menciona a varios personajes y lugares. Uno era un bar, sitio obligado de reunión de los pocos parroquianos que habitaban el entonces el pequeño villorrio. Nos cuenta como ellos se servían en el bar, como si fuese su casa.
Nombra también a un Club. Un lugar de tiro al blanco. Dos hoteles (el de arriba y el de abajo), según la ubicación (en la zona más alta o baja del pueblo). El de arriba pertenecía a un chileno cuya mujer se entregaba por dinero.
Nombra a tres negocios de Ramos Generales que abastecían a la comunidad. En aquella época los comercios llamados almacenes contaban con una variedad de mercadería y acopio, dadas las enormes distancias que lo separaban de los grandes centros poblados. Casa Victoria, Casa Rabal, y Casa Gil. Uno de los bares pertenecía al Hotel España y el otro a Lucero. Formaban también parte del lugar, una pensión y varias casas particulares.
Según mi hermano la propiedad que alquilaban era lugar de juego y refugio de ladrones. Otras casas son señaladas arriba del cerro.
Hace mención especial a las maestras de la escuela de Camarones. Imagino la vocación de esas jóvenes chicas en semejante páramo.
En uno de sus relatos Nos cuenta que en una de las estancias, en plena estepa patagónica, vivió durante varios años Amalia. Fue enviada por el gobierno nacional junto a un grupo de profesionales recién recibidas para la escuela de Camarones.
En la Estancia San Jorge le habían dado un Zaino negro. Con el que ayudaba en las tareas de recoger hacienda lanar en la temporada de esquilas. Cuando las ovejas sufrían el estrés de quedar sin su vellón y los más pequeños perdían a sus madres. La maestra, debía recogerlas a caballo.
Aquellas maestritas hacían patria mientras el drama se preparaba muy cerca, en una lejana e ignorada isla de los mares del sur del mundo.
Entre otros temas señala el permanente olor a pescado que envolvía a todos, claro ejemplo de una de las principales actividades del lugar.
En cuanto a las gentes de ese tiempo es interesante la descripción y los nombres que nos da: Don Lucero muy atento y servicial. El mismo que quise ver y me lo impidieron. Otro personaje era el dueño del bar Victoria Julio Ivanovich, con cuarenta años, buen jugador, casado con una bella esposa, con dos hijas mayores.
Mi hermano narra la hospitalidad de los lugareños, casi perdidos en la inmensidad de la estepa. Tan lejos de todo. Imagino importante dar esos nombres. Si bien parecen no tener relación directa con la historia, están puestos de puño y letra por mi hermano y son parte de las pruebas irrefutables que poseo y que cualquiera podrá verificar.
Camarones era el lugar donde convergían muchos de los peones de las grandes estancias del sur.
Los temporales brutales, cuando llegaba el invierno, son dignos de leerse. Él se entretenía horas contando todo. Escribir y cocinar era casi todo lo que podía hacer. Imagine a la Isla Leones: apenas tiene 2 por 2,80 kilómetros. En su centro un galpón y el faro.
A pesar de ello aún algunos pescadores, esporádicamente, se refugian todavía en él. Los torreros de la Marina accedían a la isla cruzando el peligroso canal de unos 1,38 kilómetros, en el precario bote. En el cual cargaban víveres para más de un mes, equipos y el personal.
Era normal quedar aislados semanas enteras mientras el viento a más de 130 kilómetros por hora barría la Isla si piedad. Ni un árbol, nada que frenara la implacable fuerza de los elementos.
El silbido insoportable del viento contra las rocas aturdía los sentidos, hasta agotarlos. Luego la lluvia interminable y las nubes siempre negras o grises cubrían el horizonte. Ocultando el espantoso castigo que día a día soportaba la dotación militar. Las largas cartas tardaban a veces hasta dos meses en llegar a destino.
Tejía sus sueños, leía incansablemente y cocinaba para todos en una precaria cocina a leña.
En algunos cruces desde el continente a la isla, la navegación en el bote estuvo a punto de hacerlos zozobrar. Olas de hasta cinco metros creaban paredes para que aquellos pobres hombres no pudiesen llegar a destino.
Aterrorizado Alejandro una vez casi salta del bote, claro que desconocía que caer al agua implicaba una muerte segura por hipotermia.
Transcurrió todo 1959 sin más novedades que el clima bravo, salpicado cada tanto por días de poco viento, algo de sol y las fiestas en el pueblo.
Hacia el segundo año comenzaron los hechos que desencadenaron finalmente el escape.
Cuando los temporales impedían el reabastecimiento desde el continente, tomaba su rémington y salían a cazar en aquel roquedal en pleno océano atlántico sur.
Desde éste presente tan lejano lo veo en su escape, deambulando solo, perseguido y desamparado en el inmenso desierto patagónico. Librado a su suerte. Buscando alguna voz, una mano amiga. El calor de un fuego en tantos días solitarios.
La Casa-Faro
El faro se conectaba con radio a Trelew, donde pasaban las novedades y el parte del tiempo.
El agua la obtenían de la lluvia. En la ladera oeste, por la cual se accede a las construcciones, se construyó un muro de contención. Permitía juntar el agua que corría por la ladera para canalizarla hacia los piletones.
Fuera de la casa-faro se encuentran las cisternas de almacenamiento. Aún están allí. En el interior las habitaciones no tienen contacto directo con el exterior. Hay un primer anillo que circunda en su totalidad la casa para aislar las salas de estar. Buena idea para soportar el extremo clima del lugar. Otro detalle es que todo está construido en metal, placas remachadas como una embarcación. Ahora vemos cómo ha soportado tanto tiempo.
En el centro se encuentra un gran estar en el que se destaca la base de la torre. Entre ese espacio central y el anillo exterior se encuentran las habitaciones distribuidas en 360 grados. Cuenta con veintidós.
Como dije aún perduran algunos de los objetos que la Dotación utilizara hace tantos años. Recuerdos de un tiempo. Los pocos que logran llegar al lugar quizás ignorarán que quienes usaron aquellas cosas tuvieron sueños, alegrías y tragedias. Así es la vida.
En el breve tiempo que permanecí absorto en el faro, los imaginarios fantasmas me alcanzaron. La charla de aquellos hombres, el humo del tabaco en las espantosas noches de invierno, una botella de licor compartida. La radio, único vínculo con la civilización, desparramaba quedamente la música que llegaba entrecortada del norte.
Afuera todo se conjugaba para refugiarse junto al fuego. La lluvia, la dureza del viento. Las olas enloquecidas castigando las rocas. Dentro del círculo de acero, el breve calor de la madera encendida permitía entibiar un poco el alma.
El llamado a un U-Boat
El Fin de la Inocencia
Volvamos al primer encuentro de Alejandro con los oficiales alemanes. Corría el mes de febrero de 1960, desde la Isla, escribió otra carta a sus tías. Ya habían cenado. Solo tres hombres ocupaban el faro. Los demás estaban en Camarones. Con el temporal no podrían volver en varios días. Se encontraban aislados. Afuera la tormenta arreciaba. La lluvia golpeaba con furor los gruesos vidrios que protegían la luz en lo alto. Alejandro cumplía la guardia. Los destellos de los rayos lo hipnotizaban. Extasiado intentaba ver más allá del abismo negro de la noche.
Soñaba con volver a su casa de Flores en Buenos Aires. Caminar por la Avenida Rivadavia, entrar en algún cine. Ese sueño inalcanzable en lugar de entristecerlo, le daba esperanzas. Imaginaba que la aventura terminaría y el largo viaje en tren lo llevaría definitivamente a su mundo, lejos de la soledad.
El trueno estremecía la construcción imperturbable. Las olas a lo lejos estallaban en un blanco furioso cada vez que el rayo las iluminaba. El viento alzaba su grito ensordecedor en decenas de tonos. Aullaba, gemía y llegaba a su frenesí en la explosión del trueno, para volver a empezar una y otra vez.
El miraba la ametralladora sobre su trípode. La noche anterior había llegado hasta la costa en busca de pulpos. Subió el bote varios metros con un malacate. Se avecinaba la tormenta. Lo amarró fuertemente a dos gruesos hierros clavados en la playa de cantos rodados. Entonces vio las luces desde la costa. Textualmente dice en la carta “Anoche observé las señales desde la costa. Desperté al Cabo y él mandó un radio a Trelew. Pues aquí no hay gente en un radio de sesenta kilómetros a la redonda, Me dijo que puede ser alguien que se comunica con algún submarino, por eso me mandaron hacer la guardia en la torre. Domino con los binoculares un radio de 18 kilómetros. Que nos ataquen no hay peligro, ya que la única forma de acercarse es por mar y los vería. Ya probé el arma, disparando algunos tiros sobre la playa...”
Esa carta fue escrita antes de cenar y llegó a Buenos Aires casi un mes después. Nadie prestó atención al notable hecho que narraba.
Otra carta fue despachada mucho más tarde, pero esta vez no la envió desde la estafeta postal de Camarones. Fue mandada desde San Antonio Oeste.
En una de sus estancias en Camarones conoció a una chica, Mabel, la hija de un estanciero, viajaba cada tanto al norte. Así que aprovechó uno de sus viajes y le pidió que la despachara desde allí. Así se lo cuenta a sus tías. En ese momento se produce un cambio sustancial en su vida en la isla ya que comienza a compartir la llegada de los submarinos.
Aquélla monótona vida se vuelve repentinamente peligrosa. Sus jefes ven el riesgo que Alejandro contara lo que allí pasaba. Tenía que fingir. Hacer como que no le importaba. Debía aceptarlo todo. Temía que sus cartas fuesen interceptadas y leídas, por eso le pide a su amiga que las envíe desde otro lugar. Había comprendido en el peligroso juego en que se encontraba.
Carta desde la Isla Leones, 5 de mayo de 1960
Querida Magda, Lolo, Mariela y Enrique:
Les parecerá extraña esta carta enviada desde San Antonio Oeste, le he pedido a Mabel (la chica de la que les hablé) que la despache desde allí, viajará muy pronto. Han ocurrido algunas cosas y temo que los oficiales la abran y la lean. De todas maneras seguiré enviándoles otras, cuando pueda, desde Camarones para no despertar sospechas.
Recordarán que en la última carta les conté de las luces que descubrí en la noche, las mismas provenían desde tierra hacia el mar. En estos lugares desérticos no hay un alma. Cuando di el aviso estaba presente el suboficial y el oficial. Se miraron de una forma extraña. Hicieron silencio hasta que oficial dijo -esas señales deben ser para uno de los submarinos. Esa noche no se dijo nada más, aunque se me dieron orden de montar guardia en la torre.
Les conté de la gran tormenta que disfruté, mientras la estufa a gasoil apenas lograba contener el frió que pasaba a través de los cristales. Me había abrigado con la gruesa campera que Mariela me mandara en la última encomienda. A pesar de estar cansado y de mirar cada diez minutos hacia el exterior con los binoculares, pude leer parte de la novela de Jack London “Colmillo Blanco”. El sueño intentaba vencerme pero la jarra de café caliente sobre la estufa logró mantenerme despierto.
Desde abajo se oía un zumbido, mis dos superiores conversaban. A la altura en que me encontraba solo escuchaba un rumor, de pronto, en el preciso momento que salía de la novela, del lobo en la nieve, unas palabras se hicieron totalmente claras
-Es imposible que realicemos los contactos sin que el pibe los vea.
-Se lo vamos a decir.
-Sí, pero ¿Y si después avisa?
-Sí, pero nada, carajo. Es una orden y basta, ya veremos como arreglamos el tema. Un frío corrió por mi espalda, algo pasaba y no sería nada bueno, sospecho que tiene que ver con los submarinos. Ya les contaré, pero la próxima carta saldrá de Camarones y no hablaré del tema, tengan paciencia. Más adelante Le pediré a Mabel que la mande de otro lado.
Alejandro.
Carta desde la Isla Leones, 10 de junio de 1960
Otra carta enviada por su amiga Mabel, esta vez desde Comodoro Rivadavia, tiene fecha del 10 de junio de 1960, aunque dadas las circunstancias las fechas son relativas. Dice lo siguiente:
Querida Magda, Lolo, Mariela y Enrique:
¡Pasaron tantas cosas desde la última carta! Ustedes no lo creerán. He tomado algunas precauciones. No puedo despachar inmediatamente cada carta. Debo esperar un viaje a Camarones para los reabastecimientos, guardé muy bien la presente, por temor a que la oficialidad la lea. Así en mis recorridas por isla para cazar liebres (son del tamaño de perros chicos), con mi rémington al hombro, encontré una cueva, un verdadero refugio natural, allí dejo lo que escribo. Mabel me hizo el favor de enviarla, esa chica es un sol. Estuvimos hablando y la verdad….es que a este marinero perdido tan lejos, le vendría muy bien una novia. Es la hija de Don Braulio, un productor de lana de ovejas en la zona. ¡Buen partido para éste porteño! A ella le gustaría vivir en Buenos Aires, ¡quién sabe! En una de esas…pero aún falta para que me den la baja y regrese. Además si quisiéramos formalizar un compromiso, yo debería tener trabajo. ¡Estoy cambiando!
Vamos a lo que está pasando aquí. Al día siguiente de las señales vistas desde tierra, el suboficial me llamó y me explicó que dos días después desembarcaría gente de un submarino para tener una reunión con el oficial. Dijo que vendría de muy lejos, así que le pregunté si de Puerto Belgrano o de Mar del Plata, se rió y me exigió guardar silencio, que no debería abrir la boca a nadie nunca y así tendría yo mis beneficios.
Un miércoles por la mañana divisamos la silueta del submarino. De un bote de goma descendieron cinco personas con extraños uniformes. Todos estábamos en la playa. A este y al sur de la isla, mirando hacia el mar, se abre una pequeña bahía que no se ve desde el continente. Si bien la profundidad permitía acercarse más, la nave permaneció lejos. La embarcación estuvo al rato sobre la playa ¡no podía creerlo! Marinos salidos del fondo del tiempo. El Capitán, tres marineros y un Oficial formaban la comitiva. Traían una caja de metal. El Capitán llevaba una campera de cuero con piel en el cuello. Me miró y pude ver en su pecho dos medallas.
Se me dio orden de alejarme, así que no pude entender lo que hablaban. No eran argentinos. Miraba la silueta de la nave, los dos cañones antiaéreos sobre la torreta. Buscaba saber la procedencia hasta que la imagen de una de las medallas abrió mi mente. ¡La Cruz de Hierro! Una de las condecoración más famosa Alemana ¡cuántas veces la había visto en las ilustraciones de la Enciclopedia de la Segunda Guerra!
¡Alemanes! El submarino es un viejo Lobo Gris Clase XXI, reconozco su forma y tamaño ¡Cuánto he leído sobre esas máquinas!, ahora estaba allí a mi alcance, pero la guerra terminó hace 15 años ¿Cómo es posible?
Esa maravilla fue una de las últimas que produjeron. Gracias a sus poderosos motores eléctricos y su casco, esos submarinos son capaces de sumergirse a 270 metros. Fueron los más rápidos !16 nudos de velocidad! 76 metros de eslora, 23 torpedos y ¡la increíble autonomía de 15.500 millas a 10 nudos!
Los alemanes y los argentinos intercambiaron paquetes ¿serán regalos? Cargaron en el bote una larga caja de madera que no había visto en el faro. Se saludaron y partieron. Media hora más tarde no quedaban rastros de la nave.
El Oficial se me acercó y dijo -¡ni una palabra!
Esa noche el suboficial envió un radio extraño, una serie de claves y posiciones, no pude entender claramente el mensaje. No era normal, nunca había ocurrido, es más me han entrenado como radio operador y aquello carecía de sentido. Pude entender solo unas letras, repetidas varias veces AZZ92.
Mis superiores intercambiaron extrañas miradas, era evidente que esperaban mi reacción. Nada dije. Traté de parecer indiferente.
Estoy preocupado, no cuenten nada y esperaremos. La semana próxima hay fiesta en el pueblo, así que saldremos de este encierro.
Un abrazo a todos y díganle a Mario que me escriba ¿Dónde anda?
Alejandro
Carta desde la Isla Leones, 14 de Julio 1960
Querida Magda, Lolo, Mariela y Enrique:
Espero que hayan recibido la última carta. El invierno se siente y me falta ropa, necesito camisas de frisa, ropa de lana y una buena campera impermeable.
Hace una semana que no podemos ir ni a la costa. El mar está terrible. Hay olas de varios metros, que entran en todas direcciones.
Tuvimos fiesta en Camarones. Fueron todos, incluso Mabel. Bailamos hasta agotarnos. Ella se fue y seguimos en la casa que alquilamos. Se armó una timba hermosa. El suboficial me regaló un montón de plata. Me dijo -anda a jugar, eres de los nuestros. Es evidente que ocultan algo, pero yo no digo nada. Sus negocios tendrán. No me explico donde se abastece el submarino, como llegó tan al sur. En fin veremos. Antes que me olvide, mi superior me preguntó por qué no les escribía, sospecha algo, así que les mando esta carta desde Camarones. He tenido cuidado así que no hay riesgo ahora que la lean.
Manden la ropa un beso a todos,
Alejandro, un marinero solitario.
Carta desde la Isla Leones, 17 de Agosto 1960
Querida Magda, Lolo, Mariela y Enrique:
Nuevamente esta carta va por medio de Mabel que viajó a Madryn.
Otra vez el submarino y los alemanes. En este desembarco bajó gran parte de la tripulación. Hicieron noche en el faro. Trajeron comida y bebida, no entendí nada. El Capitán habla separado de todos con mis compañeros. Juntos trasmitieron un radio, de nuevo esas siglas AZZ92.
Se les nota el cansancio de muchos días en el mar. A pesar del clima y el viento caminaron de un lado a otro de la isla, hasta cazaron a un lobo marino. Tienen una edad promedio de unos 40 años. Yo sigo siendo el pibe. Me invitaron cigarrillos, para mi sorpresa no eran alemanes si no ¡norteamericanos! Al fin tabaco de verdad, estoy cansado de fumar yerba mate.
Se llevaron tres grandes cajas que trajimos de Camarones, creí que eran suministros para nosotros. Yo no pregunto. Así que sigue el misterio, realmente no me importa, que hagan lo que quieran, mientras me dan unos pesos, así este pobre soldadito puede divertirse cada tanto en el pueblo.
Saludos y besos para todos. Hace tiempo que no pregunto nada de tío Federico y su mujer, cariños para ellos también. ¡Que Mario me escriba! ¿Qué le pasa que no es capaz de mandar cuatro letras?
El Escape de la Isla Leones
Esa fue la última carta desde la isla. Tiempo después escribió otras espaciadas que mandara a nuestro padre. En una de ellas relata sus últimas horas allí.
Llegaba el momento que nunca imaginó, escaparse, lo que significaba ser desertor. No le quedó alternativa. Una noche, después de la partida de uno de los submarinos, el Oficial y Suboficial (Alejandro se había ido a dormir) tomaron demás, alzaron la voz, él se despertó y los escuchó claramente
-El pibe sabe demasiado y es peligroso
-Mañana hablaremos y tomaremos una decisión.
Tenía que huir. Cruzar el estrecho, llevarse el bote, remar él solo, siendo la embarcación para diez personas. Acumular alimentos, ropa, un arma corta, para poder cazar.
Pensó que darían el aviso por radio y en pocas horas lo detendrían. Además Camarones quedaba a sesenta kilómetros y allí todos lo conocían.
Tendría que perderse en la estepa, alejarse no al norte, ya que seguramente lo buscarían en camino a Buenos Aires Iría hacia el sur, no por la ruta 3, quizás al oeste, hacia la cordillera.
El invierno dificultaba todo más. Si se quedaba su vida no valdría nada.
Así que esa noche, sumido en la desesperación urdió un plan. No dejó nada librado al azar.
Por la mañana el viento había amainado un poco.
Se quedó solo en el faro por un par de horas. Estudió la carta náutica y el Libro de Mareas. Era miércoles, el jueves la pleamar sería desde la siete de la mañana. La marea correría a través del canal. Si salía desde la playa podría aprovecharla y llegar quizás más fácilmente al continente, lo que facilitaría la navegación.
Hizo una lista rápida de las necesidades mínimas: a) Ropa b) Alimentos c) Una pequeña tienda de campaña para protegerse de los vientos y la lluvia d) Mapas, unos binoculares pequeños, una pínula que oficiaría de brújula y demás elementos indispensables para soportar las inclemencias del clima en las estepas sureñas.
Sacó una pieza de la radio para que no pudiesen avisar enseguida. No tendrían el bote, que quedaría en el continente. Los bloquearía, al menos por unos días. Necesitaba tiempo.
Preparó una mochila, con ropa, una bolsa de dormir, una pequeña lona marrón, para acostarse o usarla para cubrirse y camuflarse. Tomó un arma, una luger y tres cajas de municiones. Esa arma de 1908, la vi mucho tiempo después en la casa de un tío. El Capitán de uno de los submarinos, en un segundo desembarco, se la había regalado al Oficial. En las cachas le habían grabado el águila alemana y una esvástica, seguramente en la Segunda Guerra. El arma es de 1907.
Llevar la pistola empeoraría su situación, pero la necesitaría.
El tema de la comida era complicado, las conservas en lata pesaban demasiado. Eligió todo aquello que le proporcionaría muchas calorías.
Tomó también un cabo de varios metros, un cuchillo de monte, varias cajas de fósforos, protegidas del agua, linterna, algunas velas, un yesquero (para producir chispas y prender fuego). Una radio Spica, pilas, papel, lapicera, analgésicos, antibióticos, algunas vendas, azúcar, café, un jarro de acero, una ollita, zapatillas, ropa y su par de botas.
Escondió todo cerca de la costa y esperó al siguiente día. Se alimentó lo mejor que pudo y se durmió rogando que no lo mataran.
En la libreta que llevó cuenta que esa noche soñó que volvía a Buenos Aires y denunciaba a sus superiores, lo condecoraban como un héroe y detenían al submarino.
Aún era de noche cuando despertó. Se colocó la campera, un gorro de lana y una bufanda. El viento helado hizo que dudara, estuvo a punto de regresar y acostarse. En la costa recuperó su mochila y un bolso con las provisiones, los puso en el bote junto a un bidón con agua. Con un enorme esfuerzo logró que la embarcación flotara. Allí descubrió que a lo largo del bote estaba el mástil, la botavara y la vela junto a los cabos y jarcias. Seguramente el Oficial pensaba navegar en la mañana. No lo dudó. En un tiempo record todo estaba listo. Subió al bote que había puesto proa al viento. Movió la caña del timón y dócilmente el pesado bote comenzó a moverse. La ruta sería otra.
Comenzó a soplaba un fuerte viento sur, tanto que mi hermano tomó una mano de rizo, es decir acortó la vela para reducir la enorme fuerza que generaba el viento. El bote igual escoraba casi 30 grados, por lo que debía derivar y volver a orzar cuando las olas lo permitían. Ahora se dirigía al norte.
Hacia las tres de la tarde pasaba Camarones, pero lejos de la costa. El viento seguía claramente del sur.
Ató la caña del timón en un momento en que las olas lo permitieron y logró comer y beber. Antes del anochecer se encontraba a muchos kilómetros. La suerte lo acompañaba. Si se hubiese bajado frente a la isla, apenas podría haber recorrido quizás 20 kilómetros.
Ya era de noche cuando enfiló a la costa y desembarcó. Lo supo después, había pasado Trelew y estaba al sur de la península de Valdés ¡logró recorre más de 230 kilómetros! Toda una proeza por que la navegación no era toda en línea recta.
Existen algunas personas que a pesar de no tener práctica con la navegación a vela, poseen la maravillosa e innata capacidad de navegar. Alejandro no solo logró dominar el pesado bote. Hizo mucho más. Según narró, varias veces las olas estuvieron a punto de voltear la precaria embarcación. Una mano en la driza de la mayor, la otra en la caña del timón. El viento y una habilidad única lo alejaron lo suficiente de la isla Leones, para que su rastro no fuese encontrado.
La suerte lo depositó en una pequeña caleta. Bajó todo y empezó a caminar, pero volvió sobre sus pasos, hizo algo peligroso pero sencillamente inteligente. Sacó su arma y disparó varias veces debajo de la línea de flotación. Los disparos atravesaron el bote en ambas bandas. Se desvistió, subió a la embarcación y la hizo navegar, amarró la caña del timón y se lanzó al agua. Casi congelado llegó a la costa. El bote no tardó a hundirse. Nunca más lo encontrarían, ni tampoco su rastro.
Repuesto del frío y tras un buen trago de ginebra partió hacia la inmensa y solitaria estepa patagónica. Ahora estaba solo y lo buscarían.
El cansancio lo dominaba. Encontró una pequeña saliente rocosa, extendió la lona y se durmió enseguida.
Por la mañana, prendió fuego con unas maderas y desayunó. Según sus cálculos estaba cerca de la Península de Valdés. No debería ingresar en ella. Caminaría hacia el oeste, tratando de evitar los pueblos y las rutas. Buscaría una Estancia para conseguir trabajo. Mientras tanto no enviaría cartas ni llamaría a sus tías, ya que el hacerlo denunciaría su existencia y su paradero.
Luego de varios días de búsqueda por mar y aire, la Marina finalizó la búsqueda. Es notable que nada se dijo, ni siquiera a su familia. Un silencio hermético cubrió la huida. Oficialmente se lo dio de baja, como a cualquier ciudadano que termina normalmente el cumplimiento de su Servicio Militar. Su familia guardó silencio.
Sus tías habían leído las últimas cartas, por ello imaginaron que había escapado. Simplemente esperaron con gran preocupación.
Como la Marina desconocía las cartas que mi hermano hiciera enviar a su amiga Mabel, no interpelaron a la familia. Si hubiesen sospechado algo, vaya a saber qué hubiese pasado.
El conocimiento del desembarco del Submarino Alemán
Aquí tenemos un punto importante:
Uno puede suponer que la oficialidad del faro trataba con los alemanes en forma particular. Tal vez contrabandeando diversos elementos y que la Superioridad desconocía totalmente esos sucesos, sin embargo no es así. Al más alto nivel se ocultó la huida y deserción. Al darlo de baja no hubo una investigación, pero durante cuatro días se lo rastreó intensamente. Esto surge de dos periódicos de la zona. Mencionan escuetamente la búsqueda de un marino perdido en el mar.
Estimo que hubo muchos actores en esta tragedia. El o los submarinos trabajaron apoyados sin duda por el poder político de turno. ¿Qué hacían en nuestras aguas esas naves? ¿Cómo lograban mantenerlas y contar con repuestos, víveres, combustible, etc.? No puede haber otra explicación que el suministro permanente desde tierra y mar.
Es evidente que quienes fuesen necesitarían una base en algún lugar.
Respecto de otros submarinos, cuya llegada a la Argentina tenemos totalmente documentada, el U530 y el U977 en Mar del Plata, en 1945, ocurrieron tiempo después de terminada la II Guerra en Europa.
¿Cuántos otros llegaron a nuestras aguas? ¿Cuánto tiempo estuvieron operativos? Son preguntas inquietantes. Recordemos el reciente documento desclasificado, en que las autoridades argentinas hacen específica mención a la navegación hacia nuestras costas de varios submarinos en 1945.
El U530
El Acta de Rendición y la gran recepción en Argentina
En mis investigaciones, respecto de la información mencionada con lujos de destalle por papá y mi hermano, encontré algunos documentos no relacionados directamente con ellos pero sumamente sugestivos. Veamos la acogida que tuvieron los marinos del U 530 en su rendición en Mar del Plata en julio de 1945.
“En Mar del Plata a los diez días del mes de julio del año1945, por la presente y ante el comandante de la División de Submarinos de la Armada Argentina, Capitán de Fragata Julio C. Mallea, el comandante del submarino alemán U 530, Teniente de Fragata Otto Wermuth, rinde incondicionalmente el buque a su mando y lo correspondiente tripulación cuya lista se agrega al acta. El Teniente de Fragata Wermuth declara que el submarino U 530 del que ha desembarcado toda su tripulación, se encuentra en condiciones de seguridad, que a su bordo el único explosivo existente es el de una cabeza de torpedo sin percutor y que no hay ningún elemento o dispositivo previsto para hundir el buque o dañarlo total o parcialmente. Este acto, con la lista del personal agregada, es redactado en castellano y alemán, labrándose cuatro copias en cada idioma. El texto en castellano es el único auténtico. Firman la presente acta el comandante alemán y el comandante argentino actuantes.”
(*) "El 10.7.1945 arribamos a la Argentina. En la madrugada llegamos al puerto de Mar del Plata. Todas las armas, torpedos, maquinarias y aparatos importantes fueron destruidos y arrojados al agua. Los motores Diesel del sumergible fueron hechos funcionar sin agua y sin aceite a fin dejarlos inservibles. Amarramos dentro de la Base Naval Argentina. El capitán fue llevado al despacho del comandante. Fuimos abordados por aproximadamente 30 marinos argentinos. Nos recibieron calurosamente, nos abrazaron y nos regalaron cigarrillos. Antes de bajar de la nave dimos un triple "hurra" a nuestro submarino. Luego nos trasladaron al acorazado Belgrano. De inmediato nos dieron una excelente comida, con abundante fruta tropical. Luego nos trasladaron a unas barracas. Nos sentimos muy bien, teníamos buena comida y hasta de vez en cuando la banda de música tocaba para nosotros en el comedor.
Tomaron nuestros datos personales y entre otras visitas, recibimos la de funcionarios de las embajadas británica y estadounidense y también de altos oficiales argentinos. El tratamiento en la Base fue muy bueno. Pusieron a nuestra disposición todos los implementas deportivos. Después de dos semanas de cuidados nos trasladaron a Buenos Aires y de allí a una isla (Martín García). En ella permanecimos ocho días. Los argentinos querían que nos quedáramos, pero ante las presiones de los yanquis, tuvieron que deportarnos. Nos trasladaron al hotel de Inmigrantes en Buenos Aires. Los oficiales encargados de nuestra vigilancia hacían compras para nosotros. Por la noche bebíamos abundantemente y la comida era buena, con toda clase de exquisiteces. Tuvimos que firmar cualquier cantidad de autógrafos e intercambiamos infinidad de recuerdos. Teníamos que cantar continuamente, total había bastante aceite para nuestras gargantas. Antes de trasladarnos al aeropuerto nos sirvieron un suculento desayuno. Al arribar a la base aérea otra vez un “sacrificio”: otra comida. Nos sacaron innumerables fotos acompañados por la oficialidad argentina. Uno de los pilotos tenía dolores de cabeza, así que una parte de la tripulación quedó un día más en la Base Aérea (donde nos habían trasladado) Por la noche nos llevaron al cine. Nos dieron los lugares de honor en compañía de los oficiales argentinos. Luego otra vez a comer, a beber y a cantar. Lástima grande que tuvimos que abandonar ese hermoso país. Hubo una gran despedida. El Comodoro de la Base dijo en su discurso de despedido que no nos consideraban prisioneros de guerra, sino simplemente camaradas alemanes. Luego se despidió uno por uno de nosotros, estrechándonos la mano. Mientras tanto la banda de música tocaba: “Viejos camaradas”.
Apenas tenga la posibilidad pienso volver a la Argentina. Tengo muchísimas direcciones e invitaciones.
El traslado en avión a los Estados Unidos tardó cuatro días, entre trámites y esperas. La estancia allí fue buena, tanto el alojamiento, como la comida y el trabajo.
En barco nos trasladaron a Bélgica y desde el puerto tuvimos que marchar con nuestras mochilas al hombro infinidad de kilómetros hasta el campo de prisioneros.
El tratamiento por parte de los belgas fue pésimo. Nos trasladaron al campo número 2218. Tres días después nos llevaron al campo número 22. Antes de llegar otros prisioneros de guerra nos gritaban que les tiráramos los cigarrillos y otras pertenencias, ya que nos iban a quitar todo. Realmente nos sacaron todo: relojes, ropa, cigarrillos, jabón, en fin todas nuestras pertenencias. Tuvimos que dormir en carpas en el suelo con una manta, pese al frío reinante. No se nos permitía hacer fuego. La comida era una basura. Te puedes imaginar que los ingleses y belgas los tengo en el estómago peor que si hubiera comido 10 kilos de jabón de fregar. Después de once semanas de este miserable tratamiento en Bélgica sigo aquí. Soy el único que quedó. Al resto de mis compañeros del submarino los trasladaron a Inglaterra”.
(*) Traducción de una carta del año 1947escrita desde un campo de prisioneros de guerra en Bélgica por uno de los tripulantes del U 530 dirigida a un familiar en Alemania.
Alejandro y su deambular por la Patagonia
Nunca sabré que pensaba papá de su hijo abandonado a su suerte. Tampoco porque nunca fue en su búsqueda.
Respecto de su doble vida en el pueblo con su amante no lo culpo. Entiendo que en aquella época no era sencillo blanquear una relación como la que mantuvo. A cualquier hombre podría haberle pasado. Además el matrimonio con mi madre no funcionaba bien. Ella hizo mucho por mi hermana y por mí, en aquellas épocas difíciles. Sin embargo nunca sentí, ni en mi infancia ni adolescencia que nos faltara algo. A diferencia de mi hermano crecí con un gran sentimiento de fuerza interior. Ello ayudó a que la distancia entre mis padres no me afectara.
Vuelvo a pensar en lo singular de la conducta de mi padre, que ante los hechos extraordinarios que vivió, hiciera silencio. Sobre todo por haber convivido con el hombre más odiado del planeta.
Ninguno de nosotros supo con quién compartiera aquel tiempo. Al menos eso suponía. Tal vez él pensara que nadie le creería, a pesar de la foto y un par de recuerdos que el Anciano le obsequiara. Su relación sentimental con Frieda, adorada por aquel viejo enfermo, pero aún lúcido y poderoso, traería finalmente consecuencias que aún llegan hasta nuestros días.
Finalmente mi hermano escapó de aquella prisión en la Patagonia. Casi congelado llegó a la costa y se perdió durante años su paradero. Deambuló de estancia en estancia como peón rural. Años más tarde, totalmente cambiado regresó a casa de sus tías.
Como dije papá no se preocupó demasiado por su hijo. Solo hizo varias llamadas a su amigo militar, en el más alto nivel. Comprendió que estaría en algún lugar en el sur del país. A su vez Alejandro no imaginó, tiempo después, las correrías de nuestro padre y menos aún con quien se encontraba.
Que huyera por causa de un submarino alemán y que papá, estuviese en un viejo pueblo con quien fuese en otras épocas un ser poderoso me desconcierta. Como he mencionado ambos hechos finalmente estuvieron relacionados.
Alejandro se sabía perdido. Regresar a Buenos Aires significaría su fin, sería detenido y acusado por desertor. Creyó que su familia correría un gran riego si lo escondía. Quienes quieran que fuesen no permitirían nunca que él dijese la verdad. Además no contaba con pruebas. Lo único que había intercambiado con uno de los alemanes fue la medalla, que yo encontré en una de las cartas. (La cambió por una pipa). ¿Pero que prueba era esa? Por más que lo pensaba solo le quedaba el escape, dejar pasar el tiempo, esperar.
Mientras caminaba hacia el oeste, mi hermano pensaba en los ideales que acuñara cuando se afilió al Partido Comunista y fuera la causa de su castigo en la isla Leones. A la precaria luz de una vela escribía incansablemente en su libreta.
Imaginaba un mundo nuevo. Una luz que brillara sobre la inmundicia. Que la verdad llegara como una tromba de agua dulce y fresca sobre las conciencias. Soñaba con la posibilidad de un cambio tan enorme que los propios pilares de nuestro “conocimiento” caerían hechos añicos. Comprender que lo aceptado durante generaciones no era más que una sarta de inventos, elucubrados para mantener el statu quo. Para que todo siguiera igual, así las masas de la población creerían que se producían cambios. Que el ciudadano es respetado. Que hay valores. Si el saber llegara, tal vez muchos seguirían su vida sin comprender lo inmenso del nuevo mundo por crear. Otros abrazarían esa nueva esperanza como una oportunidad única.
Cuando todas las ideologías hubiesen desaparecido, allí brillaría ahora una antorcha nueva, deseada, ansiada, como la palabra de un queridísimo profeta, largo tiempo esperada.
Sí, muchos no lo entenderían, pero el encantamiento ya se habría roto y muchos caminarían el nuevo sendero. Sin velos, sin más mentiras. Sin dogmas.
Andando con sus pocas pertenencias, ese segundo día, soñaba con eso. No era un guerrero, solo un pobre muchacho asustado, que deambulaba en soledad en las grandes estepas del sur.
Visto ahora, desde la distancia, con el conocimiento de la tragedia de las utopías, todo se ha vuelto gris. Con el fin de cada sueño, pienso con tristeza en la naturaleza humana. En lo prodigioso de tanta estupidez de un ser al que se le ha dado la maravilla de la mente Y sin embargo solo unos pocos han hecho añicos el sueño colectivo.
La sociedad igualitaria, con las mismas posibilidades para todos, se terminó un día. Brutales guerras sangraron a los países ahora “libres”. Dejando abierto solo un camino, el del puro capitalismo. Así en nuestro siglo XXI no solo los países periféricos son los que sufren la pobreza sino los países más ricos también.
Cierro los ojos y veo a mi hermano caminando y caminando, mientras se acercaba la segunda noche. Creyendo en sus sueños, en un mundo mejor, más humano.
Abro cualquier diario leo hoy cifras escalofriantes. En Estados Unidos hay millones de seres sin empleo, al igual que en Europa. Las clases medias caen y caen. Ya no quedan sueños, ni siquiera esperanzas de mejorar. Así las tasas de suicidio trepan en esos lugares. Y eso sin pensar en el drama del África, muchos de sus países abandonados definitivamente a las hambrunas terminales y a las guerras con armas fabricadas en occidente.
El capitalismo ha creado éste horror social, un salvajismo nunca visto. ¿Sabe por qué? por la falta de ética de las economías desarrolladas y también porque sus reglas maximizan las desigualdades. Las economías trabajan así para el 1% de la población mundial que tiene el 47% de la riqueza del planeta, sin impórtales ningún costo. ¿Hay que acabar entonces con el capitalismo?, ¿Con la fuerza individual que crea riquezas y nuevas tecnologías que mejoran, a veces la calidad de vida?
Lo que todo deberíamos hacer es comprender.
Los mandatarios de los países que manejan la economía mundial, siempre son designados por la expresión del poder financiero mundial.
Se acercaba la segunda noche y Alejandro no encontrando refugio alguno. Armó su pequeña tienda de campaña en lo más profundo del desierto. Aún contaba con algunas velas. Encendió una. Afuera el viento corría en aquella soledad. Por un instante se asomó y miró maravillado aquel cielo casi blanco de estrellas. Calentó una de las latas de conserva bajo esa mínima pero fundamental llama y cenó.
Antes de dormirse escribió el registro del día (que luego utilizaría para enviar sus cartas). Antes de cerrar los ojos pensó en el hombre. En un nuevo orden mundial que lo libraría de las ataduras. Faltaba poco…
Luego de cinco días de dura caminata, cruzó la Ruta ocho.
Cuando sus provisiones se agotaban llegó a un camino que se bifurcaba, debía elegir. En el de la derecha se marcaban claras huellas de carros. Otra vez la suerte fue en su ayuda. A lo lejos una camioneta se acercaba, levantando grandes nubes de polvo. El hombre al volante, tal vez desconcertado por ver a ese muchacho parado en la nada, aminoró la marcha y se detuvo. Alejandro se acercó y el conductor le preguntó a donde se dirigía.
-Estoy buscando trabajo, señor –le dijo–. Tal vez su forma de expresarse, distinta a la de los rudos hombres del lugar, le llamó la atención. Quizás su aspecto de tremendo cansancio. Lo hizo subir y lo llevó a lo largo de la Ruta cuarenta. Hablaron poco, ya que mi hermano agotado, no tardó en dormirse.
Hacia el anochecer se despertó justo cuando la camioneta entraba en una tranquera. Le preguntó al hombre donde se encontraba. En mi casa muchacho y hay trabajo, pero primero a cenar y descansar, mañana hablaremos –le dijo–. Así terminó aquel día.
Antes de acostarse, en el galpón destinado a los peones, caminó hasta el aljibe a lavarse. La luna inmensa asomaba desde el horizonte y comenzaba su carrera en el cielo nocturno. Se sentó, por un breve instante, sobre un tronco. Un cachorro se acostó junto a sus pies, entonces en ese mínimo momento, respiró hondamente y se sintió por primera vez en mucho tiempo feliz. Atrás quedaban meses de largos sufrimientos (a pesar de sus escapadas a Camarones y sus juergas apañadas por los oficiales) Se alejaban los malos recuerdos. La lucha contra la brutal e indiferente naturaleza. Sí, el viejo faro en aquella isla perdida, en el remoto sur, ahora sería solo un recuerdo. El submarino, los alemanes, el suboficial, todos. Se acostó y anotó estas impresiones. Su último recuerdo fue para Mabel. Quién sabe si volvería a verla.
Se despertó a las nueve de la mañana, mucho después que los peones.
A las seis ya todos estaban en el campo en sus puestos. Se levantó rápidamente y fue a la casa principal. Golpeó con temor. Don Eusebio Díaz abrió la puerta sonriente.
-¡Muy bien el nuevo peón ha descansado! Alejandro casi tartamudeando, sin saber que decir se excusó
-Lo siento, señor me quedé dormido
-Ya veo, ya veo, ven a desayunar y charlamos.
-No Señor. Voy a trabajar ¿Qué hago?
-Ya habrá tiempo, quiero que me cuentes sobre vos y ¡toda la verdad! Acá estarás seguro.
Mi hermano al escuchar la palabra seguro se puso rígido, pero al mirar los ojos de Don Eusebio comprendió al instante que aquel era un buen hombre y que no correría peligro. Así que una vez que desayunara abrió su alma y contó todo.
Si es verdad que los ojos son el espejo del alma, los de su nuevo patrón irradiaban la luz de un ser amable y bondadoso.
El hombre robusto, con un buen estómago, sostenido por una rastra llena de monedas, con la cara bien colorada y gruesa nariz, manejaba la Estancia en plena Patagonia. La cría de ovejas y la producción de lana abastecían a buena parte del país.
Luego de escuchar la larga historia de su nuevo empleado le dijo:
-Muchacho acá tienes a un amigo, nadie sabrá nunca tu paradero, si no quieres. Hay que dejar pasar el tiempo y luego se verá, pero a tu familia hay que escribirle. Estarán terriblemente preocupados.
-Sí Señor. pero..
-Llámame Don Eusebio
-Está bien, pero si envío una carta sabrán mi paradero.
-Es cierto, ¿qué haremos?
Entonces recordó en un instante de dolor a Mabel, ahora la extrañaba inmensamente.
-Tal vez cuando usted viaje a algún lado podría enviar la carta, así no podrán rastrear la procedencia.
-¡Muy bien! Eres inteligente muchacho. Ahora ve a trabajar, recorre las instalaciones, algo habrá que puedas hacer.
-¡Gracias, gracias, gracias, Don Eusebio, haré todo lo que digan!
Así pasaron varios días. Mi hermano trabajaba hasta el cansancio. Su patrón maravillado no se cansaba de repetir una y otra vez al Capataz ¡es un excelente muchacho!
Luego de la primera semana todos lo apreciaban y cuidaban al “muchacho de la ciudad”.
Don Eusebio comprendió que mi hermano, por más que se esforzara en comportarse como un peón, nunca lo lograría. No podría pasar desapercibido. Sería peligroso si algún peón contara, fuera de la Estancia, que allí había aparecido un muchacho de la ciudad. Por ello inventó una buena historia y lo hizo pasar por su sobrino. Claro que todos lo trataban con respeto y no le daban tareas pesadas. Sin embargo él se enojaba y pedía el mismo trato que los demás.
Un día el patrón lo llamó y le dijo
-Prepara la carta, mañana salgo para el norte, así la despacho, no hay que esperar más –le dijo su patrón. Como había hecho con Mabel, fueron llegándole a su familia, de distintos puntos, cada vez que Don Eusebio viajaba. Pero no encontré esas cartas, se han perdido.
Allí estuvo tres meses. Fue feliz a pesar de la lejanía, del trabajo y de no poder regresar a su ciudad, a su casa, a su vida. Pero nada dura para siempre, ni es eterno. En algún momento el final llega inexorablemente.
Un día Don Eusebio llamó a mi hermano y lo invitó a cenar. Fue entonces cuando con lágrimas en los ojos le dijo que corría peligro, que tendría que irse.
Le habló de su hijo, casi de la misma edad que él, muerto al ser aplastado por un tractor. Supo de la muerte de su mujer, en el parto de su segundo hijo. Alejandro lo detuvo “Mi madre murió cuando yo nací” –le dijo–. Ambos se abrazaron llorando y allí entendió que lo quería como al hijo que había perdido.
-Ayer en el bar del pueblo tres hombres preguntaron por un muchacho de Buenos Aires. Nadie dijo nada, ni una palabra, por suerte. Tienes que irte antes que lleguen. Te llevaré bien al norte, a cientos de kilómetros de aquí. No te encontrarán. No quiero que te vayas…
-Es necesario, no voy a ponerlo en riesgo, y no sé cómo agradecerle.
Esa noche mi hermano estaba destrozado. Nuevamente debería estar solo y desamparado, pero también por el dolor que le causaba a ese buen hombre que tanto había hecho por él. Además cuando creía que ya lo habían olvidado, todo empezaba de vuelta. Huir, huir, quién sabe a dónde.
A la noche del siguiente día Don Eusebio despertó a Alejandro. La camioneta había recorrido cientos de kilómetros.
-Llegamos –le dijo–. Su voz reflejaba un infinito dolor. Se bajaron del vehículo. Estaban en una Estación de Servicio. Un cartel anunciaba que alquilaban cuartos.
-Quédate esta noche aquí y mañana bien temprano camina veinte kilómetros a través del campo, te vas a encontrar con una ruta de tierra. A tres kilómetros de allí hay un puesto, pregunta por Don Rosales y dile que yo te mando. Te dará trabajo. Cuando hayas descansado bien, arma tu mochila, llévate todas las provisiones que puedas cargar y ocúltate en los bosques no menos de un mes, te perderán el rastro.
Alejandro lloraba en silencio. Se abrazaron sin decir palabra y Don Eusebio partió, con su alma deshecha, hacia la noche.
Ahora mi hermano, parado en la oscuridad volvió a sentir el peso insoportable del desamparo.
Esa noche tremenda soñó con su cuarto, allá en la inaccesible Buenos Aires. ¿Dónde estaba ahora Dios, dónde?
En la mañana, luego de un buen desayuno regresó a su pieza y acomodó las pocas pertenencias que tenía. Su ropa, la pequeña tienda de campaña, un nylon para cubrirse de la lluvia, una frazada, su cuchillo y otras cosas que había traído de la Isla, incluso el arma. De pronto un grueso rollo de papel rodó por el piso. Asombrado lo levantó. Don Eusebio había escondido una pequeña fortuna. Junto al dinero una breve carta decía “Querido muchacho cuida mucho este dinero, si te lo hubiese ofrecido, sé que no lo hubieses aceptado. Voy a extrañarte, cuídate mucho te quiere: Eusebio.”
Sentado en la cama rompió a llorar. Aquel tierno viejo le daba no solo dinero (que necesitaba), se llevaba lo mejor que un ser un humano puede pedir: cariño.
Aquí sus notas se interrumpen, quizás por los lugares que tuvo que pasar, tal vez por la vida a la intemperie, que le obligaba a vivir casi como un animal.
Más tarde envía a nuestro padre, Mario, diversas cartas. No existió jamás comunicación entre ambos.
Preguntando yo (muchos años después) a nuestro tío Enrique si tenía noticias sobre aquella época de mi hermano, si mi padre le comentara algo, jamás le dijo nada. Aquellas cartas, aún después de tanto tiempo, amarillas y casi borradas, me sumen en un estado de desesperación y congoja.
Las Cartas (*)
Querido Papá
Te escribo estas palabras que quizás sean las últimas. Estos meses he pasado por grandes privaciones. Nuevamente sin techo. He tenido que sobrevivir parte del invierno a la intemperie. En uno de los pueblos que estuve solo un día, estaban buscándome. Otra vez el miedo. Esa misma noche tomé mi mochila y huí.
Muchos kilómetros en la inmensidad me alejaron de todo peligro. Encontré una cueva y allí permanecí casi un mes. Ya no te reirás de mí. ¿Cuántas veces me dijiste “no sabes hacer nada”? ¡He puesto trampas!, es tan sencillo. Cacé conejos y varias liebres. Logré hacer un buen abrigo con las pieles, ¡casi me convertí en un indio!
¡Cómo deseo saber de cada uno de ustedes! ¿Cómo están las tías? ¿Y Mariela? ¿Tu familia, Elsa, Germán y Liliana? ¡Qué ganas de volver!
Te escribo con la incertidumbre de no saber si recibirás ésta carta. Lo hago para no volverme loco. ¿Qué significa decirle algo al vació? ¿Cómo estar seguro que escuchas el ruego de un ser abandonado a su escasa suerte? ¿Cómo saber del cariño si nunca recibiré una respuesta?
Mi soledad es tenaz, dura y la imagino como una terrible compañera.
En el silencio de la noche, cuando el implacable viento golpea las rocas y agita los árboles con rudeza, escucho las voces. Extraños sonidos que ningún habitante de Buenos Aires supone siquiera que existan.
En los tristes días de lluvia he deambulado, tapado con un plástico, por bosques inhabitados. Absorbiendo hasta mi cerebro cada olor. El crujir de las ramas. El viento acariciando las hojas trémulas. El paso de los pequeños animales.
Cada anochecer, en que las sombras se extienden hasta la oscuridad absoluta, he sentido mi alma plena y menos sola. ¿Es posible que mi familia no me busque? Mi mal ha sido la ingenuidad. Tendrías que haberme sacado de aquel lugar miserable. Haberme protegido. Quizás hayas tenido tus razones. Tal vez no imaginarás al tormento a que me someterías y lo que es peor, la certeza del abandono absoluto.
El hombre no ha nacido para la soledad, al menos yo. Deseo tanto verlos. Ansío desesperadamente el contacto humano. Pero solo me queda esta vana ilusión que me escuchas. Como si estuvieses a hora a mi lado.
Cada día pienso en mi niñez en aquel caserón de Flores. Imagino a mi madre que nunca vi. Algunas veces lejanos pájaros sobrevuelan las rocas. Pienso que ella quizás sea una de esas aves y vea este pequeño y solitario punto, perdido en la inmensidad de estas tierras solitarias pero también con colonias de hombres perversos y brutales. Aunque para ser justo he encontrado seres nobles que me han dado su ayuda.
Nunca podrás imaginar el dolor inmenso que se siente no escuchar durante días y a veces meses una voz humana. Duele en el centro del pecho. Sorda y calladamente mientras lloro en silencio.
En estas últimas palabras igual te digo con todo mi corazón que te quiero y lo seguiré sintiendo aun cuando ya no sea nada para vos. ¿Qué me queda sino?
Termino contándote que ahora veo una enorme águila, dando vueltas tan alto. Es la libertad lejos de los hombres, fuera de todo.
Te quiere Alejandro.
PD Si aún vivo enviare otra carta en unos meses.
Querido Papá
Hoy no voy a seguir cargando mi desesperación sobre vos. Quizás todos paguemos las culpas y entonces el destino inexorable te alcance y veas el mal causado a tu hijo. Si no fuese así y solo quede el vacío del olvido, entonces nada importará. La muerte fría, inexorable y silenciosa, nos habrá alcanzado a todos y el dolor infringido a los inocentes no tendrá sanción alguna.
Ni castigos ni redenciones, simplemente olvido. Si así es, tampoco existirá un dios y nada habrá valido la pena, ni el sacrificio, ni la esperanza. Ni preguntas ni respuestas. Y una eternidad vacua nos hará desaparecer.
Cuando ya el cuerpo no exista y la última persona que me recuerde, me olvide, entonces habré desaparecido para siempre. No lo sé, la esperanza de poder escapar de este infierno, de esta persecución tenaz e inexorable, se va perdiendo.
He soñado a menudo con la idea de un laberinto. Estoy adentro, intento encontrar no la salida si no el interior. Corro, llego a una pared y vuelvo a desandar el camino. Así pasan días y días sin encontrar el final de mi propio y único centro. Si allí está el Minotauro, cual monstruo temible, aún puedo derrotarlo y salir. Si por el contrario solo encuentro al Caos, entonces no tendré ya ninguna esperanza.
No, no voy a seguir echando culpas, me queda poco papel, está oscureciendo y se acaba la vela.
Quiero contarte una pequeña historia. En un lugar de nuestro ancho país encontré durante un mes trabajo (ya te dije que no puedo describir ni lugar, ni nombres, ni fechas, eso sería peligroso). Los últimos meses he tenido la dicha de poder trabajar para satisfacer las necesidades mínimas. El invierno ha pasado y aumenté mi peso en algunos kilos. Tengo nueva ropa y mi ánimo ha mejorado.
Conocí a un anciano muy querido y respetado, en la estancia. Ya no cumple tarea alguna y se ocupa de charlar con los peones. Por las noches nos reunimos casi todos, alrededor de un fogón y asombrados lo escuchamos. Él nos incita a participar, a hacernos preguntas. En un principio pensamos que estaba un poco desequilibrado. Por respeto a sus años le prestamos atención. Con el transcurrir de las noches comenzamos a comprender que aquel pequeño ser, casi centenario, era un regalo para todos nosotros.
Algunos muchachos, sencillos y con muy poca instrucción, se transformaron en hábiles pensadores. Diría cuestionadores. Ese hombre nos enseñó algo maravilloso, aprendimos a pensar. A comprender que la realidad, lo externo, todo aquello que creíamos verdadero, solo es el resultado de los impulsos que nuestros sentidos nos brindan. Así damos por cierto infinidad de temas que se nos imponen desde afuera. ¿Por quienes? Aquí esta lo terrible, por quienes poseen el poder. En forma metódica y sistemática preparan al individuo desde el nacimiento. Los padres ya han sido domados, se encuentran adaptados. Así el hijo bebe de la misma copa.
Una noche en que nos quedáramos solos, el anciano me regaló una charla que ya no olvidaré mientras viva. Recuerdo cada palabra.
El cielo inmensamente blanco de estrellas casi nos deja sin aliento, tal fue su hermosura. Una mínima brisa nos deleitaba. Luciérnagas, cientos de ellas, se prendían y apagaban, solo para nosotros, entonces comenzó una maravillosa conversación. Aún la recuerdo.
-¿Qué ves hijo?
-Veo la vida
-Bien y ¿qué más?
-Que estamos solos y que todo esto es para nuestros ojos. Miles de otros seres están ahora en las ciudades, durmiendo, caminando, esperando otra vez el amanecer.
-Exacto, ciegos. Sus edificios y calles de cemento han ocultado tanto el horizonte que ya han perdido la idea de su existencia. La asfixia de vidas irremediablemente desperdiciadas.
-Sí, pero hoy el hombre tiene acceso a innumerables elementos que le hacen la vida más sencilla.
-¿Sencilla? ¿Crees acaso que la modernidad, la ciencia ha permitido una vida cómoda? Bien entonces definamos que es comodidad. En primer lugar es indiscutible que para un grupo de personas la vida diaria se ha facilitado en comparación con toda la historia humana. Claro que solo para un grupo. Países desarrollados, democracias, etc. ¿Cómo lo lograron? Con técnicas y científicos. Recursos obtenidos gracias a la explotación sistemática de las “Colonias”, a las guerras, etc. Así alcanzaron el orden en sus comunidades.
Sus expertos realizaron grandes avances que se tradujeron en comodidades para parte de sus pueblos y en armas para sofocar a otros. Mientras tanto la otra mitad del mundo se debate en una pobreza extrema. Seres sin ninguna posibilidad, que precisamente no viven “cómodos” y solo les espera una larga agonía hasta su muerte. Ahora los que viven “con confort”, en los países desarrollados ¿son plenamente felices? ¿Están contentos con sus vidas, con sus trabajos, con sus mujeres, con sus hijos? Viajas a tu trabajo en una ciudad abarrotada de personas, tardas horas entre ida y vuelta. Tienes calefacción en invierno, vacunas para no enfermar, medicamentos para prolongar la vida. Elementos para no pensar y “divertirte”. Televisión, programas preparados para ver solo una fracción de la realidad. Al otro día te levantas y sigues. Una y otra vez recorres ese mismo e inmutable camino. Cada hora de tu vida hasta el fin. Entre tanto alguna vez votas a tus políticos y “eliges” más días iguales, más noches de insomnio.
En algún lugar del planeta otros hombres y mujeres crean elementos tecnológicos, que la mayoría de las veces no sirven para nada. Vas y los compras, vuelves a tu trabajo. Vendes lo único que posees: tú fuerza de trabajo. ¿Para qué? Para pagar lo indispensable para tu vida pero también para adquirir todas aquellas porquerías que alguien te convenció que son imprescindibles. Te hacen creer que es el único mundo posible. La verdad es otra, hay que alimentar al monstruo, el gran mercado necesita que compres y compres. Entonces los que viven en los países “desarrollados” ¿Son felices?
Mira Alejandro: aquel punto es Venus, el de más allá es Saturno. Imagínate ahora que estas allí mirando hacia la tierra ¿Qué verías?
-No te vería a vos claro, ni a la Argentina, quizás solo un pequeño punto azul.
-¡Muy bien has leído sobre el espacio! En ese pequeña planeta, han transcurrido unos 4500 millones de años. La vida se formó hace ya mucho, pero la especie humana, de ese enorme tiempo, solo hace dos que pisa el planeta. Dos millones de años. La historia escrita tiene menos de diez mil años. Los avances científicos impresionantes que vemos llegaron hace menos de cincuenta años. En esa mínima esfera han pasado los sueños, alegrías y tragedias de todo el género humano. La tierra se encuentra vagando sola en la inmensidad del vacío y te aseguro que no hay otra donde ir.
En el principio, cuando los hombres comenzaron a vivir en pequeñas aldeas, tomaban de la naturaleza solo lo que necesitaban. Al no haber técnicas ni máquinas, dependía de la fuerza de sus brazos. El sustento se conseguía solo con el trabajo físico. Por eso los hijos significaban más brazos para trabajar. Luego domestica animales para compensar su escasa fuerza física.
La agricultura cambia la historia del hombre, con su desarrollo se acaba, para una parte de la población, la incertidumbre y el hambre.
El equilibrio entre el hombre y el planeta se mantuvo intacto hasta hace menos de sesenta años.
Mucho antes las personas comenzaron a migrar a las ciudades, abandonado el campo. Así el campesino se transforma en ciudadano, deja de trabajar la tierra, ahora compra y vende.
Pero hay un paso fundamental, el descubrimiento y uso a escala global del carbón y el petróleo Con éste último se liberó el hombre de trabajar la tierra, otorgándole comodidades como nunca había tenido (aunque no todos).
En solo sesenta años la población mundial se triplicó.
Todo se acelera. Las maquinas reemplazan al brazo. El equilibrio frágil y delgado con la naturaleza se agrieta peligrosamente.
De miles de millones de seres, la mitad vive en ciudades. Hubo que inventar los ascensores, eso permitió crear edificios más y más altos, más lugares, más gentes, más y más energía a producir. Se industrializa la tierra. Ya no importa en general el clima, ni el tiempo
¿Sabías que un litro de combustible genera el poder de cien manos trabajando veinticuatro horas? Tractores, millones de ellos, abriendo las entrañas de la tierra, sacando, acelerando el proceso. Se podría alimentar a casi todo el mundo, pero ¿Qué se produce mayormente en los campos? Alimentos para ganado. Complejas organizaciones, petróleo para los camiones, para las fábricas, insumos inmensos para obtener carne. Ahora necesitamos cien litros de aguan para obtener un kilo de papas., Cuatro litros para obtener un kilo de carne. Cuatro litros para cosechar un solo kilo de arroz. Cientos de millones de bocas esperan que el despilfarro de energía y recursos les lleven alimentos.
El equilibrio se deshizo en añicos, ¡la tierra por primera vez muestra su agobio! Más petróleo, más energía, ya, ahora. La agricultura se ha vuelto petrolera.
El estilo de vida, la supervivencia tal como está planteada depende del petróleo. Estamos amarrados a una cadena, pero no olvides: en un futuro próximo el equilibrio entre el hombre y la tierra será muy débil. Y ésta sin duda va intentar recuperarlo o morirá.
El derroche de energía es de tal magnitud que es difícil entender. Hay ciudades que brillan por las noches con tal intensidad que podrías verlas desde la luna.
Antes las distancias separaban a los hombres, hoy en pocas horas se va de un continente a otro.
El movimiento de mercaderías consume energía a un ritmo brutal. Imagina los barcos cargados ¿Necesitas una lata de arvejas? La traen de las antípodas, nosotros que podemos producirlas. Eso es derroche.
¿Sabías Que ya hay cientos de millones de vehículos? En setenta años los recursos mineros habrán comenzado a agotarse.
¿Ves? Vivimos en el gran negocio. El espejismo brilla con una intensidad que los grandes intereses se ocupan de alimentar. Solo es ganar dinero. ¿Está mal ganarlo?, ¿Es malo acaso vivir con comodidades? No, no es malo, pero si para tener facilidades hay que arruinar el único lugar que tenemos, está mal. Esta Tierra, es única, irrepetible y agotable. Nada vale la destrucción de la biodiversidad, de la vida, de los animales, de los mares. No somos los dueños, no tenemos el derecho de hipotecar el futuro de los que vendrán después. Esa es la paradoja ¿Desarrollo y bienestar a costa de enfermar el planeta? ¿O volvemos a la carreta? ¡Todos quieren la naturaleza, pero nadie está dispuesto a ir a píe!
¿Estás todavía allá lejos en el espacio profundo?
-Sí, ahora veo un pequeño mundo azul maravilloso y único, ahora todo esto me aterra.
-El miedo paraliza, solo tienes tu voz, quizás puedas enseñárselo a otros…te queda una pequeña y dulce esperanza. No hay ideologías, lo único que realmente importa es la comprensión, el saber. Entender significa libertad, pero también dolor. Muchos darán vuelta la cara, se reirán al escucharte, no les importará.
Me oíste, esta noche. Estas aquí, haciendo cálculos, pensando quizás en quien te ha engañado hasta ahora.
Entender es un camino sinuoso, áspero. Tendrás dudas, sufrirás, quizás seas ridiculizado por otros hombres, y en un punto te volverás peligroso, deberás tener cuidado.
-Gracias.
-No me agradezcas, veo en tus ojos que ya eres uno de esos hombres. ¡No digas nada! No voy a preguntarte. Intuyo mucho dolor. Sigue tu camino. Es duro decirte esto ¡no confíes en nadie!
Así terminó aquella noche bajo esas estrellas inmensas, iluminando nuestras almas. Ese anciano me dio una felicidad que no había tenido en mucho tiempo. Sí, a pesar de la dura realidad he empezado a pensar, es maravilloso.
En la mañana fuimos al pueblo, la suerte me sigue acompañando, no bajé del camión y pude ocultarme. Tres hombres me buscaban. Otra vez a correr por los campos, dormir bajo la lluvia, las estrellas o el viento. Nuevamente la tristeza de la soledad, la incertidumbre de días vacíos. Escapar siempre hacia otros horizontes.
No sé cuándo volveré a escribir, te mando todo mi cariño”
Alejandro
La vuelta a Buenos Aires
Judith
Pasaron años y un día regresó temeroso a Buenos Aires. Era otra persona.
Harto de la soledad, del implacable sur, golpeó un día la puerta de la casa de sus tías y se instaló en su pieza.
El tiempo le había quitado la candidez de la adolescencia. Ahora era un hombre taciturno y callado, aunque tratara de mostrar otra personalidad.
En un principio nadie lo molestó, quizás porque aquellos que años atrás lo buscaran ya habrían muerto. Eso es lo que él suponía.
Poco tiempo después de su regreso, abrió un negocio en la calle Nazca, en Buenos Aires, una sandwichería. Empezó a ganar dinero, no mucho, pero suficiente.
Él solía pasar parte del día en un bar de la esquina, dejando a sus empleados a cargo del negocio. Seguramente se sentía un “gran patrón”.
A una calle se encontraba una pensión que alojaba a extranjeros. Un día entró al bar una chica alta, muy linda. Se miraron, la invitó a tomar un café.
Judith, de largos cabellos casi blancos, siempre abría esos grandes ojos, que mostraban una profunda tristeza y un alma atormentada. Era húngara.
Había vivido los últimos horrores de la guerra siendo niña. Junto a su hermana fue abandonada en un orfanato. Posteriormente su padre las encuentra y viajan a la Argentina. Cómo llegaron no lo sé. Mi hermana Liliana estuvo a su lado, aconsejándola. Muchos días le hacía compañía y trataba de mostrarle que alguien se ocupaba de ella, que le importaba. Había comprendido la enorme soledad que ese ser desprotegido irradiaba. Tristeza que Alejandro no sería capaz de desterrar.
Llevó a su nueva mujer a la casa de sus tías. Una pequeña habitación fue todo lo que le ofrecieron. La maltrataron. Nunca la consideraron una más. Así, aquel desdichado ser, rodeado de personas indiferentes, se hundía en un pozo sin fin.
La existencia de Judith siempre fue un enigma. Perdida en un país absolutamente distinto al suyo, se casó con mi hermano habiéndose conocido solo unas semanas antes.
Recuerdo sus ojos cansados, su andar lento, arrastrando sus pequeños pies.
En la celebración familiar y casi patética de aquella unión, pude observarla minuciosamente. ¿Cómo puede ahora llegarme cada sensación, cada imagen, con la perfección de una fotografía, después de tanto tiempo? Sus manos temblaban en forma permanente. Se las frotaba. Me llamó la atención que mirara permanentemente a la puerta.
Su andar lento y agobiado, su boca ancha y levemente caída, impregnó la reunión con una sutil y casi imperceptible tristeza. Tal vez presagiando su suicidio, poco tiempo después.
Alejandro no daba señales de estar feliz. Más bien parecía contrariado. Como sea ahora tenía una mujer. Ya había dejado de ser un chico grande cuidado por unas viejas tías.
Algunos pocos y aislados comentarios me permitieron conocer algo de su historia. La soledad de largos años en un orfanato, junto a su hermana, debe haber sido extraordinariamente dura. Su niñez se pierde en un mundo en guerra. No imagino como pudo sobrevivir al holocausto. Durante tres terribles años, aquella niña llenó muchas veces sus pulmones con aquel olor aceitoso de la muerte.
Las altas chimeneas del campo oscurecían una y otra vez los cielos. El viento llevaba el humo gris hasta el orfanato. Luego el frío implacable, el hambre y la soledad aplacaron todo deseo de vida.
Llegó a Buenos Aires permaneciendo en una pensión, en la zona del Barrio de Constitución, luego en otra del Barrio de Flores.
Una vez que conoció a Alejandro se encaminó directamente a su final.
A su llegada a la Argentina contaba con treinta años. Ella se le acercó en el bar, enseguida mi hermano se dejó fascinar por su acento. Él, tímido y retraído creyó encontrar en aquella mujer, su otra parte. Sin embargo el dolor, cuando ella se suicidó, lo perseguiría un largo tiempo.
Otra vez me asalta la frágil imagen de Judith. Creí durante todo este tiempo que ella se unió a él para soportar un poco mejor la vida. Como si un perro abandonado en otra ciudad recorriera calles y calles sin volver a encontrar el olor de su dueño.
Cuando ya no hay respuestas ni futuro, y ni siquiera la fútil e inútil esperanza en un más allá, entonces te encuentras en el infierno, hasta el fin de los días.
Judith fue obligada a arrancarle la verdad a su esposo, la cual desconocía. Supo que vendrían por ella y luego por él.
En la necesidad de encontrar a nuestra perdida hermana Ana, recurren a Judith. Una pobre inmigrante. Así la obligan a sacarle información a Alejandro.
Un día fue abordada por varios hombres, muy cerca de su casa. La obligaron a subir a un auto. La encapucharon y la trasladaron a una casona no lejos de allí. Le preguntaron por la hermana de Alejandro. Fue amenazada y llegaron a darle un par de golpes. -No lo sé, no lo sé –gritaba ella. Uno de los hombres vociferaba -¡No te hagas la estúpida! ¿Dónde está la otra hermana de tu marido? Tuvo un ataque y perdió el conocimiento. La reanimaron comprendiendo que desconocía aquel nombre y su paradero. Así que le exigieron que le sacara la información a su esposo. Ellos la vigilaban constantemente. Si no cumplía sería deportada.
Sencillamente estaba enamorada profundamente de mi hermano. Sabiendo que tarde o temprano la buscarían, que le quitarían a su amor (que a pesar de todo era lo único que la vida le había dado) se suicida.
Durante un tiempo no entendí por qué la buscaron a ella y no a él. Más tarde comprendí la razón: debían ser prudentes. Nuestro padre conservaba sus relaciones en las altas cúpulas militares. Los que querían a Ana, nuestra hermana (yo aún desconocía su existencia) tenían que trabajar en las sombras. Un escándalo podría llevar a perder toda la operación, por ello decidieron esperar el momento oportuno.
Cuando Judith murió mi hermano, en un frenesí de desesperación destruyó todo lo que se encontraba en su habitación. Gritando y maldiciendo una y mil veces a Dios por su suerte.
Saltó del respaldo de la cama matrimonial, una carta arrugada. Una mueca gigantesca del destino. En esa despedida final su mujer le explica sobre las personas que la retuvieron. Y le pregunta -¿Quién es Ana?, nunca, nunca lo sabré. Le dice que ellos dos no tenían futuro, pero que llegó amarlo intensamente. Por primera vez en su penosa vida sintió el calor y la ternura de un buen hombre. Le pide perdón y que no sufra por ella. Finalmente. En las últimas palabras de su vida escribe: Gracias amor por los días que me diste.
Así pasó Alejandro aquella época. Nunca pudo entender el proceder de aquel ser amado. La única persona que quizás en algún momento le devolvió una mirada de ternura. Sin embargo ésta vivencia extrema tendría consecuencias futuras para él. Fue la primera vez que escuchó el nombre mágico: Ana.
El paradero de nuestra desconocida hermana sigue siendo la clave.
Olga
Mi hermano contrataba gente para su negocio, que crecía. Ingresó otra mujer, Olga, que no tardó en buscar a Alejandro, incluso ante la cara de Judith, que sufría incalculablemente.
Once meses duraría su matrimonio. Judith muere por una sobredosis de barbitúricos. Rápidamente Olga contrae matrimonio con mi hermano.
Si bien no estuve a su lado, no puedo entender la ambigüedad entre el dolor de la pérdida de Judith y su rápido casamiento. Pero así es el alma humana, oscura, profunda e incierta.
Quien sabe que pasaría en ese tiempo por la mente de mi hermano.
Su nueva esposa en poco tiempo se hizo dueña del negocio y posteriormente de la casona de Flores y de casi todos los bienes de las tías (que menos una ya habían muerto) En tanto Alejandro, lejos de toda capacidad de reacción seguía su vida. Pero algo se estaba gestando dentro de él.
Mi hermano y Olga (que no podían tener hijos) buscaron en el norte del país a un chico y lo adoptaron. Sacándolo de la miseria de un rancho paupérrimo. Ya hombre ese hijo mostrará su verdadera naturaleza convirtiéndose en un ser despreciable. Cuando solo quedaba una de las tías vivas: Mariela, se adueña de lo que quedaba de la fortuna y deja a su tía (que había hecho todo por él) en la miseria y el abandono.
El destino (aunque no creo en él) o la sucesión de casualidades fueron tejiendo la telaraña en que distintos seres cayeron. Mi padre deambulando en su trabajo, lejos de casa, enamorándose perdidamente de una maravillosa alemana. Acompañando en sus últimos días a un ser que influyera absolutamente en parte del siglo XX. Una persona frágil y pérdida como mi hermano. Judith atormentada por su pasado y cómplice involuntaria del peor poder político. Olga y su hijo seres despreciables, ajenos a lo que ocurría y por último Ana, la joya de la civilización. Buscada hasta el cansancio para arrancarle su secreto.
Ana
Alejandro tal vez intentando olvidar el pasado guardó en su mente el nombre que Judith mencionara. No imaginó en ese momento que Ana era su hermana. Un día la buscaría en el enorme sur.
Todavía hoy no imagino lo que puede significar que se llegara a conocer su existencia y paradero, ni las consecuencias inmensas que podrían acarrearle a gran parte de la humanidad.
Por un tiempo mi hermano sencillamente siguió su vida. Nadie volvió a molestarlo. Quizás la operación de búsqueda se cerró provisoriamente.
Años después (y sin que Olga lo supiese) Alejandro viajó al sur a intentar encontrara a nuestra hermanastra. Inventó un viaje al campo para tratar la compra de unos porcinos.
Durante bastante tiempo intenté develar el misterio. ¿Cómo supo mi hermano que Ana era su hermana? Es evidente que Judith lo alertó. Sus captores mencionaron el nombre. Es obvio que él interpelo a nuestro padre (tiempo después) Papá sabía de la existencia de esa hija (que nunca conoció) y le dio la información a su hijo. Estoy seguro que solo accedió a confesar la existencia de Ana. No le dijo nada más. Ni su extraordinario poder. Y mucho menos con quien, él, había compartido aquellos años.
Si bien mi hermano conocía al dedillo el sur argentino encontrarla no sería sencillo, por la simple razón que ella vivía oculta al mundo.
Cuando partió en su búsqueda contaba con la información de la zona donde ella probablemente estuviese. De todas formas el territorio era muy amplio. Ubicarla sería casi un milagro. Pero tuvo suerte.
Por esa época comentó que lo seguían. Entraba a un bar y alguien lo miraba. Al salir caminaba, a veces cuadras y cuadras y creía ver a extraños personajes. En ese tiempo, realizó el último viaje al sur, en una búsqueda que acabaría con su vida. Deambuló por incontables pueblos, buscando a su hermana Ana. Corría con una ventaja: conocía la mayoría de los parajes, estancias, caminos y gentes.
En un pequeño pueblo, a orillas de la cordillera, encontró finalmente su rastro.
Una mañana cargó su mochila y siguiendo una huella subió por la ladera de una montaña. Los pinos le cerraban a veces el precario camino. En un lugar equivocó el paso y se vio obligado a trepar grandes rocas.
Hacia el atardecer, exhausto estaba por darse por vencido, entonces la luz de la cabaña, como un maravilloso faro, surgió entre la foresta. Había alcanzado la cima de la montaña. Con temor llamó a la puerta de aquella vivienda aislada del mundo. La noche había llegado. Una figura celestial abrió la gruesa puerta. Ana, mucho más alta que él estaba en la penumbra. El fuego del hogar recortaba su figura imponente. Tartamudeando por los nervios, simplemente le dijo -soy Alejandro tu hermano. Ella sin decir palabra lo llevó hasta la chimenea y puso en sus manos una taza de chocolate caliente. Allí sentados frente a frente se miraron largo rato.
Ella reconoció en las facciones de mi hermano a nuestro padre. La miraba fascinado. La representación viva de un ser de otro mundo estaba allí, en un bosque perdido en la cima de una montaña. Ana se acercó y se abrazaron.
Alejandro cuenta que le llamó la atención que fuese tan joven. En esa época ella tendría unos veinte años, pero parecía una adolescente.
Le preguntó si vivía sola. Ella asintió. Se levantó y tomó un retrato de papá. -Nunca lo conocí. ¡Cuéntame, cuéntamelo todo!, mi madre me ha dicho tan pocas cosas de él.
Aquella noche maravillosa, esas dos almas se conocieron profundamente. Mi hermano instintivamente comprendió que aquella nueva hermana suya, ese ser excepcional corría riesgos similares a los de él. Aunque desconocía gran parte de la historia.
Abrió su alma, como antes lo había hecho con su patrón Don Braulio. La voz se le entrecortaba por la emoción. Ana tomaba sus manos y lo miraba a los ojos, rogándole que siguiera. Como impulsado nuevamente por aquella música convertida en palabras continuaba el relato de su vida. Así llegó a aquel momento ¡Te busque tanto! He pasado buena parte de mi vida huyendo. Creí que podrías tener la respuesta. La razón por la que me persiguen –le dijo–. Ella se levantó y lo abrazó. -Sabrás la verdad, pero antes cenaremos. Puedes lavarte y ponerte cómodo. Mientras prepararé la comida.
Alejandro recorría maravillado aquel estar en la cima de la montaña. Una gran sala central con varios sillones frente a una gran chimenea que invitaban a sentarse y mirar el fuego.
De la sala principal se abrían cuatro más angostas. Todas repletas de libros en sus paredes. Cientos de objetos y fotos llenaban varios estantes. En varios portarretratos papá lo miraba desde el fondo de aquellas fotografías en blanco y negro. Una mujer aún más alta que él lo abrazaba sonriendo. La madre de Ana era tan hermosa e imponente como ella. Junto a ambos un hombre más bajo, un anciano los abrazaba. El viejo se encontraba en muchas otras imágenes.
Tomó una jarra de cerveza en sus manos. De fino cristal biselado con una tapa de acero. Intentó leer la extraña inscripción en alemán pero no pudo. Ella se acercó detrás de él, tomó la copa en sus manos y leyó: “Meinem Verehrten Kolonnenfuhere Weihnacheten 1916 Nowac Wachtmeister Significa: A nuestro estimado Conductor de Patrulla, Navidad de 1916 en la ciudad de Nowac. Es una jarra del ejército alemán de la Primera Guerra. Un obsequio de navidad para un oficial muy estimado”. Él le preguntó si hablaba alemán. Ella sonriente le dijo que sí, aparte de inglés, español, italiano, francés y algo de danés. Mi hermano quedo perplejo.
Le preguntó por tantos libros. “Los he leído casi todos. Pronto viajaré a buscar otros” –le dijo–. ¿Quién era aquella extraordinaria mujer que llevaba su sangre? ¿Cómo sobrevivía allí tan sola, tan lejos y tan joven? ¿Quién habría construido esa hermosa cabaña? Miles de preguntas se agolpaban en su mente.
En poco tiempo un aroma encantador inundó el estar. Ana colocó la loza en la mesa, los vasos, cubiertos y demás sobre un exquisito mantel. Una cesta de mimbre con pan aún tibio y manteca. Alejandro hambriento no pudo aguantar y llenó un pan con manteca y azúcar. Ana lo miraba sonriendo. Se disculpó Tengo hambre –le dijo–.
Ella se sentó junto al piano y comenzó a tocar. Él no entendiendo cómo lo habrían subido, se dejó caer en un sillón.
Movía sus dedos largos como si fuesen mariposas. Apenas tocaban las teclas. Una melodía maravillosa condujo a mi hermano a lejanos lugares. Cerró los ojos sintiéndose transportado, levitando sobre inmensos jardines. La música ahora lo depositaba sobre una hierba furiosamente verde. Ana corría hacia él. A su lado Mario, nuestro padre, los abrazaba. Su madre Noemí le sonreía. La melodía trepaba hasta un cielo impecablemente azul. Negras nubes lo cubrieron y comenzó a llover. Primero lentamente, luego intensamente. La cortina de agua al tocar la tierra creaba un sinfín de exquisitos perfumes. El aguacero cesó repentinamente y el atardecer trajo un sol perfectamente rojo, ocultándose detrás del bosque.
Cuando la última tecla dejó escapar un largo y perfecto suspiro mi hermano reconoció a Judith que sonriendo se acercaba a él. La magia finalizó súbitamente. Abrió los ojos maravillado. Simplemente balbuceó -Mi madre también tocaba el piano. -Ya lo sé, nuestro padre se lo contó a mi madre. Ven, vamos a cenar -le dijo ella.
El fuego creaba sombras en los vidrios. Afuera la noche inmensa los protegía en lo profundo de la naturaleza. Al menos en aquella noche fantástica nadie podría hacerles daño.
Ella le contó mucho pero no todo. Sabía que su hermano ya estaba en peligro y si toda la verdad fuese dicha podría ser peor. Le habló sobre el tiempo en que papá y su madre estuvieron juntos. De su nacimiento en Bariloche.
Ella y su madre también corrieron muchos peligros.
Acosadas se refugiaron en un pequeño pueblo de Chubut llamado San Martín. Allí pasaron desapercibidas.
Sabiendo que tarde o temprano las encontrarían, Frida, su madre, regresó a Alemania, a su pueblo natal. Ella decidió aislarse del mundo en ese lugar.
Contaban con recursos económicos que le dejara un viejo alemán, a quien su madre cuidara largo tiempo.
Hizo construir la cabaña. Vivía cómoda con sus libros y su música. Solo una vez al mes, a veces cada dos, baja a los pueblos.
Alrededor de la montaña se encontraban pequeñas poblaciones, a la que llegaba por diversos caminos. Así podían pasar meses en repetir el mismo pueblo. Por ahora se encontraba segura.
Me permito brevemente contar sobre la madre de Alejandro Noemí, mi madre Elsa y papá. Noemí había invitado a sus amigas a una reunión. En ella presentaría a su novio. Así una tarde, ante los presentes, tocaba el piano. Allí estaba el que sería nuestro padre, cantando a vos en cuello un área de Opera, (tenía una excelente voz). Cuando todos los invitados se retiraron, le pregunta a una amiga -¿Qué te parece mi novio? -Ese hombre no es para vos, es poca cosa –le dijo–. La amiga sería luego mi madre Elsa. Al poco tiempo Noemí y papá se casaron y ella se embarazó. Muere en el parto y Alejandro sobrevive. Pasaron unos años y nuestro padre se encuentra con mi madre. Se casan. ¡Qué paradoja! Allí estaba la amiga de Noemí casándose con quien “era poca cosa”. Extraños son los caminos de la vida. Esa mañana de lluvia, la que sería mi madre, salía del subte y mi futuro padre entraba. Si cualquier hecho de aquel día hubiese sido solo un poco diferente, yo no estaría ahora escribiendo estas líneas.
Ana ocultó lo que era y su extraordinario secreto oculto en su sangre. Simplemente le dijo que aquel viejo alemán, que su madre cuidara, había sido un líder durante la Segunda Guerra mundial. Que esa era la causa por la cual la buscaban. Sin embargo no le dio un nombre. Fue elíptica. Al enterarse de las penurias sufridas por su hermano omitió lo más importante. Era mejor que desconociera aquel secreto. Saberlo podría significar condenarlo a muerte. Si en algún momento lo apresaran él no podría contar lo que desconocía.
Ella volvió a tocar una suave melodía. Alejandro agotado por el cansancio y las emociones del día, se durmió frente al fuego. Con infinita delicadeza lo cubrió con una manta.
Aquel ser que recién conocía y que llevaba parte de su sangre estaba llegando al final de un largo camino. Intuía que aún le restaba sufrir la última parte de su vida. Deseaba que se quedara para siempre con ella, cuidarlo pero era imposible.
Por la mañana desayunaron. El profundo aroma del café se mezclaba con el olor de la leña. El pan, la manteca y la miel llenaron de gozo a Alejandro. En aquel breve tiempo se sintió feliz y libre. Recordó de pronto a Don Eusebio, aquel patrón bondadoso que lo cobijara en la estancia. Su alma se liberó por un tiempo de la opresión y el temor. Sentía a Ana como un magnífico ser al que amaba y a quien no quería dejar.
Antes de las diez de la mañana estuvo listo. Tomó su mochila. Con los ojos llenos de lágrimas le dijo a Ana “es hora”. Ella puso otra mochila en su espalda y sorprendió a su hermano “Te acompañaré hasta el pueblo, pero tomaremos otro camino. Hay que ser prudentes”. Él no podía ocultar su alegría. Al menos estarían algunas horas más juntos.
El día era extremadamente frío. Le dijo que estaba desabrigada, cuando el sol bajara, en el regreso se helaría. Ella sonrió “No te hagas problema, las bajas temperaturas no me afectan” –le dijo–.
Ella cerró la cabaña. Emitió un extraño silbido. Del bosque en silencio surgió una sombra furtiva. El hermoso y enorme animal, totalmente negro, se frotó contra las piernas de Ana. “¡Qué perro enorme!” Ella riendo agregó “No es un perro y te ha seguido todo el camino. Como ves no será sencillo acercarse a mí. Se llama Nigerman, es extraordinariamente inteligente. Prácticamente hablamos, aunque sin palabras, las miradas o un gesto bastan. Puede matar fácilmente a un hombre. Un ser de ese tamaño podría arrancarte la garganta de una sola mordida”. Alejandro se alejó del animal. Ana le dijo: “No le temas sabe quién eres”.
Así comenzó el regreso por otro camino. Mi hermano se cansó rápidamente. Ana y el animal daban grandes saltos sobre los árboles caídos. Casi parecían dos criaturas semejantes. “¡Esperen!” gritó. Ella se detuvo para descansar. El animal mirando hacia la foresta se mantuvo inmóvil. “Estás helado” –le susurró–. Sacó un termo con chocolate caliente y le sirvió. Nigerman se acercó hacia él y clavó sus ojos rojos como fuego en los suyos. Ana rió “¡dice que eres muy lento”.
Se acercaron a un barranco que les cerraba el paso. Ana abrió su mochila y sacó una cuerda, atándola a un árbol. “Iré allá abajo y la haré firme, tú bajarás por ella” –dijo–. De un salto se dejó caer al vacío. Alejandro apenas alcanzó a gritar. Ella sin un esfuerzo se incorporó. “¿Estas bien?” –le grito–. “Perfectamente; ahora baja”. Cuando estuvo a su lado le preguntó cómo no se había lastimado. Ella lo miró sin contestarle. No podía decirle nada más.
Al atardecer llegaron al fin al pie de la montaña. Comenzaba el sendero al pueblo que estaba al otro lado. Al día siguiente podría tomar un micro y volver a Buenos Aires.
A lo lejos unos pastores conducían a un grupo de cabras.
El animal había desaparecido en el bosque. Ana le dio unos chocolates. Alejandro lloraba en silencio. “No quiero dejarte” –le dijo–. “Es hora” –le contestó–. Se abrazaron largo rato. Ella estaba muy emocionada “gracias por buscarme, no voy a olvidarte. Sabes que no debes hablar sobre mí” –le dijo–. Le juró que no lo haría. “Eres una persona extrañamente fantástica. Un hada que salió del bosque, eres mi hermana, jamás podría olvidarte. Gracias por todo lo que me has dado. Me gustaría algún día regresar. No he querido empañar tu vida pero no puedo irme sin decírtelo, papá ha muerto. Siento que te enteres así. Con los ojos bañados en lágrimas le contestó “¡Pobre papá! Toda su vida fue triste y difícil. Solo con mamá tuvo un tiempo breve de felicidad. En un principio imaginé que venías para traerme esa noticia. Gracias por esperar hasta ahora y no entristecer los lindos momentos que pasamos. Se acerca la noche vete o te perderás, aún falta mucho camino”. Él comenzó a alejarse, no quería que Ana lo viese llorar. Lo llamó. Se acercó a él. Con exquisita ternura secó sus lágrimas. Puso en sus manos una pequeña piedra transparente sonriendo. “¿Sabes qué es?” –le dijo–. Su hermano observaba aquella piedra cortada perfectamente. Irradiaba luces de colores en su mano. “Es un diamante. Es un regalo, tal vez lo necesites algún día” –le dijo ella–.
“Pero es muy caro –balbuceó–. Tengo otros, ve ahora”. Caminó algunos pasos y se dio vuelta buscando por última vez a aquella figura celestial. Ya no estaba, el bosque se la había tragado.
Se acercaba la noche. Una primera estrella se dejó ver. El silencio absoluto se quebró por un sonido lúgubre y agudo. El aullido trepaba más allá de los bosques hacia el cielo intensamente negro. Alejandro temblando por el frío y el cansancio apuró el paso.
El Final de Alejandro
En el ómnibus de regreso pensó una y otra vez en la extraordinaria vivencia que había vivido.
Volvió sin decir ni una palabra a la familia. Pero interpeló a papá. Anotó en su Diario algunas palabras más: Ayer hablé con papá. Le dije que había estado con Ana. Se enojó, dijo que dejara todo aquello en el pasado. Me recriminó mi viaje al sur y me exigió que la olvidara
Volvió a su vida en Buenos Aires. A su negocio y a Olga.
Mientras él se encaminaba hacia el fin de su vida, su hijo adoptivo crecía. La mala semilla se preparaba para mostrar su cruel naturaleza.
Tiempo después sufrió un desmayo y lo internaron en una clínica. Había tenido un accidente cerebrovascular. Aunque la palabra accidente me resulta superflua y casi pueril. Su muerte estaba decidida, quizás desde el mismo momento que huyó de la isla.
Existen muchas formas de matar a una persona. ¿Imaginan el temor de saberse vigilados? Deben salir de sus casas y alguien se encuentra esperándolos.
Su existencia transcurrió entre invisibles muros grises. A pesar de los inmensos espacios abiertos en que anduvo, parte de su vida la vivió en una cárcel sin salida. Esperaban que les dijera lo que ellos tanto buscaran.
Supongo que por aquellos días el tema de los submarinos y los desembarcos habría perdido importancia. El tiempo había pasado. No obstante siempre fue vigilado y es posible que se enteraran de su último viaje al sur.
El hecho extraordinario (y que me alivia) es que aquellos que buscan el secreto, nunca encontraron a mi hermanastra.
Un día llegué a la clínica donde Alejandro había sido internado. Entré en la habitación, estaba solo. Ya no hablaba. Me acerqué a su cama y lo tomé de la mano. Acaricié su cabeza. Quería decirle tantas cosas, pero no pude. Su mirada me taladró, se esforzó moviendo los ojos de un lado al otro. Estaba paralizado. Yo no entendía, hasta que seguí la línea de los ojos. Abrí el placard. Revisé su ropa y en su pantalón descubrí la carta. Lo miré, abrió y cerró los ojos varias veces. Me decía: “¡Sí, sí! La abrí y leí en voz alta. Mi hermano suspiró y dejó de existir. Me acerqué a él, con el papel en la mano. Su cara no demostraba el terror ante la muerte. La lectura actuó como un bálsamo y se fue tranquilo.
Así terminó su vida y fue enterrado en el Cementerio de la Chacarita. Mientras el cielo negro explotaba furioso, escupiendo ráfagas de lluvia helada, mientras éramos vigilados. Allí estuvo otra vez el poder, buscando incansablemente el secreto mejor guardado.
Cuando la última palada de tierra cubrió definitivamente su historia, empezaba la mía. Un largo y agotador viaje a lo profundo de la condición humana. Un análisis descarnado de mi propia alma. Ahora podría conocer a mi hermana.
Mi hermano escribió en ese papel una sola palabra completa: Ana y otras incompletas y varias cifras. ¡Solo yo pude entenderlas! Un juego que hacíamos de niños, las pocas veces que nos encontramos. ¡El esperaba mi llegada! Me contaba sobre nuestra hermana y como encontrarla. Si yo no llegaba nadie más podría entender la larga carta.
Alguien dijo que comprender es una alegría, en éste caso no sería así. Decidir, decir por todos, para bien o para mal. La posibilidad de cambiar la vida de millones de seres o callar. Sigo siendo la última pieza de éste juego. Lo que queda de la larga historia de mi familia.
El Diario de mi padre
Las charlas con Adolfo
15 de Enero de 1958
Han pasado algunos días desde mi establecimiento en el pueblo. Desayuno siempre en el hotel, mi residencia ahora. Es una casona de tres pisos con un amplio estar como recibidor. La dueña, doña Elogia, mujer excedida en peso, maneja el lugar con mano firme. Su carácter fuerte no impide su sonrisa permanente y su buen humor.
Están allí siempre los mismos hombres. Eso me llama la atención. Esperaba viajantes, vendedores. En lugar de ello más que un hotel es una gran casa de familia. Un buen catálogo de seres extraños.
Empecemos con los hermanos Roters, mellizos, No los he visto trabajar, es un misterio de que viven. Los supuse dueños de campos. De quizás 60 años. Juegan cartas casi con fanatismo. Luego una pareja mayor: Los Embers. Siempre juntos hablando bajo. No he podido escucharles una palabra. Solo un buen día o cómo está usted señor Mario. Finalmente dos hombres jóvenes, casi idénticos en su aspecto cierran el cuadro. Salen cerca de las diez de la mañana y regresan por la noche. En un principio no presté la debida atención, ellos no cumplen tareas rurales, es extraño.
En estos días he pensado en mi familia allá en Mar del Plata y en esta otra vida. Me dedico con ahínco al almacén, a prestar mis servicios. Pongo todo mi empeño por agradar a don Atilio. Pero por las noches, cuando estoy acostado, los pensamientos llegan enturbiarme el sueño. La mancha del techo junto al ventilador comienza a girar. Vuelvo a días en que imaginaba un mejor futuro.
Cuando mi primera mujer murió en el parto, la tristeza se instaló en mí, sin irse jamás. Pasaron los días, semanas y meses. El respirar implicaba un enorme esfuerzo. Me sofocaba. Quise que cada día fuese el último, lo deseaba. La vida transcurría indiferente a mi pesar. Un dolor silencioso, reptante y brutal se agazapó en un interminable tormento.
Vivir esperando las mañanas y las noches sin un mínimo deseo.
Mi hijo, a cargo de mis hermanas, crecía sin su madre. En aquella época caminaba cuadras y cuadras sin un destino fijo. Me perdía. De pronto me encontraba agotado en algún bar o en una plaza mientras llegaba la noche. Mis hermanas me recriminaban aquellas salidas que imaginaban con mujeres. En ese tiempo vivía con ellas. Rumiaba mis pensamientos imaginando grotescamente como mi amada se deshacía día a día en su tumba.
Años después encontré a Elsa y nos casamos rápidamente. Al principio creí salir de aquella vida dolorosa y sin sentido. En pocos años comenzó otro infierno. Errores propios, falta de previsión, no escucharla. Regresaron los fantasmas aún más sanguinarios. Entonces, ante la inutilidad de la vida en común, huí a los caminos. A la venta ambulante. Ahora aquí con un trabajo que me agrada, lejos de la gran ciudad retorna el ahogo. Las dudas, las culpas nunca perdonadas. Todo vuelve. Debo sobreponerme, olvidar. Dedicarme al trabajo. Al menos no es agotador.
Don Atilio me ha pedido que mañana lleve unos repuestos a la Estancia de los Trama. Va a ser divertido, desde luego no le dije que jamás conduje un carro.
18 de Enero 1958
Frida
Ya es la noche, en minutos iré a cenar. Espero no mostrar toda la alegría que tengo. Hoy conocí a Frida. Aún no puedo creerlo. Llegué con el bendito carro y entregué el encargo. Al regreso crucé el arroyo. Allí estaba ella, bajo el gran sauce. Alzó su vista y nos miramos. Bajé sin saber que decir. Ya era el medido día. Mostraba sus dientes perfectos. Lejos de sentirse intimidada dijo: “El hombre del Buenos Aires”. Tartamudeando le contesté que vivía en Mar del Plata, aunque soy de Buenos Aires.
-Sí, tu esposa e hijos –le dijo–. Imposible dejar de mirarla, ella es maravillosa, sorprendente. Sabe todo lo que le conté a Don Otto. Me pidió que me sentara a su lado. Allí el arroyo transcurre lentamente. Es un lugar muy fresco en éste verano tan caliente.
No la había visto. Le pregunté por qué no había estado en el pueblo. Dijo que había ido a revisar a la gente de tres estancias. -¿Revisando?–le pregunté–. Resulta que esta hermosísima mujer es médica y es nada menos que la nieta de Don Otto. Es evidente que él le ha contado todo.
La invité a cenar. Se reusó. Dice que en hotel la gente hablaría. Mañana domingo iremos hasta Necochea a pasar el día, son unos 80 kilómetros.
Hoy en la cena estaba Don Otto de muy buen humor. Tomaba cerveza. Compartimos la mesa y allí nomás se despachó con un “Ya ha conocido a Frida, veo que lo ha impactado”. Como un estúpido tartamudeé. Alzó la voz y agregó: “Claro que sí”. Le aseguré que mis intenciones son sanas. Su mirada se hizo de hielo, “Eso espero” –dijo–.
He intentado dormir y me es imposible. Me levanté a escribir. Frida, Frida vuelve una y otra vez a mi mente. Siento como si nos conociéramos de toda la vida. No encuentro palabras para describirla. Es muy alta, como yo, un metro ochenta. Delgada pero con un prominente busto. Sus piernas son tan largas y esbeltas. ¡Pero su cara! Ni un Miguel Ángel podría haberla hecho mejor. Mentón recto. Grandes ojos azules y ese pelo corto, lacio y amarillo como trigo. Hoy mientras ella hablaba y hablaba me perdí en su mirada. Se dio cuenta y me preguntó si la estaba escuchando. Fui sincero, le dije que estaba alucinándome. Rió, fue como una música que se alzara en esa soledad.
Su dicción del español es casi perfecta pero ese mínimo acento europeo le imprime a cada palabra una musicalidad asombrosa. Una de sus manos (de largos y finos dedos) rozó la mía. Fue apenas un parpadeo, sin embargo el efecto ha sido formidable. Juro que una descarga eléctrica recorrió cada centímetro de mi piel. Jamás he sentido tal atracción por una mujer. Me ha impactado más allá de la prudencia.
Me han dado trabajo, hospitalidad y saben que soy casado. Guardaré las formas, pero Frida me fascina.
¿Qué hacer cuando la felicidad pasa ante los ojos y sabemos que tomarla no está bien? Soy casado, aunque mi matrimonio no funcione como es debido no debería pensar en Frida. No puedo. ¿Por qué cerrarme a una vida mejor? ¿Es acaso que la sociedad me obliga a cerrar los ojos y dejar pasar la oportunidad? No ser feliz. Sufrir, esperando otra vida que quizás no exista. Respetar las formas sociales impuestas.
¿Si uno sufre es malo tratar de remediarlo? El tiempo corre, es hoy o nunca. Que la imagine junto a mí no significa que deje de lado mis obligaciones con mi familia. La mujer más maravillosa está aquí.
Debo dormir. No será sencillo. Frida, Frida. Deseo tanto que los fantasmas del pasado se vayan. Quiero quédame aquí. ¡Sí, aquí! Por primera vez el dolor insoportable, las noches de insomnio y recuerdos parecen huir, escapar hacia el lejano horizonte.
El cansancio de malos y pesados años llega a su fin. Olvidar. Sí, olvidar y abrirme a una nueva vida. Frida. Frida.
19 de Enero 1958
Regresamos de Necochea a las seis de la tarde. Ha sido un día fantástico. Le abrí mi corazón, le dije toda la verdad. Sabe de mi familia, de mi deambular y soledad. De todo el dolor que me ha perseguido a través de los años y los caminos.
Me ha contado tantas cosas. Es alemana. Riendo dijo que Don Otto piensa que Argentina es un país extraordinario. Que sus gentes somos personas a las que les espera un buen futuro. Que lo tenemos todo. Le dije que no se enojara, que ojala fuese así. Es cierto que poseemos una tierra rica, pero aún nos falta mucho. Quien sabe cuál será nuestro futuro. Dijo que hay que ser optimista. Alzó esos inmensos ojos y agregó -¡Estás tan solo! No pude evitarlo y la besé. Lejos de rechazarme me abrazó muy fuerte. Unas lágrimas, las primeras que yo vería corrieron por su cara. Y dijo -Yo también estoy sola. Viví los horrores de la guerra, la destrucción, la muerte de mis padres y hermanas.
Trabajé en Polonia. Al final del conflicto logré regresar a Berlín. Luego pude escapar a España. Allí lo conocí. Otto me necesita más que nunca. Su estado de salud ya era complicado en aquella época. En estos días ha empeorado. Todo ese tiempo me he ocupado de él.
Mario llegaste a mí como un soplo de esperanza. Algo he aprendido que nada es para siempre. Todo son momentos. Cuando logro dormir me despierto a veces en la noche escuchando gritos, explosiones, fuego. No puedo expresarte en palabras la sensación de desamparo y angustia que he sentido en los bombardeos. Esperar la muerte sabiendo que nada puede hacerse, solo esperar. Sí, la insoportable tensión, día tras día. Cuando las sirenas cesaban sus gritos venía lo peor: salir de los refugios y ver a tus vecinos muertos. Niños, mujeres. Los hombres corriendo desesperados buscando a sus seres queridos entre los escombros.
Ustedes son agraciados no han sufrido lo peor que le puede pasar a un pueblo: la guerra. Todo aquello parece tan lejano, sin embargo el peso sobre mi alma vuelve una y otra vez torturándome. De pronto en una tierra extraña veo el sol, siento el calor del verano. Atrás queda todo aquello y te encuentro. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? ¡Quiero que vivamos antes que vuelva la noche! Me haces falta, mucha falta. No puedo creer que comparta este momento de mi vida con un argentino. -Mi sangre es italiana- le dije. Me miró desde el abismo de sus ojos y sonrió -No me importa, vas a hacerme feliz, lo sé, aunque nada dure para siempre. El tiempo sigue corriendo, te necesito tanto.
Le sequé unas grandes lágrimas que lavaban sus enormes ojos azules, profundos como su maravillosa alma. Nos abrazamos jurándonos amor.
20 de Enero 1958
Todo el pueblo duerme aquí a la hora de la siesta. Hace mucho calor. Aprovecho para escribir. Hoy llevé un encargue a Don Otto. Siempre tomando cerveza. Me invitó a sentarme y me convidó.
Hoy sus ojos estaban vidriosos. Lo veo tan cansado, como si un inmenso peso aplastara su ser. No pudo ocultar el temblor de sus manos y hasta de sus brazos. Parece un títere. Le pregunté si la cerveza no le hacía mal. -¿A mí? He tomado cerveza toda la vida, además ¿importa acaso cómo muera? Ya no tiene sentido cuidarse. Hablemos de otro tema. Frida me ha contado. Sus ojos negros sombríos logran perturbarme, no sé por qué. ¿Qué vida habrá pasado ese hombre? No iba a preguntárselo, intuía que no me lo diría. “Parece que la ha conquistado” –dijo–. Otra vez tartamudeaba nervioso ante él.
-Tranquilícese, pero ni se le ocurra hacerla sufrir ¿está claro? Le aseguré que la trataría como un caballero, pero que me daba vergüenza por mi situación.
-¿Vergüenza?” ¡Vaya y hágala sentirse bien!, ha sufrido mucho - gritó.
Es evidente que la felicidad me sonríe. Quizás Frida tenga razón, nada dura para siempre.
Don Otto nos dio su bendición, supongo que el resto del pueblo aceptará verme con ella. No entiendo por qué pero desde su vejez y precaria salud este anciano impone respeto. Diría que es mucho más que respeto. Quizás cierto temor, aunque no veo la razón. Esta noche ella me espera para la cena.
Al final del pueblo tiene una hermosa cabaña, me he mudado a ella. Seré discreto, pero algo me preocupa.
21 de Enero 1958
Nuevamente aprovecho la larga siesta para volver al Diario. Anoche fue tan hermoso amarnos. No tengo palabras para expresar la ternura que nos prodigamos. Somos tan distintos pero ambos necesitamos imperiosamente del otro. Hemos vivido en mundos diferentes y diversos fueron los dolores pasados. Pero algo en común nos une: la necesidad de una voz que pronuncie emocionada nuestro nombre. Ternura sobre todas las cosas.
Luego de amarnos ella sonríe y me dice una y otra vez “Gracias, gracias”. Tiembla, la abrazo y la veo llorar. Le he preguntado por qué esas lágrimas.
“Lloro porque no quiero perderte” –dijo–. Le juré que eso no ocurrirá. Pero temo cuando me mira con una tristeza infinita.
Le propuse que a fin de año, si todo va bien, me separaré de mi mujer y viremos juntos. Ella me miró con una inmensa compasión. Me pidió que no soñara más allá de nuestras reales posibilidades. Le pregunté por qué y solo dijo “Este es nuestro tiempo, ámame, ámame…todo lo que puedas”.
Esas palabras giran en mi cabeza. No veo la razón para no lograr una vida juntos. Mi familia, allá en Mar del Plata no dejaría de tener mi aporte.
Hoy a pesar de la felicidad que me brinda Frida y de las ganas de hacerla feliz hay algo que me da vueltas y no sé qué es.
Antes de entrar en la casa nos sentamos en el columpio.
El cielo se mantuvo despejado. Una sábana de estrellas nos invitó a mirar tanta maravilla. Aquí, lejos de las luces, las estrellas llenan el cielo brillando rabiosamente. ¡Tantos mundos! ¡Toda esa energía y nosotros en este pequeño planeta lleno de hermosos cielos y de tanto sufrimiento, con nuestros míseros pesares. Inmensos para nuestro propio dolor pero que no es nada ante la magnificencia del universo.
Una guerra devasta generaciones, pueblos, países. Mientras ésta tierra corre por un universo ajeno a tanta agonía. La naturaleza nos deja matarnos y tal vez ni siquiera sepa que lo hacemos con metódica determinación. Patria, libertad, palabras vacías ante un solo ser humano asesinado.
Mientras observaba la Cruz del Sur prendiéndose y apagándose volví a mí extraordinaria Frida. De pronto el profundo sentimiento de tristeza y resignación dio a paso a una oleada de cariño. Dejaba de ser, al menos por unos momentos, el hombre solitario de los caminos. Sin hogar. Un ser sin rumbo, perdido entre los pueblos. La aferré más fuerte. Con infinita ternura.
Abrazados sentimos el perfume de los azares que alguien plantara con cuidado y buen gusto.
El pueblo, lejos de parecerse a cualquier otro, se asemeja mucho a una pequeña aldea del norte de Europa. No por sus construcciones, sino por la exquisita presentación de las calles, árboles, foresta y flores. Las pocas casas lucen en sus ventanas hermosas cortinas. A la hora en que el sol baja, son atadas con una cinta roja.
En el bar todos beben cerveza. La caña, la ginebra, tan típica del hombre de campo argentino, no se toman. Otro detalle digno de admiración es la creación de falsos balcones, también adornados con flores. La limpieza incluso en las calles de tierra, es inmejorable.
Pensando en eso la contemplaba adormilada en mis brazos. Su pelo lacio caía sobre su escote, en un deleite de suavidad y placer.
Imagino lejanos y pequeños, ríos allá en su Alemania, corriendo por los prados. El agua acariciando las piedras y ofreciéndose al viajero cansado y sediento.
Su voz, lejos de traerme los helados recuerdos de la guerra y la muerte, me acercan una paz como nunca pude deleitar. Los sueños oscuros mágicamente han comenzado a disolverse.
Una nube cruzó ocultando brevemente las estrellas.
El recuerdo surgido de la profundidad de mi inconsciente se hizo real. Los huesos de mi primera mujer es su tumba. Las recriminaciones de mi esposa. Mi mala suerte. Apreté más fuerte a este ángel maravilloso. Mientras aparecía un cielo impecablemente limpio ella despertó y dijo muy quedamente “entremos”.
Después de amarla volví a decirle que deseaba pasar el resto de mi vida a su lado. Dijo -Mario eres una persona excepcional y llena de amor, lo veo en tus ojos. No hay eternidad ni tiempos infinitos, solo momentos, a veces inigualables. Breves etapas de la vida, donde entre tristezas y dolores, se enciende la luz y nos llena de alegría. No es que estemos en el paraíso. Vivimos en un infierno constante, luchando para escapar. Soñamos con otra vida. Imaginamos siempre que hay otro sitio mejor, más cálido, más fresco, más luminoso, más tranquilo. Pero al final del camino quizás, con suerte, alguna vez lo encontremos. Y cuando imaginamos que al fin hemos llegado todo se acaba y vuelve el dolor. Entonces comprendemos (tal vez) el verdadero significado de la vida. Infierno y paraíso, dolor y placer, suerte y tragedia. Así es fuego e hielo. ¿Qué importa ahora el tiempo Mario?
¡Queridísima Frieda! Entonces la rodee con mis brazos y se entregó en un beso tierno y profundo. Se levantó algo turbada y dijo “es tarde vayamos a dormir”.
La luna había corrido por gran parte del cielo. Los eucaliptos irradiaron todo su perfume. A lo lejos algunos ladridos de perros se confundieron con el sonido de un gran búho.
Plenamente feliz me dirigí a la habitación cuando se me hizo consiente una preocupación. Mi alma plena era ahora turbada por una duda. Como un pequeño y claro estanque, cuyas aguas inmóviles presagian oscuros y temibles secretos en sus profundidades.
Antes de acostarme perplejo recordé a mi mujer y a mis hijos, allá tan lejos y tan solos.
Ella ya duerme. Quiero cuidarla, protegerla de los malos sueños, de los recuerdos. Del caos y el dolor. Acaricié su cabeza y su pelo se desplegó entre mis dedos.
Antes de acostarme escuché otra vez las palabras de Frieda ¡paraíso e infierno! Pero algo que dijo retumbó brevemente en mi cabeza. “Antes del final de la guerra estuve en Polonia.” Hay algo que no está bien. Mañana debo terminar de escribirlo.
22 de Enero 1958
Acabo de despertarme. Aún es muy temprano. Ella ha ido a cuidar a Don Otto, parece que ha pasado una mala noche.
He vuelto a estas páginas. Sombras sobre la felicidad. Ella dijo que había estado al final de la guerra en Polonia y que al acabar ésta regresó a Berlín. Si fuese así hoy tendría cuarenta y cinco años ¡eso no es posible! No debe tener más de veinticinco años. Es extraño.
Al fin ha terminado el día, ha sido largo y caluroso. Antes de descansar necesito aclarar mis ideas, por eso quiero volcar cada palabra que recuerde.
Llevamos con Frida un encargue a la Estancia de los Trama. Aproveché el largo camino en sulky para hablar con ella. No abordé el tema enseguida. Le pregunté sobre Alemania. Su vida allí. La noto reticente. Desvía la conversación hacia otros temas.
Nos detuvimos en el arroyo, a la sombra del gran sauce. Comimos algo y nos refrescamos. Estuvo tan vivaz, hermosa como siempre. Se levantó y fue hasta el arroyo. El sol llenó de oro su cabeza. Me decidí a no decir nada más, pero no pude. Ella me abrazaba y le dije directamente “Si estuviste en Polonia poco antes del fin de la guerra quizás tendrías unos veintiocho años. Regresaste a Berlín y allí todo acabó. Llegaste a la Argentina. Me causa gracia”, ¿Qué? –dijo–.“¡Hoy quince años después tendrías que tener más de cuarenta y cinco años! ¡Es imposible! Eres muy joven”. En cuanto terminé de decir aquellas palabras me arrepentí. Estuvo muy contrariada. Hizo un largo silencio. Luego sorprendentemente dijo: “Mario a veces es preferible ignorar ciertos temas. Ten paciencia. Es muy pronto, algún día podré hablarte libremente. Eso no significa que te quiera menos. Mi vida ha comenzado a brillar por tu presencia. Confía en mí y espera. Te amo, te amo tanto. Es la primera vez en toda mi vida que soy feliz”.
Soy un estúpido, no preguntaré nada más. No quiero herirla. Estoy cansado. Pero ¿qué habrá querido insinuar?
23 de Enero 1958
Ha sido un día extraño. El trabajo en el almacén de Don Atilio comenzó normalmente. Los miércoles y viernes son los días en que hay un intenso movimiento. La peonada viene al pueblo, pasa por el negocio y carga sus carros. Desde herramientas hasta harina. Es interesante ver lo que llevan para tomar.
Un grupo, los de las estancias del este y norte son tomadores de vinos. Lo extraño es que al sur hay una estancia (nunca estuve allí) cuyos peones son rubios. Los acompaña Don Nicanor. Es un tehuelche típico. Largos cabellos renegridos, tez obscura. Cuando uno lo ve llegar imagina que pedirá un vaso y la botella de caña. No es así. Al igual que los cinco o seis hombres que lo acompañan bebe cerveza. Nunca imaginé que se pudiese tomar tanta cantidad. Varias veces hablé con él tratando de sacarle alguna información sobre sus extraños acompañantes. Da rodeos y ninguna explicación. Es el único que se comunica. Quizás sus compañeros no hablen castellano. Visitan regularmente al Anciano.
A las once de la mañana mi patrón me llamó. Y Dijo: “Mario en el fondo lo esperan”. El largo pasillo conduce a una gran puerta. Golpeé. “Pase” –dijeron–. Entré a una gran sala. Cuidadosamente las ventanas habían sido tapiadas. Una gran mesa oval y varias sillas esperaban vacías.
Todas las paredes, hasta el techo acumulan miles de libros.
El Anciano al verme Dijo: “¡pase, pase Mario!”, póngase cómodo. Rengueando se acercó a la cabecera.
A cada costado de la habitación cuatro custodios guardaban silencio. Quietos como estatuas parecían mirar más allá de las paredes. Don Otto al advertir mi intranquilidad agregó “Son mis muchachos. ¡Estamos en un problema Mario! Nos quedan solo cinco días”, “¿Cinco días?” –pregunté–. Comenzó a toser y temblar, le alcanzaron agua
-Voy a mostrarle. La fiesta del pueblo es inminente. He tomado la delantera. ¿Ve estos mapas? Dividí toda la zona en cinco regiones.
-¿Regiones?
-Le ha asignado una zona a cada uno de mis hombres. Usted se hará cargo de la quinta.
-¿Yo? ¿Con que fin?
-¡Mire por favor! Desde el pueblo hasta la estancia de los Trama. Frida lo secundará. Irán por cada camino, y cada puesto, cada hombre y mujer tienen que ser censados.
-¿Censados?
-¿Qué le pasa hoy Mario? ¡No está atento!
- Sí, sí lo estoy pero no comprendo…
-¡Por favor, la fiesta de la cerveza! Todo tiene que ser perfecto. Cada persona que visite recibirá el bono correspondiente para la entrada al festival. Van anotar cada nombre. Necesitamos saber cómo van a llegar al pueblo. Si no tienen transporte se lo procuraremos. Tome su carpeta y revise. Nombres, estancias o puestos de residencia, transporte, etc. Todo esto en lo relacionado con lo externo. Mañana comenzarán los armados de las tiendas. Una grande en la plaza. Luego a dos cuadras las carpas que servirán de habitaciones. Por eso es imprescindible el número exacto de concurrentes. Quiero que cada una tenga escrito el nombre de sus ocupantes. Habrá que armar baños. Piense en el agua que pueda consumir cada grupo. Ya ordené el tendido de líneas eléctricas y luminarias. Quiero que cada detalle sea perfecto.
-Pero, pero.
-¿Qué le ocurre?
-Digo, mi trabajo, Don Atilio.
-Olvídese de eso por ahora. Ha sido relevado hasta nuevo aviso.
-¿Cuánta gente va a venir?
-¡Todos! En su sector usted va a ser el único responsable para que nadie falte ¿Está claro?
-Sí. Imagino la gratitud de las personas.
-Nada de gratitud, mucha es gente necesitada. Recuerde que no se debe exigir el tributo de la gratitud por que ella no brinda mercedes, sino que está destinada a restituir derechos.
Vaya ahora a ponerse de acuerdo con Frida. Use la camioneta. No pierda tiempo con un carro. Aún falta lo más complicado el alimento para tanta gente y su preparación.
-Asado. Dije.
-¡Nada de eso es la fiesta de la cerveza! Todo bien alemán. ¡Vaya, hágame el favor! Y llévese ese mapa.
Los hombres que lo cuidaban permanecieron inmutables. Uno dijo algo extendiendo uno de los mapas, pero no lo entendí.
Don Atilio me esperaba. Sonriendo dijo: “¿Qué le ha parecido? Eso es saber dirigir”.
Le pregunte qué pasaría con el trabajo. Dijo: “No se haga problemas, nadie en su sano juicio le objetaría nada a Don Otto, y ¡no haga preguntas por Dios! Cumpla su orden”.
Busqué a Frida. Realmente no entendía que estaba pasando.
No la encontré en el pueblo.
Preparé una vianda y salí con la camioneta.
En las afueras detuve la marcha. Una nube de polvo indicaba a alguien a galope tendido. En minutos el jinete estuvo al alcance de mi vista. Quedé petrificado. Ella, como nunca la había visto, volaba en un gran caballo azabache.
Sus cabellos al viento resplandecían por el sol furioso de las dos de la tarde. Parada sobre los estribos acariciaba el aire. Pasó como una exhalación a mi lado sin verme. Mientras daba la vuelta para seguirla toqué bocina. Detuvo su carrera. Al reconocerme bajó del corcel y corrió a mi encuentro. Fui hasta ella y la levanté en el abrazo. Me beso largamente. -¡Mario! ¡Mario! –gritaba contenta–.
-¡Dios mío! Te podrías haber matado.
-¿Yo? Ven te presentaré a Persifal. El caballo dócilmente se acercó a su mano. Cubierto de sudor brillaba intensamente. Los ojos casi rojos mostraban una personalidad y una fuerza única.
-¡Persifal os presento a mi amor Mario! recio caballero con sangre italiana, larga verborragia y tiernas caricias!
-¡Frida! Debemos volver al pueblo. Don Otto me dio un trabajo, al parecer don Atilio lo sigue en la locura.
-¿Locura? ¿Cuál?
-Algo sobre una fiesta alemana. Me mostró mapas...
-Ah! La fiesta. Tranquilo. Vamos a casa y te contaré. Veremos quien llega primero ¡Es una carrera! ¡Yo con el viento o tú con esa camioneta!
De un salto subió a su cabalgadura y salió como una tromba. Tardé en arrancar y llegar a la casa. Ya en la sala de estar, increíblemente fresca, logré relajarme. Desde el baño gritó:
-¡Mario, estoy en la ducha, ven!
Luego de bañarnos almorzamos.
-Vamos a la cama y te explico- dijo.
-Debes entender a Don Otto, aquí nadie lo contradice.
-Sí, pero a mí el sueldo me lo paga Don Atilio.
-¿No te dijo él que le hicieras caso a Don Otto?
-Sí, pero.
-Mario aquí no se discute lo que Él diga. Me comentó que te quiere como a un hijo.
-¿Eso te dijo?, si apenas me conoce
-Sabe que te amo y que me haces increíblemente feliz.
-¿A pesar de estar casado y tener un pobre empleo?
-¡Eso no importa! La vida son momentos que se proyectan como una película. La tuya a pesar de los problemas con tu mujer ha transcurrido tranquilamente.
-¿Tranquilamente?
-Sí, absolutamente. Jamás vas imaginarte lo que es la guerra. Mis palabras nunca van a llegarte, sencillamente porque el dolor de cada persona no es transmisible. Es una experiencia única.No quiero hablar de ello, solo te lo contaré una vez. Vivía con mis padres en Meissen, en la Sajonia. Un día llegó la guerra. Todavía cuando cierro los ojos veo el magnífico castillo de Albrechtsburg y su escalera caracol. Por debajo del monte del castillo me veo correteando por el casco antiguo.
En los atardeceres subíamos a la montaña del Castillo. Me quedaba con mis hermanos contemplando aquellos soles ocultándose sobre los tejados perfectos. ¿Puedes imaginar la belleza de la armonía? Niños jugando bajo el sol. Prados verdes. Otoños tiernamente marrones. Las noches, en los inviernos blancos, en que en que nos sentábamos frente al fuego del hogar. Mamá nos regalaba cada noche una taza de chocolate caliente.
En un principio tuvimos suerte ya que muchos compatriotas sufrieron inmensas privaciones durante esos tiempos.
Mi padre trabajaba en la Universidad. Pero nada duraría. Los rumores de la guerra nos parecían lejanos. Sin embargo llegó brutalmente.
Nuestros amigos que marcharon al frente comenzaron a morir. ¡Es tan sencillo enviar manada tras manadas de muchachos y hombres a la muerte! En esos momentos hasta ellos mismos deseaban dar su vida por la patria. Tienes que saberlo: nosotros amamos a nuestra nación, por ello no importaron los sacrificios.
En ese tiempo pasaba los días llorando a escondidas. No debía hacerlo frente a los demás, ya que me había propuesto ser fuerte.
Las ciudades se convirtieron en ruinas. Me fui apagando poco a poco.
Me refugié en el estudio y luego, al final, lo conocí a Él. Huimos. Llegamos a este país.
El viaje fue largo y penoso. Nunca más podríamos regresar. Atrás quedaron los sueños y las ruinas. El fin de millones de vidas.
No puedes entender el profundo dolor que siente. No es físico, es un ahogo, como si estuvieses a miles de metros bajo el mar, en oscuridad. Quieres escapar, huir y es imposible.
Sabes que tu país, al que amas más que nada, ha sido convertido en ruinas. Que tus amigos no volverán nunca.
Cuando nos enterábamos de las brutalidades realizadas por los rusos, llorábamos callados, en un silencio hosco, sordo, duro y brutal. Ya no tendríamos ni veranos ni inviernos para disfrutar.
Los rusos entraban en las poblaciones, mataban sistemáticamente a los hombres. Violaban a las mujeres sin distinción. Luego las abrían a punta de bayoneta. Y después llegaron las bombas indiscriminadas.
Mis tías vivían en Dresden. Una de muchas ciudades sin defensas fue convertida en ruinas, por los bombardeos norteamericanos. Miles de inocentes pagaron con sus vidas una culpa que no tenían.
Durante mucho tiempo me despertaba en las mañanas, en éste campo y no quería vivir. Deseaba que la muerte me llevara de una vez. Mis hermanos y mis padres habían muerto... Él me decía al verme destrozada “Naciste para ayudar a los demás. Aquí es el lugar, debes olvidar”. A su vez miro a ese Anciano encorvado y agotado, en límite de sus fuerzas y sufro por él.
-No llores...
-¡Te quiero tanto Mario! acepta lo que Él te diga por favor, solo es una fiesta.
-De acuerdo querida. Mañana temprano empezamos la recorrida.
-Recuerda que cada día deberemos presentarle un informe.
-Lo haremos.
Realmente no entiendo todo esto ¿Qué poder tiene el Anciano sobre tanta gente?
24 de Enero 1958
Ha sido otro día agotador. Recorrimos una buena parte de los puestos, estancias y caminos. Todos vendrán.
Estoy escribiendo a la una de la madrugada, mañana a las seis seguiremos. Necesito dejar en el papel estas palabras, antes que el cansancio me venza.
A las once de la noche salí del hotel para cenar con Frida. Mi patrón me invitó a tomar una copa. No llegué lejos. Don Otto, en la puerta, sentado en su eterno banco de quebracho, me llamó. Le dije que ella me esperaba. Como de costumbre me fue imposible contradecirlo. Ese hombre tiene algo que no alcanzo a comprender. Nadie en el pueblo le dice que no. Es más, me extraña el respeto que le profesan. Le temen ¿Pero quién podría temer a alguien como él?
Me senté esperando que la charla durara poco. La cena ya estaría lista y yo con un hambre de lobo después del trajín de día.
-Don Otto Frida se va a enojar si tardo.
-Que se enoje. ¿Está contento aquí en el pueblo?
-¡Claro! ¿Cómo podría no estarlo? Ella es maravillosa.
-¡Cuídela!
-¡Eso haré con todo mi corazón! La fiesta va a ser estupenda.
-Seguramente será la última para mí.
-¡No diga eso! Todavía le quedan años por delante.
-Mario, no intente darme esperanzas que no existen. Todo se acaba en algún momento.
De pronto regresó otra vez a su mundo.
Luego de un largo silencio continuó:
-Siempre he creído en dos cosas: en la fuerza y en la voluntad. Si las tiene nada podrá detenerlo. O al menos les será muy difícil doblegarlo.
Cuando era joven perdí primero a mi padre y luego a mi madre. Pertenecían la clase media. Él fue funcionario público. Hasta ese momento mi vida había trascurrido sin mayores penurias. Pronto se terminó esa vida monótona y tranquila. Así me vi lanzado a la lucha por la supervivencia.
La magra pensión de mi madre apenas me alcanzaba para comer.
Pienso que la vida al sacarme de la comodidad y arrojarme a las garras de la pobreza y de la miseria, forjaron en mi espíritu a un hombre fuerte. Capaz de soportar los embates más difíciles. Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia y también toda mi fortaleza.
Me encontraba en Viena, allí sufrí cinco largos años de calamidades y miserias.
Para muchos, en aquella época antes de la Primera Guerra, esa ciudad podía imaginarse como el lugar de la alegría, de gentes satisfechas. Solo fue así para los afortunados.
Trabajé de peón y pintor, pobres trabajos que apenas alcanzaban para poder alimentarme. Mi única pasión eran los libros y muy pocas veces la ópera. ¡Cuánto sacrificio para poder comprarlos! O comer o leer, las dos cosas a la vez eran imposibles.
Esa vida me ayudó a comprender el mundo que me rodeaba.
Mi camarada fiel fue el hambre ¡Que constante y larga fue la lucha con ella! Me preparó para la otra gran lucha que más tarde vendría.
No puedo olvidar a los miles de desocupados y vagabundos que deambulaban en la oscuridad del sufrimiento. Las noches de los largos inviernos tiritando sin carbón, en sus paupérrimas viviendas.
Seguía mi vida pero observaba y aprendía. Estudiaba a aquellas gentes. Al padre de familia que llegaba a su precaria vivienda el día de cobro. La familia entonces comía. Los siguientes, hasta el próximo salario, conocían un solo nombre: dolor por el hambre.
Frecuentaba a las tabernas no para disiparme o beber sino para mirar a lo más bajo de la sociedad. A ese padre que gastaba los únicos pesos en bebida. Cientos de miles de familias abandonadas a su suerte. Mientas en la otra Viena se reía en los salones, festejaban una fiesta interminable. ¡Vaya si eso me sirvió!
Lo vi todo desde abajo. Desde el mismo lugar del humillado, del pobre, del borracho nauseabundo, del olvidado. ¡Sí, yo sufría el mismo hambre! Pero aprendía más y más.
Comencé a comprender donde se encontraba el enemigo.
Los encumbrados en otra clase social daban vuelta sus caras para no ver todo ese sufrimiento. El terror de caer ellos en ese infierno.
Regresaba cada noche a mi modesta habitación, cenaba frugalmente y leía, leía.
Sí, fueron largos, largos años.
Soñaba con un país donde se lograra un milagro: todas las clases sociales trabajando unidas para el bien común. Imaginaba derechos para los trabajadores. Buenas viviendas. Oportunidades. Desarrollo social. Luchamos por ello ¡vaya si luchamos!
Estoy tan cansado.
Se ha hecho tarde vaya, vaya con Frida. Mañana hablaremos.
Cuando me levanté uno de los hombres que estaba a prudente distancia se acercó. Intenté ayudar al Anciano a levantarse, el gigantón corrió y me sacó el brazo sin decir palabra. Lo llevó muy despacio.
Encontré a mi amada muy enojada. Me recriminó la tardanza. Cuando supo que Don Otto me había retenido cambió totalmente de actitud. Me abrazó con una ternura única. Me dijo al oído: “Vamos a comer, después si no estás cansado... podrías mimarme un poco”.
Ella ya duerme feliz. ¡Nos hemos amado tanto! Estoy rendido. ¿Qué habrá querido decir el Anciano con eso que se preparaba para la gran lucha?
25 de Enero 1958
La noche ha traído un viento fresco que llegó desde el este. Un alivio.
Mientras regresaba a casa, me quedé un rato mirando al sol que se deshacía en la llanura. Caminaba un poco cegado cuando vi al Anciano que descansaba en la plaza. Como de costumbre uno de sus hombres permaneció firme como una roca a varios pasos. Me senté en silencio junto a él. Con temor pensé que si me veía pasar no quedaría bien dejarlo solo. Dormitaba respirando entrecortadamente. De pronto abrió esos profundos ojos oscuros y dijo:
-¿Usted cree en un Dios, en algo después de esta vida? Y ¡no me mienta! Sinceramente no me importa que pase después.
-No. Imagino que la muerte es el final. Sin cerebro, sin conexiones nerviosas supongo que se acaba todo.
-¿Se da cuenta de las implicancias que esa idea genera?
Yo pensaba en Frida y en mi estómago. No tenía deseos de comenzar una larga charla. La luna se levantaba inmensa, ajena a nosotros. Miré a sus ojos fríos, inmutables. Tuve que responderle “Sí” –dije–.
-No hay castigos, ni recompensas. Cualquier vida sería igual a otra. Todo acto de heroísmo o de barbarie carecería de efectos.
-De efectos no. Imagine que alguien causa un enorme dolor a otros. No es gratuito. Es sufrimiento. Y si existe en el mundo un mal específico, acciones que independientemente de las costumbres, sean el mal absoluto, en todos los tiempos, es seguramente el dolor causado a otros. Si se hace sufrir a cualquiera eso es el mal.
-Me refiero al después. Nada de recriminaciones ni premios.
-Quizás.
-¿Quizás? ¿Es ateo o no?
-Tengo dudas ¿Cómo podríamos estar seguros?
-En mi juventud creía firmemente en un Creador. Ya no. Tanto dolor en silencio. Durante la Segunda Guerra me llegaron unas fotos a mis manos. Crímenes cometidos por los rusos. Cientos de mujeres y niños masacrados. Fue una de las pocas veces que lloré en mi vida. ¿Dónde se encontraba entonces ese Dios, dónde?
-¿Por qué tendría que estar Dios de un lado o de otro? Se estaban matando.
-Sencillamente no estaba ni estará nunca al lado del que sufre. Al menos no para ayudarlo. Quizás hemos inventado a un Dios porque no lo teníamos. Es una necesidad creer.
Estando en Leoding, tendría quizás cinco años, otro niño vivía a dos casas de la nuestra. Lo recuerdo tan bien. En el fondo de su vivienda habían cavado un gran pozo. Yo no había visto el peligro. Él se encontraba al otro lado, lo llamé y corrió hacia mí. En un instante lo vi caer. Todavía escucho su grito desgarrador y el golpe del cuerpo en el fondo. Me asomé, aún estaba con vida. Yo gritaba, gritaba. Sus padres lo habían dejado en casa. Corrí a buscar a mi madre. Nada pudimos hacer, cuando lo sacaron estaba muerto. Esa noche recé hasta sangrarme las manos de tanto apretarlas. Imploré para que volviera a la vida. Yo lo había llamado, por mí murió. Lloraba gritando. Ese Dios no estuvo allí. Tampoco en las trincheras cuando las balas cercenaban una y otra vez las vidas de mis camaradas.
Yo fui herido dos veces y sobreviví en infinidad de oportunidades. ¿Por qué no hubo una bala para mí y si para otros?
Durante mucho tiempo pensé que la Iglesia era fundamental para el hombre. Pero yo estoy al final de mi vida y ya no me importa.
Le diré algo fundamental quien tenga el poder deberá llegar a él no por la fuerza. Solo hay una forma, al pueblo no se lo conquista, éste debe entregarse. Para ello hay que amarlo para ser amado. Respetarlo. Y mostrar el ejemplo. Quien comande deberá ser austero.
Volviendo a la fe, ésta tiene un rol fundamental en el Estado. Aunque hoy yo no espero a un Dios, el pueblo necesita de ejemplos. Las enseñanzas de la iglesia sirven para ese propósito.
-Entonces si no hay un Dios, si no hay un después, tampoco habrá dolor, sencillamente nada.
-¿Por qué debería sentirlo?
-Bueno, nadie está libre de culpa.
-¿Usted piensa que yo debería tenerla?
-Don Otto, no conozco su vida, no lo sé. ¿Por qué pensar en la muerte?, mire que noche. Escuche los grillos. Esta paz es una maravilla. El aire huele a eucaliptus. El sonido de algún pájaro que llega a su nido, perros en la lejanía. El campo que nos habla bajo las estrellas ¿No es hermoso?
-Sí, paz. Se ha enamorado por eso habla así. ¿Qué sabe usted? ¿Qué vida ha tenido? ¿Qué ha logrado hasta ahora?
-Nada, sinceramente solo soy un pobre hombre deambulando por los caminos buscando sustento. Pero aquí tal vez encontré el camino. Vivo feliz. Por primera vez siento la inmensa necesidad de darle ternura a alguien tan especial como Frida.
-Usted es un buen hombre.
-Sin duda ha luchado mucho en la vida. Lleva una gran carga. Deje el pasado atrás y disfrute de estos momentos de sutil belleza. ¿Siente la brisa sobre las hojas?
-No puedo Mario, la carga es demasiado pesada. Despierto cada mañana esperando que sea la última. Descansar. Sí, el olvido. Vaya a cenar, su Frida lo espera. Es un hombre con suerte. Vaya.
Me despedí y corrí las cuatro cuadras hasta la casa de Frida.
-¿Qué te pasó? -dijo.
-Don Otto. Ese hombre no se encuentra bien.
-Ya lo sé amor. Sufre mucho. ¿Te dije que te quiero?
-Sí, muchas veces. Por primera vez en toda mi vida siento que puedo descansar a tu lado.
Así termina un largo día.
¡Qué extrañas las palabras de ese hombre, una pesada carga...
26 de Enero 1958
Tuvimos un día terrible. Salimos temprano a terminar con las invitaciones para la fiesta. Frida quiso correr con su corcel. Como de costumbre al galope. Una tromba. La seguí de cerca. Cuando Parsifal entró en el monte y lo vi salir solo me aterroricé. Detuve la camioneta y corrí. Estaba tendida. Golpeó contra una gruesa rama en la frente. El impacto fue brutal. La subí desmayada y aceleré. En un instante llegué al pueblo tocando bocina. La cargué en mis brazos. Don Otto sentado en su eterno banco preguntó qué había ocurrido. A los gritos le expliqué. Uno de los fuertes hombres del Anciano la alzó. El Anciano me tomó del brazo fuertemente.
“¡Cálmese! va estar bien” –dijo–. Temblando lo seguí a dentro del Hotel. La acostaron con una bolsa de hielo en la cabeza. Para mi asombro ella abrió los ojos. Se tocó la frente y dijo: “Que golpe ¿Persifal está bien?” “Sí, y el árbol también ¡Casi me infarto! Ese golpe habría matado a otra persona” –le dije–. “Ella es muy fuerte” –dijo Don Otto–. Cruzó su mirada con la de Frida y ambos sonrieron.
La dejé descansar. Según él, ella posee un organismo privilegiado. Ya no tiene ninguna marca de semejante golpe. Es realmente sorprendente.
La dejaron en el hotel por las dudas. Pasaré la noche solo ¡Ya la extraño! Iré a dormir, mañana es la gran fiesta y tendremos que estar atentos a todo. Si algo sale mal no quiero imaginar cómo se pondría el Anciano.
¡Mar del Plata! Mi familia hace varios días que no llamo. Les haré un giro con algo de dinero.
27 de Enero 1958
Y pasó la gran fiesta. ¡Fue un éxito! No hubiese imaginado que esta gente tan dura pudiese lograr tanta alegría. Don Otto estuvo de un lado para otro controlando cada actividad. Frida, durante un par de horas, lo llevó a su habitación, estaba muy cansado.
Todo empezó muy temprano. ¡Decenas de grandes tiendas! En la calle principal instalaron el palco. Las autoridades dieron comienzo. Primero desfilaron los bomberos y la policía (solo cuatro agentes). El Intendente dio su discurso. Tuvimos carrera de caballos y hasta de carros. Luego fue el turno del desfile de carrozas. Los paisanos se esmeraron. Fue brillante. Se preparó una gran tienda que ofició de comedor. Se la abarrotó de mesas y sillas.
Muchos fueron los asadores. (A pesar del disgusto del Anciano) tuvimos asado con cuero, lechones al asador, corderos. Infinidad de chorizos y ensaladas hermosamente decoradas. Y Por supuesto vinos. Él prácticamente obligó a más de veinte muchachas a ofrecer jarras de cerveza helada, salchichas y chucrut. Las veía ir y venir con sus los típicos vestidos alemanes.
Frida fue un capítulo aparte. Bajo el sol parecía flotar. Se paseaba con la brisa dejándose llevar de mesa en mesa. Su lindo pelo rubio se convirtió en dos trenzas que la hicieron aún más joven. Sonreía a todos, contagiando su risa plena y pura. Obviamente su vestido de campesina alemana fue el más hermoso.
En el desfile Don Otto estuvo atento, aunque no subió al palco.
Pude observar a ese extraño hombre. No miraba a los que orgullosos pasaban frente a las autoridades. Su mirada voló a otro lugar. Tal vez lo imaginé pero no estuvo allí. Duró minutos, lo vi viajar lejos. Quien sabe qué momentos de su vida recordaba. ¿Dónde habrá estado? ¿Cuánto sufrimiento habrá traído de su querida patria?
Hacia la tarde volvieron las cuadreras. También se organizaron juegos para los niños (a cargo de las maestras de la escuelita).
Por la tarde los paisanos sacaron los mates, y tortas fritas. Pero claro Don Otto no se iba a quedar atrás. Organizó una gran mesa con tartas y postres típicos. Por supuesto me hizo probar cada uno de ellos. Acepto que son muy sabrosos. Así mientras me volvía loco con sus explicaciones Frida cortaba pequeños trozos y decía con su vos maravillosa -Querido prueba esta berlinesa, ah mira, pastel de queso, y éste plum cake no te lo pierdas. Esa de allí es la famosa selva negra...
El Anciano casi me ahoga en cerveza, que sumada al vino, café, tortas fritas, asados varios y chorizos me han dejado en un estado lamentable.
Llegó la noche y la fiesta seguía. Una improvisada banda de música tocó una marcha. En un extremo de la plaza se colocaron los dispositivos para lanzar los fuegos artificiales. Y el cielo se llenó de luces. Uno mejor que otro. Las cabezas levantadas gritaba un ¡Ho! o un ¡Ha! Todos se maravillaron. Él cerraba los ojos y escuchaba las detonaciones. Un dineral quemado. Frida no quiso mirarlos, se aferraba a mí en cada explosión. Se alteró mucho.
De cada árbol se colgó un farol de papel.
Al finalizar el espectáculo caminé con ella hacia la entrada del pueblo. Lejos de las luces el cielo en un negro profundo nos extendió una sábana de estrellas. Nos abrazamos y ella dijo:
-¡Qué hermoso! El pueblo parece inundado de luciérnagas. Todo ha sido maravilloso, Don Otto estuvo feliz y yo bueno... estoy a tu lado ¿Qué más puedo pedir?”
Así terminó el memorable día. Agotada se durmió a mi lado. Tal fue su felicidad que no le comenté las sombras que yo veo sobre ese hombre.
28 de Enero 1958
Otro día perturbador. Mientras ella me llena de amor y pasión, el Anciano me sigue produciendo una inquietud perversa. Es una extraña y agobiante sensación. Además el hecho que mi familia se encuentre lejos de aquí enturbia mi alma. Querría que solo existiese la dulce y maravillosa Frida. Irnos. Encontrar algún lugar, dedicarnos solo a nosotros dos. Amarnos más allá de todo. La vida debería darnos otra oportunidad. Permitirnos que nos libremos de las cadenas. Simplemente vivir. ¿Por qué no podemos sentirnos plenos y sencillamente amarnos? ¿Por qué?
Atilio cerró, como cada medio día, el Almacén de Ramos Generales. Crucé la plaza en camino a casa. Ya casi todo el pueblo estaría almorzando y luego dormiría la infaltable siesta hasta las cinco de la tarde. Allí estaba el Anciano bajo un tilo. El guardián, cubriendo sus ojos con lentes, permaneció firme.
Es evidente que gozo de cierto permiso para estar junto a él. Ahora me doy cuenta que nadie se le acerca. Salvo en alguna reunión del pueblo. Cuando estoy a su lado el gigantón de turno se queda a unos cuantos metros. Con nadie más ocurre.
Me acerqué a su banco y lo saludé. Permaneció con los ojos cerrados. Pensé que dormía. Iba a retírame cuando con vos entrecortada pero firme sentenció:
-Siéntese. ¿Sabe usted que es la fuerza?
-¿La fuerza? No entiendo.
-Cuando era niño mi padre me azotaba duramente con un palo. Un día decidí no llorar ni una sola lágrima. Aguantaba cada feroz castigo sonriendo. Me mordía los labios hasta sangrarlos. Pero no emitía ni un quejido. Mi padre se enfurecía. ¡Yo era más fuerte! Muchos años más tarde, en extremas dificultades esa fuerza me sirvió para sentirme como un ser poderoso.
Se interrumpió en un acceso de tos. Me di vuelta, el guardián se acercó, pero él reponiéndose e imperativamente casi gritó “¡Estoy bien!”
-Me propuse que nada ni nadie se interpondría en mi camino. Estuve decidido a vivir una vida plena, para ello no debería atarme a una persona. Y así fue. Mi patria estaría siempre primero. Ni la miseria ni las guerras después lograron doblegarme.
Se interrumpió. Luego de un largo silencio continuó pero ahora sus palabras denotaban un extremo cansancio. El terrible pasado regresaba para torturarlo. Sus manos temblaban descontroladamente.
-Mi vida ha durado una eternidad. Todo vuelve una y otra vez. Las largas noches en Viena. El hambre. El dolor al ver a los miserables sin nada. Luego alistándome en la Gran Guerra. El barro. Cavar, cavar, mientras las ratas nos pasaban a veces entre las piernas.
El frío mordiéndonos. Los largos inviernos. La vida en las trincheras. El silbido que llamaba a subir las escaleras y correr hacia la metralla. Los ojos de los camaradas aterrados pero decididos por su deber y su patria.
Todos esos muchachos. El fuego, el humo el dolor de las pérdidas.
Un día cuando caí herido, ciego por los gases, todo se derrumbó. La guerra terminaba. Habíamos perdido, pero no porque nuestros ejércitos no hubiesen estado a la altura de las circunstancias. Tuvimos un problema moral. Desde la capital se esforzaban en decirnos que no valía la pena seguir la lucha. El enemigo no estuvo solo en el frente, lo tuvimos adentro.
Un Estado puede tener el armamento más poderoso, pero sin un ideal, sin moral no es nada. Fíjese la importancia de estar unidos, de creer.
Todas las clases sociales deben trabajar juntas, no odiarse.
Si un solo ciudadano sufre ya no hay justicia. Todos deben contar con posibilidades similares. Luego algunos serán más inteligentes que otros, tendrán más oportunidades, pero los que no las tengan no deberá sufrir privaciones. Para eso la patria deberá ser querida y amada.
Ahora soy este viejo. Los recuerdos son como hierros al rojo en mi carne.
En aquellos tiempos pensaba cuáles eran las fuerzas que sostenían a un Estado: el espíritu y la voluntad de sacrificio de cada uno por la Nación. No importaba la economía. El hombre jamás va al sacrificio por ésta, pero sí por los ideales.
Tanta lucha para llegar a esto. Un mundo que se ha llevado por delante todos los principios. Toda la sangre derramada, en los campos de batalla, para que el mundo se haya convertido en un gran bazar. ¡No lo soporto! Vender y comprar.
¡La gran culpa la tienen los banqueros! ¡Es inmoral la usura! No lo olvide la razón de ser de los bancos es prestar dinero y obtener ganancias desmedidas.
Años más tarde comprendí en el terrible camino en que estaba nuestra Nación: el maldito interés. Sí, prestar dinero y cobrar por ello es el mayor de los salvajismos. Así empezó a carcomernos lenta pero seguramente. Un Estado no debe permitirlo. Solo el trabajo productivo o de servicios son los que dignifican a un pueblo.
El Anciano cerró los ojos. Alejado del presente se encontraba ahora en el pasado.
-Franz, sí, en aquel invierno recibió un disparo en el pecho. Quedó allí apoyado contra una cerca, con los ojos abiertos, mientras su cuerpo se helaba. No pudimos sacarlo. Días enteros lo vimos. Ni siquiera una simple sepultura.
¡Qué larga lucha fue aquella!
Él hizo un gesto y el hombretón se acercó y lo levantó. Sin mirarme dijo
-Vaya con Frida.
Me quedé allí parado, mientras se alejaba despacio bajo el furioso sol.
Antes de abrir la puerta de la casa de mi amada, el sonido de la chicharra me aturdió. Entonces llegó a mis huesos el frio de la nieve. Todo el calor de aquella tarde no pudo quitarme la imagen de un soldado congelado, apoyado contra una cerca. Al verme desencajado ella me preguntó que me pasaba. No pude decirle. Mientras la abrazaba seguía viendo a aquel soldado imaginario pero real. La figura del Anciano me siguió. Ella al verme temblar me llenó de dulzura.
Nada pudo quitarme el horror de esa fracción de segundo en que con mi propia alma sentí la guerra.
Ese hombre me produce una aversión que no puedo entender. Y esas terribles palabras que dijo sin ninguna razón aparente “Siento culpa pero no arrepentimiento, por que la culpa se origina en la idea de deuda y yo no pude terminar mi trabajo” ¿Qué habrá querido decir? Otras veces siento la necesidad de ayudarlo. Lo veo débil, acabado. Pero sus ojos dicen otra cosa. Fragilidad y violencia, eso es. ¿Pero por qué? Frida lo cuida como a un niño, ella es tan dulce. Lo extraordinario es que él ha hecho lo imposible para que estemos juntos.
1 de Febrero 1958
Hoy hizo mucho calor. Mañana domingo pasaremos el día en la estancia de los Trama, tienen un formidable tanque australiano.
Serían las diez de la mañana, estábamos en plena actividad. El almacén de Don Atilio rebosaba de clientes, entonces escuchamos el grito. Todos corrimos. En medio de la ancha calle de tierra un carro fue rodeado por las personas que pasaban por allí. Tendido muy cerca de las patas del caballo estaba el amigo del pueblo. El gran Thor, un hermoso pastor alemán, sufría bajo el sol. El Anciano rengueando, no tardó en llegar al tumulto, se encontraba solo a unos pasos. No obstante uno de sus hombres lo llevó del brazo. Solo Dijo “¡Atrás!” Inmediatamente le dejaron paso y guardaron silencio. Veo la imagen como una película. Tuve la sensación que todos estaban expectantes, esperaban su orden. Se arrodilló con dificultad. Acarició la cabeza del gran perro. Los ojos de Thor se posaron en los suyos. Quedé petrificado, el pobre animal parecía hablarle. Frida llegó corriendo con uno de los hombres. El Anciano le dijo algo. El corpulento hombre levantó al perro y lo llevó al hotel. Lo pusieron sobre la mesa. Enseguida ella realizó las primeras curaciones. Habló en alemán con Don Otto. Luego me miró. “Debo operarlo, tiene daños internos” –dijo–. En unos minutos varios de sus hombres impidieron que pasaran los curiosos.
El pueblo entero estaba allí. Él daba órdenes precisas. Se trajeron biombos, un tubo de oxígeno. Desinfectantes, vendas y una mesa de cirugía. En menos de media hora todo estuvo dispuesto.
Thor fue medicado para evitar el dolor, dormía aunque se quejaba. Frida gritó “¡Ahora todos afuera! Tú también Mario”. Antes de salir le pregunté en el oído:
-¿pero vos sabes operar animales? Me regaló una de sus hermosas sonrisas.
-Tranquilo, se lo suficiente –dijo.
Llegó la siesta y todos estuvimos bajo los árboles, en la plaza o en bar. Nadie levantaba la voz. Cuatro horas después Ella salió cubierta de sangre. Corrimos. “Va a estar bien. Vayan a descansar” –dijo–. Le pregunté por Don Otto. Contestó que se quedaba cuidando a Thor. Le dije que debería estar muy cansada. “Para nada, el que se ve agotado eres tú. Vamos a casa y comamos algo. En una hora se le pasara la anestesia y debo volver”.
-¿Te dije que aparte de ser hermosa tienes un físico envidiable? No te fatigas y aquel brutal golpe que tuviste fue apenas una caricia.
-Deja eso y comamos.
Durante el resto del día y la noche no volví a verla, tampoco al Anciano. Ambos se quedaron con Thor. Intenté preguntarles a los hombres que hacían guardia en la puerta del hotel. Fue inútil. Parecen de piedra, ni una sola palabra.
Abrimos tarde el negocio.
Esta noche, por primera vez en muchos días, cené solo.
El sueño no llega. Me senté en el porche. La noche sin luna se ha llenado de estrellas. Una leve brisa trae la frescura con el perfume de los tilos.
Hace mucho que no pienso en mi familia, allá en Mar del Plata. Mañana llamaré.
Las palabras de Don Otto vuelven una y otra vez, agitándome.
Sus largos discursos totalmente lúcidos dejan, por momentos, paso a inmensas lagunas y palabras incoherentes. Es claro que sufre una enfermedad que avanza. Imagino una sorda pero brutal lucha en su interior. Ya no le interesa la vida pero hasta el último aliento intenta erguirse, mostrar una fuerza que se va. Eso lo encoleriza. Lo he visto en su eterno banco intentando levantarse solo. Ya no puede, día a día empeora.
2 de Febrero 1958
Luego de tantos días de sol y calor ha llovido todo el día. Al fin un poco de fresco.
Mi ventana está abierta, llega el perfume de la tierra mojada. A lo lejos el resplandor de los rayos se aleja hacia el sur.
Frida tampoco ha estado. Como de costumbre, cuando esto ocurre nadie habla. Supongo que habrá ido a atender alguna urgencia en el campo.
Antes de abrir el almacén pude ingresar al hotel. Los hombres de Don Otto desaparecieron. En un rincón oscuro estaba él. A sus pies descansando sobre una gran manta, dormía Thor. En silencio me senté a su lado. El Anciano alzó pesadamente su cabeza hacia mí. Volvió la mirada hacia el perro. Su mano temblorosa lo acariciaba lentamente. El animal cambió su respiración. Se hizo más calma. Había pasado muchas horas a su lado. Una extraña y estrecha relación entre dos seres tan distintos y tan solos.
Hoy comprendí (o creo entender) a Don Otto. Un anciano duro como piedra, deshaciéndose lenta pero inexorablemente. Es un ser que no necesita del cariño, pero que puede darlo a un perro. Frida le brinda un cuidado y un amor que no entiendo. Son tantas las cosas que ignoro. Se ocupa hasta el cansancio de ese ser indefenso. Aunque la palabra indefenso no es aplicable. Es un despojo humano, pero de ninguna manera es frágil. Como un viejo jarrón de dura arcilla, golpeado una y otra vez, pero aún firme. Ella Intenta hacerle menos pesado el sufrimiento. No solo el dolor físico, quiere aplacarle otro suplicio más profundo, quizás más tétrico. Cuando reposa dormido uno no puede menos que sentir una profunda tristeza al verlo, después de todo solo es un anciano. Pero cuando abre los ojos e intenta incorporarse todos presienten a un furioso animal malherido y aún peligroso.
Quiero imaginar su pasado y no lo logro. Por momentos sus ojos duros parecen echar chispas, mientras vuelan al pasado. Su boca se abre en un esfuerzo por tomar aire. De pronto su cuerpo se agita descontroladamente.
En el lugar y tiempo en que estuviese, seguramente ocurrieron hechos terribles.
Cierra los ojos y se duerme perdiéndose definitivamente.
Es tarde espero que mañana ella vuelva, la extraño tanto.
3 de Febrero 1958
Regresó Frida, ha recorrido el campo vacunando a los niños y haciendo revisiones de salud.
Don Otto amaneció mal y lo han llevado fuera del pueblo. Le pregunté a donde lo internaron y como de costumbre responde elípticamente. El hombre se encuentra muy mal. Sus hombres han desaparecido también.
Hoy tratamos de pensar solo en nosotros. La noche ha sido larga y estupenda. ¡Cuánto tiempo sin sentir de esta manera! Jamás imaginé que sería capaz de brindar tanta ternura y placer.
El tiempo pasa y uno se vuelve un solitario. Imagino a un viejo lobo, que ya ha dejado su juventud y deambula en las noches. Alejándose de los hombres. Olfateando el aire, evitando las tibias aldeas. Año a año pierde el sentido del roce de otro cuerpo. Piel con piel. Algún hocico que disipe, aunque sea brevemente su soledad. Acurrucado en la nevada, tratando de guardar el poco calor de su cuerpo. Soñando que la manada lo sigue, pero se encuentra solo. La dulce Frieda, tan humana ha logrado que en el lobo despierte el instinto, tanto tiempo olvidado. El roce de su piel y una sola mirada de sus ojos son suficientes para traerme a un mundo de color y luz.
Antes de dormirse ha dicho algo, que aunque no es claro, me preocupa “No te enamores de mí Mario, por favor no me ames tanto.” Le dije que ya la amo como nunca lo hice con nadie. Entonces volvió a llorar en silencio. Se lo dije y lo negó.
-Duérmete –dijo–. No he podido.
Estoy aquí en plena noche escribiendo estas palabras. La cortina se mueve por una suave brisa. Escucho al búho y a lo lejos a algunos perros. El aroma de los eucaliptus me invade.
Todo es silencio apenas interrumpido por los sonidos apagados de la noche.
Quiero olvidar esta sensación de desasosiego y ahogo que me embarga. Algo en mi interior me quiere mantener alerta. ¿Pero por qué? ¡Estoy feliz, ella me ama! ¿Qué más puedo pedir?
Suena en mi mente una música cadenciosa, tenue que va creciendo hasta convertirse en el trueno de los dioses. En cielos inmensos. Llega el rayo y el trueno explota en prodigiosos tambores y violines que llevan a un diluvio. Agua que estalla en la tierra ávida. Y el cielo se abre para dar paso a una luz pura que se desparrama sobre la foresta. Sí, recuerdo cada nota de La Cabalgata de las Valkirias. Frida es una de ellas. Una diosa única e irrepetible. Un ser portentoso que el viento ha traído desde un cielo de dolor.
Al fin sus pies fantásticos han tocado una tierra extraña, pero libre de sufrimientos. Ha bajado hasta mis brazos. El camino llegó a su fin. Estoy aquí para darle lo que nunca pude darle a nadie más. Quiero ser pleno, que nada enturbie esta felicidad.
Ella duerme. La veo como un ángel pero sé que sufre.
¿Qué habrá pasado con el Anciano allá en Alemania? ¡Cuántas preguntas y tan pocas respuestas! Me ha dejado entrar en su círculo, amarla intensamente y sin embargo hay tantas puertas cerradas aún. La amo, la amo más que a nadie en toda mi vida. ¿Qué es amar? Quizás este deseo abrumador y magnífico. Mientras mariposas de miles de colores flotan en mi mente y en mi piel cuando ella se acerca. También el terror agazapado como una cobra, el temor de perderla para siempre. La certeza del final. De una noche oscura definitiva, sin retorno. De un vacío absoluto. Sin su amor mi vida caería en un abismo sin fondo y sin fin. Por eso en las noches la abrazo imaginando que nunca, nunca se irá.
En la mañana cuando se ha marchado y estoy en el almacén de ramos generales me desespero imaginándome que no volverá. Llega la noche y Frida vuelve a mi vida, entonces todo está bien. Respiro tranquilamente y me aferro desesperadamente a su cuerpo. La amo, más allá de toda prudencia. Mi necesidad es respirar su aliento y mirarme en sus ojos. Escucharla cuando me nombra y ese sonido sube para mí hasta el infinito, solo para mis oídos.
La noche sigue corriendo indiferente a todo.
Cada minuto del reloj suena en mi alma como un futuro e impredecible cadalso. Las palabras para siempre son vagas, lejanas e ilusorias. ¡No quiero perderla!
6 de Febrero 1958
Hoy trajeron a Don Otto, aparentemente se ha repuesto un poco. Enseguida me mandó llamar. Lo acomodaron en el Hotel, ya no podrá caminar hasta su cabaña en las afueras del pueblo.
Luego de la siesta fui a su encuentro. Por una hendija de la ventana se colaba un solo rayo de sol. Lo encontré recostado. Dos de sus hombres permanecían de pie. Hizo un gesto y nos dejaron solos. Me pidió agua. Temblaba tanto su mano que derramó parte del vaso. Le di de beber. Sus ojos vidriosos aún son dos aljibes oscuros y profundos. Imagino que la noche más oscura bulle en recuerdos esporádicos, en el fondo de su alma.
Me pidió que me sentara a su lado. Comenzó hablando muy bajo, con una enorme dificultad.
-Aún estoy aquí ¿qué le parece?
-Va a mejorar.
-No diga pavadas.
Esbocé una sonrisa. Enseguida le pedí disculpas.
-No se disculpe. Es gracioso. Hace mucho tiempo que no escucho una broma. Ya es hora, todo se acaba y está bien que así sea. Es la vida. ¿No lo cree?
-Sí, así es a mí también me llegará.
Pronunciaba las palabras con un gran esfuerzo. Le dije si no sería mejor que descansara.
-Lo único que me queda es hablar, necesito hacerlo.
En el final uno se pregunta muchas cosas. Que hubiese hecho en tal o cual situación. Quisiera enmendar los errores, pero es imposible. Cuando uno aprende ya es muy tarde.
El recuerdo es dolor que vuelve una y otra vez a acicatear lo que queda de memoria. No tiene ningún sentido, pero se encuentra allí, en la última parte del consciente que nos queda. Fuimos, ya no somos.
En éste tiempo sombrío y en ésta tierra lejana me apago y lo acepto. Pero no estoy satisfecho ¿Cómo podría estarlo? Todo ha sido un desastre. He luchado para ver un mundo diferente, he fallado.
Sin amor a la patria nada es posible. Primero un pueblo debe tener condiciones sociales sanas para la educación individual. Solo aquel que haya aprendido primero en el hogar y luego en la escuela a apreciar la grandeza de su patria, solo entonces podrá sentir el profundo orgullo de pertenecer a su país. Recuerde esto: solo se puede luchar por lo que ama, se ama lo que se respeta y se puede respetar lo que se conoce. El ciudadano se debe sentir responsable.
Deberíamos sacar a los inadaptados incorregibles y forzar a los indolentes y vagos a servir a su pueblo y así servirse a sí mismos.
El mundo no puede ser de los cobardes. Es imprescindible la fuerza de la voluntad. Así el hombre se vuelve inquebrantable.
La Tierra no es otra cosa que una isla, grande y a la vez frágil. Todo se está convirtiendo en un gran negocio.
Los estados luchan por crear más y más bienes. Objetos de venta.
Surgirán guerras por el control de las energías y también para vender armamentos, que serán objetos de consumo.
Surgirán nuevos esclavos ávidos de comprar lo que se les ponga delante de las narices. ¿Ve? Si se elimina el amor a la patria solo quedan negocios. El más espurio apego al dinero. Luché contra eso. La desnaturalización de la pertenencia a un partido político, al Estado.
¿Sabe lo que está destruyendo todo? Las empresas anónimas, las acciones. ¿Quién es el dueño? ¿Quién responde por las fechorías y desastres causados a la comunidad? Nadie. He creído firmemente que los responsables deben pagar. Con sus bienes y con su vida si fuese necesario.
El Anciano se calló y comenzó a temblar justo cuando entraba Frida. Casi gritando.
-Basta, tú Mario, afuera –dijo–. Entraron dos de los hombres que me miraron en silencio. Regresé a casa y comencé estas palabras. Ella tarda. ¿Qué habrá pasado?
¡Cuántas cosas dijo hoy el Anciano! Estuvo muy lúcido. Esos cambios son perturbadores. Un ir y venir. Del presente al pasado y otra vez a éste presente campesino.
Es tarde comeré algo e iré dormir. La extraño tanto.
7 de Febrero 1958
Hoy desayunamos bajo el gran sauce. Amanecía y poco a poco el viento se llevó el silencio y trajo un día pleno de luz y colores.
El pueblo despertó. Un tractor a lo lejos fue seguido por una bandada de pájaros.
La radio quedamente nos iluminó el alma con una música maravillosa. Solo nosotros dos llenamos este pequeño paraíso nuestro con las notas que crecieron y llegaron alto, muy alto, perdiéndose entre las copas de los árboles.
El mundo siguió su camino a través del espacio. Mientras millones de seres nacieron y murieron en esos mínimos minutos. Ajenos a esta felicidad única e irremplazable, disfrutamos esos breves momentos intensamente.
Nada dijimos sobre el Anciano. No quisimos romper el encanto del momento. Ella se pone mal cuando pregunto.
A las nueve partió al campo. Parsifal relinchaba ávido por correr. El horizonte los esperaba.
Un día más ha pasado. Ya es muy tarde y aún no ha llegado.
Poco antes de cerrar el negocio uno de los hombres de Don Otto habló con mi patrón. En minutos me encontraba otra vez junto al Anciano. Esta vez lo acomodaron en el hall del hotel, en un gran sillón. Dormitaba cuando entré. Me senté a su lado. Sin moverse dijo -Ha llegado al fin. Bien. Que le quede claro algo: las injusticias nunca acabarán, ni siquiera en las democracias. Esa es la realidad del hombre en todos los tiempos.
-Modestamente creo que puede ser de otra forma. Hay que ponerles un límite a los gobiernos.
-¡No me diga! Ahora es un visionario
-Disculpe no quise...
¡Explíquese!
-Digo que habría que brindar al pueblo una herramienta para controlar al poder. Por ejemplo establecer el plebiscito. Un millón de firmas lo habilitarían y el cincuenta por ciento más uno podría cambiar una política o defenestrar a un dirigente.
Los políticos utilizan la apatía social para que el vulgo acepte lo inaceptable. Hoy se valen en gran parte de la prensa. Cuentan la historia y los hechos como necesitan ser contados. No se permite debatir. Se engaña y manipula. Se excluye al ciudadano. Así utilizando la propaganda el poder puede hacer cualquier cosa. Incluso llevar al pueblo a una guerra. Es una locura. Por medio de los diarios se alecciona al pueblo y se modifican las mentes. Y ni que hablar de los medios masivos de distracción y de la educación pública.
-Usted está loco. Primero el que manda, el líder no debe abandonar bajo ninguna circunstancia la plataforma de su ideología general. Solo los políticos corruptos hoy dicen una cosa y mañana hacen otra, traicionando descaradamente al pueblo. Solo piensan en sus propios provechos.
El poder debe estar concentrado en una sola mano. Un sistema de gobierno que pone la facultad de la decisión final en manos de una asamblea, está asegurando su fracaso.
Solo uno manda. Responsabilidad es la palabra. Debe ser responsable de sus actos y asumir todas las consecuencias de los mismos. No debe ser de otra forma.
Solo una tormenta de pasiones ardientes puede cambiar el destino de los pueblos; pero despertar esa pasión solo podrá hacerlo quien en sí mismo sienta el fuego pasional.
De pronto el Anciano hizo silencio. Miré sus ojos perdidos. Luego bajó su cabeza y se durmió. Sin saber que hacer esperé uno minutos y me levante. Miré al gigantón que lo cuidaba. Lo dejé ya dormido.
Lentamente regresé a la cabaña de Frida, esperando estrecharla en mis brazos. Mientras caminaba pensaba en las palabras del Anciano. ¡Que uno solo mandara sería un suicidio! ¿Acaso no hay ya pruebas suficientes de la locura humana para depositarla en una sola mano? ¿Qué posibilidades tendremos los hombres comunes de vivir en paz y con dignidad en éste mundo brutal? ¿Cómo hacernos respetar y escuchar por el poder?
Me acercaba a casa mientras los vuelos furtivos de las aves, que buscaban su nido terminando el día, me acompañaron.
La noche inmensa aleja los fantasmas. La espero ansioso y feliz. La cena esta lista, las velas producen un juego de luces y sombras exquisitas. Debe estar hambrienta. ¡Allí llega! Escucho a Parsifal. ¡Al fin!
8 de Febrero 1958
Ella ha venido temprano. Juntos disfrutamos el anochecer.
Hay momentos en que todo se va apagando y el silencio llena el alma de pura paz y nos miramos a los ojos. Entonces nos convertimos en un solo y pleno ser.
Ella se encuentra muy nerviosa a causa del Anciano. Me ha dicho que otra vez mañana no estará durante las horas de la siesta. Le dije que ya tendremos tiempo.
-¿Tiempo? Es lo que se va acabando. ¿Comprendes que te amo? –dijo–.
Me aterra a veces escucharla en esos tonos.
Está allí mirándome escribir. Seré breve.
Luego de almorzar visité a Don Otto. Ya no se levanta. Ese despojo humano aún conserva una fuerza arrolladora. Otra vez el tema de Dios.
-Usted ha dicho que es agnóstico, ahora que me acerco a mi propio fin no puedo de dejar de hacerme algunas preguntas. En una época acepté la importancia de la Iglesia y su trabajo social. Pero ahora veo una realidad totalmente distinta.
-¿Distinta?
-Somos imperfectos y débiles. Necesitamos creer. Así imaginamos (nos han creado) un mundo más allá de nuestro fin. Nos inventamos un Dios. Un monstruo ciego al dolor de sus hijos. En su nombre se estableció la idea del castigo y por supuesto hermosos cielos. No le echemos la culpa a ese pobre e insensible ser. ¡Nosotros lo creamos! Necesitábamos un padre y dejamos hacer.
-¿Hacer?
-Sí. Creímos que vivir constituía un pecado por el solo hecho de nacer. Una idea monstruosa. Cargarle la culpa al inocente.
Permitimos que nos flagelaran la mente y los cuerpos. Así se alzaron los templos hacia los cielos inertes. Gritamos con gusto por la llegada de un salvador. Y nos encaminamos al dominio de unos pocos. Ellos supieron crear el mayor negocio de la historia. La superchería se convirtió en ley y Dios en la necesidad inmanente del hombre.
Muchas de las religiones copiaron casi letra por letra lo mismo. Así (por poner un ejemplo) los viejos egipcios hablaron de un ser nacido de una virgen que vendría a salvar al hombre. No sé si alguien llamado Cristo habrá existido en Judea. No tiene ninguna importancia, pero sí sus efectos. Bien empleadas algunas ideas sirvieron nada menos que para crear siglos de oscuridad. Detener el conocimiento y condenar a la hoguera a todo aquel que intentó mostrar una poco de razón. Acuérdese de Giordano Bruno y tantos otros quemados vivos.
-¿No piensa que el fin justifica los medios? Las tablas de la Ley no dejan de ser órdenes totalizadoras, imprescindibles para una sociedad.
-Necesarias, sí. Usadas para justificar el poder de los príncipes. Sin ellos igual hubiesen sido creadas.
Imagine a un buen cura que ayuda los pobres. Recorre las calles, brinda sustento, abrigo, compasión al que se encuentra en el suplicio de la pobreza. ¿Podríamos considerarlo un mal hombre?
-No
-¡Exacto! Un buen hombre de Dios (incluso él cree seguramente en el Padre supremo). ¿Cómo podríamos dudar de ese ser que en su razón cree y practica la caridad y el desprendimiento? Hago la pregunta al revés ¿Los medios justifican el fin? En ese hombre santo se encuentra la respuesta. El cree en su Dios y ayuda a sus semejantes. Pero pertenece al sistema de opresión. Trabaja por un lado para consolar al necesitado y por otro (y esto es lo grave) le dice a ése mismo pobre ser que es un pecador. Que encontrará una mejor vida en la muerte. Lo engaña (aunque él mismo lo crea). Así, sin saberlo, ese santo no es otra cosa que un saboteador de la verdad. La oscuridad sonríe, sus soldados son fieles y estúpidos, aunque bien intencionados. Como ve han trabajado siempre a favor de los poderosos.
Habrá épocas y momentos en los que sea necesario realizar acciones dolorosas para fines superiores. Sé que la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que implora, y se siente más íntimamente satisfecha de una doctrina intransigente que no admita paralelo, que del roce de una libertad que generalmente de poco le sirve.
O Dios no existe, en ese caso nada importa. O Dios existe y entonces carecemos de significancia para él y no me venga con eso del libre albedrío.
-Como sea no puedo imaginar a un Dios que deja morir a inocentes. Ninguna religión debería aceptarlo.
-El golpe más fuerte recibido por la humanidad fue la llegada del Cristianismo. Ha sido la mejor propaganda de la historia. ¿Cristo existió? ¿Quién va a probarlo? Y ¿Quién lo negaría? Lo divertido es creer lo que mucho creen. Se hecha una piedra a rodar y esa arrastrará a otras. ¡Y yo sí que se eso! Él caminó por Judea siendo un pescador de almas. Nos han dicho que solo los que escucharon sus palabras y creyeron en él, entrarían al reino de los cielos. ¿Qué posibilidades de escucharlo tuvieron los chinos, los americanos de entonces, o cualquier otro habitante de la tierra, que no residiera en Judea? Ninguna, por lo tanto ¡Un Padre solo para algunos!
Revise el tema de la crucifixión, “alguien,” creo que fue Pedro, al día siguiente va a la cripta y ya no estaba el cuerpo del hijo de Dios, había resucitado. ¡Una sola persona! Lo que me apasiona es la capacidad de la iglesia para crear un símbolo y a continuación toda una estructura filosófica. Siempre para tener el poder. ¡Qué idea! Usted debe cumplir fielmente con los preceptos que le imponen. Si comete algún acto de maldad, simplemente se arrepiente y Dios lo perdona. Luego si lleva una vida ordenada podrá ir a un paraíso y si no al infierno. ¡Extraordinario!. Una aseveración que no hay manera de probar. Nadie pudo crear una fantasía semejante, y a pesar de ello nadie lo niega.
El Génesis en la Biblia es desopilante. Adán y Eva, Abel y Caín, sus hijos. Luego vienen otras mujeres y otros hombres. No hay otra forma Abel y Caín o sus otros hijos tuvieron relaciones sexuales con su madre ¡lindo comienzo!
La historia de Moisés tampoco tiene desperdicio. Hijo adoptivo de Seti y hermano de Ramsés. Éste lo denuncia a su padre por ayudar a los judíos. En la historia bíblica, su vida queda en manos de Ramsés, quien lo condena al exilio. Luego vuelve con las órdenes de Dios a liberar a su pueblo. Es interesante, tenemos los cuerpos de Seti, de Ramsés y de muchos otros. Nada se dice de Moisés. No hay registros, ni una sola palabra.
Como Ramsés se niega a liberar a los judíos, Dios le envía plagas y hasta la muerte de cada primogénito Paradójicamente durante el reinado de Ramsés nunca hubo plagas, ni trastornos conocidos. Todo lo contrario, nunca como entonces los rindes del trigo fueron tan buenos. ¿Haber que dicen de ello?
¿Y cuál es el símbolo más querido? ¡La cruz! Un elemento de tortura, es increíble. Imagine que la gente llevara colgada del cuello una pequeña guillotina.
La iglesia es poder y dinero, no es otra cosa.
Pienso que el ser humano siempre tendrá su Dios. El deseo de sobrevivir es innato, la fe proviene de la esperanza y lleva al fanatismo. ¡Qué sencillo ha sido engañar al hombre!
Bregué por un Estado en que los hombres y mujeres se sintiesen orgullosos de su pertenencia. Una idea única, totalizadora seguida por las masas. Arrollar el presente y lanzarse al futuro.
Pero debo aceptar algo fundamental, como creo que ya le dije: la Iglesia es absolutamente necesaria para que los individuos caminen un sendero moral. Me guste o no es así. Quizás alguna vez podamos liberarnos del dogma falaz que nos han vendido.
-Usted dice que en un Estado alguien manda y otros obedecen ¿No sería eso también dogmatismo? Una idea sin discusión. ¿No se convertirían en fanáticos de esa idea?
-No me entiende. Estoy muy cansado. ¿Para qué hemos luchado tanto, para qué?
Cuando dijo la última palabra cerró sus ojos. Así dejé hoy a ese extraño hombre. No tiene sentido discutirle a un viejo.
Es muy tarde. Escribo estas últimas palabras escuchando al búho de todas las noches. Él y la brisa fresca que acaricia las cortinas son mis compañeros.
Han pasado varios días y no he regresado a visitar a mi familia. Siento que el Anciano me necesita aunque me gustaría tener el valor para gritarle que esta absoluta y totalmente equivocado. ¡Pero no puedo! ¿Pero quién tiene la razón? Solo la duda me sigue como un perro indolente pero cariñoso.
9 de Febrero 1958
Al despertar Frida, a mi lado, aún dormía.
Observé un largo rato su hermosa cabeza y ese pelo dorado que baña la almohada. Su respiración se agita cada tanto. ¿Con que soñará? ¿Qué vida ha pasado que yo desconozco y ella evita contarme? Sé que me ama como yo a ella sin embargo no he logrado aún que se abra totalmente. Los secretos seguramente son muy grandes.
Cuando miro a sus ojos trato de hundirme en su alma torturada pero no lo consigo.
Se despertó muy despacio y la bese con ansias. Soy un náufrago aferrado a la única tabla que la vida me ha ofrecido. Nos quedamos un rato acostados mimándonos.
Desayunamos esos huevos revueltos que a ella le gustan tanto, yo mi café con leche y tostadas.
Me exigió que hoy no viese al Anciano. Antes de salir de la casa golpearon fuertemente. Uno de los hombres de él habló con ella, algo en alemán. Cerró la puerta y dijo simplemente -Quiere verte. No imaginas cómo te aprecia. Trata de ser cuidadoso. Está muy enfermo y no quiero que se excite. ¡Por favor!
Rato después me encontraba sentado a su lado. Su cara mostraba el deterioro y el cansancio de un ser al fin de sus fuerzas. Lanzó una pregunta para la que no estaba preparado
-¿Cómo están usted y Frida?
-¿Nosotros? Magníficamente bien. Haciendo planes
-¿Planes?
Comprendí que había hablado de más. No dije nada.
-Ayer charlamos sobre las religiones. De la corrupción moral que han significado.
La necesidad del hombre de creer viene de un elemento básico: la conservación de la especie. Quiere perpetuarse, no terminar al fin de la vida. Por eso las religiones aprovecharon ese deseo y crearon la culpa. Hicieron al hombre pecador desde siempre. Condenado de ante mano. ¡Han sido muy inteligentes! ¡Qué manera de utilizar la propaganda! Ésta siempre ha sido fundamental para lograr que las masas hagan lo que se quiera.
Pero quiero hablar de otra culpa más mundana. Imagine que usted está seguro de algo, digo absolutamente.
Comenzó a toser y temblar. Uno de sus hombres me apartó. Otro salió corriendo. En pocos minutos Frida se encontraba a su lado asistiéndolo. Me miró enojada. Él se repuso y alzando como pudo la voz ordenó que nos dejaran solos.
Con su voz lenta y cansada siguió:
-Volvamos al tema. Suponga que va a tomar una decisión fundamental, no solo para usted, para muchas personas. Ha calculado, lo ha pensado una y otra vez y da la orden. En un principio todos son éxitos. Juega más fuerte, vuelve a ganar. Luego comienzan los problemas y aparece el dolor. Allí no puede haber culpa, hizo lo que creía necesario. La culpa se siente como una deuda de no haber logrado aquello que se propuso.
-Esto que me dice ¿cuestan vidas?
-Por supuesto.
-Entonces sí hay culpa.
-¿Y si se hubiese logrado el triunfo? Imaginaba una Europa unida, donde la guerra dejara de ser la única salida. Todos trabajando y disfrutando el bien común. Un nuevo mundo más ético, más libre, más organizado.
En lugar de avivar la lucha de clases lograr que cada una apoyara a las otras, al Estado en su conjunto. La masa trabajadora con derechos, sin abusos de las otras.
-Pero costarían vidas
-Sí, en un principio. Nada es gratuito.
-¿Cuántas vidas valen una idea? ¿Qué logros justifican anular los sueños, las esperanzas? ¿Cuánto dolor se requiere? Y ¿para qué? Perderlas para que otros vivan es un sinsentido.
-Siempre habrá unos pocos que mandan para que muchos obedezcan. No hay otra forma.
-Debe haberla o estaremos perdidos. Se ha logrado que las masas hagan lo que unos pocos desean. Lo grave es que esos millones de personas creen que deben obedecer, que la orden es justa y perfecta. Así el soldado va a la guerra para defender a su patria. El esclavo para obedecer a su amo. El “pecador” para no ofender a su dios. El ciudadano para respetar los “valores” ¿Cuáles valores? ¿Los que nos han inculcado a través de los siglos? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué es lo justo? No, un pueblo no debe ir nunca a la guerra. Es una tragedia inmensa.
¿Usted piensa que hoy un alemán cualquiera puede imaginar a un soldadito congelado en una trinchera? ¿Alguien en un futuro sentirá el dolor inconmensurable de todas las vidas sacrificadas para que otro trabaje, cobre un sueldo, tome una cerveza y piense en las vacaciones? No, jamás podrá entender el sacrificio de los que lucharon y murieron antes. Además usted se contradice. No acepta el dogma de una religión y pretende el dogma de una o más ideas sin discusión. Aceptar los deseos de quien manda es lo mismo.
-¡Tampoco usted vivió todo lo que yo he pasado! ¿Qué sabe?
-La he visto llorar a Frida, su dolor toca mi alma y sufro por ella. ¡Estamos tan lejos de todo aquello! Pero la guerra a veces parece estar aquí, en este campo tranquilo y solitario.
-Debe existir alguna razón. Algún bien supremo que justifique el sacrificio. Si su nación está en peligro nada importará, deberá obedecer, aún a costa de su propia vida.
-¿A quiénes? ¿Y si equivocan? ¿Para qué habrá servido mi sacrificio? Ya no tendré sueños, ni hijos, ni ellos tendrán a los suyos. No despertaré nunca más en las mañanas, ni habrá soles y lunas. Ni brisas en las mañanas. El preciado verde de un bosque, el azul del mar ya no serán para mis ojos. ¿Usted puede imaginar la nada? ¿La eternidad del vacío? ¿Acaso no ha mencionado a los pobres soldados que usted vio morir?
-Es evidente que no comprende lo que significa la palabra sacrificio. Mi vida ha sido darlo todo a cualquier costo.
-¿Valió la pena?
-No puedo volver el tiempo atrás.
-¿Y si pudiese cambiaría su vida?
-Es una pregunta que carece de sentido. Viví de acuerdo a mis convicciones más profundas.
-¿Esas convicciones causaron dolor a otros?
-Fue inevitable.
-Si sus decisiones hubiesen sido otras, tal vez el sufrimiento, la angustia no hubiesen existido. Hoy no estaría haciéndose esas preguntas.
-Podríamos haber triunfado, hoy tendríamos otro mundo. Usted hace lo posible para hacerme sentir peor.
-Lo siento no es mi intención molestarlo…
-Por eso se encuentra aquí. No es alemán, dice lo que siente. Vaya con Frida. Dígale que me siento bien, no es necesario molestarla otra vez. Esa mujer es maravillosa.
-Sí, sí lo es.
11 de Febrero 1958
El Anciano ha permanecido en cama. Es preocupante. Frida se ha quedado a su lado. No la he visto en todo el día. Solo una pequeña nota: “Te amo, debo permanecer con él”.
Aproveché el resto del día para hacer un inventario en el Almacén.
Imposible dormir. Son las tres de la mañana. Una brisa fresca llega desde el sur. Los sonidos de la noche se funden con la música lenta y baja de la radio.
Desperté de un sueño caótico. Trozos fugaces, mi mujer allá en Mar del Plata. Mi vida por los caminos. Frida galopando. El Anciano. Una mezcla de gritos y llantos.
No puedo definirlo, no sé por qué pero otra vez esa preocupación creciente inunda mi ánimo. De pronto estoy inmensamente alterado y terriblemente solo. Frida, Frida ¡cuánto la necesito! Quiero pasar el resto de mi vida a su lado. Pero cada vez que su amor me llena de gozo surgen negras nubes. Mi familia, el Anciano. Las dudas. ¡La culpa! ¿Por qué no puedo sencillamente ser feliz? ¿Qué mal he hecho? Solo deseo un poco de paz. ¿Ser feliz? Sí, aunque nunca, jamás ese sentimiento podrá ser eterno.
Si viviésemos en un permanente éxtasis, sin intervalos de dolor, sin la duda de la pérdida entonces no sentiríamos diferencias. Pero aun sabiendo que nunca podré tenerla siempre, sufro por el solo pensar que podría perderla.
Si estoy condenado definitivamente a la muerte y al olvido de los eones al menos pido no saberlo, ni siquiera imaginarlo. La amo demasiado y esos cuervos que sobrevuelan mi alma me torturan. El amor, la duda, la esperanza, la culpa, el suplicio de verme al borde de un precipicio. Un abismo que me reclama. Una eterna noche sin ella. Sin sus manos, sin su piel, ni su voz iluminando nuestros momentos.
Llega a mi mente el recuerdo de una música infinitamente triste. Una lluvia callada e indiferente que me moja el alma mientras pienso en su cintura en mis manos. En su alegría cuando me mira.
El silencio me acerca un tiempo blanco sin horas. Solo un futuro de días exactamente iguales. Un desierto sin contornos. Un espacio sin proporciones. Un ciego sin voz ni piernas. Una cárcel eterna, sin un solo trozo de cielo. Perder el gozo de su risa. Sí, lloro por ella. No me importa escribirlo, aunque solo sean palabras para mí. Las lágrimas resbalan indolentes y terribles. Frida, Frida ¿Dónde estás?
12 de Febrero 1958
Hoy temprano él me llamó. Ella volvió exigirme que no lo canse, se encuentra cada vez más débil.
Gracias a mi memoria fotográfica volveré a recordar cada palabra.
Lo encontré ojeroso y amarillento.
-Gracias por acudir Mario.
-Estoy para acompañarlo.
-¿Cómo cree que continuará este mundo cuando ya no estemos?
-¿Qué importancia tiene? Seguirá sin nosotros, como siguió sin los persas, sin los egipcios, sin el imperio romano y continuará sin los americanos, esté usted seguro. Las cosas son como son.
Sabe que lo opuesto a la ciencia es el dogma, que no se demuestra, se lo acepta sin discutir. En la ciencia no se puede afirmar algo sin demostrarlo. Usted a ha dicho que un líder no debe cambiar de idea. ¿Qué pasaría si los políticos aplicaran el método de la ciencia? ¿Si revisaran sus posiciones y abandonaran lo que dan por cierto cuando la realidad les muestra lo contrario?
-Ya no tiene remedio pensarlo. Yo creía en la absoluta necesidad de mantener una idea. ¿Es que nada ha servido?
La vida comienza y soñamos siempre con un mundo mejor. Es solo un viaje de ida, sin retorno. Mientras los días pasan y los cielos cambian nosotros continuamos corriendo siempre hacia delante.
Imaginaba que todo sería posible. Nada ni nadie podría detenerme. Soñé con un cambio que duraría mil años. Nada de eso ocurrió, apenas unos miserables y cortos tiempo. Y aquí estoy terminando un viaje inútil. Ya no hay sueños. Nada, solo el dolor por no haber logrado mi objetivo.
Durante el Siglo II después de Cristo, Roma cambió completamente. Por entonces los ejércitos dejaron de anexar más tierras y se dedicaron a proteger al pueblo. Comenzó entonces una época de paz, tranquilidad y placer, decenas de etnias juntas. El mundo conocido inmenso hablaba un solo idioma: el latín. Desde Inglaterra hasta el Oriente Próximo. ¡Todos juntos! ¡Yo quería un país en ese sentido ! ¡Fraternizar a las clases sociales!
-Dolor es lo único que hemos logrado una y otra vez. Solo cambiamos los métodos. ¿Por qué piensa tanto ahora? Debería descansar
-Lo único que me queda es esto, comunicarme hasta que ya no pueda más. Por la tanto lo necesito como interlocutor ¡Hable!
-No sé cómo será el futuro o si lo habrá. Voy a decirle mi humilde opinión. Creemos idílicamente que si un pueblo alcanzó la democracia ya no debería pedir más nada. ¡Elegimos a los que tomarán el poder! A ellos les cedemos graciosamente una parte importante de nuestra libertad. ¿Sabe que creo? Tanta guerra y lucha para nada. La democracia se está convirtiendo en una trampa.
La historia no ha sido otra cosa que la luchas por el poder y el sometimiento. Así como usted dijo la otra vez, las religiones han tratado sistemáticamente de engañarnos, para someternos. La política pasó de las guerras tribales a las ciudades estado y luego a los imperios. Guerras una y otra vez. Obediencia, esa es la palabra, es el dolor verdadero en el hombre, la causa de su propia angustia. Hemos sido engañados por miserables siglo tras siglo.
-¿Qué pretende? No hay otra forma. Siempre alguien manda y otros obedecen, ya lo dije.
-Ese es el problema. ¿Cuál es la diferencia entre las actuales democracias y cualquier tipo gobiernos anteriores? ¿A dónde nos están conduciendo las actuales políticas?
-Dígamelo usted.
-La historia está dando la vuelta. Los pueblos lejos de ser libres vuelven a ser sometidos. Pero ahora es peor. Se elige a aquellos que una vez instalados “popularmente” en el poder hacen lo que se le viene en gana. El votante nada puede hacer. Solo esperar hasta la próxima elección, la que nuevamente será otra trampa.
-Los pueblos son solo un grupo de seres sin demasiada consciencia. Como los animales en manada siguen al líder. Solo unos pocos pueden pensar para y por el resto. Eso no significa que el Líder no ame a su pueblo. Es más, debe ser un doble juego el pueblo a su vez debe amar a quien manda. Éste solo trabajará en beneficio de todos, nunca en el suyo.
-¡Cómo no! Uno manda, impone, envía a las masas a una guerra, se equivoca y millones mueren. ¡Extraordinario! Por un imbécil se pierden generaciones. Bastante sangre ya se ha derramado.
-¡No entiende nada! No puede siquiera imaginar a un solo hombre en el poder, cargando sobre sus hombros a una nación. Decidiendo por todos.
-Los que mueren son los soldados no los déspotas. Los que pierden son los padres, las madres, las esposas de los soldados. ¡Usted mismo lo dijo!
-Un líder puede equivocarse. Está dentro de las posibilidades. Pero solo será aceptable si lo que busca es el bienestar para su pueblo y para las generaciones por venir.
¡Dentro de las posibilidades! ¡Eso es monstruoso!
-Estoy cansado, llame a Frida! Mañana temprano lo quiero aquí.
Regresé a casa con una profunda tristeza.
Ella me ha prometido que mañana a la hora de la siesta estaremos juntos.
13 de Febrero 1958
Otro día con mucho trabajo en el almacén. Llegaron dos automóviles con gente extraña. No saludaron a nadie. Fueron directamente a ver al Anciano. Le pregunté a Frida quienes eran. No me contestó. Una vez que se retiraron, él volvió a llamarme.
Lo encontré sentado en la cama. Se había ladeado a un lado. Dos grandes almohadones evitaban que se cayera. La boca torcida mostraba unos dientes amarillos y oscuros. ¡Pero sus ojos! brillaban como carbones encendidos.
Con gran dificultad se enderezó.
-Llegó ¿Dónde andaba?
Tartamudeando solo atiné a decirle “Frida.”
-Quiero decirle algo muy importante. Anótelo y divúlguelo como pueda. ¿Sabe que va a ocurrir con éste país y con el mundo?
-No, no lo imagino.
-Los van a engañar a todos. El poder se hará elegir una y otra vez, por medio del voto “popular” o directamente lo tomará por la fuerza. Poco importa uno u otro.
-Entonces coincide con lo que le dije.
-Así es. Deberán resistir. Ustedes los latinos jamás van recurrir a las armas. Pero existe un método nunca usado. Una forma de doblegar al poder. La economía es lo único que les preocupa a todos los gobiernos. Recaudar impuestos y más impuestos. ¿No quiere eso usted? Comenzó a toser una y otra vez. No supe que actitud tomar. La puerta se abrió y uno de sus hombres vio el cuadro y salió corriendo. En instantes Frida estaba a su lado gritándome “Es tu culpa”.
Él con vos baja pero recia le dijo -tú te vas, él se queda.
Ella, roja de ira, salió como una tromba de la habitación. Él continuo, ahora más tranquilo.
-Deberán aguantar y golpearlos donde más les duela. ¡En la economía!
Imagine que el pueblo tiene que cambiar una terrible decisión tomada por un gobierno. Que puede acarrear serias consecuencias a la comunidad. No poseen armas. Ni la fuerza para oponerse. O el gobernante fue elegido y aún faltan años para un cambio. ¿Cómo atacarlo? Sencillo y brutal: cortarle el flujo del dinero. ¡Los impuestos!
El Anciano se acaloraba y gritaba: ¡No pagar los impuestos! Un primer hombre va a la plaza de su pueblo con una sola boleta y la quema. Luego otro y otro, cientos, miles. La prensa hará lo posible para apagar la protesta, no podrán. Primero no los tomarán en cuenta, luego se reirán, después los atacarán, pero ya será tarde. Una llama correrá en toda la Nación. Solo así podrá el pueblo doblegar a los que manden. Piense en ello.
-¡Pero usted se contradice! Habla del poder en una sola mano y ahora dice que el pueblo debe rebelarse.
Hizo silencio y pareció dormir. Un rato después abrió dolorosamente los ojos y me pidió agua. Ya sus manos no pudieron sostener el vaso. Lo ayude.
Dijo algo que no comprendí y luego -Nunca se debe abandonar la fuerza, ni la creencia en uno mismo. Pase lo que pase.
Cuando fui joven el destino me golpeo despiadadamente. A más golpes más me reconfortaba. En los largos años de la gran Guerra mis queridos compañeros morían, yo no lloraba. ¡No debía hacerlo! ¡No tenía derecho!
Ya en los últimos días de la espantosa contienda llegó el gas a nuestra trinchera. ¡Quedé ciego! Aunque estaba desesperado por el terror a perder la vista, una voz dentro mío me gritaba “¡No puedes llorar cuando miles de camaradas sufren cien veces más!” Así soporté aquellos terribles trances. La patria nos necesitaba indemnes en aquellos momentos. ¡Resistir, resistir como sea!
Agotado ante tanta fuerza puesta en sus palabras se agitó y se durmió. Salí a buscar a Frida.
Mientras caminaba hacia la casa recordé la última pregunta que le hice al Anciano “Usted habla siempre de la fuerza y de la unión del pueblo en pos del bien común, ¿Qué haría con aquellos que se niegan a ello?” Contestó en un tono casi inaudible “A los incorregibles, hay que sacarlos de la sociedad, no sirven. Darles una segunda oportunidad es poner en riesgo a toda la sociedad, los hombres no cambian. Y le digo más: si hablamos de poder hay que entenderlo como la capacidad para obtener los resultados deseados. El poseer los recursos necesarios no son garantía de la obtención de lo querido Por eso no bastan las armas, se necesita coraje, determinación y voluntad. Se puede someter a los individuos, esclavizarlos, obligarlos. En algún momento se volverán contra el amo y le morderán la mano. Lo difícil pero sublime es lograr que el ciudadano quiera hacer su trabajo, ame su patria y entiendan que ésta no es otra cosa que la suma de todos.”
Encontré a mi amada cruzando la plaza. Enfurecida me gritó que no debía ponerlo nervioso. -Ve a casa, iré cuando pueda -dijo.
Volví apesadumbrado. La tristeza y la preocupación no logran dejarme. Ella no ha regresado.
¡Estoy tan solo! La noche continúa inmune a la agitación de mi alma. Solo cuando ella se encuentra junto a mí, mi alma puede descansar brevemente. En esos momentos, breves pero indispensables, mi alma descansa. El mundo mismo se esfuma y nada me perturba. No hay dudas, solo la certeza absoluta de saber que la amo. Entonces un halo de paz me eleva como si no tocase el piso. Pasa mi lado, se detiene, me mira desde la profundidad de su espíritu. Solo así vuelo muy alto, libre de las angustias terrestres hacia mundos de pura luz, hasta que ella parte y otra vez las sombras me atan firmemente a esta vida gris y opaca.
No tengo apetito, iré a dormir.
14 de Febrero 1958
Frida no vino anoche. La busqué temprano. Don Atilio me ha dicho que acompañó a Don Otto en una ambulancia. No sabemos a dónde. Noto temor en su voz. Nada dice.
Otra noche solo y ahora con la incertidumbre de la espera.
Me senté en el porche. Algunas nubes ocultan precariamente a las estrellas.
Un profundo silencio se ha desparramado sobre la llanura.
Pienso en ella, en sus brazos. Temo, temo al futuro. La necesito.
Allá lejos los campos de maíz esperan al sol. Los animales, desparramados hasta el horizonte, descansan. Los peones duermen. Seguramente tienen sueños simples, pero buenos. Sus vidas duras, pero apacibles, han hecho a estas gentes de pocas palabras. Sin grandes esperanzas y por ello mismo son sanos. Solo viven en un eterno presente. A lo sumo aguardan la próxima cosecha o al hijo que vendrá.
Vivir sin la esperanza del futuro lejano es libertad. ¿Acaso un animal no vive en un eterno presente y así evita a la incertidumbre? Estos campos les han dado una paz que yo no puedo alcanzar.
Mi mente va y viene, entre la felicidad y la desazón. Entre la culpa y la necesidad de amar. Entre la duda de una existencia posterior que me lleve a un mejor lugar y la casi certeza de la futilidad de ese racionamiento. Estoy sufriendo inmensamente. Pero el Anciano ha dicho que en los peores momentos hay que ser duro y aguantar el dolor. Otros seguramente estarán peor que yo. Sí, seguramente. Ella volverá, sí volverá.
15 de Febrero 1958
Sin novedades. Otro día de trabajo.
Tantas horas de soledad y la espera, minuto a minuto. Frida no ha regresado.
El pueblo se ha sumergido en un silencio osco. Hasta el mismo sol fue tapado por unas nubes que presagiaron lluvia.
Miré una y otra vez el reloj en el negocio de Don Atilio. Las agujas, en el paroxismo de mi ansiedad, apenas se movían.
Estoy tan, tan solo. La gente entra al negocio, pide algo y se retira. Ella no está, el Anciano tampoco. De pronto es como si yo no importara nada. Solo soy un objeto más en el pueblo, en cambio cuando caminamos juntos todos nos miran. Como si un respeto silencioso pero profundo flotara a nuestro alrededor.
Será una larga noche. Iré al porche, mientras escucho áreas de ópera. Una furtiva lágrima es mi favorita, tanta emoción en la voz del tenor me transporta a la tierra de mis padres. Llevo el canto en mi sangre. Arte que mi mujer trató siempre de callar. Aquí estoy mirando a las estrellas que como lágrimas plateadas titilan al son de la música que trepa hasta los confines de mi alma. Es la única alegría que la vida me permite.
20 de Febrero 1958
Han pasado cinco largos y oscuros días. Frida ha regresado sola. No ha dicho nada. Nada. Llora a escondidas. No ha probado bocado. Dijo que mañana hablaremos. Tengo tanto miedo.
21 de Febrero 1958
Son las diez de la noche. He luchado con mi alma para poder escribir esto. ¡Es tan difícil ser feliz!
Ella vino a buscarme al trabajo. Hoy salí antes de la hora de cierre.
Don Atilio estuvo extraño. Se acercó y me dijo -vaya Mario, hoy cerraremos temprano. Tomó con sus dos manos las mías y dijo: “¡gracias, gracias por todo!, ha sido un honor conocerlo”. Sus ojos estaban mojados, sin duda la tristeza ha llegado a también a él.
En silencio caminamos hasta su casa. Ella apretaba mi mano. Sus hermosos ojos desparramaban lágrimas. Cada paso se hizo más pesado y lento. Presentía que al llegar algo terrible me diría. Supe que nada podría detener al destino que nos esperaba, lento pero brutal, en la puerta.
Nos sentamos.
Ella apretó mis manos mientras todo su cuerpo temblaba.
-Él ha muerto. Ha sido el final.
-Pobre Don Otto
-¿Don Otto? Ya no tienes que llamarlo así.
-¿Por qué no?
-¿Es posible que no sepas quien fue?
-No amor. Solo un pobre viejo con un terrible pasado y un espíritu inquebrantable. Duro muy duro.
-¡Mario! Has sido el último ser humano en que él confió y se entregó. Te estimaba por eso quiso que ambos nos uniésemos. No deseo ahora pronunciar su nombre dímelo tú.
-No sé, no sé.
-Mira este símbolo. Lo conoces. Lo has visto muchas veces en banderas y estandartes, en brazaletes. Es algo odiado por muchos. ¿Ahora sabes con quien compartiste los últimos días de su vida?
-¡Frida! No, no es posible. No puede haber sido él.
-¡Querido Mario! La casualidad te trajo a mi puerta y a él al fin de su camino. Has sido un privilegiado.
En ese momento comprendí muchas cosas. Aquellos hombres que me siguieron en Buenos Aires, cuando me preparaba para instalarme aquí. El mando que él tuvo hasta el final. Los hombres que lo protegían. Algunos personajes del pueblo. Todo, todo apareció ante mis ojos, mientras la contemplaba lloraba desbastada.
-Sí, era él.
-¿Por qué yo? Solo soy un simple hombre y él, nada menos que él...
-El destino teje extraños caminos. Simplemente estuviste aquel día en el bar del hotel y él te escuchó. Dio órdenes que no te molestaran. Y hasta que te protegieran.
Cada vez que volviste a ver a tu familia un equipo te siguió.
Nadie podría haber compartido tanto a su lado. Él fue todo para mí, casi como un padre.
-¿Pero te das cuenta de quien fue, lo que hizo?
-Mario la historia la escriben los que ganan, no lo que pierden. Digan lo que digan y aunque se prohíba hablar sobre el tema, él logró un milagro: consiguió una base social. Bienestar para los obreros. Fomentó la vida económica uniendo a otras clases. Todos queriendo lo mismo. Una colaboración completa. Los obreros ganaban el doble. Se crearon seis millones de nuevos trabajos. Con cinco marcos semanales se accedía a un auto popular. Casas bonitas con jardín, para respirar a la llegada al hogar. Vacaciones pagadas. Logró duplicar los sueldos. Condiciones dignas de trabajo. La sociedad se reconcilio y miró al futuro. Salimos de una economía arrasada y de la inflación brutal. Se crearon nuevas industrias y elementos que faltaban. Todo eso sin apoyo de los bancos ni del extranjero. Solo con la fuerza y el orden de nuestro pueblo. Alemania fue, en esa época, un gran frente cívico y moral.
Hoy para satisfacer a todos hay que decir que fue un tarado atiborrado de pastillas. Que fue un inútil que no sirvió para nada. ¡Debo decírtelo! Ese viejo que viste al fin de su vida, después de Napoleón, fue el mayor genio militar. La planificación de las grandes batallas fue idea suya. Aparte logró dar a su país eficacia política, espíritu de solidaridad y prosperidad económica. Desde 1933 a 1939 llevó a un pueblo vencido y arruinado al más organizado y fuerte de Europa. Además el arte llegaba a él. Admiraba toda manifestación en ese sentido. ¿Qué más puedo decirte?
-Háblame de los hornos. Las ejecuciones. Los Guetos. Existió una realidad que no se puede negar.
-Lo sé querido. Esa ha sido mi carga. El eterno dolor de querer a alguien y conocer tanto martirio. No te imaginas hasta qué punto he sufrido el tener que vivir entre esos dos mundos. El amor y el recuerdo. La muerte de tantos inocentes y luego el odio del mundo entero. Solo el estar, este último tiempo, a tu lado me ha salvado de caer en la locura. Solo tú pudiste darme tanto.
-Y te lo seguiré dando. Amor, todo el amor. Nos iremos de aquí. Buscaremos algún lugar.
-No Mario, no es posible. Se me parte el corazón. No va a ver futuro para nosotros.
-¿Por qué, por qué Dios mío? ¿No me amas?
-Te amo tanto amor. Pero tu vida ni la mía no valdrán nada juntos. Escúchame: Cuando todo terminaba en Alemania él quiso quedarse. Morir allí junto a sus hombres. El líder debía asumir las consecuencias de sus actos. Pero sus allegados lo convencieron de dejar a su amado país. Si vivía quizás quedara alguna esperanza. Teníamos muy buenas relaciones con Argentina. Fue el lugar perfecto, alejado, amigo. Contábamos con mucho apoyo, no solo de nuestros compatriotas aquí. Tu gobierno nos brindó mucho más de lo que esperábamos.
Antes de la finalizar la guerra se adquirió una estancia en la provincia de Buenos Aires, con acceso a la costa. Una buena amiga, una argentina Mabel, junto a una alemana, armaron toda la estructura para los desembarcos. Se efectuó una de las operaciones de mayor envergadura. Los submarinos iban y venían.
La estancia seguía sus tareas tradicionales, pero su función fue esperar, recibir y distribuir a los recién llegados. Varios de los hombres de él, que asegurarían su estancia aquí, entraron de esa forma.
Todos los que allí trabajaban respondían fielmente.
Al fin del conflicto se cerraron los viajes y la estancia quedó sin apoyo, en manos de la señora argentina. Ella recibió, enviada directamente por él, la gran distinción: La Cruz de Hierro. Grandes fueron los servicios que nos prestó.
Nosotros no llegamos allí. Para ello se preparó una operación especial. Nuestro transporte fue otro U-Boat.
Se me aleccionó. Necesitaban una médica.
Nada quedaba para mí en Alemania. Habíamos huido dejando todo. Mi familia y mis amigos habían muerto, lo había perdido todo.
Ocuparme de él implicaba lanzarme a una aventura en la que correría inmensos riesgos. Tuve claro que viviría a su lado escapando, ocultándonos. ¿Qué podría perder? Ya la vida carecía de sentido para mí.
Cuando mi ciudad fue atacada y mis hermanos y padres fueron asesinados, yo logré sobrevivir. Pude esconderme en un granero. Los rusos habían llegado. Yo tenía entonces 16 años. Me descubrieron. Fui golpeada y violada por muchos de los soldados. Aún veo la carnicería. ¡Qué injusta que es la historia! Se cuenta solo una parte. Jamás vas a imaginarte lo que yo tuve que presenciar. Los hombres eran ejecutados. Las mujeres violadas sistemáticamente y luego muertas. Los niños también. ¿Quién ha alzado alguna vez la voz por esos crímenes?
Un día ocurrió un ataque. Ellos se olvidaron de mí. Me escabullí, al salir de la habitación tomé una lona y corrí hacia un bosque. Esperaba un disparo en mi espalda. Estaba segura que moriría allí. Caía la tarde. Escuchaba los disparos.
Al pie de un gran árbol abrí la tierra húmeda y en el hueco me acurruqué. Tapada por la lona sucia nadie me vio. Esa noche llovió. Empapada y aterrada logré pasar aquellas largas horas de oscuridad. Al siguiente día la fortuna me sonrió. Una espesa niebla cubría todo. Corrí largo rato. Estaba sedienta. A unos kilómetros de allí se encontraba una ladera de roca. Una pequeña cueva, a la que íbamos algunos domingos con los amigos, me permitió esconderme.
Con un hambre atroz llegué dos días después a un pueblo. Una familia me brindó ayuda y fueron como padres para mí. Ellos conocían a un médico que trabajaba en investigaciones avanzadas. Me llevaron hasta él y me dejaron a su cuidado.
En pocos meses aprendí más de lo que te puedas imaginar. Me convertí en una enfermera experta. Me enseñó anatomía, farmacología. Supe cómo detectar enfermedades. Me instruyó y supe como colocar mis manos y oídos en los cuerpos de los enfermos. A sentir las patologías y a definirlas. Me entrenó a pensar científicamente. En poco tiempo y a su lado logré realizar operaciones simples y luego más complejas. Él fue mi universidad, mi maestro y mi tutor.
En apenas unos cuantos meses mi vida cambió radicalmente. Ahora me sentía segura, fuerte y única. Pero el lugar…querido jamás podría describirlo. ¡Has visto seguramente tantas fotos! Cercas, prisioneros. Nunca olvidaré sus caras de entrega, de agotamiento, de tristeza infinita. Imaginarás que yo sufría por esas almas olvidadadas. ¡Es muy difícil creer en un Dios con tanto dolor! Sin embargo mi familia había muerto y en el fondo oscuro y profundo de mi mente yo los veía como enemigos. ¡Así es el espanto de la guerra!
Avanzaba vertiginosamente en mis conocimientos. En ese mundo gris y brutal él me trataba con cierta ternura.
Un día mi maestro me llamó a su oficina y me dijo -Has sido una alumna excepcional. Deberás realizar una tarea única. Confió en ti. Viajarás a un país lejano cuidando a un ser único. Serás su doctora. Tendrás una nueva vida y serás un orgullo para Alemania. No quiero que veas el colapso, que indefectiblemente llegará.
Así me llevaron a España y lo conocí a él. Cuando estuve frente a ese hombre tembloroso, pero aún firme, me aterré.
Cuando abordamos el submarino no imaginaba siquiera todo lo que pasaría.
En los largos días sumergidos volvían a mi mente tantos recuerdos espantosos.
Una y otra vez encerrada en esa caja de metal escuchaba el golpe del agua en el casco. Imaginaba que moríamos y el fondo oscuro nos tragaría para siempre.
¿Sabes cuál era mi terror? No la muerte, que vendría a apagar tanto dolor. Sufría por la ausencia. Por el olvido. Nadie, nadie sabría jamás que mis restos quedaban en la noche eterna.
En cada crujido de la nave me aferraba a los mamparos. Me ahogaba con el aire sucio y aceitoso. Fue un largo, largo suplicio.
Te conté que en Dresden vivían unas tías mías. Al quedar huérfana intenté ir con ellas, pero no pude llegar. La ciudad fue bombardeada por los americanos y convertida en ruinas. Allí no había fábricas de armamentos. Solo gente inocente. A pesar de todo tuve suerte. Había sobrevivido a la guerra. Pero los recuerdos se encuentran en lo profundo de mi mente. Los gritos, la sangre, el humo, las sirenas, el terror, los cuerpos destrozados. ¡Dios mío! ¡Cuánto horror! ¡Cuántos inocentes muertos! ¡Cuánto odio! ¿Por qué Dios permite la tragedia de la guerra?
Llegamos a la Argentina en U-Boats Clase XXI, una maravilla submarina. Su enorme autonomía nos permitió navegar desde España hasta aquí. Fue un penoso y largo viaje.
En la segunda semana ocurrió un accidente estúpido. Él venía con su esposa, que sufría mucho el largo viaje. Uno de los hombres guardaba su arma y se le disparó. La bala rebotó y le dio de lleno a Eva. Dos días después falleció. No pude hacer nada. Él me suplicaba que la salvara, no pude, no pude. La impotencia me abrumaba. En el último suspiro él me miró con una congoja infinita. La sepultamos en el mar. Fue un golpe inmenso. Él empeoró y ya nunca volvió a ser el mismo.
Dos meses duró la travesía. No podíamos arriesgarnos.
Días y noches sumergidos, respirando el aire viciado.
En la Patagonia permanecimos ocultos mucho tiempo antes de desembarcar. Solo de noche emergíamos cerca de la costa y subíamos a cubierta.
Algunas veces pude ver la luz lejana y parpadeante de algún faro. En esos breves momentos respirábamos aire fresco.
Finalmente un día llegamos, muy cerca de Punta Dúngenes al final del continente. ¡Debíamos desembarcar en un mundo nuevo! Nuestro Comandante, Gerd Schaar, fue uno de los caballeros del mar. El U-Boat fue reportado hundido tiempo antes.
Mucha información fue falsa adrede.
Once naves llegaron a tus costas. Allí nos esperaban. Fue un gran operativo. En total cien hombres y yo desembarcamos. Nos trasladaron a distintos puntos.
Durante meses deambulamos de un sitio a otro. Finalmente llegamos a éste pueblo. Largo tiempo nos alojaron en una estancia, cerca de un pueblo muy pequeño, al sur de Chubut, muy lejos de la ruta tres, es un nombre de un marisco, sí, ya recuerdo: Camarones. El campo era de un alemán.
-¿Qué tiene todo eso que ver con nosotros? ¿Con nuestra vida? ¿Con nuestra felicidad?
-Todo amor, todo. ¡Son tantas las cosas que desconoces!
-¡Quiero saberlas!
-Cuánto más sepas más riesgos afrontarás, también tu familia. Quedemos así. Recordemos en el futuro la mejor parte de nuestras vidas. No me iré enseguida
-¿Cuándo entonces! ¡Por Dios! ¿Cuándo?
-No lo sé. Aún tenemos unos días. Los aprovecharemos amor, te lo prometo.
-Y después te perderé para siempre. ¿Cómo voy a soportarlo? Te amo tanto que moriré si te vas.
-Si permanecemos unidos moriremos ambos y de la peor manera. Estos últimos días nos amaremos hasta agotarnos. Quiero llevarme tu recuerdo en mi sangre.
-Trabajo muchas horas al día.
-Ya no trabajas.
-¿Cómo?
-Don Atilio se ha ido del pueblo. El Almacén se cerró. También se fueron los Embers, los Roters y otros. El pueblo cambiará totalmente. No quedarán rastros de nuestro paso.
-¿Pero qué mandaré a mi familia?
-No te preocupes cariño. Dejaron algunos regalos para ti. ¿Te los doy ahora o luego de amarnos?
-Después de amarnos, ven aquí ¿Cómo voy a vivir sin vos?
-Tendremos una noche larga y un despertar hermoso, solo nosotros.
Ella me está llamando a la cama. Dejaré de escribir. Mi alma se parte en añico pero aún se encuentra aquí.
3 de Marzo 1958
Han pasado varios días. Puedo decir que han sido los más maravillosos que hemos vivido. Nos agotamos amándonos. Cada secreto fue dicho. Pero la angustia estuvo latente, agazapada. Esperando el terrible momentos en que vengan a buscarla. El final tan temido. Ahora que ella abrió su alma y lo sé todo debo aceptar su partida. No hay escapatoria.
Una mañana en que acostados yo acariciaba su exquisita cabeza y jugaba con su pelo, me ha narrado hechos extraordinarios. Los escribiré para no olvidarlos
Él le dijo que la ciencia alemana había llegado a logros inimaginables.
La Argentina fue pensada como un lugar para vivir no solo por el apoyo de los gobiernos. Su cercanía al Polo Sur la hacían perfecta para viajar hasta la gran base.
Ella me preguntó -¿Quieres saberlo todo? Lo sabrás. Yo no estuve allí pero él me dio esa información. El Paso al Polo Sur.
-¿Al Polo Sur? ¿Y para qué?
-Bases, establecieron una gran colonia en el Polo Sur. Pero eso te lo contaré mañana en el desayuno, después de amarme. Ahora ven aquí ¡Quiero mimos! Y ¡Deja de escribir! Ya tendrás tiempo cuando yo no esté.
4 de Marzo 1958
Hoy vivimos un día estupendo. Fuimos hasta nuestro remanso en el arroyo. Allí mismo nos amamos desenfrenadamente. La soledad de la llanura, el sonido de la chicharra y la paloma nos acompañaron en esos momentos increíbles.
Bebimos cerveza enfriada en el arroyo. Comimos un pastel de manzana hecho con sus maravillosas manos. Mientras amaba su cuerpo desnudo, terso y dorado miré por un instante hacia el horizonte. Vendrían a buscarla y todo, todo acabaría. Comencé a temblar. Ella se dio cuenta y miró mis ojos vidriosos por las lágrimas. Con las palabras entrecortadas por la emoción dijo -No llores amor, es nuestro destino. Trágico pero ha sido hermoso el conocerte y no lo cambiaría por nada. Aunque todo el dolor nos llegue, cada vez que has rosado mi cuerpo y me has mirado ha sido la gloría más grande de toda mi vida. Siempre te amaré.
Vimos la puesta del sol y regresamos a casa.
El pueblo está en silencio. Ya nada es igual.
Como cada noche ella enciende una vela en la mesa. Cenamos callados mirándonos. Una música exquisita llegaba desde la radio, alegrando nuestros corazones. Entonces me acordé y le dije: “Ayer dijiste algo sobre la Antártida”.
-Así es. Entre 1938 y 1939 se realizó la Operación Antártica Alemana. Luego se extendería durante años. El objetivo fue crear una Base a gran escala, en el lugar más inaccesible del globo.
En un principio se establecieron en la costa, en el lugar conocido como Tierras de la Reina Maud. Se realizó un primer asentamiento. Posteriormente, en otra expedición muchos kilómetros adentro, se encontró una gran caverna y allí se fundó la nueva Neuschwabenland. Esa caverna fue ampliada para albergar no solo material sino decenas de personas. Así comenzaron los viajes interrumpidos hasta el fin de la guerra. Muchos de los grandes descubrimientos se encuentran aún allí.
-¿Descubrimientos?
-Sí, lo mejor de la tecnología alemana. Investigaciones totalmente prometedoras, máquinas que ni la mente más imaginativa puede concebir. Es cierto que ya pasaron años, de todas maneras abren campos de la ciencia aún no soñados.
-¿Pero cómo hicieron? ¿No es que el hielo se cierra en invierno y ningún navío puede pasar?
-Los rompehielos trabajan burdamente, aplastando y partiendo el hielo. Usaron una técnica nueva, pulverizaban el hielo, incluso el más grueso, utilizando vibraciones, sonido. Claro que en el entorno, una vez que el barco o submarino pasaba, el hielo se volvía a cerrar. Así las embarcaciones alcanzaban velocidades de hasta diez nudos. ¡Esa es la inteligencia alemana!
-¿Pero cómo?
-La materia existe dentro de ciertos parámetros, fuera de ellos, deja de ser como tal. Así, cuando a cualquier elemento se le aplica calor extremo, llega un momento en que los átomos pierden sus características y se transforman en una sopa. Las cosas ya no son. Por el contrario, si se las llevas al frío extremo, el movimiento molecular se detiene y la materia literalmente se hace polvo. Nuestros científicos descubrieron el inmenso poder del sonido, de las vibraciones. Éstas, en cierto nivel, logran también que la materia se pulverice. En el Polo es mucho más sencillo. Así pasaron las naves.
-¡Maravilloso! ¿Esa Base esta hora está vacía?
-No lo sabemos. En 1945, cuando todas las operaciones por mar cesaron, varios capitanes de los U-Boats decidieron no regresar. Algunos se encaminaron a Neuschwabenland. Un oasis, un Shangrilá esperando un nuevo mundo.
Los suministros acumulados allí permitirían a una pequeña flota de submarinos, permanecer activa un muy largo tiempo. Y lo extraordinario es que algunos de aquellos Lobos Grises aún rondan a veces por las costas argentinas. El pasado mes le llegó a él un informe
-¿Después de tanto tiempo?
-Sí, todavía vienen.
-¿Del polo?
-Es posible. No lo sabemos. Quizás la Marina Argentina les de apoyo.
Al finalizar la guerra los norteamericanos enviaron una flota al Polo para buscar lo que no encontraron, ni encontrarán.
-Esa gruta que ampliaron ¿cómo es?
-Fue excavada cientos de metros, reforzada con concreto y acero. Además contigua a ella se encontraron grandes edificios, por llamarlos de alguna manera.
-¿Edificios?
-Sí, construcciones muy antiguas, en un tipo de roca que no es del lugar. La envergadura es de una dimensión asombrosa.
-¿Quiénes la hicieron?
-No lo sabemos. Según él dijo se enviaron varias patrullas a recorrerlas, solo regresó un hombre de treinta, veinte días después, en un estado total de insania.
-¿No hicieron más investigaciones, no ocuparon esa ciudad?
-No, es extraño. Los científicos cerraron la entrada y se abocaron a la construcción y puesta en marcha de la nueva metrópolis. Ya estaba la guerra encima, habría tiempo más adelante.
-¿Por qué no utilizaron esa base?
-Sirvió mucho tiempo.
¿-Y los artefactos o tecnología dejada no podría ser utilizada para provecho propio, de aquellos que accedían allí una vez que la guerra terminó?
-No, solo tres personas tuvieron acceso al plano, a la ubicación exacta de los contenedores sellados que guardan los desarrollos. Dos ya han muerto, la otro soy yo.
¿Por qué no hacerlo público y dejarle a la humanidad elementos que puedan beneficiar a todos?
-¿Crees en serio que quienes hoy pudiesen llegar y apoderarse de esos inventos los utilizarían en beneficio de la humanidad? No conoces a los políticos. Los que manejan a las potencias solo buscan su propio provecho. El mundo no les importa. Por eso yo debo desaparecer ¿Entiendes?
Te aseguro algo, en un futuro próximo, cuando el acceso al polo sur sea más accesible, los amigos americanos cerrarán todo camino al público. No más. Sospechan que allí hay mucho más que hielo.
-¡Pero vamos!, ya ha habido muchos viajes y hay bases de diversos países.
-Sí, y habrá más, pero solo cerca de la costa, nunca dejarán ver la totalidad de la Antártida.
Los edificios antiguos se extienden en una gran distancia hacia el corazón del continente. Las patrullas que enviaron a recorrer ese mundo, anduvieron no menos de seiscientos kilómetros, estaban motorizadas. ¡Quién sabe qué conocimiento puede haber allí!
-Entonces ese lugar tiene carreteras…es enorme. ¿Él te dijo todo eso?
-Sí, y vi muchas fotos.
-Nunca estuviste ¿cómo podrías darle su ubicación a alguien?
-Tengo las coordenadas en mi mente.
-¿Todo esto te asusta? ¿Por eso quieres dejarme? ¿Qué nos importa todo eso? Es historia. La guerra acabó hace mucho. ¡Olvida todo aquello! ¡Vivamos nosotros!
-No amor. Es imposible. La catástrofe del conflicto está aún en mi alma. Te lo he dicho amor y odio, dolor y placer. Jamás podría olvidar.
-Pero ellos no saben de tu existencia. ¿Por qué te buscarían?
-Sí saben. Al final, cuando estuvimos por abordar el submarino, ocurrió algo. Fuimos emboscados y escapamos por poco. Uno de sus hombres fue herido. Tuvimos que dejarlo. Tiempo después, ya en Argentina, lo supimos fue torturado y habló. Ese hombre trabajaba con el Doctor. Lo secundaba. Además conocía la operación al antártico y seguramente confesó, bajo tortura sobre el hallazgo y la tecnología guardada en la base. Desde entonces me buscan.
-¿Por qué a vos y no a Don Otto...digo, no puedo pronunciar su nombre...no puedo
-¡Todos lo creían muerto por su propia mano en el Búnker! ¡Hasta los rusos se consiguieron una calavera para decir que era la de él! ¿Cómo crees que hubiesen quedado ante el mundo habiendo dejado escapar al monstruo? Por ello tuvieron que aceptar su fin en Alemania. Aquí fue sencillo ocultarlo. Se tejieron historias. Muchos lo veían en Argentina en distintas partes. Toda mentira. La mejor manera de ocultar algo es dar información falsa. Y funcionó. Lejos de quedarse en algún pueblo parecido a nuestra querida Alemania (donde seguramente lo buscarían) eligió este pueblo pequeño, perdido en la llanura bonaerense. Ahora ya no importa. Ha muerto y yo soy la única persona a la que buscarán. Si estamos juntos tu vida no valdrá nada. No voy a permitirlo. Te amo, te amaré siempre.
Nos encontrábamos en España. La operación para llegar a Argentina estaba en marcha. El Submarino nos esperaba a cinco millas de la costa. Un lanchón nos debía llevar hasta el sumergible. La tripulación se encontraba a bordo. Solo faltábamos nosotros. Él, Eva y cinco hombres que lo cuidaban. Y como te dije allí nos emboscaron.
-¿Cómo se llamaba el Doctor?
-Prefiero no decirlo, aún tiemblo al recordarlo.
-¿Pero te enseño él medicina?
-Así es. Se hicieron cosas terribles en aquel tiempo. No quiero hablar más ahora. Quiero olvidar, olvidar.
Solo ámame, ámame otra vez. Dejemos todo, no quiero pensar en otra cosa que en ti.
Antes de dormirse me ha mostrado un documento que el Anciano le dejó. ¡Cómo se ha ocultado la verdad al mundo! Lo transcribo textual “El jefe del consejo americano en el juicio de Núrernberg, Thomas J. Dodd dijo -Nadie puede decir que (Hitler) esté muerto”. El General Mayor Floyd Parks, comandante general del sector americano en Berlín, añadió que él mismo se encontraba presente cuando Zhukov (El General Ruso que entró en Berlín en 1945) declaró que pensaba firmemente que Hitler podría haber escapado.
Teniente General Bedell Smith, jefe del Estado Mayor del General Eisenhower en la invasión sobre Europa, y más tarde, director de la CIA, declaró públicamente el 12 de octubre de 1945: "Ningún ser humano puede decir de forma concluyente que Hitler esté muerto".
Todos esos hechos nos persiguen, intentando apagar nuestro amor ¿Qué tengo que ver con ello? Si se ha creado una de las mentiras más grandes de la historia, nosotros dos somos ajenos a ella. Solo quiero amarla, nada más, Poco me importan las ideologías. Solo quiero ser feliz.
Ahora nos persiguen los fantasmas del pasado, en un tormento abrumador.
Ella se ha acostado. Me llama. No puedo dejar de escribir todos estos extraordinarios sucesos.
8 de Marzo 1958
Hemos pasado varios días felices, aunque con el temor de la separación definitiva. Hoy amaneció lloviendo lenta y pesadamente. El día me entristece. Me llena de una congoja pegajosa. La ansiedad trepa desde mi pecho. Pienso, pienso una alternativa que me permita no perderla. El desamparo me envuelve el alma. Estoy al borde de un precipicio profundo y final.
Frida no se levantó a preparar el desayuno. La encontré llorando en silencio. La abrace con ternura. No quise preguntarle.
-Querido la historia lo muestra como un monstruo, un maníaco que llevó a su pueblo a la destrucción. Temblaba cada vez que estaba a su lado. Nunca lo juzgué. He visto las imágenes, el horror, los campos, las pilas de cadáveres, los soldados congelados. Para mí fue infinitamente peor el sufrimiento, porque soy parte de todo eso, soy alemana. También el dolor ha sido mi compañero año tras año.
La ausencia definitiva de mis seres queridos y de tantos otros, se me ha clavado en el pecho. Duele en lo profundo. Intentas respirar y el aire es pesado. Siento a una mano que me estruja el corazón. El olvido nunca llega.
Miraba a ese viejo, enfermo, con sus terribles dolores de estómago y sus manos temblorosas y recordaba tanta tragedia. ¡Ha sido un suplicio Mario! ¿Sabes por qué?, porque yo sí siento que la culpa, me desgarra y lloro cada noche en mi cama. A veces me despierto gritando, ya lo has visto. Sufro, sufro un horror como no puedes imaginar. Yo sé que se equivocó, su tozudez destruyó todo aquello por lo que se luchaba, pero yo quise a ese viejo a pesar de todo.
-No llores querida, vos no mataste a nadie, también fuiste una víctima de tanto horror. ¡Mírame yo estoy aquí!
-¡Mario, ya no soportaba más!, le doy gracias a Dios porque te puso en mi camino. Y ahora un nuevo suplicio se acerca tendremos que dejarnos. Olvidar
-Yo voy a protegerte, a cuidarte.
Ya canta ese insecto ¿cómo se llama?
-La cigarra.
-Cigarra, ¡Qué nombre!, va a hacer calor.
-Yo te daré calor, querida, vamos.
9 de Marzo 1958
Hoy pasaron hechos terribles. Salí temprano a buscar comida. Caminaba con temor, mirando hacia el camino, esperando a los verdugos a que se la lleven para siempre de mi vida. Frida se ha quedado acostada. Al regresar la encontré tirada en la cama y una botella de vodka vacía en el piso. Sus ojos vidriosos me miraron con un desamparo infinito. Quiso levantarse y se cayó de la cama sobre la botella rompiéndola. La levanté empapada en sangre. El vidrio le había cortado parte de la cintura y en una de sus manos profundamente. Entre los efectos del alcohol y el dolor gritaba y reía diciendo
-¡Maldito Doctor! ¡Maldito Doctor! ¿Qué me hiciste? Solo atiné a llevarla al baño. Le levé las heridas. La vendé y la arrastré a la puerta. No tenemos un médico así que pensé en llevarla al pueblo más cercano. Frida reía y gritaba que no hacía falta. Le dije que estaba borracha y que los cortes eran muy profundos. Se sentó en el piso riendo mientras se arrancaba las vendas. Las heridas habían cicatrizado, sencillamente no estaban. La piel, ahora apenas roja, se levantaba suavemente en cada latido.
La puse en la cama y se quedó dormida.
Sentado en el porche, pensaba en el extraño suceso. Era imposible y sin embargo allí estaba ella totalmente curada. ¿En qué extraño mundo me encuentro? ¿Qué es ella?
El cielo se cubrió con unas nubes bajas, encapotando aún más a mi ánimo. El Trueno llegó y después el rayo. El aguacero hizo desaparecer al pueblo, al campo, a todo.
El mundo se transformó en una rueda que gira enloquecida. Pasaron por mis ojos seres brutales, campos arrasados, ciudades, ruinas, bombas abrazando todo con fuegos, gritos, llantos, humos, mares rojos, playas con miles de cadáveres, sirenas, niños abandonados, submarinos estallando en las profundidades, náufragos, mares encendidos, islas remotas desbastadas, carne quemada, chimeneas, cielos negros de hollín, dolor infinito. Muertes en el hielo, inviernos brutales, arenas ensangrentadas. El llanto de millones de almas perdidas se confundió con el desbastador grito del rayo. Imágenes del horror me rodearon en la oscuridad del día.
La tenebrosa locura de la guerra que nunca viví se encuentra ahora aquí, a mi lado.
Mi alma amando a ese ser dormido, temeroso de perderlo y anonadado por las preguntas ¿Quién es ella? ¿Cómo pudo convivir con él? ¿Cómo? ¿Cómo?
10 de marzo 1958
Ella ha dormido intranquila toda la noche. ¿Con que soñará? ¿A qué mundos oscuros habrá llegado? ¡Cuánta tragedia en esta mujer maravillosa!
Pasadas las diez de la mañana abrió sus esplendidos ojos.
-Es tarde he dormido mucho ¿No es así amor?
Sus palabras no reflejaban los hechos asombrosos de la noche. Ni siquiera un dolor en las zonas de los cortes. Sonreía. Me acerqué y le tomé la mano herida. Ella me miraba sonriendo.
-¿Qué haces?
Le pregunté si no le dolían los cortes. Entonces todo cambió. Su cara se endureció. Había recordado. Retiró su mano de la mía.
-¿Qué viste anoche?
-Un milagro. ¿Me explicarás?
-¿Qué tengo que decirte?
-La verdad. Anoche tomaste y alcoholizada te caíste de la cama sobre la botella. Se rompió debajo de tuyo. Te cortaste profundamente. Aún se encuentra la toalla en el baño empapada de sangre. Yo estaba desesperado. Vos riendo te arrancaste las vendas rojas. Vi las heridas, los vidrios clavados centímetros. Luego tu piel quedó sin una sola herida, apenas roja. ¡Eso en un milagro!
-No, es ciencia, maravillosa ciencia alemana. Traté por todos los medios que no lo supieras. Pero ayer desesperada por perderte tomé mucho. Lo siento tanto Mario. Ahora vas a estar aún en un peligro mayor.
-¡Quiero saber!
-Él soñó con un ser especial, superior. Y lo consiguió. Con la ayuda del médico que te dije y miles de prisioneros para realizar experimentos. Yo soy ese ser único. Lo que no pudo imaginar es que ese inmenso descubrimiento no sería solo para los alemanes. Cualquier humano podría ser como yo. Negros, blancos, amarillos, latinos, orientales, eslavos. Sin quererlo encontraron la solución a las enfermedades del hombre. Lograron un ser casi perfecto, longevo, con características físicas e intelectuales asombrosas.
-¿Qué te han hecho?
-La familia que me cobijó conocía a ese médico.
Realizó experimentos terribles. Lo supe después. Como te dije me enseñó mucho de lo que sé. Me convirtió en un una persona excepcional pero también me condenó. Mi cuerpo es único.
-¡La caída de Parsifal y el tremendo golpe en la cabeza!
-En ese momento tuve miedo que te dieses cuenta. El accidente habría matado a cualquiera.
-Pero ¿cómo?
-Él comandaba un equipo de mentes brillantes. Cometían crímenes horrendos. La inteligencia y la casualidad produjeron un resultado final: yo.
-¡Quiero saberlo!
-Sencillamente mi cuerpo es casi perfecto. Una nueva entidad sobre la tierra. Más apto, más seguro de sí mismo. Mi cerebro incrementa exponencialmente mi inteligencia, la capacidad de absorber nuevos y más complicados temas. Cuando leo un libro, estudio un nuevo tema, las conexiones sinápticas se interconectan, desarrollándose rápidamente. Puedo manejar casi cualquier situación. De cada hoja que veo asimilo cada palabra y ya no la olvido. Las ciencias, las artes, la música, la literatura. He aprendido en poco tiempo lo que mil hombres no lograrían en años.
Mis células pueden reproducirse una y otra vez sin agotarse. Voy a envejecer muy lentamente. Prácticamente no puede haber enfermedades en mí. Salvo que adrede me destruya con alcohol, drogas o lo someta a tóxicos. Mis huesos son fuertes y a la vez flexibles. Mi sangre puede detener una gran hemorragia en segundos.
-¡Es maravilloso!
-No, no lo es. Es un suplicio. No tendré paz. Me perseguirán siempre. Te perderé. Veré morir a todos, yo seguiré entre desconocidos en la soledad, en la noche del anonimato y en el silencio interminable de días y años vacíos. No habrá nunca cielos claros. Jamás una mano amiga. Ni un hombre en el que pueda recostarme. Lloraré lágrimas heladas y no habrá nadie para secarlas. ¿Te das cuenta que quisiera ser normal? Ese maldito me convirtió en esto. Soy una cáscara. Una rama verde inútil que seguirá por mucho tiempo cuando todas las hojas hayan caído. Estaré sola. No te tendré a mi lado, ni a nadie que conozca. Todos, todos irán muriendo y yo aún estaré.
-¡Quiero saber!
-¿Para qué?
¡El más grande descubrimiento y yo estoy solo frente a vos!
-Solo obtendrás dolor y más dolor. Si algo te pasa luego...
-Nada, me va a pasar
-¡Si llegaran a sospechar que estuvimos juntos vivirás en el infierno!
-Dilo.
-Está bien. Existen decena de ideas que tratan de explicar por qué el ser humano envejece. Encontrar la fuente de la juventud es uno de los sueños más preciados. Una bebida mágica que nos haga inmortales.
-¿Es posible?
-No. No inmortales pero si muy sanos y fuertes.
Es importante no solo conocer por que los organismos se deterioran y mueren con el paso del tiempo. Es necesario además entender cómo ha actuado la evolución y porqué los procesos del envejecimiento varían tanto de una especie a otra y entre tejido y órganos. Algunos piensan que se produce un desgaste orgánico. La célula utiliza la glucosa y el oxígeno, generando energía, el motor se gastaría con el tiempo. Otros suponen que existe una programación genética. Así cada ser tendría incorporado un reloj biológico.
Ese maldito encontró que las células normales están programadas para una determinada cantidad de rondas divisionales ¿Entiendes?
-Sí.
-Bien. Recordarás que los cromosomas intervienen en la división celular. Allí está el ADN con la información genética que cada célula va a heredar. ¿Está claro?
-Sí.
-Cada cromosoma tiene en sus extremos una serie de secuencias muy repetitivas y no codificantes. Esos elementos se van acortando con las sucesivas divisiones. Existe una enzima que atenúa esa acción. El descubrió que esa enzima existe en las células embrionarias, pero se inactiva en las células desarrolladas. Es el reloj biológico que nos encamina lenta e inexorablemente hacia la muerte. Es decir que la capacidad de división celular se va perdiendo.
Los elementos que se van acortando en las divisiones, al llegar a un cierto nivel mínimo desencadenan mecanismos que llevan a la muerte celular. ¿Entiendes?
-Parece sencillo
-¿Sencillo? Es de una complejidad inmensa. Él lo logró.
-¿Bestial? Ha realizado el descubrimiento más importante para la humanidad
-¡No entiendes! Él buscaba crear una raza de seres genéticamente puros. Lo que ha conseguido es la posibilidad de vivir largos años en salud a todos los seres humanos. No es lo que buscaba.
-¿Qué importa? Como sea será un beneficio para la humanidad.
-Así no. ¡De ninguna manera! Obligó bajo pena de muerte a sus subordinados a profundizar en los secretos de la vida. Lo peor ha sido el costo. Miles de seres torturados. Conejillos de indias. ¿Cómo crees que llegó a lo que soy? Prueba y error. Cada error una vida. Cada vida decenas de días de suplicios.
-¿En qué lugar estuviste con ese hombre?
-En Auschwitz.
-¿Cómo pudiste ver todo eso y soportarlo?
-¡Eso es lo terrible! Vivía en dos mundos. ¿Quieres creerlo? Yo admiraba a ese hombre. Ya había visto el horror. Me trataban con respeto y yo aprendía en su compañía. Por un lado el gran médico impartía ciencia, por otro ante la búsqueda de la perfección no le importaban los costos. Contaba con varios laboratorios y equipos.
¿El lugar era muy grande?
Sí, se componían de tres campos principales y 39 secundarios.
-¿Cómo pudiste estar allí?
-¿Vas a odiarme ahora?
-¡Jamás!, te amo pero no lo entiendo.
-La guerra es lo más espantoso que puede ocurrirle a cualquier ser. ¿Sabes por qué? El odio. La destrucción engendra ese sentimiento brutal. Vives una vida normal, tranquila. Amas a tus padres, te quieren. Tienes a tus vecinos y amigos. En un abrir y cerrar de ojos los pierdes. No han muerto en un accidente. Han llegado de otro país y los han asesinado. Toda tu vida se desmorona. Ya no te encuentras limpia, tranquila, alimentada, segura, amada. Ahora estás sola, si nadie. En un mundo calcinado de dolor. Intentas sobrevivir. Muchos no lo soportan y sencillamente se dejan morir. Pero en mi una fuerza interior me hizo seguir, no rendirme.
¿Sabes que quería aquella pequeña adolescente que lo había perdido todo, hasta la inocencia? Deseaba la venganza. No importaba a quien o quienes. Imaginaba solo una cosa: matar, matarlos a todos los que pudiese. Ya vez lo que engendra el inmenso dolor de la pérdida. Odio, absoluto y brutal. Por eso en aquellos momentos en que los prisioneros pasaban muy cerca mío imaginaba verlos muertos a todos. Pero en las noches me despertaba de terribles pesadillas. Veía sus ojos y surgían en mi interior fuerzas titánicas. Quería odiarlos y no podía.
Lloraba en las largas horas nocturnas. Me desesperaba. Me levantaba, caminaba sobre el piso helado, miraba por la ventana a aquel mundo gris y bestial. Me ahogaba. Me imaginaba allí afuera, del otro lado de las alambradas, con aquellos seres. Volvía a la cama mientras las sombras grises de la noche lenta pero inexorablemente dejaban paso a otro día de sufrimientos y agonías
En aquel lugar yo trabajaba en uno de sus “hospitales”. Un día el Doctor trajo a una adolescente. Una pobre niña con su uniforme gris y la estrella en el pecho. No pude nunca olvidar sus ojos hundidos. Su mirada de infinita congoja me persigue. Los brazos caídos, sin un movimiento. Deambulaba en silencio. Trataba de pasar por un autómata, para que la creyeran un poco loca. De esa forma evitaría nuevas torturas.
Ya habían desechado a muchos prisioneros.
Él la trajo una mañana. Arrastraba sus piecitos. En su brazo un número indicaba su proceder.
Dijo que yo debería cuidarla y anotar cada una de sus reacciones.
Ella me miró a los ojos. Supe que en ese ser indefenso brillaba una inteligencia única. Con el riesgo de ser acusada de ayudar a una prisionera exigí que los guardias me dejaran llevarla a mi barraca. La excusa fue perfecta, Él había dicho que debería cuidarla. Y eso hice. Primero la alimenté. Le aseguré que no sufriría más. Antes que él se fuese me aleje y le dije “la cuidaré pero no la lastimen más”. Una mirada helada me taladró la mente. Me comprometí a ocuparme de ella y a controlarla. Te juro que en ese momento me jugaba la vida. Si pestañaba, sí él suponía que podría traicionarlo o ayudar a la niña terminaría en el patio trasero fusilada. Lo miré tranquila (pero aterrada). Simplemente dijo -está bien. Quiero respuestas.
Yo anotaba cada estudio, cada reacción. Él llenaba libros de notas con dibujos. Explicaciones infinitamente detalladas, fórmulas, etc.
Cuando la niña lograba dormirse leía cada hoja. Entonces entendí lo que él buscaba. El experimento máximo. El sueño supremo de la humanidad: un ser perfecto, puro físicamente. Una criatura cuyo cuerpo no enfermera. Sus células se reprodujeran indefinidamente, sin mutaciones. Un cuerpo sin cansancio. Un individuo que viviese años y años sano. Descendencias siempre perfectas. Cuerpos en los que ninguna enfermedad los atacaría. El sistema inmune, los glóbulos blancos se volverían capaces de protegerlo durante más de 140 años y mantener indemne al individuo. Las heridas cicatrizarían en segundos, incluso heridas grandes.
Se extendería la vida más allá de lo soñado. Los enfermos recobrarían su salud. No más afecciones mentales. Los huesos nunca se desintegrarían con la osteoporosis. Prácticamente, salvo lesiones extremas, nadie podría quebrarse un hueso. Estos se volverían increíblemente fuertes, pero a la vez más flexibles. Los corazones no fallarían, ni los riñones, ni el hígado, nada. Perfección. Un equilibrio maravilloso en todos los sistemas.
La niña dormía entrecortadamente. Hasta ese momento no pude imaginar el grado de locura y de genialidad de ese hombre, ni la cantidad de seres destruidos en esa búsqueda. Allí estaba quizás el resultado. Me acosté, esa noche al lado de esa niña cuya única posibilidad de vivir era yo.
Pasaban los días y ella me seguía siempre como un pequeño perrito. Como esos seres minúsculos, sin dueño que siguen desesperadamente a la única mano que les ha dado una simple palmada. Mientras tanto día a día ella era inyectada con distintas sustancias. Se le realizaban infinidad de análisis.
Por alguna razón que yo desconocía, siempre tuve la certeza que esa niña no moriría como tantos otros. Estaba segura que habían llegado casi al límite del conocimiento. Allí estaba ella, pequeña, perteneciendo a la raza que tanto odiaban. Se le daba la llave a una vida superior, única ¿No es una paradoja?
Había visto infinidad de seres definitivamente perdidos. Los prisioneros apenas eran alimentados. Solo los que trabajaban obtenían un poco más de sustento. La niña sin embargo se encontraba en perfectas condiciones. Entre las múltiples pruebas que debía efectuarle la alimentación era fundamental. Debía sobrevivir. Esa quizás fue la razón por la cual se me permitió llevarla conmigo.
En las noches, cuando el suplicio de las pruebas había concluido, se me acercaba mirándome desde la profundidad del dolor. Me suplicaba sin palabras.
Cada día, cuando caminábamos hacia el complejo donde trabajaba, ella miraba a los harapientos prisioneros. Luego alzaba sus ojos hacia mí. No podré olvidar jamás a aquella alma torturada. La traté con infinita ternura.
Se le tomaban pruebas de sangre. Jamás emitió una mueca de dolor. Extraordinariamente sus heridas cicatrizaban casi instantáneamente. Su cuerpo lentamente cambiaba. Se endurecía, su mente comenzaba abrirse. En aquellos momentos un terror vino taladrar mi espíritu. Pensaba que si lograban lo que querían la matarían. Lo que importaba era el método y lo estaban teniendo.
Un mes después de su llegada ya habíamos cenado, esperaba que le leyera alguna historia como cada noche, entonces ocurrió habló por primera vez. Solo dijo ¿Por qué? Dos palabras que encerraban toda la locura humana. Lloramos juntas. Comprendí allí que nada nos diferenciaba. Entonces un recuerdo de mi vida anterior llegó instantáneamente. Tenía 12 años, estábamos con mi madre en el centro de la ciudad, ella entró a una tienda. Me quedé esperándola, en la vereda. En ése momento un pequeño perro se acercó a mis piernas. Estaba perdido. Era un cachorro vivaz que olía desesperado el piso. Buscaba a su madre. Estaba perdido, nunca más la encontraría. La niña, yo y todos los prisioneros éramos como ese perro, seres que nunca más hallarían sus afectos. El animal no lo sabía, nosotros sí.
Al siguiente día nos encontrábamos en el campo realizando ejercicios. Una alambrada nos separaba del campo de prisioneros. Una larga hilera de seres destruidos caminaban hacia unos camiones. La niña de pronto se detuvo y yo con ella. Corrió hacia la cerca. Los guardias le gritaron. La criatura no pudo imaginar lo que ocurriría o tal vez eso buscaba. El tableteo de la ametralladora estalló en aire. Un grupo de palomas volaron desde los tejados. La niña sin un grito cayó a tierra con su espalda destrozada. Enloquecida corrí hacia ella. Los guardias me siguieron. En mi locura arrebaté una pistola y la puse en la cabeza del asesino. El Médico llegó en ese momento. Cinco armas me apuntaban. Quise matar y morir en ese instante, ya nada me importaba. Mi dedo se crispaba sobre el gatillo. El soldado temblaba. Él me sacó el arma de la mano. Dio una orden y las armas bajaron. Con la misma pistola que le apuntara a aquel soldado él se la puso en los ojos y disparó. La sangre me salpicó. Puso el arma en mi mano y me dijo ¡úsala! Apunte al cadáver y disparé una, dos, tres…muchas veces, hasta que se agotaron las municiones. Ese mismo día todos los guardias que estuvieron allí fueron fusilados. Habían matado a su más preciado tesoro.
Enterré yo misma a aquel pobre ser.
Al siguiente día vino a verme a mi habitación. Sus ojos inmutables buscaron los míos. Dijo -sigues tú, te convertiré en una mujer única, excepcional. Serás lo mejor de la raza alemana. Todavía estás en etapa de crecimiento, quizás lo logremos.
-¡Dios mío! Todo lo que has pasado. ¿Hay alguien más como vos?
-No
-¿Pero cómo es posible? ¿Cómo lo lograron?
-Se adelantaron decenas de años. Fue un golpe de suerte.
La complejidad de nuestro cuerpo es de una magnitud comparada con el universo. El cuerpo humano es una máquina maravillosa. Muchos de los sistemas poseen una doble acción, es decir ante un problema o una falla, se dispara un mecanismo de reparación. Luego se reinvierte y se establece el equilibrio, que llamamos homeostasis. Por ejemplo la sangre. Está constituida por glóbulos rojos, blancos, plaquetas, etc. Si se produce una herida, las plaquetas la detectan, cambian de polaridad y de forma, se “pegan” a la herida, crean un tapón de fibras y tú te salvas de morir desangrado. Luego el sistema se frena y todo vuelve a la normalidad. En el cerebro, entre las células nerviosas hay un espacio, cuando una señal debe pasar de una a otra, se liberan ciertos elementos que optimizan la conexión. Una vez que el impulso eléctrico ha pasado, una bomba de recaptación, toma esos elementos para utilizarlos la próxima vez. En la depresión falla ese sistema. El corazón funciona equilibradamente, ingresa sodio, se produce el movimiento, sale potasio, etc. Así ocurren infinidad de acciones corporales sin que tengamos la menor idea.
-¿Y entonces?
-En ocasiones el equilibrio, por múltiples causas, falla. A parte del normal envejecimiento también por herencia defectuosa de genes, stress, consumo de alcohol, drogas, mala vida, deficiente alimentación etc. Roto el equilibrio se presentan las enfermedades. Hasta aquí, muy brevemente para que entiendas, lo que ocurre en nuestros cuerpos.
Hay un momento del desarrollo de un ser en que todo (salvo excepciones) funciona perfectamente y podría ser casi inmortal. Pero cada vez que una célula se divide para formar otra, una pequeña parte del ADN pierde parte de su eficacia. En la próxima división perderá más y así sucesivamente. En algún momento ya no tendrá capacidad para crear nuevas células, el organismo se dirigirá lenta pero inexorablemente a su final. Como antes te dije.
Una vez que un ovulo ha sido fecundado por un espermatozoide el milagro de la vida comienza. Se produce un crecimiento muy rápido, las células se especializan y crean a un nuevo ser humano. Con el tiempo ese sistema se va deteniendo. Una vez que hemos crecido inexorablemente nos dirigimos hacia las enfermedades y hacia la muerte. Con el tiempo el motor de las células se gasta y se vuelve más y más ineficiente.
-Explícame más.
-El mecanismo de la vida. Por un lado lograron modificar el reloj bilógico que hace que las células vayan perdiendo la capacidad de reproducirse. Desarrollamos el método para que un cuerpo pueda auto regenerarse, utilizamos el mismo sistema que hace que en un feto o en un niño, sus células se reproduzcan velozmente. Las llamamos embrionarias. Son las encargadas de dar lugar a todos los tejidos del cuerpo. Tienen la asombrosa capacidad de convertirse en muchos tipos de células diferentes del organismo. Al servir como una especie de sistema de reparación para el cuerpo, pueden dividirse potencialmente sin límite para reponer otras células que se hayan dañado o que se deban reemplazar.
El desgaste de las células pasa desapercibido, pues estas nuevas progenitoras las reemplazan permanentemente, siempre son nuevas.
Se necesitaron miles de pruebas, fetos y cordones umbilicales….y personas.
Te dije, yo miraba a las alambradas. Esas caras no puedo olvidarlas.
Caminaba cada mañana desde mi barraca a los laboratorios. Ellos estaban allí, siempre distintos pero el mismo sufrimiento. Silencio ¡no puedes imaginar tantos ojos mirándome! En esos momentos mi mente volvía a mi familia, a mis amigos, a todo el dolor que yo había sentido y trataba de odiarlos, a ellos al enemigo.
-Ellos no eran tus enemigos.
-¡Lo sé! ¿Pero a quien odiar entonces? ¡No imaginas el terror que se siente ante un bombardeo! Allá arriba, hombres que nunca verás, lanzaban fuego y destrucción. Cientos, miles de ellos masacrando a cada habitante que caminaba sin armas. Desde sus países les dijeron que éramos el enemigo ¿Lo fuimos nosotros seres indefensos? Tuvimos nuestro país, al que amamos y desarrollamos inmensamente. ¿Sabes por qué ocurrió la guerra?
-Sí, porque el Anciano la inició.
-Eso es una mentira. Sencillamente nuestro desarrollo social y tecnológico no solamente sorprendió al mundo, creyeron que constituíamos un peligro. Nos llevaron a la guerra.
-Pero volviendo a los campos esos seres estaban indefensos.
-Sí, y ese ese es el peor recuerdo que taladra mi alma. Quiero convencerme que aún los odio, incluso cuando todos ellos ya hayan muerto, pero no lo logro. Se confunden espantosas sensaciones en mí. Desearía tanto hacer justicia con los que nos destruyeron.
-Trata de sacar eso de tu mente, te destruirá.
-¡No puedo! ¡No puedo!
-¿Cómo es posible que ante una gran herida tus tejidos cicatricen rápidamente?
-Es difícil de explicártelo, no lo entenderías
-Inténtalo.
-La casualidad vino en nuestra ayuda. Estaban estudiando una enfermedad que se da entre los euroasiáticos. Buscaban algo que nos diferenciara de los no arios. Encontraron un severo trastorno de hipercoagulabilidad. ¿Cómo te explico? Ante una herida existen tres momentos. En el primero las plaquetas (que corren en la sangre) se activan, cambian de forma y se pegan a la herida. Forman un provisorio tapón. Eso dura unos segundos. Luego se crea (a través de un muy complejo sistema) un tejido de fibras, que cubre mejor la herida. Dura minutos. Finalmente la cicatrización cierra el proceso que puede tardar un par de semanas. Descubrieron que muchas mujeres embarazadas, que portaban esa enfermedad de la sangre, sangraban muy poco en el parto. Los soldados heridos apenas lo hacían. Así se pensó que poseían una enorme ventaja sobre otras personas. Pero no era así. Tenían una enfermedad de hipercoagulabilidad.
-¿Y entonces?
-La sangre puede generar un taponamiento del sistema. Crear trombos, que pueden ocluir una vena o arteria y matar al individuo.
Todo el sistema plaquetario funciona en armonía, salvo en la enfermedad. Una vez que la herida es cerrada, todo el proceso de coagulación se detiene y vuelve a la normalidad. Las plaquetas regresan a su forma normal y circulan libres, hasta otro proceso, como dije.
-¿Cómo es posible que tus heridas cicatricen en segundos?
-¡Quieres saber mucho! ¡Será peor!
-¡Dímelo!
-Lograron que en mi sangre las plaquetas y el tapón fibroso se realice en casi un solo paso. Pero fundamentalmente sin crear en mí un riesgo de hipercoagulabilidad, es extraordinario. Ya ves.
-¿Pero cómo?
-Modificaron muchos parámetros y esperaron a que no tuviese mutaciones en mi ADN. Sencillamente sospechaban pero no lo sabían con certeza. Tuvieron mucha suerte y yo también. Cientos, miles sucumbieron antes.
-¡Estoy maravillado! Simplemente nuevas células.
-No exactamente, cada organismo posee una secuencia específica de ADN, una complejísima cadena de genes. Cuando uno cambia o muta, el organismo puede verse afectado y desarrollarse una patología específica. Nuestros científicos hallaron algo así como la huella digital para cada ser humano. La llave, el Grial. Perdimos la guerra, los vencedores nos quitaron muchos de nuestros descubrimientos, pero el más grande no lo tienen. Por eso debo huir y tú debes volver a tu vida. Olvidar todo esto.
-Eso es imposible, jamás, jamás podré.
-Soy la única persona en el planeta que ha ensayado el procedimiento. Aquella niña que yo cuidaba fue asesinada. Por eso trataron conmigo.
-¡Eres inmortal!
-No exageres, sana y es suficiente. Todos moriremos.
-Es un descubrimiento que supera todo, el sueño humano hecho realidad.
-¡No! Es una locura. La naturaleza llegó desde un mínimo ser hasta nosotros con tres herramientas, prueba, error y muerte. Una y otra vez. Un ser defectuoso moría y nacía otro mejorado. Miles de años y el hombre quiere contradecir la base de la naturaleza. ¿Qué crees que pasaría si millones de seres fuesen como yo?
-No lo sé.
-No te imaginas el mundo que vendría. ¡Basta! ya lo sabes. Si alguien más llega a saberlo ambos moriremos de la peor manera. Si me arrancan el secreto quien sabe que podría ocurrir.
-¿Qué pasaría si una gota de tu sangre toca la mía?
-¿Quieres ser como yo? Imagina que no te enfermas, ves a tus hijos sufrir el dolor que no podrías sentir tú. Tu familia envejecería y estarías casi siempre joven, al menos muchos más que ellos. Nada podrías hacer, solo verlos deteriorase. ¿Quieres una gota de mi sangre?
-No, mejor no.
-¡Muy bien! De todas formas, no funciona así. Deberán encontrar los procedimientos.
-¿Ese Doctor cómo era su nombre?
-Joseph Mengele.
-¿Mengele? ¡Dios mío!
-¿Aún vive?
-Sí y atendía en Buenos Aires junto a otro gran médico Karl Vaernet.
¡Ahora no vas a creer lo que te diré! Mengele ingresó al país con el nombre de Helmut Gregor, el 29 de junio de 1949. Lo gracioso es que luego uso su verdadero nombre.
-¡No puede ser!
-Sí, solicitó la rectificación de su apellido y obtiene la Cedula de Identidad de la Policía Federal. Le otorgaron el documento como Josef Mengele.
-¡Pero lo buscaban!
-¡No me digas! Qué interesante. Ya que te gusta tanto escribir te daré sus direcciones. La del consultorio que compartió hasta 1954 con Vaernet: Uriarte 2251, del Barrio de Palermo. La chapa con su nombre estuvo en la puerta largo tiempo. Sus domicilios: Sarmiento 1875, Olivos. Azcuénaga 1551, Buenos Aires. Arenales 2460, Florida y Dreysdale 3575, Carapachay.
-¿Cómo recuerdas todo?
-¡Gracias a él! ¡MI memoria!
-¡Es una broma!
-Lo he visitado varias veces. Me practicó varios estudios.
-¡No es posible!
¡Basta no me preguntes más, basta por favor! Quiero que me ames, que me ames. El final se acerca.
-Sí, soñaré siempre cuando llegabas a mi cama envuelta en tu toalla.
¡Debes olvidarme! Tal vez te escriba y tengas una sola vez noticias mías.
-¡Prométemelo!
-Está bien, te lo prometo, pero solo una vez. Guarda los mejores recuerdos de esta dicha que ambos hemos vivido. Nadie podrá nunca quitárnosla. En los días grises que lleguen, a nuestras solitarias vidas, cerraremos los ojos y pensaremos en éste tiempo. Ahora ven aquí. ¡Ámame!
¡Nos queda poco tiempo tan poco tiempo!
11 de Marzo 1958
Todo se vuelve gris. Como si un gigantesco pincel hubiese borrado el color de las ventanas. La fuerza del verde de los pinos. El plateado de los eucaliptus. El marrón suave de las calles. El campo inmenso es ahora un sucio recuerdo de otros días.
¡He vivido tanto en tan poco tiempo! Ella, la magnífica Frida se va apagando. Detrás de esos ojos azules la locura del fuego y el dolor quieren asomarse a esta triste vida de hombres simples de campo. Su alma se agita bajo las titánicas fuerzas de los terribles recuerdos.
Regresaba de comprar alimentos y una extraña música me recibió. Me quedé petrificado. Cerca de la casa, desde una de las ventanas, una maravillosa melodía trepaba hacia los cielos. No quise entrar e interrumpir ese momento mágico. Una flauta creaba imágenes. Cientos de ellas en una catarata extraordinaria de tonos. Subían y bajaban. De pronto un breve silencio lograba angustiarme hasta que otra vez los sonidos me trasportaban a mundos aún no soñados. Me dejé caer de rodillas absolutamente extasiado. Cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba allí. Me encontré en una inmensa habitación cuyo techo no alcanzaba a distinguir. Una gran cortina se corrió. Surgió un inmenso coro de niños, vestidos de blanco; acompañaban a la flauta, creando una alegría imposible de describir. Ahora miles de aves, nunca vistas, atravesaban el estar, creando un gran arcoíris y una suave brisa con sus pequeñas alas.
La música cambió llevándome a una planicie.
Caminaba sobre una gruesa hierba. Me acosté sobre ella disfrutando su suavidad. En lo alto brillaba un cielo profundamente azul, surcado por nubes de miles de formas.
La música escalaba decenas de tonos, se calmaba y volvía a bullir. Me envolvía. Acariciaba la hierba como un viento tiernamente inesperado. Me incorporé. Caminé hacia abajo de una cuesta.
El cielo se cubrió lentamente. Las nubes blancas dejaron paso a otras suavemente grises.
A lo lejos una pequeña casa me llamaba.
Me deslizaba casi sin pisar el suelo, sin cansancio, feliz.
Crucé un breve bosque de encinas. El profundo aroma de la foresta me asaltó como cientos de curiosos ojos de pequeños animales. Otra vez en campo abierto. Me acercaba. Lograba ver sus ventanas iluminadas.
Las nubes se volvieron más y más oscuras. A lo lejos escuche el fragor del trueno. Me detuve y vi la luz de un rayo.
La flauta se multiplicó por cientos. Infinidad de notas se enroscaron en el aire trepando muy alto. Me empujaban hacia mi refugio. Corrí, corrí volando sobre la tierra que comenzó a recibir las primeras gotas.
Una inmensa bandada de extraños y oscuros pájaros voló hacia el bosque.
El rayo se acercaba. Una cortina de agua se descargó furiosa, mientras decenas de aromas brotaban y subían por mis piernas inundando mis sentidos. Con él último rayo cayendo muy cerca abrí la puerta. La casa se encontraba vacía. Solo un gran fuego en la chimenea iluminaba el estar. La noche había llegado. Afuera toda la oscuridad ocultaba la brutalidad de la tormenta. El cielo se deshacía.
La música continuaba ahora con un dejo de tristeza. Más tenue. Mientras, tiritando, me secaba al fuego, la melodía fue aumentando mi desasosiego, revelando mi oscuro mundo. Y como había comenzado cesó y yo estaba de rodillas en la puerta de la cabaña.
Entré y sin comprenderlo encontré a Frida con la flauta en la mano. Nunca la había visto tocar. Ella lloraba lenta pero desconsoladamente. La abracé sin saber que decir.
Hoy entre llantos me ha contado muchas más cosas. El movimiento alemán en nuestro país. Desde la lejana Patagonia, pasando por los inmensos bosques y lagos del sur hasta sus contactos en Buenos Aires y otras ciudades. Nombres, fechas, datos que resultan increíbles.
Me ha dicho que el gobierno nacionalista alemán no pensaba en invadir la Patagonia. Todo lo contrario, usarla como un bastión del Reich. Claro que apoyado por el gobierno de Perón de clara tendencia nacionalsindicalista. Pensaron en enviar tropas y armamento para reforzar este “fuerte” en el fin del mundo. Y el lugar se prestaba absolutamente para esos planes compartidos. Imaginaban una expansión mundial. La Argentina ubicada justo entre los dos océanos y por ende en el camino hacia Japón. Pero al caer Stalingrado se divide el Eje desde los puntos más importantes de abastecimiento de tropas, alimentos y armas para las ciudades.
Si se hubiese podido abastecer a la Argentina en tiempo y forma todo hubiese sido disto, pero entonces fue imposible. Se perdía la guerra y esa idea de un sur americano aliado fue impracticable. Pero aún quedaba algo. Nuestro país sirvió de salvoconducto con el fin que la doctrina nacionalsocialista no se perdiera y quizás diese a alguna esperanza a algunos de la cúpula del Reich.
Hacia finales de la Segunda Guerra el Estado Mayor de los Estados Unidos realizó una operación para utilizar a muchos científicos alemanes. En algunos años, cerca de 1500 científicos nazis son sacados de Alemania y reclutados para trabajar contra la URSS. Realizan investigaciones principalmente sobre armas químicas, el uso de psicotrópicos en la tortura y la conquista del espacio. Lejos de situarlos en puestos subalternos el Pentágono les confía la dirección de estos programas. Finalmente la codicia por el conocimiento deja de lado los “antecedentes” de muchos de ellos. Nombres fundamentales (según Frida) Wernher von Braun, afiliado a las SS. Así, Theodor Zobel es acusado de haber efectuado experiencias con seres humanos cuando dirigía los túneles de pruebas aerodinámicas de Chalais-Meudon, en Francia. Otto Ambros es de los que se benefician con el programa. Director del IG Farben durante la guerra, participa en la decisión de utilizar el Zyklon B (producido por una filial del IG Farben) en las cámaras de gas y escoge Auschwitz para instalar una fábrica.
Frida me ha brindado muchos más nombres y es inconcebible.
Friedrich Hoffmann es uno de los primeros en llegar a la base americana. Sintetizaba durante la guerra los gases tóxicos y las toxinas para el laboratorio de química de guerra de la universidad de Würzburg y el Instituto de Investigaciones Técnicas de la Luftwaffe. Una vez en los Estados Unidos, es encargado de crear nuevos trajes de protección y antídotos contra los dos gases más mortales, el Tabun y el Sarín, llevados en grandes cantidades desde Alemania a los arsenales norteamericanos.
¿Cuál es la verdad? ¿Para qué se perdieron tantas vidas? Nada a importa a los políticos, solo más poder, sin importar el costo.
Los otros días ella me hizo una pregunta. En ese momento estábamos lejos de casa y solo contaba con un anotador. Me dijo -¿sabes cómo se organizó el Servicio de Inteligencia Policial en tu país? Le respondí que no tenía idea. Y dijo -Perón tuvo un Secretario Personal, hijo de alemanes y conectado con la elite de la Gestapo, Rodolfo Freude. Fue el encargado de traer a científicos, economistas, militares, ingenieros y expertos en seguridad desde Alemania. Fue Perón junto con el personal de la Policía Política Alemana, nuestra Gestapo, quien crea un sistema policial a imagen y semejanza de esa organización. La llamaron Orden Social, luego Coordinación Federal. Le dije que eso es descabellado. Rió y exclamo -¡tonto!, debes aprender que nada es lo que parece. Si te cuento todo esto es por una sola razón, sabes mi secreto. Al conocer los datos que te doy tal vez puedan ayudarte a salvar tu vida. Podrás usarlos en un caso extremo. A veces el hacer público un secreto puede servir para detener un ataque. Pero no es seguro. Solo trata de olvidar y volver a tu familia.
¿Cómo podré lograrlo? ¿Será cierto todo esto? ¿Dónde está la verdad, Dios mío, donde?
12 de Marzo1958
Desayunábamos y Frida, con los ojos hundidos y húmedos a dicho sorprendida -¡he perdido el reloj que mi padre me obsequiara! Le pregunté dónde. “En el estanque” -dijo. Le pedí que fuésemos a buscarlo. Bajando la vista me pidió que lo trajese yo. Ella debería ir a ver a una mujer que le faltaba poco para dar a luz. Sin ganas subí a la camioneta y me dirigí a nuestro remanso. Al mejor lugar en el mundo, donde bajo el enorme sauce llorón nos amáramos tantas veces.
La camioneta levantaba una polvareda enorme. Me tapó la visión hacia atrás.
Dejé a mi espalda la larga línea de eucaliptus y salí a campo abierto. Tres tranqueras abrí y cerré.
A medida que me acercaba a la aguada mi corazón se aceleró. Un espantoso presentimiento trepaba por mis piernas hasta el pecho. La cabeza me pesaba. Paré, bajé del vehículo y caminé los últimos pasos hasta la sombra del sauce. Ya escuchaba el suave rumor del arroyo cayendo en el estanque. Vi los ojos de Frida llorosos. Su mirada baja. Sus palabras entrecortadas. Antes de llegar ya lo sabía. Finalmente vi el reloj sobre la carta. Caí de rodillas. Leí llorando a gritos sus últimas palabras. -Te dejo mi recuerdo más preciado. Que cada segundo te lleve dulcemente mi imagen, pero trata de no sufrir. ¡Me has hecho tan feliz! Me brindaste luz en mi oscuridad. Esperanza en la incertidumbre La más exquisita y tierna dulzura. Me has hecho sentir mujer y le has otorgado un sentido a mi existencia. ¡Te amo tanto!
PD: ¡Gracias, gracias querido Mario! Vuelve a tu familia. Una cosa más, no puedo ocultártela me has dado lo más maravilloso que una mujer puede tener: ¡Una hija! ¡Sí serás padre! Quizás, si algún día las fuerzas oscuras dejan de perseguirme, te haré saber de ella. Quédate tranquilo, estará bien y protegida.
¿Por qué digo una hija? ¡Estoy seguro que será niña! Y se llamará Ana ¿Te gusta ese nombre?
Te querré siempre. Sufre lo menos posible. Tuya para siempre Frida.
El campo entero escuchó mis gritos desesperados. Corrí a la camioneta, corrí, rompí varios alambrados. Volví a la casa. Se la habían llevado. Nada quedaba allí.
El silencio inmenso de la pérdida fue tapada a ratos por el sonido de una paloma. Esa música que yo tanto he amado parecía decirme ¡es el fin! Volví a la camioneta, corrí al centro del pueblo. A las tres de la tarde todos dormían la siesta. Un paisano cruzó la plaza solitaria. Llegué hasta él y lo tomé bruscamente del brazo, mientras le gritaba ¿Quiénes vinieron? ¿Cuántos eran? Se soltó diciéndome que no había visto nada.
Regresé a la casa. Buscaba algo, un mínimo recuerdo que la trajera de vuelta. Allí estaba sobre una silla, un largo pañuelo para la cabeza. En el colmo del frenesí lo olí a borbotones. Aún su perfume estaba allí. Abrí una botella de licor y la tomé integra. Estoy en plena noche. La borrachera se me ha pasado. Escribo estas últimas palabras en la angustia más intensa de toda mi vida.
Nota del autor
No hay más escritos de Papá. Ninguna anotación posterior. Ni una sola explicación a la familia sobre semejante aventura. Es lógico que no pudiese contar su amorío con Frida pero el cúmulo de informaciones es sencillamente abrumador ¡Y no dijo nada! Sencillamente cerró aquel Diario e intentó olvidar.
Trato de pensar en aquella época en que yo tenía ocho años. No puedo recordar.
Estoy convencido que mi hermano nada supo de Frida, ni de las aventuras de nuestro padre con el que fuese el hombre más poderoso del planeta. Como dije Judith menciona el nombre de nuestra hermana Ana. Que conoce por los hombres que la secuestran y que desesperadamente quieren encontrarla.
Seguramente Frida le escribió a papá contándole sobre la hija de ambos, aunque él nunca habló de ella.
Recordemos que Alejandro logra que llegue a mis manos la carta donde se menciona el nombre de Ana, minutos antes de morir.
He revisado una y otra vez el arcón donde encontrara El Diario y las Cartas. Los pocos papeles que dejó papá no arrojan ninguna pista.
La decisión final
Al final del camino cada pieza de esta historia estuvo en su lugar.
Tal vez todo lo narrado no es cierto y solo ha sido un trabajo literario de mi padre. Quizás el deambular de mi hermano por la Patagonia consistió solo en las aventuras de un muchacho extraño y algo extraviado. También es posible que la muerte de Judith nada tenga que ver con un secuestro y sus maquinaciones se hayan debido a un ser perdido mentalmente por las brutalidades de la guerra. Y bien puede ser que todo lo que me ha ocurrido haya sido por mi imaginación exacerbada.
Quizás no tenga una hermana cuya sangre encierre el secreto de la juventud. ¡Eso deseo! Pero las pruebas son de tal magnitud que me resisto a creer que será tan sencillo librarme de todo esto.
Así he podido a comprender lo inmenso de la tragedia y lo que podría pasar si se llegara a conocerse el último eslabón de la cadena, que ya no me afectaría solo a mi o a mi familia, sino a cientos, tal vez a millones de seres.
Regreso a mi hermano Alejandro. A su vida marcada por el abandono, el dolor y la muerte. Recordé sus ojos mirándome desde su cama agonizando. Cuántas cosas podría haberle preguntado antes, cuando aún teníamos tiempo.
Seres tan disímiles, mi hermano, papá, un Adolfo Hitler, ya viejo y olvidado, pretendiendo, desde un ínfimo pueblo de la Provincia de Buenos Aires, que un don nadie, un simple vendedor de herramientas, como mi padre, compartiera sus palabras de grandeza, en un gesto inútil y final, pero necesario.
Frida, su adorada Frida, entregándosela a papá
Judith, la esposa de mi hermano, tomando una misión para arrancarle el secreto tan buscado. Suicidándose en un acto de amor incomprensible.
Mi padre perdido en su necesidad de huir de mi madre.
Mi propia madre trabajando arduamente, para sostenernos, a mi hermana y a mí, en la vieja casa de la calle Gascón 2335 de Mar del Plata, en Argentina, mientras mi adolescencia transcurría sin que me diese cuenta de los extraños sucesos que estaban trascurriendo.
Veo, el tiempo que, como fina arena, se escapa de mis manos, grano a grano. Pero es un viaje hacia atrás, que de todas formas se mezcla con ayeres y presentes.
Estoy parado ahora frente la tumba de Otto Luwing, en este olvidado cementerio de Saldungaray, en la Provincia de Buenos Aires, mientras el viento inexorable me hiela hasta los huesos. El camino polvoriento se pierde entre los tilos. Supongo que bajo esa lápida se encuentra otro cuerpo que nadie imaginará nunca.
El tiempo borrará también el nombre sobre el mármol. Ya nada quedará. Curiosamente la información sobre su destino final me llegó por pura casualidad. Una vía no relacionada con ésta historia (o tal vez sí). Lo diré: Un ex agente de Inteligencia de la Armada, interesado en la historia, me proveyó de documentación clasificada (parte de la cual he mencionado en parte) en la que se indica el lugar donde “Don Otto” se convierte en polvo. Mientras el mundo lo recuerda como el monstruo.
La arena corre entre mis dedos. Estoy en el desván, buscándo lo que mi tío me pidiera. El sol juega con las sombras y veo el arcón.
El Diario corre hoja a hoja entre mis manos.
Mi padre desde el fondo del tiempo habla de su aventura con ese viejo que suponíamos muerto hace mucho tiempo.
Una tumba abierta en el fango. El cementerio de la Chacarita, absolutamente tétrico, en la furia de la tormenta. El ataúd de mi hermano, tirado rápidamente al agujero inundado, mientras nos espían.
El tiempo extrae recuerdos de mi mente a borbotones.
Alejandro volviendo a Buenos Aires.
La avidez de Olga, su segunda esposa, acaparándolo todo. Fría e insensible.
Alejandro castigado, viajando a en un polvoriento tren hacia la Isla Leones, en el lejano Chubut, al destacamento militar.
El faro cómo un único y solitario ojo. Las innumerables tormentas. Los vientos implacables. La lluvia taladrando los techos de chapa. Las noches increíblemente largas. Las olas barriendo gran parte de la isla. El aislamiento. Los cielos negros desbordados de rayos y truenos, estallando en las rocas. Buenos Aires en un norte inalcanzable. Las cartas a sus tías. El silencio de nuestro padre.
Luces en la noche. Llamadas quizás a los U-Boats.
El despertar de Alejandro. La llegada del primer submarino. Alemanes desde la guerra a la Patagonia.
El fin de la inocencia. El escape. La navegación hacia el norte.
El cruce por la estepa hacia el Oeste. La soledad y la intemperie. Un pobre muchacho con sus sueños destrozados. Huyendo, siempre.
El corazón enorme de Don Eusebio, cuidando de mi hermano. Otra vez la percusión, buscándolo.
La separación. La inmensa tristeza de Don Eusebio.
La carrera hacia los bosques.
El silencio de las noches. Los fuegos calentándolo en alguna gruta. Los inviernos durísimos. Las aves altas en los cielos de montaña. Él mirando esa libertad sublime. El deseo de escuchar alguna vez una voz humana. La caza para alimentarse. Los bosques para pasar desapercibido.
El alma añorando una mano, una caricia.
Las largas cartas enviadas a nuestro padre.
Los trabajos en las estancias. La vuelta a la naturaleza impredecible. Desvanecerse, una y otra vez.
La nieve en las montañas. Los amaneceres helados. Las pieles cubriendo su cuerpo. Los ojos y el alma cansados. La esperanza de ver a papá.
Su niñez, correteando en la vieja casona de Flores, en Buenos Aires.
Mi hermana y yo, lejos de él, en Mar del Plata
Mi padre sin trabajo fijo, deambulando por los pueblos, vendiendo herramientas.
Mi madre, mi hermana y yo, siempre solos.
Papá casándose con Noemí, mujer extraordinariamente culta. Gran pianista. Él cantando arias de ópera, mientras ella desgranaba magistralmente cada nota en el piano.
Mi madre, amiga de Noemí aconsejándola que no se casara con mi padre, por que éste era poca cosa para ella y luego contrayendo matrimonio con él.
La muerte de Noemí, la madre de Alejandro, durante el parto.
Mi padre casado por segunda vez, ahora con mi madre.
Ella rechazando a Alejandro pequeño. Mi padre inmutable.
Más atrás, aún más lejos. La arena resbala ávidamente entre mis dedos. El tiempo corre en un vendaval de imágenes.
El Coronel Cortina, tatarabuelo de mi abuela materna, cabalga junto al General, Don José de San Martín. Camaradas, amigos, a las órdenes de la Patria Grande. Que un día traería a otros hombres sucios por el humo de la Guerra. Patria que mucho más tarde se vería desgarrada por la corrupción generalizada de pueblo y gobiernos.
Tiempos en que aquellos que soñaron con un futuro de grandeza no pudieron imaginar la desolación sin esperanzas que traería el futuro.
Una patria desgarrada por seres miserables. Luego, cuando creíamos haber llegado al fin al sueño colectivo, trajeron mentiras una y otra vez, en nombre de la democracia
El indio, en las inmensidades del sur y de la Pampa corretea libre. Cabalgando con el viento. Persiguiendo los horizontes.
El hombre blanco. El maldito Juan Manuel de Rosas dando la orden de la “Solución Final” “Dejen solo a las mujeres de menos de 20 años. Indios, indias y niños, me los matan”
Los malones. La resistencia. Los Caciques, cuyos nombres poco conocemos. La tenaz lucha contra el invasor español. Los mapuches, los puelches.
El criminal Julius Popper, un ingeniero rumano, que mataba onas por diversión.
Niños indígenas corriendo despavoridos ante el fuego de los rémington y el filo del acero.
¿Qué patria hemos hecho? ¿Cuánta sangre y mentiras aún debemos soportar?
Holocaustos, muchos e incontables holocaustos. Sí. No hubo uno, fueron cientos. Miles, tantos como la abrumadora historia humana.
Desde el fondo del lejano sur, antes que siquiera nos dijesen que somos argentinos, ya se realizaron inmensas matanzas de inocentes. Luego vinieron otras.
La Guerra, los rusos violando y asesinando a las alemanas . Ciudades reducidas a polvo. Hombre a hombre, mujer a mujer, niño a niño. Los libertarios aplastando cada vida.
El ardor, la carne quemada en Hiroshima.
¿Los judíos víctimas?, sí, unas más entre tantas.
¿Qué hacer si la ley no nos protege?
Elegimos a nuestros “representantes”. Firmamos el supuesto contrato social, entregamos gran parte de nuestra libertad y luego, ellos hacen lo que se le ocurra.
¿Cómo lograr un país de Derecho, sin exclusiones, donde la justicia sea el más preciado bien?
Una vez que los políticos toman el poder, nosotros, los súbditos miramos atónitos, por las ventanas del palacio, la eterna fiesta.
Otro poder, mucho más siniestros y sutil ha inundado el corazón del hombre. El ser humano, que es el único que se plantea el porqué de su existencia, lleva la carga de su propia muerte. La esperanza innata lo induce a creer sin ningún fundamento en el después. Ellos lo supieron casi desde el comienzo de los tiempos y procedieron en consecuencia. Fueron creando religiones. Se inflamaron las mentes con premios y castigos. Paraísos e infiernos. Se alzaron catedrales, y el hombre miró hacia el cielo creyendo en las promesas. Así, un poder ayudó al otro y se potenciaron.
Hoy creemos que vivimos en libertad y esperamos (si respetamos el estatus quo) que tendremos nuestro premio: después de la vida. Claro que son tan increíblemente perfectas las religiones, que nadie va a poder quejarse de la inexistencia del infierno ni del paraíso. Sin embargo la gente seguirá creyendo, ya que es más sencillo que la duda y menos temerario. Los gobiernos se sirven de esa ignorancia en su propio provecho.
¿Existe Dios?, sinceramente no tiene ninguna importancia. No al menos en los asuntos humanos. Sufre tanto un inocente niño con cáncer, un aciano olvidado, un ser hambriento o cualquier otra forma en que el dolor se presenta en la carne humana. ¿A quién le importa? ¿Acaso la única manifestación divina debe ocurrir después y no antes de la muerte? Así es claro que el Dios que creemos que nos ama y nos protege, no lo hace cuando sufrimos. ¿Quieres llamarlo naturaleza?, está bien, quizás orden, complejidad maravillosa de nuestros cuerpos. La música del Universo, que de la nada se creó. Polvo incandescente, gravedad, esferas de luz formándose, girando, brillando. Tiempos inconcebibles, eones, mundos y en uno de ellos, perdido en el frío vacío del espacio, nuestro ínfimo y maravilloso planeta. El único lugar donde estar. Nuestra casa, repleta de agua y de vida. ¿Es eso Dios? Tal vez. Me gusta pensar en el orden como una ley. Pero ese Dios no es de ninguna manera el que nos quieren vender.
No tenemos más hogar que ésta esfera azul, terriblemente superpoblada, sin más certezas que nuestra corta vida. Con una civilización superflua y egoísta. Con más preguntas que respuestas.
¿A dónde iremos? ¿A dónde?
La decisión se acerca. El elixir de la vida. Un mundo sin enfermedades. Cuerpos perfectos capaces de auto regenerarse. Ciento treinta o quizás ciento cincuenta años de lucidez. Nunca más cáncer, ni malformaciones. La cura para casi la totalidad de las patologías.
¡Un mundo prácticamente sin médicos! Allí está la copa que podría hacernos al fin libre ¿Libres?
Ahora tengo en mi mente la cara de mi hermanastra, allá en el sur patagónico. La imagino en su casa. En la soledad de la montaña, sin marido ni hijos. Esperando sencillamente que el tiempo también le alcance y el secreto tan buscado, desaparezca con su muerte.
Entonces si todo esto es cierto, si no ha sido, como deseo, una extraordinaria ficción de mi padre, Ana, mi hermanastra es seguramente como su madre. Si la encuentro y hablo de su existencia, correrá un peligro mortal. Su vida y la de millones de seres están ahora en mis manos.
La raza superior puede ser ahora el hombre nuevo. Cada ser del planeta, todos.
¿Un nuevo comienzo? ¿O el comienzo del final? ¿Tengo derecho? ¿Una vida vale más o menos que la de millones?
¿Podré ser tan obtuso como para creer que ella será respetada? ¿Qué graciosamente todo ese conocimiento se utilizará para mejorar vidas?
El viento corre por el cementerio, hace frío. Miro por última vez el mármol negro y unas estúpidas flores de plástico.
Camino solitario entre las tumbas. El enorme portal del pequeño cementerio queda atrás.
Cientos de millones de vidas, de inocentes masacrados, se han olvidado como si nada hubiese importado.
¿Quiénes tenían la razón en la guerra? ¿Los que ganaron o los que la perdieron? La respuesta es sencilla, en la guerra no hay razones, solo verdugos, de uno y otro lado.
Vuela el polvo del camino. Levanto el cuello de mi abrigo, ahora llueve. Se ha levantado un viento fuerte y helado que me empuja indiferente.
Bajo el último tilo, antes de buscar la calidez de mi automóvil, me apoyo en árbol sin hojas. Sus ramas se alzan al cielo gris como si un enorme esqueleto humano le gritara a su Dios invisible ¿Por qué?
Cierro los ojos y cientos de imágenes pasan asombrosamente por mi mente: Hombres parecidos a monos matándose. Pequeñas tribus. Días de hielos, ciudadelas, desiertos. Volcanes cambiando la superficie terrestre. Ciudades amuralladas, templos, pirámides, ejércitos marchando. Conquistas, inocentes, fuegos. Piedras lanzadas por máquinas. Imperios que nacen y desaparecen. Civilizaciones tragadas por la arena y el tiempo. Dioses inertes de piedra, deidades, creencias. Cargas de caballería, espadas, cruces, torturas, llantos, iglesias, poderes. Reyes, soberanos, países, colonias, holocaustos, matanzas. Pueblos huyendo, desesperación. Invocaciones a los dioses, plagas, más guerras, naciones contra naciones. Odios, brutalidad, matanzas en masas, ignorancia. Miradas hacia el más allá, papados repletos de oros y mentiras. Falacias, tecnologías, destrucciones. Pilas de cadáveres, fosas, hornos, bombardeos. Matar en nombre de la libertad, libertad en nombre del capital, capital en nombre de la avidez. Selvas calcinadas en nombre del futuro. Fábricas en nombre de la esclavitud. Comprar, acceder, bienes desparramados por el mundo, barcos llevando todo lo innecesario de un punto a otro. Montañas convertidas en desiertos en busca del oro y del carbón. El veneno nuclear desparramándose hacia las aguas. Selvas sin verde, árboles cortados, cielos marrones. Autos y más autos. Hambrunas, misiles, guerras en busca del petróleo. Mentiras y más mentiras. Políticos riéndose de todos aquellos que los eligieron. La tierra vista desde el espacio cada vez más marrón. Nuestra hermosa burbuja azul... nuestro hogar, único y maravilloso, envenenado por todos nosotros.
Estoy mareado, todo da vueltas, el Diario. Mi padre impasible. Mi hermano. Un viejo gastado, en un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Atilo Bebilaqua, Frida. Judith. Olga. Don Eusebio. El Faro en la Isla Leones. Los U-Boats en nuestras costas. La base Alemana en el Polo. Ana mi hermanastra y el secreto en su sangre. Hombres buscando la clave última del hombre.
Ráfagas de viento, hojas arrastradas, tierra y soledad.
Allá se encuentra la entrada al cementerio. Cómo una gran boca, parece reírse de la humanidad entera gritando ¡esperen! Todos pasarán por aquí, solo es cuestión de tiempo.
La carta náutica en mis manos, la posición del U-Boat, en las oscuras aguas australes
¿Sobrevivir? ¿Acaso hay esperanzas?
Tengo frío, el alma me pesa, la decisión final. La salvación para los enfermos, una mejor vida para todos. ¿Para todos?
Imagino a nuestros gobernantes utilizando para ellos el conocimiento, perpetuarse, es lo que hacen siempre. Luego vendrán desde el norte a arrebatarnos el elixir de la vida. Crearán sí, una nueva raza, o etnia, como Adolfo quería, solo para algunos de ellos. Volverán a mentirnos. Las iglesias hablarán de milagro y cada gota de sangre de mi hermanastra se cotizará en oro.
Crearán nuevos soldados, más ejércitos. Se reirán de las hambrunas del África, de los humildes, de todos nosotros. Vendrán nuevas y más espantosas guerras. Más diferencias que el “nuevo progreso” creará. Los reyes del mundo, sentados en sus tronos democráticos harán lo que quieran, mientras falsos dioses serán adorados por las multitudes. El Vaticano agradecerá a Dios y recogerá los dineros de los fieles que esperarán inútilmente su gota de sangre.
Miles de millones de seres en un mundo que lenta pero inexorablemente se va extinguiendo. El verde se transforma en marrón, el azul del mar se esfuma, la hermosa tierra, es arrasada. Los dineros se prestan a países y generan, sin esfuerzo espurias riquezas. El capitalismo salvaje quiere más y más.
¿Por qué voy a darles este poder?
Finalmente la nada nos espera a todos. El vacío de la eternidad, ese es el verdadero sentido democrático, las mismas posibilidades para todos.
Puedes creer lo que quieras, sueña inútilmente con un más allá, la nada está ya muy cerca.
Todo da vueltas, en un frenesí sin límites, tengo nauseas por mí, por todos nosotros. Por la estupidez humana, por no razonar y utilizar la maravillosa mente que poseemos.
Veo a un niño en una cama de hospital, sin su cabello, con tubos, siento su dolor y el de tantos otros. Por mi piel se trepan miles de hambrientos en harapos, si sus genes fuesen como los de Ana serían tan fuertes….
La última esperanza, la salvación.
¿Quién soy yo para decidir por todos? ¿Por qué estoy aquí con éste tremendo conocimiento?
Apoyado en el tronco del viejo árbol levanto los ojos hacia las grises nubes, ha dejado de llover.
Más allá, muy arriba el espacio negro se ilumina con las estrellas que no puedo ver. Me alejo, a velocidades inmensas hacia el vacío.
¡Ahora lo he comprendido! lloraré por los enfermos. Portaré una carga infinitamente pesada.
Los humildes seguirán allí resistiendo, hasta que las ovejas se conviertan en lobos, hasta que puedan comprender cuál debería ser el camino.
Un momento en nuestra historia en que los gobernantes rindan cuentas de sus actos con sus bienes y hasta con su propia vida y ello no signifique salvajismo, si no justicia. Un tiempo en que los gobernados podamos juntarnos y legalmente echar a patadas, con un simple trámite legal a todos aquellos políticos “elegidos” que se han vendido al mejor postor.
Sí, lo siento tanto. La carta náutica, la posición del U-Boat se deshace en mis manos. Los pequeños trozos son llevados por el viento hacia el cementerio. Encontrarlo significaría que todo esto es cierto. Ahora al menos queda la duda. No hay copias. Su ubicación descansa en lo profundo de mi mente. Está perdido para siempre. El acero se disolverá lentamente y será cubierto por el fondo marino.
La última carta de Alejandro es llevada por el viento. Mi hermanastra seguirá tranquilamente con su vida y su sangre será solo para ella.
He elegido, este mundo no admite más personas. Dejemos que la muerte siga reinando.
Quizás el planeta posea algún tipo de inteligencia para hacernos desaparecer o quizás para reducirnos dramáticamente. Aún quedan otros 4500 años millones de años por delante. Tal vez otra civilización, otros valores en otro tiempo.
Fin
Dichos
Una vez que terminé de escribir la historia encontré algunas frases y pensamientos sugestivos.
Los personajes que intervinieron en el drama han dejado su impronta en mi espíritu. Quizás al finalizar la obra el lector vuelva a los mismos, aceptándolos o negándolos, es libre de hacerlo, ya que de ninguna manera ha sido mi intención modificar el pensamiento de nadie. Solo narro lo que el destino o la casualidad depositaron en mis manos.
Las guerras me repugnan, no solo porque en ellas muera mucha gente, sino porque las personas que mandan a los demás a la muerte quedan vivas
Nada tan grande como la voluntad
Nada tan frágil como el sentimiento
Nada tan indispensable como la libertad
Y nada tan implacable como el tiempo
Solo se puede luchar por lo que se ama, se ama lo que se respeta y se puede respetar lo que se conoce.
Acerca del bien y el mal
Me he preguntado qué significan estas dos palabras. Si a través de los tiempos e independientemente de las costumbres, han existido siempre acciones humanas que podamos considerarlas el mal en forma absoluta.
Esta obra ha soslayado el tema. Modestamente entiendo que toda vez que una vida humana o animal es sometida, adrede, a cualquier sufrimiento, ello constituye sin duda el mal. Si es así no cabe duda que no hubo un holocausto, existieron cientos. Cada vez que un grupo de persona (y no importa el número) que, por cualquier razón, hayan sido violadas en su vida, inteligencia, libertad, moral, creencias, etcétera, ello ha constituido siempre una tragedia. Ergo: no hay malos y buenos. Existen los seres humanos. Y así como el hombre puede ser un Dios cuando sueña, a veces se convierte un verdugo sin alma. El porqué no lo sabemos.
La historia la escriben los que ganan, no los que pierden, por ello toda descripción de un tiempo es subjetiva, arbitraria e intencionada y nos deja en la incertidumbre de la duda.
Tal vez llegue un tiempo en que las ovejas se conviertan en lobos y los gobernantes -elegidos democráticamente- rindan cuentas de sus actos, con sus bienes y hasta con sus vidas y ello no signifique salvajismo sino justica.
Un día en que la democracia deje de ser una palabra vacía, un invento para que creamos que elegimos y sea el ideal más puro y más noble del ser humano.
Sólo pido dos cosas: Justicia libre del poder político y castigo ejemplar para todo el que rompa el Contrato Social y No tener nunca más vergüenza de ser argentino. Para ello solo se requiere algo: amar a la patria. Los buenos tiempos llegarán entonces sin sobresaltos.
De los sentidos es de donde procede toda credibilidad, toda buena conciencia, toda evidencia de la verdad y ya que ellos son falaces y solo nos permiten una mínima mirada del mundo, entonces nuestras “verdades” solo son una parodia de la realidad. Esto es importante pues no lleva a plantearnos el engaño en que hemos vivido (y aún lo estamos).
En el comienzo, cuando un hombre y una mujer deambulaban ¿felices? en un Edén, el Padre realizó la primera prohibición “No comer del árbol del conocimiento”, ya que el hombre nunca debería llegar a saber cómo Dios. ¿Qué importancia nos trae esta superchería? La más importante: el suicidio de la razón. La obediencia ciega y fanática. Así la fe cristiana (y otras) han mutilado la libertad. Atando al ser a la dependencia, al fanatismo y sacrificando toda posibilidad de crear nuestro destino.
El dogma es la Ley. Uno manda y todos obedecen so pena del castigo o la recompensa extraordinaria de la felicidad eterna. Claro está que la única certeza de la misma depende de la creencia y el sometimiento.
Quizás ésta forma de aprender el mundo sea la consecuencia de cómo nos va en ésta sociedad planetaria.
Lo que llega a nuestra mente, a través de los ojos y oídos, solo son falacias, muchas veces alimentadas por aquellos que necesitan que las creamos, para mantener el Statu Quo.
Hemos entregado lo más preciado: nuestro libre albedrío. Perdimos la armonía y nos convertimos en míseros seres que luego del genocidio mundial esperamos la hostia salvadora que nos redima hasta la próxima ejecución. ¡Es tan sencillo! Solo arrepentirnos. ¡Nuestro Dios es maravilloso!
La naturaleza va perdiendo su balance. Aunque prefiero la nada a un Dios que somete a sus hijos, imagino finalmente que la naturaleza, el planeta mismo, tarde o temprano, nos hará sentir su cólera. Poco importará entonces que nos arrodillemos a implorar.
El equilibrio se deberá restaurar a pesar nuestro.
Referencias
U-Boot, abreviatura del alemán Unterseeboot, «nave submarina» En ésta obra los mencionamos como U-Boats o Lobos Grises.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial, el 3 de septiembre de 1939, sorprendió plenamente a las fuerzas submarinas del III Reich, que apenas se encontraban listas para entrar en acción. Hitler había afirmado que al menos hasta el año 1944 no necesitaría apoyarse en las fuerzas armadas para conseguir sus objetivos políticos, y esa confianza en sus palabras había retrasado de forma ostensible el rearme naval (Plan "Z"), que preveía la construcción de una enorme flota disuasoria, en la que no podían faltar 233 sumergibles en sus versiones costera y oceánica. Al finalizar la guerra lograron fabricar más de 1100 submarinos.
Submarinos Alemanes “Perdidos”
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial permanecen desaparecidos más de 100 submarinos alemanes de los que no se ha vuelto a saber nada. No fueron declarados hundidos, ni se rindieron nunca a los aliados ni a autoridad de país alguno. En los archivos, la explicación sobre su paradero es siempre “asunto no aclarado”. Los aliados descubrieron tras la guerra extrañas irregularidades en los archivos de la Kriegsmarine, como lo demuestra el hecho de que algunos submarinos de última generación llevaban la numeración de submarinos anticuados
Isla Leones
La Isla Leones es realmente inusual y excepcional. Hay enormes colonias de pingüinos Magallanes, de aves marinas de todo tipo y loberías. Se acercan a alimentarse delfines y orcas. Pueden verse mulitas mansas en sus lomas. Esta isla se encuentra al sur de la provincia de Chubut, debajo de la Bahía Camarones, en la boca norte del Golfo de San Jorge. Es toda de piedra con poca vegetación arbustiva y muy espinosa
La altura máxima es de 79 metros (donde se encuentra el faro) y tiene unas dos millas de largo y 1,5 millas de ancho.
El nombre original de la isla fue Barela, por el primer piloto de la expedición de los sacerdotes Quiroga y Cradiel a la Patagonia entre 1745 y 1746, don Diego Barela. En 1780, cuando el paquebote “San Sebastián” efectuaba el reconocimiento del Cabo Dos Bahías, el piloto Tafor lo cambio por el actual, debido a los fuertes ecos que los lobos producían en ese lugar. La población más cercana es Camarones, pueblo pesquero pequeño, que abasteció a los torreros durante más de 50 años. Aún sobreviven el almacén de ramos generales “Casa Rabal”, en cuya fachada se lee la fecha 1901.
Para mejorar las condiciones de seguridad de esa zona, donde había naufragado en 1899 el ARA Villarino (Que trajera los restos del General Don José de San Martín) en las cercanas islas Blancas, el gobierno decretó la instalación de seis faros en diferentes puntos geográficos, uno de ellos sería el de Leones. Según el libro de navegación del balizador ARA Mackinlay en 1915
Faro de la Isla Leones
El Faro Isla Leones era un faro habitado de la Armada Argentina. Su ubicación es 45°03′01″S 65°36′26.77″O, en la isla Leones, frente a la bahía San Gregorio, aproximadamente a 150 kilómetros al noroeste de la ciudad de Comodoro Rivadavia, Departamento Florentino Ameghino, en la Provincia del Chubut, Patagonia Argentina. La isla en la que se asienta se halla en la boca norte del Golfo San Jorge en el mar Argentino, se halla deshabitada. Forma parte de un pequeño archipiélago junto con la isla Península Lanaud, el islote Rojo, así como otros islotes y rocas menores. El faro fue librado al servicio en el año 1917 con un alcance geográfico de 38,4 km y uno óptico de 51,2 km. Su luz emitía un destello cada 10 segundos. Fue abandonado en 1968, siendo reemplazado por el faro San Gregorio, aproximadamente a 3 km de distancia en tierra firme. Se halla en la parte más alta de la isla, a 79 metros sobre el nivel del mar. Hoy en día se encuentra abandonado, principalmente por las condiciones climáticas más que por el saqueo humano, ya que su acceso es dificultoso.
Parque inter jurisdiccional
Marino Costero Patagonia Austral
Actualmente es el primer Parque Nacional Costero. Es un Área Natural Protegida ubicada en la zona norte del Golfo San Jorge, que comprende territorio costero, insular, marino (lecho y subsuelo), y su espacio aéreo, abarcando desde Isla Moreno hasta Isla Quintano, entre las localidades de Camarones y Comodoro Rivadavia.
Posee una extraordinaria diversidad de fauna ya que es hábitat de lobos marinos, pingüinos y cormoranes entre otras especies. Algunas de las aves marinas que la habitan, poseen este lugar como único sitio de reproducción. Esta zona también abarca uno de los sitios de reproducción del langostino patagónico. Allí se alimentan y se reproducen numerosas aves marinas y costeras y mamíferos acuáticos. Es lugar de paso de más de 38 especies de peces.
La finalidad de este Parque es la creación de un espacio de conservación, administración y uso racional de especies marinas y terrestres y sus respectivos hábitats.
Creada el 16 de agosto de 2007 mediante la firma de un tratado entre el Estado Nacional y la Provincia del Chubut, estableciéndose un manejo en conjunto, entre la Administración de Parques Nacionales y la Provincia del Chubut.
La superficie total del Parque Marino es de 132.124 hectáreas. Según sus componentes, la superficie marina del mismo es de 79.080 hectáreas y la superficie insular es de 18.928 hectáreas. Su superficie continental 34.116 has. La longitud costera es 180 Km. y la cantidad de islas que comprende es de 39, más 6 islotes. En Camarones se encuentra la oficina de Parques Nacionales con sus respectivas autoridades locales.
Museo Perón
Es un museo dedicado a los años que los Perón pasaron en Camarones, donde Juan Domingo Perón era un niño. Esta obra, realizada por la provincia, data del año 2007, suma casi 500 m². Ocupa el mismo predio donde se asentó la histórica vivienda. La colección exhibe objetos que aún permanecían en la zona; con la colaboración de familiares, militantes y amigos, se sumaron piezas únicas provenientes de diferentes puntos del país que fueron recolectados por la Secretaría de cultura de la provincia y que hoy jerarquizan la muestra. También hay fotografías y manuscritos de relevancia, en la historia del movimiento justicialista, destacan entre una gran cantidad utensilios, ropa, juguetes y el mobiliario que acompaño a la familia en estas tierras sureñas.
Podrá consultar otras publicaciones del autor
e informaciones y documentos sobre el presente libro en: http://narracionesenlinea.blogspot.com.ar/
Biografía del Autor
Germán Gustavo Diograzia. Argentino, marplatense
Ha escrito un libro de cuentos, 2 novelas y numerosos ensayos.
Incursionó brillantemente en el campo de la poesía, obteniendo el Primer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Moreno, Provincia de Buenos Aires.
Actualmente es columnista de la Revista Tiempo de Fondo.
Ha presentado su Obra “La Nada y otros relatos” en la Novena Feria del Libro de Mar del Plata, 13 noviembre del 2013
Presentación de su Obra “La Nada y otros relatos” en el Centro Cultural Osvaldo Soriano de la Municipalidad de General Pueyrredón, en Mar del Plata, en el 2013
Firma de ejemplares de su obra “La Nada y otros relatos” en la 40 Feria Internacional del Libro en La Rural, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en mayo 2014
Exposición de Obras en el Festival Azabache, mayo 2014 Mar del Plata
Trabaja actualmente con la Sociedad de Escritores Marplatenses (SEM)
Es un viajero inagotable y un enamorado del mar en todo el sentido de la palabra. Buceador y amante de las profundidades, es también un navegante que busca estar más en la inmensidad del océano que en tierra. Justamente esos hechos le han permitido adentrarse en las más apasionantes historias y relatos para luego transmitirlos al lector ávido de sensaciones.
Obras Publicadas
La Nada y Otros Relatos (2013)
Charlas con Adolfo 1958 (2014)
El Secreto del Mono (2014)
Publicaciones en la Revista Tiempo de Fondo
Número 13: El Pirata Negro.
Número 14: El Viejo y el Mar. / Los Mareados.
Número 15: La calidad del agua a bordo / El gas en el barco
/ La Odisea de Shackleton o la historia de un gran navegante.
Número 16: Cuidado con el gomón.
Número 17: Cascos en terapia intensiva / Hombre al agua.
Número 18: ¡Átame! / San Andrés la Isla de las mil maravillas.
Número 19: A la hora de defenderse.
Número 20: Malditas filtraciones.
Número 21: Cuando la navegación se hace extrema.
Número 22: No se achique con las bombas.
Número 23: El traje que salvará su vida.
Número 24: El barco que tiene alma
Número 25: El último mensaje
Número 26: Los hijos del sol
Número 27: Naufragios con alma y vida
Número 28: Capitanes eran los de antes
Número 29: Titanic: Una historia argentina
Número 30: Una carta desde el abismo
Número 31: El misterio del “Mater Dei”
Número 32: Un amor pirata / La comida a bordo
Número 33: Vino para quedarse
Número 34: El cementerio de esclavos
Número 35: Lobas de mar
Número 36: El Lobo Perdido
Número 37: El Barco y los muertos
Revista Bienvenido a Bordo
Julio / Agosto 2010: Navegación Extrema en Mar del Plata
Noviembre / Diciembre 2010: Caribe Profundo
Publicaciones On-Line
Plegaria del Marino
El misterio del Polaris
El Oro del Olonés
Titanic Una historia argentina
El Viejo y el mar
Mi viaje al abismo
Anne Bonny y Mari Read Mujeres piratas
Cabalgar las olas
El Cementerio de esclavos
Atrapados en el faro
Caribe profundo
Una carta desde el abismo
Una singular historia marinera
Física aplicada al buceo
Peligroso buceo en un naufragio
Charlas con Adolfo - Año 1958
Germán Diograzia
I.S.B.N: 978 - 4/07/2014
Dirección Nacional de los Derechos de Autor Expediente 5176191
Formulario 000264707 - 11/06/2014
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización del autor
Editorial DEMIAN 2
Impreso en Argentina
Este libro se terminó de imprimir en: Impresos Falco - Septiembre 2014
Biografía del autor

The Physical Object

Format
E Book
Number of pages
150

ID Numbers

Open Library
OL25663365M

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May 26, 2015 Edited by German Gustavo Diograzia Edited without comment.
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