An edition of Los Alebrijes

Los Alebrijes

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Los Alebrijes
Jorge Valdés Díaz-Vélez
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May 15, 2009 | History
An edition of Los Alebrijes

Los Alebrijes

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POR NOSOTROS O EL MAR

Raúl Rivero

El Mundo (España), 2 de junio de 2007

Los poemas que sostienen el techo y las paredes, las mesas, los alcoholes, la barra de madera, los delirios, el muestrario de asiduos del bar Los Alebrijes, le diseñan al poeta mexicano Jorge Valdés Díaz-Vélez una morada alta y segura para que él se quede solo en el paisaje americano con la copa en alto.

Ese bar, ese libro con nombre de animal imaginario, es un homenaje a la imaginación y a la fantasía de un escritor que se adentra en una etapa de consagración después de muchos años de trabajos, sumisión y fervor a una obra poética que ha separado su nombre de la cuadrilla. De la bandada de ilusos que comienza unida un único camino, pero no abandona nunca la búsqueda de trillos individuales.

Los Alebrijes, el cuaderno que acaba de publicar Hiperión y que recibió este año el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández, inaugura una plaza que le permite al poeta sentar a una mesa a todos sus fantasmas. Puede recomponer, a su manera, episodios del pasado. Beber en el mismo sitio donde Pedro Páramo se despidió -a puro mezcal y café negro- de Hamlet y otros gallos antes de salir al galope hacia Comala.

Allí, es justo y está bien visto compadecer o amar a la cantinera prodigiosa que se llama Betsabé y se lleva a la cama (y después a la ducha) a los clientes que no pueden superar el test de la alcoholemia.

El libro es un sitio por el que pasan, se presentan o sobrevuelan desde Malcolm Lowry hasta Drumond de Andrade. Un bar inasible en el que otros personajes y hombres sencillos y mortales, borrachos y rufianes, fracasados y estrellas, aparecen, pudieran aparecer, disfrazados, disimulados en historias o canciones, frente a vodkas, tequilas, whiskys, rones, sangrías y otros cócteles molotov.

Jorge Valdés Díaz-Vélez encuentra el misterio en estos poemas. Lo ve enseguida porque no lo busca, no se propone hallar ni ocultar nada. El poeta cuenta la verdadera vida que debe ser la que uno sueña. De ninguna manera la real que todos tenemos que vivir. El quita matorrales y despeja el humo para que veamos en Los Alebrijes lo que queramos ver al margen de la escena que está escrita.

Leemos poesía hecha por un hombre que sabe dibujar a mano cada palabra. Unos versos donde no sobra ni una sílaba, cadenciosos y perfectos pero con el recurso del sobresalto o del asombro.

El poeta nació en Torreón, Coahuila, en 1955. Reunió, hace dos años, sus poemas escritos entre 1988 y 2005 en una antología titulada Tiempo fuera. Sus libros más conocidos son Voz temporal, Aguas territoriales, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos y Cámara negra.

Aquí dejo unos versos del largo brindis final que se escucha al fondo del bar. Los invitados han descorchado la primera botella de vino blanco: Por todo lo que alumbre la mañana./ Por Madrid en otoño./ Porque seamos los últimos en irse./ Por el año siguiente./ Por la edad que alcanzaste a pesar tuyo./Por nosotros o el mar./ Por Florencia en la piel de su abandono.

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LOS ALEBRIJES, DE JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Juan Domingo Argüelles

La Jornada Semanal, 24 de junio de 2007

En marzo del presente año, el jurado calificador del Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2007, se reunió en Orihuela y determinó conceder el galardón al libro Los Alebrijes, del poeta mexicano Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955).

Menos de dos meses después, el espléndido libro de Díaz-Vélez ha sido publicado por Ediciones Hiperión, en su ya emblemática colección de Poesía. Los Alebrijes (Madrid, 2007) es uno de los puntos más altos de la obra lírica de este poeta que antes dio a la imprenta los libros Cuerpo cierto (1995), La puerta giratoria (1998, Premio de Poesía Aguascalientes), Jardines sumergidos (2003), Nostrum (2005) y Cámara negra (2005), entre otros. Apenas en 2006 apareció la reedición de La puerta giratoria (México, Verdehalago/Conaculta, La Centena) y en estos días ha comenzado a circular también su Poesía reunida (1998-2005) en la colección Poemas y ensayos de la unam.

En Los Alebrijes, Jorge Valdés Díaz-Vélez reitera su vocación emotiva y de rigor formal en una poesía que no apuesta a la moda críptica y abstracta, sino al significado y al sentido de la vida misma, con imaginación y con absoluta exigencia de la simetría y el ritmo. Asimismo, en este libro el poeta reivindica la búsqueda de una poesía cuyo lirismo no le impide "narrar" una historia o evocar una experiencia donde coinciden lo vivido y lo leído; la naturaleza y la cultura, pues aunque el poema sea un artificio, ese artificio debe estar lleno de vida.

En este libro hay ecos de los epitafios de Edgar Lee Masters, pero ni son los únicos ni tienen el propósito deliberado de la recreación. El tono narrativo de Los Alebrijes es parte de la sensibilidad de Díaz-Vélez, una sensibilidad que admite, por supuesto, un amplio conocimiento de la mejor tradición poética de todos los tiempos.

En "Denominación de origen" leemos: "Dicen que antes de ser ‘Los Alebrijes’/ la cantina fue casa de ladrones./ Dicen que aquí vivió ‘el Veracruzano’,/ un rufián que golpeaba a sus mujeres/ con un látigo gris de siete puntas/ en el sótano que hoy resguarda el vino./ Dicen que eran salvajes las palizas/ y los gritos de horror de las esposas./ Dicen que a más de tres las vendió a un circo/ de pulgas amaestradas, en el Congo./ Dicen que Eva y Lilith, las dos gorditas/ que cuidan de la cava, consiguieron/ escaparse, que le dieron narcóticos/ al monstruo en una copa de aguardiente./ Dicen que un día partió ‘el Veracruzano’,/ que nunca regresó, que no lo han visto/ por el barrio desde hace nueve meses./ Dicen que sus mujeres, Lilith y Eva,/ lograron su venganza: emparedaron/ su cuerpo miserable tras un muro/ después de adormecerlo, en la bodega/ donde añejan el vino. Es lo que dicen."

Jorge Valdés Díaz-Vélez ha venido manejando, a lo largo de su obra poética de más de dos décadas, un verso exigente que es respetuoso de las métricas y las formas clásicas. Al igual que en sus libros precedentes, en Los Alebrijes no faltan los sonetos rimados, de impecable factura, pero el libro ganador del Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2007 se caracteriza por los endecasílabos y los alejandrinos sin rima, versos blancos perfectamente logrados con una música nunca forzada, con un ritmo siempre sostenido y grato.

Hay también en este libro el trato privilegiado del verso menor no exento de cierta ironía, como en el espléndido "Lugares comunes": "En lugar de los póster/ de Marilyn y Humphrey/ colgaron los retratos/ de Bart y Lisa Simpson./ Han cambiado los ídolos,/ las guerras, la etiqueta/ de vinos y licores;/ la cerveza es distinta,/ más dulce la ginebra,/ el vodka, más etéreo./ Las mismas aceitunas/ se hicieron más pequeñas./ Todo ha cambiado, menos/ las ganas de orinar."

Dividido en cinco secciones (Cuando anochece, Banda sonora, Solo contigo, Caída libre y Última sombra), Los Alebrijes es un libro gozoso a pesar de ciertos guiños de escepticismo y melancolía; es una especie de memoria emotiva e intelectual que va sembrando aquí y allá huellas, signos de identidad.

Los siguientes versos del poema "Gótico tardío" tal vez ejemplifiquen todo el espíritu del libro, a manera de epitafio, aforismo y fe poética: "Aquí te doy mi corazón, apriétalo/ antes de que el salitre enrojecido/ lo vaya a convertir en hueso duro/ de roer." Con Los Alebrijes, Jorge Valdés Díaz-Vélez alcanza su madurez poética.

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LOS ALEBRIJES: ENTRE ALCOHOL Y ETERNIDAD

Sandro Cohen

Suplemento Laberinto, Milenio, 24 de junio de 2007

Me acaba de caer, literalmente, del cielo (de un avión, en este caso) el libro Los Alebrijes de Jorge Valdés Díaz-Vélez. Conocí la poesía de Jorge Valdés sin saber de quién se trataba. Un manuscrito suyo me llegó con la recomendación de otro poeta singular: Francisco Hernández. Pero a una editorial llegan muchos libros, incluso bien recomendados, que no logran despertar la suficiente pasión como para ser publicados. Jardines sumergidos, sin embargo, lo hizo y apareció en Editorial Colibrí en 2003, coeditado con la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, en los buenos tiempos cuando Pedro Ángel Palou era secretario de Cultura de ese estado.

Ahora el mismísimo Francisco Hernández me hace llegar este otro libro de Valdés, y me ha cimbrado como pocos. Está publicado por Hiperión, en España, y se hizo acreedor del Premio Internacional de Poesía “Miguel Hernández-Comunidad Valenciana” 2007. Son poemas que giran alrededor del alcohol (no en balde uno de los poemas se titula C2H5OH), o por lo menos tienen ese leitmotiv, el cual permite al autor realizar una serie de trastocamientos que parecen de lo más natural.

Pero esto forma parte del aspecto teatral del libro, porque los poemas han sido escritos con sumo cuidado. Cada poema presenta un equilibrio entre fondo y forma pocas veces visto; no hay nada que Valdés haya dejado al azar, aunque lo parezca. Esto es envidiable. También es teatral por estar muy cerca del monólogo dramático, aunque la mayoría de los poemas nos llegan desde la tercera persona, con lo cual se realza su cualidad narrativa. En “Aquel ahora”, sin embargo, sí tenemos un monólogo dramático en primera persona, con claras resonancias de Robert Browning y de Ezra Pound… Es un poema clave para comprender todo el libro.

Pero aun antes de pescar el hilo narrativo de los dramatis personae, me había caído el veinte con el poema “Denominación de origen”, que es apenas el quinto del libro. Dije de inmediato “Edgar Lee Masters”, el gran maestro del epitafio en primera persona, hablada desde ultratumba, por supuesto.

Pero en este poema nunca aparece esa primera persona porque es implícita en la tercera. La maestría del texto reside en que su alegoría abarca a toda la humanidad a partir de una lucha entre los géneros masculino y femenino donde se resumen la crueldad, el salvajismo y la inteligencia que los vence. Además, hace cómplices y aliadas de Eva y Lilith. Nada de que una sea irremediablemente sumisa, y la otra, rebelde. Luego vi confirmadas mis sospechas acerca de la importancia de Masters en otro poema, “Inquisitio patris”, donde Valdés Díaz-Vélez —quien también invoca, comprensiblemente, a Malcolm Lowry— escribe: “[…] Caminé hasta Cuauhnáhuac / y Spoon River […]”, lugar —este último— donde Masters imaginó enterrados a sus muertos.

En Los alebrijes Valdés Díaz-Vélez arma —como Masters, como Rulfo y como Lowry— su propio universo a partir de una cantina (Los Alebrijes) y todo el dolor, ilusión y ensueño que allí cobra vida. Y lo hace con poemas endecasílabos, alejandrinos, eneasílabos, e incluso —tal vez como homenaje al Rubén Bonifaz Nuño— en un poema donde emplea versos tanto de 10 como de 11 sílabas.

Jorge Valdés Díaz-Vélez, con Los alebrijes, ha regalado a la literatura mexicana una nueva obra maestra.

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LOS ALEBRIJES, DE JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Marco Antonio Campos

La Jornada Semanal, 1º de julio de 2007

Desde sus primeros libros, Voz temporal (1985) y Aguas territoriales (1989), Jorge Valdés Díaz-Vélez tuvo un profundo apego a las formas tradicionales. Sin embargo, a partir de Cuerpo cierto (1995) y La puerta Giratoria (1998), sus poemas se volvieron más narrativos y más visibles las vivencias y experiencias, en suma, su poesía se fue pareciendo más a él mismo.

Hace unas semanas Jorge Valdés gano en España el Premio Internacional de Miguel Hernández-Comunidad Valenciana, el cual se entrega en Orihuela, pueblo natal de Hernández, con su libro Los Alebrijes, hasta ahora, en nuestra opinión, su libro de poesía más maduro y cerrado. Un amplio abanico de poemas de este libro está escrito en verso blanco, en especial en endecasílabo, no faltando otros metros. Libro de calculada unidad, de lo que más apreciamos en él es la manera como el autor combina en los versos subjetividad y objetividad, y la descripción, no sin tristeza aflictiva, de la declinación y el deterioro de las personas y las cosas, lo cual tiene siempre algo de pesadilla.

Al ver el titulo (Los Alebrijes) tal vez lectores puedan pensar que las piezas líricas tienen algo que ver con una divulgada artesanía mexicana de figuras maliciosas o malévolas. Si lo hay, en caso de que lo haya, al menos no lo es visiblemente. Un desafío de Valdés es que el libro quedara sólo como la historia de un bar determinado; lo trasciende admirablemente. Los Alebrijes es el nombre de un local, y Valdés hace que el bar sea una representación de todos los bares, o si se quiere, uno pasa por todos los bares para terminar en Los Alebrijes o parte desde Los Alebrijes para ir a todos los bares. Valdés logra asimismo que la cantinera de nombre bíblico (Betsabé), con un agotado historial de amantes de ambos sexos, sea cualquier cantinero o cantinera, y que los clientes asiduos, uno más penosamente autodestructivo que el otro, sean todos los clientes asiduos a los bares.

Sitio de amores fugaces, de desencuentros amorosos, de recuerdos de mujeres que no olvida el cuerpo, de mujeres solitarias que no saben qué hacer con lo que no les dio la vida, de alcohólicos sin redención, de solitarios a los que los clientes se hallan acostumbrados a ver en una mesa determinada y que un día no vuelven más, de filósofos de un signo ideológico o de otro, de burócratas de talla mayor, de “viudas ornamentales” y de “poetas que suicidan las palabras”, el bar es también lugar de instantes exaltados, de pequeños y continuos goces, y, desde luego, de la alegre camaradería y la celebración de la amistad. En el bar no sólo se ve la pérdida de la lozanía de mujeres y hombres, sino pasados los años encontramos que en él son otras las canciones que se oyen y son otras las fotografías y los pósters fijados en las paredes, que nos dicen –nos acaban de decir- que ya no vivimos ni viviremos los mismos días.

En el libro encontramos a menudo leves sensualidades donde el cuerpo de la mujer parece todo el tiempo desearse, tocarse, rozarse... Valdés busca que las mujeres conserven en la forma de los versos la forma del cuerpo que en la vida perdieron.

Hay poemas especialmente logrados: “Hora feliz”, un diálogo de sordos de una pareja de enamorados; “Pule y da esplendor”, un divertimento a partir de los grafitti que se escriben en los baños de los bares; “El cubista”, con resonancias villonianas y manriquianas que hacen oír a aquellas mujeres inolvidables que un día se dejaron de ver y no se sabe qué se fizieron; “Personal terrestre”, un hábil juego donde se da una situación ambigua en un aeropuerto, y “El diestro”, picaresca y caritativa fabulación de un borracho que se quedó dormido, quien es el ultimo en salir a la calle... pero sólo para dirigirse a otro bar.

Podríamos mencionar otros cuatro o cinco. Déjenos resaltar ante todo uno, “Aquel ahora”, digno de figurar en cualquier antología de cualquier lugar, donde el autor narra la melancólica historia con sabor amargo del hombre que encuentra de casualidad a la mujer con otro en el bar, pero ella no lo reconoce, y él, mientras la mira, recuerda el pasado ardiente y la actualidad de ceniza ciega. Citaremos al menos las líneas finales: “Tu entonces te encendías y el viento iba contigo/ por algún callejón a sórdidas tabernas,/ levantando tu falda minúscula, mostrándome/ las rutas que de súbito me alzaban el misterio./ Sin duda eras feliz de forma ingobernable./ También lo fui. Lo fuimos. Te dije, lo recuerdo/ como si fuera ayer, que un dios haría suyos/ los rasgos de tu nombre y el vino tu sabor/ de almendra y paraíso. Sigues igual, incluso/ me has parecido más hermosa, quizá menos/ alegre que la imagen que de ti conservé/ todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada/ no encontré el resplandor de aquella chica insomne,/ sino una palidez ceniza de rescoldos/ que aún parecen guardar el vértigo del fuego./ No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa”.

Jorge Valdés Díaz-Vélez nació en Torreón, Coahuila, en 1955. A los 25 años entró al servicio exterior mexicano. Desde entonces ha vivido la mayor parte del tiempo en el extranjero (Cuba, Argentina, España Costa Rica, Estados Unidos). Basta leer su poesía para notar una y otra vez que nunca ha dejado de tener una honda raíz en lo nuestro.

Los Alebrijes acaba de aparecer en la editorial española Hiperión.

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ORGULLO DE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Jaime Muñoz Vargas

Milenio, 15 de Julio de 2007

Supe de Jorge Valdés Díaz-Vélez hace al menos 25 años. La primera noticia que tuve sobre él la recibí gracias a dos páginas que Saúl Rosales Carrillo le dedicó en el suplemento cultural de La Opinión, ejemplar que todavía conservo.

Aparecieron en aquel periódico varios poemas cortos, una breve ficha biográfica del autor y una foto en la que aparecía jovencito, delgado, con el bello fondo marítimo, creo, de La Habana, lugar donde por entonces ya se desempeñaba como funcionario de nuestro servicio exterior.

Los años pasaron y por tenues referencias me fui enterando, en desorden, que Valdés Díaz-Vélez andaba en Costa Rica, en Cuba, en Argentina, en Estados Unidos, en España. Con harta infrecuencia, siempre de casualidad, sabía que había visitado La Laguna para convivir con su familia.

Nacido en Torreón hacia 1955, Jorge Valdés acumula ya, además de una amplia trayectoria como diplomático de carrera, una larga lista de méritos como poeta. Autor, entre otros, de los libros Voz temporal, Aguas territoriales, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos, Cámara negra, Nostrum y Tiempo fuera (1988-2005), ha ganado también importantes premios como el Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), considerado por todos como el más relevante del género en nuestro país, y, muy recientemente, en este 2007, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana que se agenció con su libro Los Alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007).

Esta biografía resumida, apretadísima aquí, bastaría para que cualquier habitante de nuestros polvos sintiera el orgullo que sin chovinismo trato de alentar con estas
palabras. No pido que nuestras autoridades algún día muevan un dedo para premiar a los verdaderos hijos distinguidos del terruño, primero porque un hombre como Valdés Díaz-Vélez no lo necesita y, segundo, porque nuestros políticos sólo se reconocen a sí mismos aunque sea nomás para cuidarse las espaldas. En fin.

Pero con o sin reconocimiento de La Laguna, Valdés Díaz-Vélez ha logrado granjearse el aplauso foráneo. Tras obtener el Miguel Hernández en España, y tras la inmediata publicación del libro ganador, una significativa cantidad de reseñas da también inmediato testimonio de su solvencia poética. Sobre Los Alebrijes, el volumen premiado en Orihuela, el crítico español Raúl Rivero escribió (diario El Mundo, de Madrid):

“Ese bar, ese libro con nombre de animal imaginario, es un homenaje a la imaginación y a la fantasía de un escritor que se adentra en una etapa de consagración después de muchos años de trabajos, sumisión y fervor a una obra poética que ha separado su nombre de la cuadrilla.

De la bandada de ilusos que comienza unida un único camino, pero no abandona nunca la búsqueda de trillos individuales”. Más adelante, el mismo Rivero aumenta el volumen de su aplauso: “Jorge Valdés Díaz-Vélez encuentra el misterio en estos poemas. Lo ve enseguida porque no lo busca, no se propone hallar ni ocultar nada. El poeta cuenta la verdadera vida que debe ser la que uno sueña. De ninguna manera la real que todos tenemos que vivir.

Él quita matorrales y despeja el humo para que veamos en Los alebrijes lo que queramos ver al margen de la escena que está escrita. Leemos poesía hecha por un hombre que sabe dibujar a mano cada palabra. Unos versos donde no sobra ni una sílaba, cadenciosos y perfectos pero con el recurso del sobresalto o del asombro”.

También celebrado en México con elogios de notables críticos como Marco Antonio Campos y Juan Domingo Argüelles, Los alebrijes es pues una culminación, la cima de un hacer poético indeclinable, riguroso y fiel a los resortes interiores que mueven la palabra de un torreonense que nos ha dado mucho y al que muy poco, o nada, le hemos devuelto en reciprocidad.

Sean estas palabras una modesta pero muy sincera y coterránea vindicación.

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JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ. LOS ALEBRIJES

Rafael G. Vargas Pasaye

Revista Siempre! Nº 2829, 4 de septiembre de 2007

Miembro de Carrera del Servicio Exterior Mexicano, Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955) ha dedicado parte de su esfuerzo literario a la poesía, donde no sólo ha ganado adeptos en México, sino fuera del territorio nacional, muestra de ello es Los Alebrijes, que lo hizo acreedor al Premio Internacional de Poesía “Miguel Hernández-Comunidad Valenciana” 2007.

En este volumen se delinean los contornos de un espacio físico que tiene nombre, pero que bien puede ser cualquier establecimiento del país donde se vive. Jorge Valdés une la nostalgia con la lúdica forma del recuerdo. El lugar existe en una calle de la capital mexicana, pero también es el sitio que habita la mente de los comensales que envejecen y no saben a dónde dirigir la mirada.: “Han cambiado los ídolos,/ las guerras, la etiqueta/ de vinos y licores;// la cerveza es distinta,/ más dulce la ginebra,/ el vodka, más etéreo.// Las mismas aceitunas/ se hicieron más pequeñas./ Todo ha cambiado, menos/ las ganas de orinar”. La costumbre quizá como escudo para soportar la brisa del atardecer.

El trabajo poético encuentra en el poema “La Mesa” un acto de reflexión a manera de grito en medio del desértico ambiente de un bar: “Me contemplo en las caras ocultas de la noche/ sin rasgos de mi acento del sur, sin evidencias/ de ser el extranjero que alarga un punto móvil/ sobre una servilleta doblada en dos…” para así regresar al punto de partida: “Me reconozco aquí,/ con la ingenua cautela con la que se vislumbran/ animales fantásticos en un libro de viajes/ cuya última página no depara emociones,/ ni ningún final feliz que salve la memoria/ de un bar donde la dicha se mire al otro lado/ de esta sombra entre tantas estólidas fronteras”.

Por su labor diplomática ha pisado las avenidas de Buenos Aires, de Miami, de Madrid, entre otras, y en todas ha pulido el olfato y aguzado la mirada, para así captar el problema, la denuncia, ese destello que el extranjero brinda a la historia, ya sea para llegar a Estados Unidos a través de línea divisoria con México o de la frontera africana que cada vez miran más de cerca a España, al fin que “cruzarán en silencio todos juntos”.

Ya en La puerta giratoria, con el que obtuvo en 1998 el Premio Aguascalientes de Poesía había declarado el verdadero tamaño de la urbe cuando se da asilo a los pensamientos globales, “The dream is over”, dedicado a Carlos Fuentes es una muestra clara: “En Boston, un chicano./ Un indio, en Liverpool;/ un árabe en Berlín,/ en Roma o Barcelona./ Un serbio, en Nueva York./ En Ginebra, un sudaca./ Cruces gamadas, teas./ El mundo ha comenzado/ a ser el primer día”.

En esta nueva entrega es en “Aquél ahora”, una interrupción para el balance, y “Nostos”, un jeroglífico interior, particular, donde los puntos cardinales se untan a la piel que vivió en ese territorio formado por muchos lugares, en esa nación que se muda cada cierto tiempo a veces en al piel: “Tendré la tierra firme de tus manos/ su agonía lunar en mis espaldas,/ cierto aroma del sur hacia delante”.

Compuesto por cinco apartados: Cuando anochece, Banda sonora, Solo contigo, Caída libre y Última sombra, Los Alebrijes es un libro que cuenta varias historias contagiantes, lleva de protagonistas a los que se identifican con sus líneas y también a Betsabé, la afamada encargada de servir las bebidas embriagantes a los comensales, Betsabé, una especie de mesera-figura imaginaria de todo bar que se respete.

Algunas voces piensan que Jorge Valdés tiene su mayor fortaleza en los endecasílabos, pero la verdad es que el ritmo depurado por las buenas lecturas y la hechura bien labrada en cada línea hacen que la forma que adopte en sus versos sea un llamado a la identificación y el reflejo: identificación por las circunstancias compartidas, y reflejo por la respuesta que desprende de su lectura.

Junto a Los Alebrijes ha empezado a circular Tiempo fuera (1998-2005), editado por la Universidad Nacional en su colección Poemas y ensayos que reúne el trabajo poético de Valdés Díaz-Vélez, un poeta que ha sabido trabajar su espacio como miembro de la generación más numerosa de la actual poesía mexicana.

Jorge Valdés Díaz-Vélez. Los Alebrijes, Hiperión, España, 2007; 91pp.

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LOS ALEBRIJES

Jorge Ortega

Revista Quimera No 290 (Barcelona). Enero de 2008

LOS ALEBRIJES

Jorge Valdés Díaz-Vélez

Ediciones Hiperión. Madrid, 2007. 93 págs.

La poesía hispánica ha sido desde finales del siglo XIX un diálogo en igualdad de condiciones entre América y España, en concreto a partir de Rubén Darío, verdadero revulsivo de la lírica transoceánica. Este diálogo se vio ratificado durante la vigésima centuria a través de Huidobro, Vallejo, Borges, Neruda y Paz, por lo que respecta al litoral americano; o bien, de Machado, Juan Ramón y las generaciones del 27, de la posguerra y de los cincuenta, por lo que toca a la orilla atlántica. Hoy la poesía de Latinoamérica mantiene una estrecha vinculación consigo misma, pero el trasvasamiento con España mantiene su dinámica en unas cuantas escrituras que siguen compartiendo con la península una identidad formal y discursiva.

Uno de los poetas latinoamericanos cuya obra ha dado señas del canal de ida y vuelta que implican las lecturas formativas es Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, México, 1955), merecedor en 2007 del Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández con Los Alebrijes. Si bien uno de los aspectos que el autor guarda en común con la poesía española consiste en su apego a los patrones métricos tradicionales —eneasílabo, endecasílabo, alejandrino—, también hay que advertir que el programa de Los Alebrijes comporta múltiples enlaces con determinados elementos tópicos de la cultura mexicana, en particular la de raíz popular, comenzando por el título del volumen, nombre de un objeto artístico de perfil zoomorfo y colores estridentes. El poeta recurre a dicho engendro del imaginario en tanto que símil, ahondando en la fruición de la experiencia urbana tal un itinerario sembrado de enervantes contingencias.

Los Alebrijes entraña, pues, una suerte de hibridez retórica y actitudinal que encarna a su vez un modelo de la aludida transculturalidad lírica. El tono y la apariencia gráfica de varios poemas remontan, por ejemplo, a los isométricos de Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Luis Alberto de Cuenca, entre otros que han practicado esta modalidad compositiva; no obstante, hay en casi todo el material una gama de registros nominales, alusiones geográficas y rasgos idiosincráticos propios de la mexicanidad y su cifrada fenomenología del relajo, para decirlo en palabras del antropólogo Jorge Portilla. Pero la virtud del libro no estriba sino en la superación de estas facciones para sintonizar los signos del mundo contemporáneo —incluidos la pintura, el cine y la música— a expensas de la ubicuidad del sujeto lírico y su frenética tendencia al viaje.

Cinco apartados pautan el contenido de Los Alebrijes, cada uno de los cuales depara al menos una referencia directa o indirecta a la carta de licores. En el primero, Cuando Anochece, lo comprueban los textos “Agave”, “Absenta”, “Jack Daniels”, “Denominación de origen”, “Tócala, Sam”, “Hora feliz”; en la segunda sección, Banda Sonora, lo demuestran “La bartender”, “Tequila doble”, “Die Kobalte Engel”, “Cava catalán”; en el tercer apartado, Solo Contigo, están “Amarre nocturno”, “La mesa”, “Coctel zafarí”, “Barra libre”, “Havana Club”; en el cuarto, Caída Libre, “La sed”, “Four Roses” y “Petite Syrah”; y, finalmente, en la quinta sección, Última Sombra, refuerza este sesgo “Con vino blanco”. Pero más allá de la vida nocturna y sus bálsamos etílicos, Jorge Valdés trasciende la banalidad de los estimulantes para ofrecer mediante las metáforas de la embriaguez una representación de la comunión con los placeres de la existencia secular. Por lo mismo, esta comunión también se halla vinculada al desplazamiento territorial en diferentes coordenadas del planeta, además de los sitios que consigue aportar la fabulación literaria.

Confluencia de lugares y recuerdos, vivencias y suposiciones, Los Alebrijes opera a partir del relato, la visión repentina, el dèjá vu. Tanto la realidad actual como la ficción verosímil nutren su carácter narrativo y anecdótico, que destaca por la frescura de motivos y la proximidad con algunos símbolos del imaginario artístico e histórico. Cabe entonces asumir en el poemario un caleidoscopio a través del cual se visualiza el concierto de microcosmos que animan la cotidianidad visible o invisible, usual o noticiosa, mientras apuramos a la manera de Anacreonte el licor del día y avizoramos al fondo de la copa la renovación de los mitos vivientes que acoge nuestra fugaz percepción de los instantes que permiten la celebración y la elegía.

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CAMINO A COMALA

LA OBRA ACOGE A LAS ALMAS PERDIDAS

Ángela Jiménez

Suplemento cultural Cuadernos del Sur, del Diario de Córdoba (España). Marzo, 2008.

El diplomático Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, México, 1955), autor de intensa y prolífica actividad poética, nos regala, con el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2007, este poemario de vuelo (verso) ágil pero canto hondo: Los Alebrijes, punto de encuentro para almas errantes, vientre bendecido con una poética que palpita y sangra sobre la mesa y, en sentido literal, coloridos pájaros de barro. Es, en efecto, la definición prologal del título, el inicio de una red simbólica que irá extendiéndose cohesionadamente en el perímetro del espacio imaginario, constituyendo también una esencial declaración de principios como creador: Valdés, consciente de la dimensión inherente a la poesía-entraña, tiende su mano al lector para que asista a este inventario de bohemia agónica y plomos a punto de fundirse, sin laberintos más allá de los propios que hacen de la lírica un universo irremplazable.

En el núcleo sólido de la ficción, franqueado por enclaves inmortales de la literatura universal y una personalísima arte poética, un microespacio de disfraz cotidiano y mágica esencia, la taberna de Los Alebrijes, acoge a las almas prohibidas, certeros hologramas del plano exterior; la camarera Betsabé apagará la sed y el frío del mundo ofreciendo por paredes el espejo oval que precipite el enfrentamiento y el desgarro voluntario de la propia máscara. Entre ellas, el yo lírico será privilegiado testigo, voz en off protagónica, pero, en la misma medida, inevitable guía y confesor de sí mismo.

El transcurso de una noche en un lugar a priori mundano y yermo dará pie a un poemario/historia que, en 5 actos (secciones), con matemática y alma de partitura, invitará a la confusión/definición del hombre y sus demonios. Descendido éste a los infiernos de la incomunicación bergmaniana y un ruido sabinesco, traducirá a la caricia áspera del verso su experiencia como espectador del gran carnaval del mundo.

Así, una galería de crepúsculos humanos, trata de compensar la huída de la conciencia con placeres selénicos a ras de la cintura o en el poso nunca visible de la copa; inocentes sin rumbo, crápulas por contrato, ladrones de almas en la mejor tradición del tirano, bohemios alienados por su propia petulancia. Planetario en el que se mezclan malditos con nombre y apellido como el mismísimo Pedro Páramo, mitos de la misma innoble condición como el Veracruzano con su malnacida descendencia y las criaturas que habitualmente pueblan este rincón de olvidados y de los que sin embargo Valdés entresaca una percepción profunda, al margen del tópico.

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VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ, JORGE (2007): LOS ALEBRIJES.

MADRID, HIPERIÓN.

PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ – COMUNIDAD VALENCIANA 2007.

Joaquín Fabrellas

Revista Paraíso. Universidad de Jaén ( España). Publicación anual. Número 4. 2009.

Una de las líneas divisorias a las que se puede aferrar cualquier lector que se aproxime a este poemario podría ser la defendida por Susan Sontag en su ensayo Contra la interpretación: "En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte" (1964). A partir de este constructo posmoderno podemos crear la primera frontera epistemológica del poemario tratado. Ante todo, Los Albrijes, se trata de un libro que habla de la pasión hacia una mujer idealizada y tremendamente real que se materializa en personaje, que aparece en distintas situaciones vitales del narratario. Como obra de pasión, debe ser tratada desde la pasión; el arte, la poiesis, es secundaria, aunque necesaria; una sublimación por el arte hacia la pasión por la mujer ideal y extemporánea que es Betsabé en el poema. Poemario erótico en el sentido etimológico del término.

Los Alebrijes nos propone un juego desde el mismo título, son figuras cerámicas decorativas y eso es lo que nos da desde el principio Valdés Díaz-Vélez, las pautas para que vayamos construyendo sobre las pistas poemáticas un ideal o un imaginario real y recurrente desde el trecento y toda la tradición cancioneril europea. Un ideal de dama ajustada a los tiempos que corren, nada anticuada y enormemente resolutiva. La pasión como salvación ante el anodino mundo de burocracia, cafés interminables, bohemia cansina, reuniones caducas, hastío, la ciudad… aparece y desaparece como tema de fondo. La cantina se nos propone como la nueva capilla de un poeta moderno y ajustado a la tradición. Baudelaire en horas bajas. El poeta es consciente de todo el peso y la responsabilidad en esta sociedad moderna, una sociedad que lo ha relegado a los límites, a los bordes remunerados de un trabajo fijo; la única salida se contempla por el amor, por la carnalidad y la sensualidad, la voz que le da vertebración al poema, la voz de abismo de la mujer interminable.

Se construye así la vida como una resistencia épica que debe ser cantada, cuidada desde la forma externa, el aprecio del poeta por la métrica. Sorprende el uso del alejandrino en este universo tan breve y digital; la tendencia al minímalismo de los últimos tiempos. El soneto aparece como una seña de identidad, como un recordatorio de que toda la poesía procede de lo mismo, de los mismos lugares comunes que la hicieron grande y provechosa.

Este libro se abre camino desde el doble sentido del título, Los Alebrijes como juego, también como lugar en la tierra donde habita la mujer eterna y los miserables que comparten a veces las tribulaciones de un hombre cansado de interpretar el arte, por eso lo disecciona desde la pasión, el cine, los nuevos ídolos de esta sociedad contemporánea, héroes de pantalla que los hijos no conocen ni comparten.

La nostalgia salpica esta obra y la nostalgia es eso: sentir tristeza por algo indeterminado pero que se ha perdido, desde el grito primero, la madre amable sustituida por otra mujer indefinida y onírica. Todo es planto, ubi sunt por la gloria pasada, ahora inmerecida, del hombre también eterno. Si algo une al hombre actual es el dolor, es la pérdida.

Un poema destacable en el libro es "Barra libre", donde se critica la sociedad medio burguesa que se ha convertido en otra cosa, que no ha sabido o no ha querido cumplir su papel transformador, sociedad de la que forma parte el propio autor que no reconoce en sus conocidos a los antiguos ideales de libertad y formación universal. Este camino lleva al autor a abrir otra línea vital, preguntarse sobre sí mismo, la construcción de una identidad perdida o nunca asumida, que es el pan-nuestro-de-cada-día del (anti) héroe moderno. Lo que entronca con una serie de personajes malditos como Geoffrey Firmin de Lowry.

Repaso también de los grandes ideales que han muerto como atestigua Jean Francois Lyotard en La condición posmoderna. El lema cubano de patria o muerte que indicaba la resistencia ante el imperialismo capitalista, sirve ahora magistralmente para limpiarse la boca tras degustar un mojito en Miami. Un tema de actualidad en el reciente estreno de la película Che, el argentino, sobre el controvertido personaje histórico revolucionario que produce dinero desde las máquinas holliwoodienses. ¿Dónde quedan los grandes ideales? ¿Es posible una postura crítica sin que seas fagocitado por el sistema?

Libro bien construido que revisa las frágiles bases de la nueva sociedad, el gigante con los pies de barro al que tanto temían en la Antigüedad. La única posibilidad es el amor, lo erótico, lo carnal. Una erótica del arte se hace posible.

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Spanish
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91

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Los Alebrijes
Madrid, 2007, Ediciones Hiperión
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Madrid

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Poesía Hiperión -- 553

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PQ7298.32.A3893 A64 2007

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91 p. ;
Number of pages
91

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OL16732777M
ISBN 13
9788475175843
LCCN
2008370811

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